martes, 6 de mayo de 2025

UNA MIRADA SINGULAR SOBRE LA SERIE ARGENTINA "EL ETERNAUTA"

 



Rubén Rojas Breu

 

UNA MIRADA SINGULAR SOBRE LA SERIE ARGENTINA “EL ETERNAUTA”


Mi conciencia, tan implacable como ardiente me impele a expresarme en torno a una serie que ha logrado significativa repercusión.

Me digo a mí mismo que no puedo ausentarme ante un acontecimiento que se ubica tan de lleno en la argentinidad.

Al mismo tiempo aclaro que afronto la cuestión con una mirada singular, una mirada que difiere de lo que se divulga sobre esta nueva serie, distinta de lo que leo o escucho continuamente, tanto de la Argentina como del exterior.


Una demostración de la singularidad de mi mirada es que la serie en ésta, su primera temporada, me genera ambivalencia.

Por un lado, valoro enormemente que una historieta excepcional, una auténtica novela gráfica de gran originalidad de un autor argentino tan valioso e innovador como Oesterheld recobre la actualidad que merece gracias a la serie.

También valoro hasta cierto punto el esfuerzo, lo bueno que pueda encontrarse en la realización de la serie, particularmente la estética, la fotografía, el ritmo, la cámara y varias de las actuaciones.

Por otra parte, en cambio, asumo una posición crítica acerca de esta primera temporada de la serie, particularmente en estos aspectos:

- El desequilibrio entre la fuerte impronta tecnológica, los efectos especiales y/o la inteligencia artificial de un lado y la comparativamente débil tensión dramática.

Es decir, lo tecno, el impacto de lo visual a la manera de la inteligencia artificial tiene más peso que la dramática, que la intensidad de una trama, que las interacciones entre personajes, que las composiciones de los personajes, que los diálogos que en las distintas versiones de la historieta de Oesterheld y sus dibujantes Solano López o Breccia son sumamente potentes, movilizadores.

Quizá la combinación del espíritu de época tan afecto al impacto por el impacto mismo con los condicionamientos de la yanqui Netflix hayan sido determinantes en tal desequilibrio.


- Que el personaje protagónico sea interpretado por Ricardo Darín es desafortunado.
Y por cierto que es factor de la débil tensión dramática a la que ya me referí.

Darín carece de la capacidad actoral, de la formación intelectual y de la cultura política que se requieren para dar vida a Juan Salvo.

Mi opinión de siempre es que Darín actúa de Darín: siempre monocorde, siempre igual a sí mismo, siempre elegido porque resulta atractivo para la masa ya que genera fácilmente identificación; claro que tal atractivo se traduce en taquilla.


Además, el perfil de Darín no tiene similitud ninguna con el Juan Salvo ideado por Oesterheld y sus dibujantes.


En general, sus compañeras y compañeros del elenco lo superan; es conmovedor saber que en algunos casos deben subsistir con ingresos bajos y trabajos precarios, tan paupérrima es la producción actual de nuestro país en cine y televisión.

Tampoco Stagnaro alcanza el nivel que se espera de un realizador a la altura de una gran obra como “El eternauta”.

Su proclividad a romantizar la decadencia es notoria en esta realización, romantización de la decadencia que ya mostró en producciones tales como “Pizza, birra, faso”, “Okupas” y otras.

Desde el inicio con la partida de truco en un lugar sórdido tal proclividad se manifiesta. Lo digo sin prejuicios ya que soy viejo truquero.

Pero si ubica la serie en esta época podría haber sustituido el inicio del original de Oesterheld por una situación más propia de esta contemporaneidad: compartir algún juego de mesa por personas de ambos géneros, por ejemplo.
Si se tomó tantas licencias respecto de la obra de Oesterheld también podría haberlo intentado con ese inicio.

Además, hace literal el culto por lo viejo, enmascarando el atraso industrial y tecnológico que padecemos argentinas y argentinos, postergándonos en el mundo y condenándonos a la miseria.

Claro que cuenta con la simpatía de referentes, “comunicadores”, expertos, analistas y otros especímenes que celebran que la serie muestre a los argentinos como somos, como si además argentinas y argentinos fuéramos todas y todos los mismo, un amorfo homogéneo.


Un modo de mostrar que oculta o transfigura lo que sufrimos: privaciones, dolor, opresión y malestar de nuestra población preexisten a la caída de cualquier nieve tóxica.
Juan Salvo, Elena, Favalli, Ana y todos los demás vivían muy mal antes del fenómeno letal.


