Rubén Rojas Breu
ACERCA DE LA PELÍCULA “LOS HIJOS DE FIERRO”
DE PINO SOLANAS
Toda la filmografía de Fernando “Pino” Solanas es valiosa, auténtica, original.
Sin dudas, junto con Leonardo Favio, María Luisa Bemberg, Rodolfo Kuhn, Hugo del Carril (y otras y otros), es uno de los más grandes cineastas de nuestro país, a la altura de los grandes directores latinoamericanos en general, europeos y asiáticos (prescindo de incluir a los de los EEUU de Washington porque mi calificación sobre sus cineastas, filmes, actrices y actores se inscribe en un rango que va de lo paupérrimo a lo mediocre).
“LOS HIJOS DE FIERRO” es una de las grandes producciones de Solanas, quizá menos conocida y difundida que “LA HORA DE LOS HORNOS”, “TANGO. EL EXILIO DE GARDEL” y “SUR”.
Es para mí muy complicado encarar un análisis, una crítica o un ensayo sobre “LOS HIJOS DE FIERRO”.
Es así porque describe una época en la cual comencé y desarrollé gran parte de mi militancia política, la cual jamás abandoné.
La descripción que en este filme Solanas hace de esa época está muy activa en mi recuerdo y en mi corazón, atraviesa mis entrañas, me retrotrae reviviendo todo lo que fue para mí ese período que va desde fines de mi infancia hasta mi juventud.
En ese período en el cual militaba muy comprometida y activamente también trabajaba y estudiaba. Pero particularmente, el filme de Solanas golpea, me golpea, llevándome a reencontrarme fuerte y conmovedoramente con mi militancia.
Clandestinidad al punto de llegar a asumirla como un modo natural de existir, luchas, movilizaciones, acciones de alto riesgo, represión, cárcel, expulsión de colegios primero y de la UBA después “por subversivo”, tomas de facultades y huelgas laborales que lideré con el castigo que sobrevenía, Rosariazo, Cordobazo, pérdidas y tanto, tanto, que claudico respecto de toda intención de afrontar con objetividad este filme, Los hijos de Fierro.
En el núcleo de todo eso, todo eso que viví por entonces y que la película cuenta, se encontraba la Resistencia Peronista y, muy especialmente, la conducción de Perón desde el exilio, derrocado en 1955 por un criminal golpe de estado cívico, clerical y militar.
Por supuesto que en esa época, incluso bajo el cielo de la militancia, no sólo padecí, no sólo caminaba sobre la cornisa entre la vida y la muerte, al igual que mis compañeras y compañeros, sino también viví experiencias gratas, estimulantes, momentos de euforia, el romanticismo, las celebraciones, los recitales, la música, el baile y, fundamentalmente, la esperanza, una esperanza que se afirmaba en la convicción de que toda nuestra pelea llevaría al feliz resultado de una Argentina, un pueblo, trabajadores, América Latina, oprimidos del planeta, que se liberarían de los yugos oligárquicos locales, de las grandes burguesías vernáculas expoliadoras y de los imperialismos con el yanqui a la cabeza.
Los hijos de Fierro es una alegoría audiovisual en blanco y negro de dos horas de duración.
La filmación en blanco y negro es de suma elocuencia porque pinta dramáticamente, en un nivel extremadamente perturbador, tanto como ilustrativo y profundo, ese período que va desde el derrocamiento del gobierno nacional, popular y antiimperialista encabezado por Perón hasta su retorno definitivo e incluso, hasta su muerte reflejada en la frase más conmovedora de su último discurso, 12 de junio de 1974, en el histórico balcón de la Rosada: “llevo en mis oídos la música más maravillosa que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.
Con ese blanco y negro alguien como yo, que vivió tan intensamente ese período, se estremece y, al mismo tiempo, revive y toma conciencia tan lúcida como dolorosa de hasta qué punto uno se encontraba sumergido en la vorágine en la que se enfrentaban la acción revolucionaria con las sanguinarias fuerzas conservadoras, obstinadamente reaccionarias.
Basándose libremente en el Martín Fierro, nuestro gran poema escrito por José Hernández, Solanas nos sugiere que reencarna al personaje protagónico de esa obra literaria como Perón.
El filme comienza, entonces, con Fierro-Perón, partiendo al exilio, figuradamente al desierto aquél al cual fue lanzado el gaucho despojado y perseguido. Un Perón que cruzará mil fronteras porque los gobiernos cipayos y el imperialismo lo querían fuera del planeta.
En ese inicio del filme, Fierro-Perón se despide de sus tres hijos: el Mayor, el Menor y Picardía, este último el adoptado por el Viejo Vizcacha, el que recomendaba hacerse “amigo del juez” con lo cual Hernández ya hace casi un siglo y medio nos hablaba del tan meneado hoy “lawfare” que no es más que un viejo invento del despotismo que políticos, intelectuales y periodistas de hoy que quieren imaginarse viviendo tiempos de epopeya pretenden hacer pasar como algo parido en estos años.
En esa despedida, el General le entrega a cada hijo cada una de las tres banderas del justicialismo: la soberanía, la justicia y la independencia. Al mismo tiempo les encomienda, también a cada uno por separado, la movilización política, la lucha gremial y la acción armada.
