viernes, 21 de febrero de 2020

SOBRE EL DESPOTISMO. A PARTIR DE LA NO RECOMENDABLE SERIE "LOS ÚLTIMOS ZARES"






Rubén Rojas Breu

SOBRE EL DESPOTISMO

A PARTIR DE LA NO RECOMENDABLE, ANODINA Y TENDENCIOSA DOCUSERIE “LOS ÚLTIMOS ZARES”


Proposición sobre el despotismo

Dado que el vocablo “despotismo” a través de los tiempos, como, según diferentes enfoques, varía de significado, voy a proponer una conceptualización del mismo basándome en desarrollos teóricos propios y en el extenso camino que he transitado en la investigación social. 

Las acepciones de “despotismo” según el diccionario de la RAE son:


  • Autoridad absoluta no limitada por las leyes.

  • Abuso de superioridad, poder o fuerza en el trato con las demás personas.

Sin renegar por completo de tales definiciones, voy adoptar una de propio cuño con la cual ampliaré y precisaré qué entender por despotismo en Política, aunque es extensible a ámbitos supuestamente “no políticos”, si es que tales ámbitos existen, si es que se es factible una área de la vida humana "apolítica".

Por empezar, el despotismo es un régimen: es decir, una organización de lo social en la cual se impone una autoridad absolutista que, a menudo, se enmascara apelando a disfraces o fachadas legalistas e institucionalistas o lo que se da en llamar “la democracia burguesa”, por cierto, más burguesa que democracia. 

En este momento, por ejemplo, la organización sociopolítica según los tres poderes formales – Ejecutivo, Legislativo y Judicial – está obsoleta y deviene en sostén de régimen despótico, en nuestro país y en todo el planeta. 

Los acontecimientos de 2001, tanto las elecciones de octubre de ese año como, particularmente, lo acaecido en las jornadas de diciembre redactaron el acta de defunción de esa organización sociopolítica, pero por razones que merecen tratamiento aparte, exitosos resucitadores lograron reflotarlo.

El régimen despótico tiene estas propiedades resaltantes:


  • Absolutiza una concepción de la política según la cual lo existente es “natural” o resultante de un supuesto contrato social o creado por la divinidad,

  • Se presume insustituible,

  •  Se autopercibe optimizable o capaz de mejoras por vía de reglas que el propio régimen establece,

  • Define al pueblo como el enemigo intrínseco y primordial.

Estoy basándome en la definición de “pueblo” de mi autoría, definición que puede encontrarse en otras publicaciones dentro de este mismo blog. 

Despotismo proviene del griego “despotēs” que significaba señor, amo o soberano, una palabra entonces con carga aparentemente neutra que con el tiempo devino en el significado que hoy se le da y que estoy revisando, ampliando y precisando aquí. 

En resumen, 

el despotismo es un régimen absolutista

 que presume de algún tipo de legitimidad y

que está dotado de la capacidad de adaptarse y enmascararse indefinidamente

El despotismo, en nuestro país, en los países latinoamericanos y del Tercer Mundo en general, se expresa a través de estas cuatro variantes, normalmente concurrentes:


  • La hegemonía de concentradores de poder y riqueza locales, “la oligarquía vernácula” que oficia, además, de puerta para las demás tres variantes,



  • El colonialismo,



  • El neocolonialismo,



  • El imperialismo.



Dos circunstancias históricas similares

En la madrugada del 14 de julio de 1789, Luis XVI es despertado en Versalles por su asistente personal en estado de conmoción, quien le avisa que algo grave está sucediendo en París.

El rey pregunta si se trata de alguna revuelta, a lo cual el ayuda de cámara responde: ”no, Su Majestad, es una revolución”.

El 23 de febrero de 1917 su primer ministro le avisa al Zar que la situación se ha tornado extremadamente grave.

El zar pregunta si se está dando alguna revuelta y la respuesta es: “no, Su Alteza Imperial, es una revolución”.

Tanto el rey francés como el zar tenían por cónyuges a mujeres enérgicas, autoritarias y que, todo indica, sentían un íntimo desprecio por la plebe. Austríaca la primera, alemana la segunda. 