Es oportuna la contextualización.

Oesterheld genera un personaje (o varios), el eternauta o los eternautas, viajeros en la eternidad, hacia fines de los 50, después del derrocamiento inconstitucional y violentamente represor llevado a cabo por fuerzas reaccionarias cívico-militares.

Toda la obra de Oesterheld, sus diferentes versiones, corresponden a un período de dictaduras.

En ese contexto, se dieron la Resistencia Peronista, las luchas clasistas, cierto auge de la izquierda, el Rosariazo, el Cordobazo, las acciones guerrilleras en franca oposición contra las oligarquías locales, contra el imperialismo y contra el neocolonialismo.

En esa época se peleaba por un Proyecto de emancipación y de realización de nación, pueblo y trabajadores o, desde la izquierda, por la llegada de la clase obrera al poder.
En el mundo una ola de luchas por la liberación se imponía: revoluciones cubana, checa, emancipación de Argelia y otras naciones africanas, etc.

A lo que voy es a que, si bien la Argentina afrontaba ya el atraso, esquivaba la decadencia gracias a las luchas y la esperanza de un Proyecto. Había, además, una clase obrera, industrial, fuerte, organizada y un movimiento estudiantil potentísimo y muy combativo.

Había organizaciones políticas y un desarrollo cultural a la altura de los países más avanzados y muy por encima del paupérrimo nivel cultural yanqui.

Todo eso pese a la represión brutal que padecíamos y que culmina con la Triple A y el Plan de exterminio de la última dictadura, lo cual contaba con antecedentes como los fusilamientos del 56, la desaparición de Felipe Vallese y de Juan Pablo Maestre, la masacre de Trelew, los asesinatos de trabajadores y estudiantes en distintas movilizaciones, la prisión y la tortura, lo cual yo mismo padecí bien personalmente.

Es decir, había atraso y opresión al mismo tiempo que épica y lucha. No había intenciones de dejarse arrastrar hacia la decadencia.

Hoy en cambio afrontamos la decadencia: atraso, desaparición de las organizaciones políticas, pobreza extrema, desigualdad colosal, concentración descomunal de riqueza, gobiernos antipopulares habiendo llegado al extremo de soportar este despotismo libertario, este régimen de brutos.


La serie pasa todo eso por alto; por ejemplo, naturaliza el atraso: hace como si no hubiera que caer en la cuenta de que no tenemos industria, no tenemos trabajo digno, no tenemos desarrollo científico ni tecnológico, no tenemos infraestructura ni transportes modernos, no tenemos Proyecto ni conducción política ni organizaciones políticas. No somos la Argentina de los 50, los 60, los 70. Ni siquiera de los 80.

Aunque dista de la intención de la serie, emerge en la misma la diferencia en la que vengo insistiendo a solas: Pueblo versus masa.

Insinuándose casi desde el principio, a partir del cuarto episodio eso se hace patente: Juan Salvo, sus compañeras y compañeros y en particular Franco, el maquinista, esbozan al Pueblo.

Del otro lado, está la masa, los indiferentes o los que buscan salvarse a costa de quienes sea, los manipulables finalmente.

De esa masa surge lo que caracterizo habitualmente como la horda, representada por los escarabajos gigantescos y, con la fratria Milei, “los leones, los troles, los criminales, los difamadores, los violentos de género, los matones, los gatilleros de las fuerzas de seguridad”.


El brazo-mano ideado por Oesterheld queda sobre el final de la temporada como la representación del gran manipulador ante quien se encolumna la masa y a quien sirve la horda.

La diferenciación entre Pueblo versus masa y horda es nuevamente clave.

La primera temporada de la serie termina revelando a medias al jefe de la masa y de la horda.

El gran interrogante es si el Pueblo construirá su conducción y su organización líder.


Conclusión: la historieta de Oesterheld supera de lejos, pero muy de lejos, a la serie.


Se requiere mucho más que el patrocinio de Netflix y que la inteligencia artificial para producir algo a la altura de tamaña novela gráfica.

De todos modos, celebro que gracias a la serie “El eternauta”, su autor y sus dibujantes logren renovada notoriedad.

Celebro también que eso genere debate y, ojalá, que contribuya un poquito también a la esperanza de que la construcción colectiva, tan opuesta al “héroe individual” o a los repudiables superhéroes yanquis, es la herramienta primordial para que la Argentina y nuestro pueblo se encaminen hacia su liberación y su realización.

 

Rubén Rojas Breu

Buenos Aires, mayo 6 de 2025

 


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