Rubén Rojas Breu
EL ATREVIMIENTO DE LA NOTABLE SERIE SUECA “AMOR Y ANARQUÍA”
De las distintas acepciones de la palabra “atrevimiento” las siguientes son las que selecciono para calificar a la serie sueca Amor y anarquía:
“Determinarse a algún hecho o dicho arriesgado”, del diccionario de la RAE
“Dicho o hecho audaz o valiente, propio de la persona atrevida”, difundida en los buscadores de Internet.
Para más claridad acerca del significado con que uso tal término, podemos apelar a algunos sinónimos: frescura, desenvoltura, desenfado e, inclusive, desfachatez, pero en la versión simpática de este vocablo, la versión que la acerca a “libertad” personal.
Es muy importante que se tenga en cuenta que la serie transcurre en uno de los países con mayor desarrollo humano del planeta, al menos para suecas y suecos, un país central con aspiraciones de reverdecer sus laureles de antigua potencia, con una población que goza, todavía ampliamente, de los beneficios del llamado “estado de bienestar”. Así que no hay asimilación posible, no hay comparación posible con nuestro país tan pobre, tan desigual, tan atrasado (aunque haya argentinas y argentinos, empezando por gobernantes y concentradores de poder y riqueza locales, que no parecen o no quieren acusar recibo de lo mal que estamos y que vamos).
De tal manera, la serie para nosotros tiene interés, puede convocarnos, en la medida que nos habla de la configuración del mundo actual y, particularmente, de la destrucción a la que lleva al darle carácter protagónico a una formación socioeconómica: el capitalismo en su fase depredadora y tardía.
Justamente lo nodal de la serie es el antagonismo terminal entre la cultura, lo que nos humaniza, y el capitalismo, lo que nos degrada. En el marco de ese antagonismo, el amor en sus distintas variantes es propuesto como tabla de salvación y la anarquía como salida más personal que colectiva.
Audaz, original, dinámica, movilizadora, conmovedora por momentos, esta serie sueca desafía e interpela.
En una época en la cual no abundan las producciones fílmicas y televisivas francamente creativas, Amor y anarquía, se la juega.
Aún cuando se la puede incluir dentro del género de la comedia está atravesada por una marcada tensión dramática, que llega a ser potente en algunas secuencias. Como para muchas y muchos la comedia televisiva puede remitir de inmediato a las mediocres, banales y trilladas producciones yanquis, desde ya advierto que la serie sueca se ubica categóricamente en otro nivel.
Todo lo que concurre para generar una producción televisiva encomiable es de destacar en esta serie: libro, guion o argumento, dirección, trabajo de cámara, fotografía, estética y actuaciones las cuales brillan a la altura de la gran tradición sueca en cine y televisión, esa tradición que tiene a Ingmar Bergman como uno de sus iniciadores y cultivadores, cineasta que justamente es mencionado al pasar en la serie, dato que parece decirnos: “a él nos encomendamos y en él nos inspiramos”.
La trama gira en torno al vínculo que se da entre una irreverente asesora de empresas y un joven experto en informática.
Ella, madre en los cuarenta y “bien casada”, se especializa en lo que se da en llamar “planeamiento estratégico” (una aberración), en “managerialismo” (vocablo inglés con sabor a soso y eufemismo por “veamos cómo expoliar mejor”) y también en “marketing” (otra palabra inglesa degradante que se aplica hoy inapropiada y groseramente en Política con el barbarismo “marketing político” lo cual equivale a “comerciemos o hagamos negocio con la política”).
La protagonista, Sofie, es contratada por una editorial líder, sofisticada, deslumbrante como las grandes empresas europeas del rubro, ubicada en Estocolmo. Esta editorial aspira a adecuarse a estos tiempos en que el libro clásico fue sustituido en todas las etapas de su elaboración por la digitalización y, al mismo tiempo, por iniciativa del director-dueño más mercachifle que vocacional, a pasar a manos, venta mediante, a una empresa global gigante que maneja el negocio del “streaming” (nuevamente el idioma inglés, esta vez para referirse a lo que se comercializa por vía electrónica).
Sofie al mismo tiempo sobrelleva su matrimonio con un patriarca disfrazado de persona libre y madura, buen padre y atento esposo. El matrimonio tiene una hija a punto de ingresar en la adolescencia y un hijo más pequeño.