Tanto la absolutista monarquía francesa, ya desde antes de Luis XVI, como la autocracia zarista compartían, visiblemente, una idea de lo popular que conjugaba 


  •  desdén

  • la convicción de que eran por derecho divino objetos de amor de sus súbditos

  • un desconocimiento notable acerca de las penurias que tales súbditos padecían.

Ambas se habían vuelto anacrónicas ya que el inicio de la burguesía y los centros urbanos en Francia y la incipiente revolución industrial que conllevaba una clase obrera en desarrollo en Rusia, sobrepasaban las capacidades, aptitudes, posibilidades de ambos regímenes.

Ambas, l´ancien regime y la autocracia zarista devinieron un impedimento no sólo para el desarrollo de las fuerzas productivas (desde el punto de vista socioeconómico) sino, sobre todo, para el avance de las transformaciones sociopolíticas que implicaban la participación decisoria de nuevos actores o protagonistas sociales y de lo que entonces se estaban constituyendo como los pueblos de una y otra nación.

Más aún, se habían tornado un obstáculo para el desarrollo de Francia y de Rusia como naciones, como naciones potentes que tuvieran capacidad de imponerse con aspiraciones imperiales o protagónicas en Europa y otros continentes. 

Justamente, una consecuencia de las Revoluciones Francesa y Rusa es que una y otra nación pasarían a ocupar un lugar decisivamente decisorio no sólo en Europa sino en el tablero mundial.



Acerca de la docuserie “Los últimos zares”

Es una docuserie de bajo nivel, extremadamente mediocre y, según historiadores calificados, es un cúmulo de distorsiones respecto de lo que se da en llamar la “verdad histórica”.

Es una producción con más pretensiones que hallazgos que combina archivos cinematográficos y fotográficos, con filmación en vivo e intervenciones de supuestos especialistas, anglosajones, de una superficialidad pavorosa, intervenciones muy propias de los documentales de los canales yanquis que se destacan por proclamar lo obvio o lo ya sabido, haciéndolo pasar como "académico" o "profundo".

Es decir, como docuserie no es para nada recomendable, ni siquiera quizá como pasatiempo. 

La tomo como disparador, separando la paja del trigo; es decir, basándome en lo que es históricamente comprobable de lo que son dramatizaciones fantasiosas, sobreactuaciones y comentarios tendenciosos, en particular los deslices notorios contra la Revolución Rusa mezclados con cierto desmedido “humanismo” atribuido a la familia real. 

Incluso puedo incluir, en este análisis, contenidos de la serie no comprobados, en la medida que resulten útiles para lo que sí es de mi interés profundizar: el despotismo.

Ya que me tomé el esfuerzo de verla completa dado el interés que tengo por el tema, la adopto como pretexto que puede ilustrar qué entender por despotismo.
La docuserie misma puede ser considerada un ejercicio de despotismo si se considera que cuenta con el patrocinio de una las grandes corporaciones, Netflix, más el enfoque, las intervenciones incalificables de los supuestos expertos y la descripción de todo el proceso revolucionario dilatado y complejo de aquella Rusia rebajado al nivel de revueltas casi desconectadas entre sí con la omisión del papel más que relevante de las fuerzas revolucionarias orgánicas y, por supuesto, del Partido Bolchevique con la conducción de Lenin y de Trotsky. 

Agravantes: Lenin es tratado casi como un revoltoso y Trotsky, abiertamente ignorado. Asimismo, caen en la redada de tan mal engendro otras grandes figuras de la más que emblemática Revolución Rusa, sobre la cual se expidió Perón calificándola como la que fija el modelo de revoluciones populares para todo el siglo XX y más allá. 

El final en el cual se relata la ejecución del zar, la zarina, las princesas y el zarévich como una especie de acto de barbarie autonomizándola de la política, descalificando una Revolución asediada por la nobleza todavía poderosa que procuraba legitimarse a través de entronizar el príncipe y por potencias con sus fuerzas militares como Alemania y Francia, deviene en una versión de final trágico de melodrama que procura sensibilizar en vez de invitar a que se afronte la historia como una dramática en la cual los protagonistas enfrentan cuestiones mucho más de fondo que las propias de personajes de Louisa May Alcott o cualquier autor nacido en los EEUU de Washington.  