Solanas se centra entonces en la larga lucha de la Resistencia Peronista, a eso se aboca. No incluye las luchas de la izquierda juvenil, mi pertenencia en aquellos primeros años, hasta que, reencontrándome del todo con mi origen, por pertenencia de clase social y por entorno familiar, desemboco, luego de largo tiempo, para ese entonces y mis 19 años, en la cárcel, preso por mi militancia política estudiantil, desemboco – escribía – en el peronismo.
Cuando en el filme Solanas alude al Cordobazo deja en claro ese fenómeno trascendental de la confluencia entre obreros y estudiantes, “unidos adelante”.
Solanas pone en juego como central el conflicto entre las patronales locales desaforadas, el “imperio”, las fuerzas armadas resumidas en una figura simbólica, el Comandante, la burocracia sindical traidora
Versus
los trabajadores en las fábricas y en los gremios y la conducción de Perón.
Deja traslucir la palabra de Perón, su conducción, a través de las que entonces se llamaban “las cintas” en las cuales llegaba a los cuadros y militancia la voz grabada del Conductor desde el exilio.
Por medio de los hijos de Fierro-Perón Solanas cuenta las luchas de la Resistencia en los diversos ámbitos y frentes. Describe con énfasis el clima opresivo de la época, la represión salvaje, la persecución, la tortura, la cárcel, las traiciones, los pactos espurios y, también, el coraje, la solidaridad entre compañeras y compañeros, la voluntad de dar pelea, la disposición a arriesgar continuamente la libertad y la vida, las reivindicaciones logradas, las conquistas, los éxitos conseguidos con tanto denuedo.
Porque así era, porque así vivíamos. aunque muchos que quedan, como yo, todavía respirando, lo hayan olvidado en aras de privilegios y beneficios al mismo tiempo que quienes nacieron después, las nuevas generaciones, las que hoy mandan y gobiernan, no tengan idea y tampoco, según parece, interés en enterarse, no vaya a ser que la épica que imaginan estar protagonizando se deshaga como un castillo de arena con un soplido.
El filme es así una combinación de orfebrería entre lo real y lo ficcional, combinación que también se da entre el recitado de versos del Martín Fierro mezclados con los introducidos por Solanas y amalgamados con diálogos, debates, discusiones, altercados, enfrentamientos.
En una de las secuencias de mayor impacto, de ese impacto que hace resonar y doler las vísceras, el filme alude a la masacre de Trelew, penal de Rawson, cometida por los asesinos de la Marina, matando cobardemente, a bocajarro, a sangre fría, a minúscula distancia, a militantes peronistas y de izquierda.
De modo tal, reiterando una frase que ya usé, esta película de Solanas refleja cómo en ese entonces se vivía en la cornisa entre la vida y la muerte, en el linde entre la libertad y la cárcel tormentos incluidos. Esa cornisa que hoy viven los pobres de toda pobreza, los hundidos en la miseria, los pibes marginados.
Refleja también la Muerte no sólo porque Átropos (la Moira o Parca que cortaba el hilo de la vida) acechaba sino porque consumaba frecuentemente su infausta tarea.
La Muerte, como cuenta Solanas, estaba en la represión, en la mesa de mármol o de metal de las torturas, en el secuestro y asesinato, en la cárcel; también fue representada por el itinerante cadáver de Evita, el cadáver vivo y vivificante que aterrorizaba a los poderosos del antipueblo, el cuerpo inerte de la Cautiva.
Los hogares humildes con la foto de Evita se avizoran en las imágenes de este filme monumental. Evita seguía viva en su pueblo y, por tal motivo, sus acérrimos enemigos necesitaban matarla una y otra vez, matarla ya muerta.
Evita muerta y Perón vivo compartieron el exilio, sin siquiera saber el uno de la otra. A Evita la querían más muerta y a Perón lo querían bien lejos: Solanas retrata de manera retorizada e impactante el retorno fallido del 64, impedido por el gobierno ilegítimo y falsamente "democrático" de Illia, subordinado a la presión de los altos mandos militares.
Fierro-Perón se reencuentra finalmente con sus hijos, pero poco durará ese reencuentro. Es un reencuentro que lleva nuevamente a la separación, a la espera quizá de que el Pueblo, “mi único heredero” así proclamado por el Conductor en ese último discurso del 12 de junio de 1974, retome su pleno protagonismo con el liderazgo de los trabajadores.
El filme muestra así cómo nuestra nación, nuestro pueblo y los trabajadores, al igual que la frustrada América Latina, enfrentan al mismo tiempo a las oligarquías y patronales y a los imperialismos, colonialismos, neocolonialismos. A todo el espectro que se incluye en el despotismo.
Viendo este filme el espectador puede tomar distintas posiciones: adoptarlo, desconocerlo o rechazarlo.
El espectador puede inclinarse por uno de dos caminos:
- o dejar que todo siga igual que es lo mismo que acentuar la dependencia, la injusticia, la entrega, la sumisión, la resignación, la decadencia
- o el de retomar a partir del punto en que el filme concluye para encaminarnos a la liberación y realización plenas.
Pavada de decisión y enorme responsabilidad es la que, como legado, con este filme y otros, Pino Solanas dejó.
Rubén Rojas Breu
Noviembre 10 de 2020
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