Rubén Rojas Breu
UNA MIRADA SINGULAR SOBRE LA
SERIE ARGENTINA “EL ETERNAUTA”
Mi conciencia, tan implacable como ardiente me
impele a expresarme en torno a una serie que ha logrado significativa
repercusión.
Me digo a mí mismo que no puedo ausentarme
ante un acontecimiento que se ubica tan de lleno en la argentinidad.
Al mismo tiempo aclaro que afronto la
cuestión con una mirada singular, una mirada que difiere de lo que se
divulga sobre esta nueva serie, distinta de lo que leo o escucho continuamente,
tanto de la Argentina como del exterior.
Una demostración de la singularidad de mi
mirada es que la serie en ésta, su primera temporada, me genera ambivalencia.
Por un lado, valoro enormemente que
una historieta excepcional, una auténtica novela gráfica de gran
originalidad de un autor argentino tan valioso e innovador como Oesterheld
recobre la actualidad que merece gracias a la serie.
También valoro hasta cierto punto el
esfuerzo, lo bueno que pueda encontrarse en la realización de la serie,
particularmente la estética, la fotografía, el ritmo, la cámara y varias de las
actuaciones.
Por otra parte, en cambio, asumo una
posición crítica acerca de esta primera temporada de la serie,
particularmente en estos aspectos:
- El desequilibrio entre la fuerte impronta
tecnológica, los efectos especiales y/o la inteligencia artificial de un lado y
la comparativamente débil tensión dramática.
Es decir, lo tecno, el impacto de lo visual
a la manera de la inteligencia artificial tiene más peso que la dramática, que
la intensidad de una trama, que las interacciones entre personajes, que las
composiciones de los personajes, que los diálogos que en las distintas
versiones de la historieta de Oesterheld y sus dibujantes Solano López o
Breccia son sumamente potentes, movilizadores.
Quizá la combinación del espíritu de época
tan afecto al impacto por el impacto mismo con los condicionamientos de la
yanqui Netflix hayan sido determinantes en tal desequilibrio.
- Que el personaje protagónico sea interpretado por
Ricardo Darín es desafortunado.
Y por cierto que es factor de la débil
tensión dramática a la que ya me referí.
Darín carece de la capacidad actoral, de la
formación intelectual y de la cultura política que se requieren para dar vida a
Juan Salvo.
Mi opinión de siempre es que Darín actúa de
Darín: siempre monocorde, siempre igual a sí mismo, siempre elegido porque
resulta atractivo para la masa ya que genera fácilmente identificación; claro
que tal atractivo se traduce en taquilla.
Además, el perfil de Darín no tiene
similitud ninguna con el Juan Salvo ideado por Oesterheld y sus dibujantes.
En general, sus compañeras y compañeros del
elenco lo superan; es conmovedor saber que en algunos casos deben subsistir con
ingresos bajos y trabajos precarios, tan paupérrima es la producción actual de
nuestro país en cine y televisión.
Tampoco Stagnaro alcanza el nivel que se
espera de un realizador a la altura de una gran obra como “El eternauta”.
Su proclividad a romantizar la decadencia es
notoria en esta realización, romantización de la decadencia que ya mostró en
producciones tales como “Pizza, birra, faso”, “Okupas” y otras.
Desde el inicio con la partida de truco en
un lugar sórdido tal proclividad se manifiesta. Lo digo sin prejuicios ya que
soy viejo truquero.
Pero si ubica la serie en esta época podría
haber sustituido el inicio del original de Oesterheld por una situación más
propia de esta contemporaneidad: compartir algún juego de mesa por personas de
ambos géneros, por ejemplo.
Si se tomó tantas licencias respecto de la
obra de Oesterheld también podría haberlo intentado con ese inicio.
Además, hace literal el culto por lo viejo,
enmascarando el atraso industrial y tecnológico que padecemos argentinas y
argentinos, postergándonos en el mundo y condenándonos a la miseria.
Claro que cuenta con la simpatía de
referentes, “comunicadores”, expertos, analistas y otros especímenes que
celebran que la serie muestre a los argentinos como somos, como si además
argentinas y argentinos fuéramos todas y todos los mismo, un amorfo homogéneo.
Un modo de mostrar que oculta o transfigura
lo que sufrimos: privaciones, dolor, opresión y malestar de nuestra población
preexisten a la caída de cualquier nieve tóxica.
Juan Salvo, Elena, Favalli, Ana y todos los
demás vivían muy mal antes del fenómeno letal.
Es oportuna la contextualización.