Qué se puede aportar sobre el despotismo a partir de la docuserie “Los últimos zares”

En el despotismo la dominación logra su nivel más extremo al absolutizarse el régimen propio del mismo naturalizándose y al concentrarse en manos del opresor la capacidad de decisión.

Los dominados -esclavos y siervos, súbditos y “ciudadanos” institucionalmente sujetos (sujetados) –convalidan el régimen, es decir lo conciben como plenamente legítimo, inexorable, insustituible y fundado ya sea en el orden “natural”, ya sea en la voluntad divina, ya sea en un “contrato social” sustentado en alguna clase de sabiduría, en leyes indiscutidas y en alguna índole de predestinación por la cual quienes detentan poder y capacidad de decisión ocupan tal lugar por méritos y honores de los que los “comunes” carecen. 

En el caso del despotismo de los regímenes monárquicos tradicionales, al menos hasta la caída de Nicolás II de Rusia, la legitimidad tenía sustento divino: el zar ocupaba tal pedestal por la gracia de Dios.

De todos modos, vale traer a colación que el “generalísimo” Franco, el golpista y dictador sanguinario formado y avalado por el fascismo, se hacía llamar “caudillo de España por obra y gracia de Dios”.

Ese despotismo, entonces, reconocía como fuente primera y última la gracia y la voluntad divina

Aun cuando hoy día los despotismos, el despotismo imperante a nivel global incluso, no apele a tal gracia y voluntad, implícitamente, como rémora viva y activa de aquel pretérito, mantienen de modo subyacente o latente la vinculación con lo divino, con algo que procede de algún más allá sobrehumano.
No por nada los EEUU de Washington apelan a los “superhéroes”, engendros inspirados en el nazifascismo, aunque Hollywood los aggiorne continuamente para que parezcan “progresistas”, al mismo tiempo que agobia con lo sobrenatural en todas las fatigosas versiones imaginables. 

Plantear las cuestiones según el eje “del bien y del mal” o apelar a las llamadas “guerras religiosas” representa acabadamente la vinculación que, para muchos actores, sectores y factores globales, así como locales de cada país, guarda el mandato divino con la concentración de poder. 

Así que una primera nota que podemos aportar para la comprensión de qué es el despotismo, a partir de la serie sobre los zares, es su vinculación manifiesta o tácita con lo divino.

Quienes ejercen el despotismo se sienten, al menos, vicarios y quienes se someten se consideran esclavos de alguna índole de fatalismo por lo cual las cosas son así y “así deben ser”. 

El zar, la zarina y la zarina madre, así como su juvenil descendencia, y gran parte de su familia y de su séquito consideran que son predestinados que cumplen con una misión encomendada por Dios y que éste les transfiere, como por ósmosis, divinidad. 

De tal manera, quienes ejercen el despotismo no dudan sobre el derecho absoluto e incuestionable a ocupar el lugar que ocupan.

La consanguinidad, por vía de la herencia, certifica esa sangre azul que simboliza la encarnación de la divinidad. 

De tal manera, el déspota, se percibe como alguien que se encuentra en la frontera entre lo humano y lo celestial. 

Los súbditos convalidan tal lugar por lo cual brindan a Sus Majestades un trato equivalente al que se daría a los dioses.

A tal punto es así, y la serie es pródiga en testimonios de tal índole, que los representantes de la Iglesia Ortodoxa, jerarcas, aún cuando objeten decisiones del zar lo hacen sin descuidar que éste es un representante de la divinidad. Al mismo tiempo, esos jerarcas son prácticamente los únicos que pueden dirigirse al zar y su familia directa, en tanto representación terrenal del Señor, reconviniendo si hace falta sin el temor de correr riesgos.

Digamos al pasar que el obispo Thomas Wolsey fue decapitado por orden de Enrique VIII, pero cuando desde el punto de vista del monarca, el obispo, había perdido estatus de representante de Dios, al mantenerse leal al Vaticano. 

Las dos circunstancias históricas arriba descritas, mostrando el calco acerca de cómo son puestos al tanto Luis XVI y Nicolás II de lo que acontecía y sus idénticas reacciones, revela que esa autopercepción del despotismo en general y de los déspotas en particular conduce a una disociación abismal entre lo real y su conciencia.
 