Intervienen en su vida el padre de ella, que presenta síntomas de lo que puede llegar a ser algún cuadro de demencia senil. El padre de Sofía vive en buena medida en su pasado de probable militancia anticapitalista e incursiona en la vida familiar, irrumpe, con proclamas y supuestos desvaríos revolucionarios, incluso violentando, al punto de que hace trizas la fiesta del cumpleaños, de sus doce años, de la nieta.
El marido odia o desprecia a su suegro, el cual es finalmente reivindicado por la nieta y por Sofía.
El joven informático procede de un lugar del interior de Suecia y, por lo que se verá en la serie, ya avanzada, pertenece a una familia extensa, conservadora. Su madre y la pareja de ésta lo denigran y así vivencia esa relación el joven Max.
Sofie y Max se conocen en la editorial, al mismo tiempo que conocen e interactúan con los demás personajes: una decidida gerente, lesbiana, un atribulado editor, una secretaria polivalente que a menudo se desconcierta, una especie de subdirector que oscila entre la inseguridad y aferrarse a lo que puede. Van y vienen escritores estrella, con tendencias al divismo, a la extravagancia, antojadizos a menudo y con más interés en imponer condiciones que demostrar amor por la literatura.
Quienes se interesan en la compra de la editorial, los de la gran empresa global, conducidos por una ejecutiva de alto rango autoritaria, avasalladora, enérgica, exigente, tienden a atropellar a los personajes a cargo antes mencionados, buscando resultados antes de que éstos sean viables, tal como es propio del comportamiento de esas grandes corporaciones para las cuales todo es negocio en la medida de que lo sea sin importar de qué se trate: es decir, lo mismo les da los libros y piezas de arte que las joyas y la moda, los automóviles y computadoras que los bonos y los fondos de inversión, todo les parece igual. De tal manera, no tienen inclinación especial ni por los libros ni por su producción.
Luego de un inicio en la relación entre Sofía y Max relativamente ríspida por cierta intolerancia de ella al trabajo ruidoso que el joven se ve obligado a ejecutar, se crean las condiciones para un vínculo erótico.
Sofía suele masturbarse en el baño de su casa, estimulándose con audiovisuales pornográficos que mira a través de la pantalla de su celular. Imagino que no faltará quien juzgue que se trata de una “masturbadora compulsiva”, lo cual no habré de suscribir porque no es pertinente ni tampoco me gusta censurar comportamientos privadísimos que, además, no afectan a nadie.
Sí es importante considerarlo porque de alguna manera habla de que Sofía, pese a que tiene, vaya a saber con qué frecuencia (la serie no es explícita al respecto) relaciones sexuales (prefiero decir eróticas) con su cónyuge, busca en el autoerotismo, - el cual según Freud remite a la etapa más temprana de la evolución psicosexual – satisfacción, casi como si sintiera que sólo en ella misma encuentra su fuente de placer o su plenitud. Esto podría ser consistente con que brega continuamente por sentirse autosuficiente.
Resumiendo, con el propósito de aclarar: Sofía tiende a la autosuficiencia cursando una vida agitada y de desafíos y, en ese marco, encuentra en la masturbación alivio o placer.
Lo cierto es que audazmente, quizá podría decirse impúdicamente, llega a masturbarse en su oficina, el despacho que la editorial le asigna para su labor como asesora temporal hasta terminar de cumplir con su obligación de diseñar el plan estratégico de la empresa editorial. Sin advertirlo, es observada, por Max, quien, superando su estupor, utiliza el dato para generar las condiciones para un vínculo erótico, amoroso, con Sofía.
Ese vínculo conlleva pactos y maquinaciones de ambos que cuestionan el orden establecido dentro de los límites de la editorial, de los grupos familiares y otros ámbitos, comportándose por momentos como chicos rebeldes y traviesos.
No voy a detallar las idas y venidas, las peripecias y distintas circunstancias que se dan a partir de allí y que, en mi caso, captaron por completo mi atención. Tampoco voy a ahondar en ciertos simbolismos como, por ejemplo, el lápiz labial de Sofía que hace las veces del testimonio de una suerte de carrera de postas y que tanto metafórica como metonímicamente alude a la erotización en la que ambos protagonistas se sumergen.