Oesterheld genera un personaje (o varios),
el eternauta o los eternautas, viajeros en la eternidad, hacia fines de los 50,
después del derrocamiento inconstitucional y violentamente represor llevado a
cabo por fuerzas reaccionarias cívico-militares.
Toda la obra de Oesterheld, sus diferentes
versiones, corresponden a un período de dictaduras.
En ese contexto, se dieron la Resistencia
Peronista, las luchas clasistas, cierto auge de la izquierda, el Rosariazo, el
Cordobazo, las acciones guerrilleras en franca oposición contra las oligarquías
locales, contra el imperialismo y contra el neocolonialismo.
En esa época se peleaba por un Proyecto de
emancipación y de realización de nación, pueblo y trabajadores o, desde la
izquierda, por la llegada de la clase obrera al poder.
En el mundo una ola de luchas por la
liberación se imponía: revoluciones cubana, checa, emancipación de Argelia y
otras naciones africanas, etc.
A lo que voy es a que, si bien la Argentina
afrontaba ya el atraso, esquivaba la decadencia gracias a las luchas y la
esperanza de un Proyecto. Había, además, una clase obrera, industrial, fuerte,
organizada y un movimiento estudiantil potentísimo y muy combativo.
Había organizaciones políticas y un
desarrollo cultural a la altura de los países más avanzados y muy por encima
del paupérrimo nivel cultural yanqui.
Todo eso pese a la represión brutal que
padecíamos y que culmina con la Triple A y el Plan de exterminio de la última
dictadura, lo cual contaba con antecedentes como los fusilamientos del 56, la
desaparición de Felipe Vallese y de Juan Pablo Maestre, la masacre de Trelew,
los asesinatos de trabajadores y estudiantes en distintas movilizaciones, la
prisión y la tortura, lo cual yo mismo padecí bien personalmente.
Es decir, había atraso y opresión al
mismo tiempo que épica y lucha. No había intenciones de dejarse arrastrar hacia
la decadencia.
Hoy en cambio afrontamos la decadencia:
atraso, desaparición de las organizaciones políticas, pobreza extrema,
desigualdad colosal, concentración descomunal de riqueza, gobiernos
antipopulares habiendo llegado al extremo de soportar este despotismo
libertario, este régimen de brutos.
La serie pasa todo eso por alto;
por ejemplo, naturaliza el atraso: hace como si no hubiera que caer en la
cuenta de que no tenemos industria, no tenemos trabajo digno, no tenemos
desarrollo científico ni tecnológico, no tenemos infraestructura ni transportes
modernos, no tenemos Proyecto ni conducción política ni organizaciones
políticas. No somos la Argentina de los 50, los 60, los 70. Ni siquiera de los
80.
Aunque dista de la intención de la serie, emerge
en la misma la diferencia en la que vengo insistiendo a solas: Pueblo versus
masa.
Insinuándose casi desde el principio, a
partir del cuarto episodio eso se hace patente: Juan Salvo, sus compañeras y
compañeros y en particular Franco, el maquinista, esbozan al Pueblo.
Del otro lado, está la masa, los
indiferentes o los que buscan salvarse a costa de quienes sea, los manipulables
finalmente.
De esa masa surge lo que caracterizo
habitualmente como la horda, representada por los escarabajos gigantescos y,
con la fratria Milei, “los leones, los troles, los criminales, los difamadores,
los violentos de género, los matones, los gatilleros de las fuerzas de
seguridad”.
El brazo-mano ideado por Oesterheld queda
sobre el final de la temporada como la representación del gran manipulador ante
quien se encolumna la masa y a quien sirve la horda.
La diferenciación entre Pueblo versus
masa y horda es nuevamente clave.
La primera temporada de la serie termina
revelando a medias al jefe de la masa y de la horda.
El gran interrogante es si el Pueblo
construirá su conducción y su organización líder.
Conclusión: la historieta de
Oesterheld supera de lejos, pero muy de lejos, a la serie.
Se requiere mucho más que el patrocinio de
Netflix y que la inteligencia artificial para producir algo a la altura de
tamaña novela gráfica.
De todos modos, celebro que gracias a la
serie “El eternauta”, su autor y sus dibujantes logren renovada notoriedad.
Celebro también que eso genere debate y,
ojalá, que contribuya un poquito también a la esperanza de que la construcción
colectiva, tan opuesta al “héroe individual” o a los repudiables superhéroes
yanquis, es la herramienta primordial para que la Argentina y nuestro pueblo se
encaminen hacia su liberación y su realización.
Rubén Rojas Breu
Buenos Aires, mayo 6 de 2025
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