Ambos monarcas llegan a tal nivel de desconexión que no caen en la cuenta, sino muy dificultosamente, acerca de lo que ocurría, acerca de que se habían iniciado procesos revolucionarios. 

Cuando finalmente acusan recibo se conducen como si a ellos no les incumbiera ni afectara. 

En cierto modo, los súbditos confirman esto, ya que Luis XVI al llegar a París es recibido con algarabía por parte de las muchedumbres esperanzadas en que el monarca desplazaría a sus segundos impiadosos y daría satisfacción a sus reclamos.

Algo similar sucede en Rusia, en la que parte de las masas confía en que el zar habrá de concluir con el estado calamitoso. 

Eso indica que, en el despotismo, la disociación implica a los déspotas y las masas que se les subordinan: deja en claro que el despotismo es, finalmente, un vínculo que se sostiene en una relación simbiótica entre déspotas y súbditos. 

De este modo un segundo rasgo del despotismo que la serie contribuye a registrar es el de la disociación entre tal régimen, su vínculo déspotas-masas, y lo real.

Lo real debe ser entendido, en Política, como las relaciones de poder, las cuales a través de procesos revolucionarios son transformadas de cuajo.  

Este rasgo del despotismo, el de la desconexión con lo real, se hace ya patente en la coronación de Nicolás II la cual transcurre en palacio con todo el ceremonial correspondiente y su exuberante despliegue, mientras en las calles se produce la matanza, originada en la desesperación de las masas que concurren para proveerse de alimentos y regalos que se distribuyen con motivo de la asunción del nuevo zar. 

¿Cuál es la raíz del vínculo tenaz en el seno del despotismo, del vínculo tenaz entre el déspota o quienes ejercen el despotismo y las masas que le tributan?

Inspirándonos en Freud, sin calcarlo al pie de la letra, el despotismo:


  • Enlaza a los súbditos otorgándoles un Ideal de Nosotros, un ideal común cuya representación palpable es el déspota o el grupo despótico,

  • Exime a tales súbditos de responder a las exigencias de su propio Ideal,

  • El déspota asume el lugar del Superyó para todos, una suerte de Superyó colectivo condensado en quienes conforman el polo activo del despotismo, constituyéndose en una guía moral que ofrece un cauce de límites bien definidos, sin ambivalencias ni ambigüedades.

De esa manera, cada integrante de la masa se libera de la angustia y el riesgo de frustración que suponen la distancia entre el propio ideal y el sí mismo, así como del temor a incumplir con el mandato moral ya que alcanza con satisfacer y seguir al déspota.

Esas sustituciones con los consiguientes beneficios en términos de reducción del gasto psíquico del subordinado, es el tercer rasgo que este análisis nos aporta sobre el despotismo.

Implícito en lo antedicho, un cuarto rasgo del despotismo: el rechazo por la ambigüedad y ambivalencia, constitutivas de lo humano, por el maniqueísmo. 

Una estocada fundamental para la autocracia zarista lo da la derrota en la guerra con Japón, derrota que a su vez genera condiciones para la revolución rusa de 1905.

En el marco del análisis que venimos haciendo, esa derrota debilita la imagen del zar y su reinado, deja en estado de labilidad las sustituciones arriba citadas que garantizan el vínculo tenaz entre quienes ejercen el despotismo y la masa. La autocracia zarista incumple con la tradición imperial de Rusia y derriba la ilusión de la infalibilidad del zar.

Ahora bien, en las monarquías de todos los tiempos y de todas las civilizaciones, se destaca, emerge como sustrato de identidad, sustrato constitutivo, la configuración endogámica. 

El despotismo es la versión extrema, culminante, terminal, de las configuraciones endogámicas.

Desde el punto de vista de mi creación, el Método Vincular, tal configuración endogámica corresponde a la Primarización, concepto que puede consultarse en mi libro Método Vincular. El valor de la estrategia, publicaciones académicas editadas por distintas instituciones y en artículos en rubenrojasbreu.blogspot.com y en rubenrojasbreuelaula.blogspot.com 
El despotismo es la versión extrema de la Primarización y, particularmente, de los Posicionamientos Vinculares Dominancial y Doméstico.