Ni quiero abrumar ni quiero quitar el derecho a la lectora y el lector de este texto a ver la serie con curiosidad, a enterarse de lo que sucede en la misma como espectadores, sin que yo cometa el error de develar innecesariamente lo que tienen que descubrir.
Sí voy a compartir la interpretación que hago de la serie, mi análisis de la misma.
El atrevimiento de Amor y anarquía consiste en poner en cuestión una sociedad ordenada, pulcra, que hace culto de la moderación y del cuidado por los modales y las formas.
Al hacerlo, por iniciativa de Sofie y Max que conforman una pareja que se sinergiza en tal objetivo, al mismo tiempo no sólo denuncian la hipocresía como base de un orden de esa índole, sino que, de una manera sutil pero elocuente si se profundiza, ponen de manifiesto el antagonismo al cual me referí en párrafos iniciales de este artículo:
Entre la concepción que pone en un lugar protagónico, incluso en el nivel de lo absoluto, una formación socioeconómica, el capitalismo en su fase tardía y definitivamente deletérea
versus
La cultura, lo que humaniza, lo que debiera ser lo que ocupe el lugar relevante, predominante, constitutivo y determinante.
Me refiero a la cultura según su acepción antropológica, científica, la cual implica la inclusión de todo lo humano: producciones, creencias, valores, opiniones, conocimientos, ciencia, artes, etc.
Un “éxito” del capitalismo y de las grandes corporaciones globales es haber impuesto la idea totalitaria de que vivimos un mundo en el cual no sólo el capitalismo es dominante y uniforme para todo el planeta (un exceso) sino que además todo lo que hace a lo humano fue fagocitado por tal formación socioeconómica. Insuficientes y dogmáticas lecturas del marxismo y también de teorías y doctrinas de cuño nacional y popular suscriben tal interpretación absolutista.
En otros términos, nos centramos excluyentemente en el capitalismo, cuando tendríamos que afirmar que existe un régimen despótico global que se vale de esa ya hoy depredadora y caduca formación socioeconómica.
Podríamos acabar, hipotéticamente, con el capitalismo y, así y todo, el despotismo continuar su marcha, adecuándose, metamorfoseándose. Al fin de cuentas, el despotismo tiene milenios de historia y el capitalismo unos pocos siglos.
Dicho de otra manera, el despotismo y sus variantes (absolutismos locales, imperialismos, colonialismos, neocolonialismos) están muy hechos carne en los humanos y cualquier formación socioeconómica puede venirles bien, se acomodan y se actualizan.
La serie opone a las imposiciones, hoy abiertamente globales, el amor y la anarquía. Entregarse al amor y dejarse llevar a gusto por el propio deseo sería, según esta serie, un modo de resistir y hasta de cuestionar o hacer tambalear antros capitalistas.
La serie desemboca en desacreditar el “managerialismo”, el “planeamiento estratégico”, tanto por medio de la resistencia pasiva, la incomprensión de quienes vienen dirigiendo la editorial como a través de la acción desconcertante de la protagonista. Se desacredita ese "managerialismo" al mostrar que se trata de charlatanería que sólo tiene por finalidad optimizar desmedidamente ganancias a costa de ajustes y despidos y sin importar la función de servir a la cultura que se supone debe tener una editorial.
Esa desacreditación se aparea con la esperanza: a partir de una propuesta de una literata novel y del entusiasmo de la secretaria se vislumbra que la editorial podría reencarrilarse sobre la base de su propia identidad, sobre la base de su rol de proveedora de cultura (strictu sensu).
Ahora
mi discordancia: un régimen despótico, que pretende hacer
del capitalismo un absoluto, sólo puede ser derrotado, superado, reemplazado por
la conducción, la organización y la acción políticas de pueblos y trabajadores.
En la serie sueca eso está ausente. Más aún, esa ausencia parece dramáticamente subrayada por las apariciones disruptivas del padre de Sofía las cuales, dadas las reacciones del entorno, parecen vincular la lucha política con lo pretérito superado y hasta con la senilidad, como si se tratase de un delirio en el mundo actual, algo que escapa al criterio de realidad.
Esa ausencia, la ausencia de la Política, paradójicamente, contribuye a validar la serie, ya que permite traerla a la luz.
Es una ausencia que nos hace sentir que, la Política, tiene que devenir presencia.
Rubén Rojas Breu
Noviembre 12 de 2020
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