Una forma en la cual la configuración endogámica se verifica en las realezas y noblezas de todas las épocas es la de sostenerse en lazos consanguíneos. Incluso en diversas civilizaciones, la egipcia, por ejemplo, podían darse matrimonios entre hermana-hermano o hija-padre.

Por razones de las que dan cuenta las leyes de la genética, los lazos consanguíneos, basados en la endogamia, suelen facilitar el desarrollo de patologías varias, entre ellas la hemofilia. 

El único hijo varón del Nicolás II y la zarina Alix o Alejandra, el zarévich, viene al mundo luego de sus hermanas. Fue así intensamente buscado y deseado como el heredero necesario.

Lo que inicialmente es motivo de alegría imperial se trastrueca en decepción y dolor al diagnosticársele hemofilia al flamante heredero, con lo cual su vida pende de un hilo desde el momento de nacer; téngase en cuenta que estamos en los albores del siglo XX, más de un siglo atrás.

La configuración endogámica, asociada a lazos consanguíneos que ligaban a toda la realeza europea, de Este a Oeste, tuvo así una derivación indeseable a la vez que, de alguna manera, inexorable. 

Ésa es la cuña por la cual Rasputín ingresa en la escena. 

Recomendado a la zarina, Rasputín salva “milagrosamente” al niño y establece un vínculo con la madre y el hijo que preserva la salud del heredero. Para la zarina se convierte en el antídoto, en el salvavidas imprescindible de su hijo y, por esa vía, finalmente en un asesor, un aliado incondicional y un confidente. 

Por su parte, el zar convalida el vínculo con el monje, tanto por ser la salvaguarda del príncipe como por acompañar a su esposa. 

Es decir, Rasputín es incorporado a la configuración endogámica y con tal incorporación comienza a construir poder hasta lograr un papel protagónico en el gobierno zarista, equivalente o superior al del primer ministro o al del jefe de la Iglesia Ortodoxa. 

A los efectos de este análisis, lo que vale es que la figura de Rasputín refuerza el despotismo asentado en la configuración endogámica.

La introducción del “monje negro” en la familia real potencia la cerrazón de la misma, su encapsulamiento creciente, tanto más cuanto persuade al zar y a la zarina que “el pueblo seguirá siempre a Su Alteza Imperial”. 

Así tenemos un quinto rasgo del despotismo, a partir de analizar la docuserie simplota: el de que tiende a integrar a su núcleo agentes que refuerzan el encierro endogámico, la disociación respecto del otro y lo otro.

Vale destacar que Rasputín se afirma en la fe religiosa, entendida a su manera, pero religiosa al fin. 

Un argumento del que se vale para justificar sus acciones es el de que es necesario pecar ya que el Evangelio impone el arrepentimiento como conducta: así, este monje razona y argumenta “que para cumplir con el mandamiento de arrepentirse es imprescindible pecar” e incluso induce a suponer que cuanto mayor sea la magnitud del pecado mayor será, y por lo tanto más valiosa, la magnitud del arrepentimiento. Es sabido que muchas y muchos pecan, particularmente poderosas y poderosos, porque gracias a la confesión, el arrepentimiento y la comunión quedan exentos de toda culpa y con el alma de reestreno para seguir pecando.

La postura de Rasputín pone así de manifiesto un lazo intrínseco y oscuro entre la fe religiosa llevada al fanatismo y la conducta inmoral, una suerte de justificativo retorcido para el “vale todo”. 

Según la serie, Rasputín se integra o se vincula con una congregación orgiástica denominada “El látigo” lo cual simboliza el nexo inherente entre la extrema fe religiosa y el despotismo.

Cuánto quizá de tamaña racionalización, además de otras falsas razones invocadas, será instrumentada por los sacerdotes pedófilos, cuyos comportamientos también se encuadran en el despotismo, aún cuando sea más circunstanciado que el de un régimen político.

La hemofilia del príncipe es un secreto del que sólo participan la pareja real, algunos familiares y Rasputín, un secreto que prácticamente mantendrán como tal hasta la tumba.

Ese secreto se torna un arma poderosa en manos de Rasputín, ya que le brinda la posibilidad de la extorsión implícita. Reiterados intentos, por presión de los cercanos, de deshacerse de él tropiezan cuando el monje invoca tanto su conocimiento de lo que se calla como su capacidad para conservar la salud del príncipe. 

Tenemos entonces que el secretismo es un sexto rasgo del despotismo

Recordemos el reclamo de los revolucionarios de Mayo: “el pueblo quiere saber de qué se trata”, el pueblo rechaza los secretos.

No obstante, se dará la ocasión en la cual miembros del gobierno y de la familia logren el ostracismo de Rasputín, quien acepta sabedor de que será inexorablemente llamado de nuevo por la pareja real, lo cual efectivamente sucede. Al tiempo de su reincorporación a la mesa autocrática será asesinado, lo cual ya lleva a otras cuestiones. 

Cuantos más fracasos afronta el zar, tanto en la primera guerra mundial como en el orden interno dado el crecimiento de la ola revolucionaria, más se refugia en el misticismo y en la fe religiosa. 

De tal manera, ese amurallamiento en la fe es incremento ya indetenible del enclaustramiento endogámico como acentuación del despotismo.

Esos fracasos conllevan un deterioro irrefrenable y finalmente terminal de la credibilidad de la población en general y de soldados y jefes militares, en particular en el zar. 

Grupos y regimientos enteros se pliegan a la movilización popular, se suman a lo que definitivamente culminará en la Revolución Rusa. 

Toda esa alteración del estado de cosas conduce a comportamientos paranoides de la pareja real, más evidentes en la zarina ya que el zar pareciera protegerse en la ingenuidad y en la renegación, el mecanismo descrito por Freud. 

Un séptimo rasgo del despotismo es el de que en su fase decadente todo vínculo con lo real es reemplazado por la configuración paranoide y una agudización extrema de la renegación (o la desmentida, en cierto modo un sinónimo de la renegación): 

se sustituye lo real por la propia creencia, profundamente ególatra, en el poder y las virtudes del sí mismo, al tiempo que se niega que lo que se ha tornado evidente sea cierto.

El derrumbe del zarismo se acelera, sobre todo a partir de la movilización de las mujeres en febrero de 1917, de las transacciones inconducentes a las que apela el zar, las negociaciones finalmente estériles con Kérenski, la sumatoria de manotazos de ahogado y, finalmente, por supuesto, la acción de los soviets y el Partido conducido por Lenin.

Trescientos años de dinastía Romanov concluyen.

Para la docuserie, esa conclusión se debe, sobre todo, a la ineptitud del zar, la obcecación de la zarina, el rol de monje negro de Rasputín y la corrupción de la familia extensa y la aristocracia rusa.

Es una interpretación, por lo menos, tendenciosa. Y una contundente expresión de despotismo.

Los Romanov caen porque un pueblo se alza, porque una población toma conciencia de que estaba sojuzgada y porque una organización política, el Partido Bolchevique, conducido por Lenin, encauza las luchas que sepultan la autocracia zarista.

A partir de octubre la definitiva y trascendente Revolución Rusa, que modificará de cuajo no sólo a Rusia sino también en gran medida al planeta, se materializará hasta estabilizarse luego de la cruenta guerra civil y tiempo después de terminada la Primera Guerra Mundial.



En la era del despotismo global

Estamos inmersos hoy en la era del despotismo global. 

El planeta en su totalidad está sojuzgado por el despotismo en sus distintas variantes; cada región y cada país soporta el despotismo con sus diferentes matices, pero despotismo al fin.

Coexisten el despotismo propio de la fase tardía del capitalismo, particularmente caracterizado por el capitalismo financiero, con el neocolonialismo, el colonialismo y el imperialismo.

Por un lado, hay despotismo del capitalismo tardío; por otro lado, existen las potencias colonialistas, países imperialistas y el neocolonialismo que consiste en la penetración cultural, ideológica y política. Quede claro que el despotismo se entiende desde la Política y no desde lo socioeconómico.

La Argentina, los otros países de América Latina y los del Tercer Mundo en general, padecen con toda la gravedad del caso, de la concurrencia de todas esas variantes del despotismo.

El despotismo no sólo se da en ese nivel macro y en los órdenes geopolítico y político propiamente dichos, sino que abarca la totalidad de la vida de las poblaciones, sobre todo de las más oprimidas:


  • deudas externas, 



  • propaganda desaforada de la cual se destaca la proveniente de los EEUU de Washington con su periodismo y la totalidad de su supuesta “producción artística”, sus universidades, su cine (con todos sus cineastas), sus series de televisión y sus medios de comunicación,

  • la imposición de lo “políticamente correcto” que fomenta y premia la inhibición de la imaginación, de la creatividad y de todo intento de transformación o genuinamente revolucionario,

  • las producciones “académicas”, los desarrollos intelectuales “nihilistas”, las propuestas reformistas y progresistas entretenedoras en distintas áreas no articuladas en el marco de un proyecto integral, la difusión abusiva de la charlatanería de tantos “pensadores” que reencarnan a lo peor de los antiguos sofistas,

  • las invasiones bélicas y la intromisión descarada, bloqueos inclusive, en los países sojuzgados o a sojuzgar, a menudo sustentadas en la visión maniquea “buenos versus malos”, “demócratas versus terroristas”,

son algunas de las manifestaciones más dramáticas de ese despotismo en sus diversas variantes.


  • la persistencia en un sistema político-institucional caduco como el de los tres poderes formales,

  • los estados al servicio de intereses de casta, de clase o de los grandes concentradores de poder,

  • el electoralismo en el marco de un régimen electoral obsoleto que induce a equiparar resultados electorales con voluntad popular, electoralismo en vías de agravarse con convocatorias a hacerlo extensivo para los poderes judiciales y todo ámbito, sin revisar de fondo dicho régimen (hasta esa insistencia malévola de los “juicios por jurados”, versiones edulcoradas de los linchamientos),

son algunas de las herramientas más notorias del despotismo.

El despotismo, además, se propaga, se replica, se reproduce en cada organización humana, desde las familias hasta las grandes corporaciones, desde las calles hasta los territorios más extensos, desde las aulas hasta los organismos supranacionales. 

Violencia familiar, violencia de género, patoterismo, narcotráfico, gatillo fácil, autoritarismo académico, politiquería en auge en niveles macro y micro, caudillismos y punterismo, son demostraciones de hasta qué grado el despotismo se expande y se capilariza.



El final del despotismo

Las revoluciones - inglesa, francesa, haitiana y latinoamericanas de la época de la independencia, mexicana, rusa, cubana, peronista (fundacional, la inaugurada en el 45), china, argelina, egipcia y de otros países africanos en su momento -, más allá de sus posteriores distorsiones o indeseables derivaciones, revelan que el despotismo es derrotado por los pueblos.

El pueblo 

en tanto población políticamente culturalizada y organizada, 

que se define por sus objetivos de liberación y realización, 

lo cual incluye y articula nación, trabajadores e integración entre pueblos,

asumiendo al despotismo como su término antagónico por excelencia,

es el actor, el único actor, que acaba con el despotismo.

El despotismo, y particularmente el de cada grupo que lo ejerce, en cada lugar, así como a nivel global, en algún momento, justamente por el avance de los pueblos, incurre en el síndrome de “los zares” cuyos síntomas expusimos en este artículo:


  • la caducidad de su asociación con lo divino o con la ilusión de omnipotencia,

  • el divorcio con lo real a un nivel que lo hace insostenible,

  • el derrumbe de su “topos” como Superyó colectivo y sustituyente de una suerte de Ideal del Nosotros,

  • el desmoronamiento de la visión maniquea negadora de la ambigüedad y la ambivalencia como propias de lo humano,

  • el encierro endogámico, vinculado con todo lo anterior, llevado a tal nivel que lo hunde en la extrema labilidad,

  • la asociación y complicidad con embaucadores, rasputines de todo pelaje, que fungen como asesores, encuestadores, “comunicadores” y medios, espías y sigue la lista, quienes, por distintos motivos e intereses, contribuyen a reforzar el enclaustramiento endogámico, a la burbuja,

  • la revelación de lo oculto, la publicación de los secretos,

  • la caída en la visión paranoide y en la agudización de la renegación.

Pero este síndrome y sus síntomas sólo son aprovechables cuando se ponen en marcha los pueblos, cuando la conducción, la organización y la cultura política prosperan en tal magnitud que el movimiento por la liberación y la realización se torna arrollador.


Rubén Rojas Breu
Buenos Aires, febrero 21 de 2020





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