Rubén Rojas Breu
ESO QUE LLAMAMOS “FACHO”
La
palabra “facho” es una síncopa de fascismo, esa tropa, esa hueste
o esa muchedumbre organizada que respondía incondicionalmente al duce,
su fundador, Benito Mussolini.
Hueste es
un vocablo apropiado ya que según el diccionario de la RAE significa: “conjunto
de los seguidores o partidarios de una persona o de una causa”.
Me
resisto a considerar al fascismo un movimiento político, aun cuando se aclare
que es de naturaleza totalitaria, porque designarlo así parece legitimarlo. No
estoy diciendo que fuera “apolítico”, ya que no hay nada por fuera de la
política; lo que estoy sugiriendo es que se trató de algo tan deleznable, tan
opuesto a la humanización, tan a contramano de la cultura que no merece un
calificativo que asocio con la dignidad y con el derecho de naciones, pueblos y
trabajadores a su emancipación y realización.
El
fascismo, el nazismo, el falangismo, las dictaduras cívico-militares, los
totalitarismos en general, incluyendo el maccarthysmo, el supremacismo blanco,
el Ku Klux Klan y el estalinismo, son algo así como el ejercicio de la política
para destruirla a esta desde dentro: diríamos que atentan contra el propio
sistema inmune de la política.
También
es factible considerar al fascismo (y sus equivalentes) una tropa según una de
las acepciones de la RAE: “grupo o muchedumbre de gente reunida con un fin
determinado”.
Asimismo,
vale definir al fascismo como una muchedumbre organizada, una muchedumbre, masa
en estado puro, que se comporta como una formación rígida, militarizada de
hecho, que responde obsecuente y obstinadamente a un capo.
Según
Orwell, la palabra “facho” se desnaturalizó al punto de que prácticamente se
aplica a cualquier persona, grupo o conducta que se considera tenazmente
opositora al punto de vista de quien busca descalificar a su contrincante.
En
cierto modo, el planteo de Orwell es atendible. Al mismo tiempo, esa
desnaturalización que el escritor británico observa puede reflejar una visión,
que debidamente canalizada, dé cuenta de que eso que llamamos “facho” cubre un
espectro de comportamientos y de posiciones que sobrepasan al fascismo original.
Ahora
bien, Orwell fue un literato que alcanzó indiscutida notoriedad y, en tanto
tal, no está exigido a dar cuenta científicamente de un uso o de cualquier
índole de comportamiento social o político.
Por
mi parte, soy científico e investigador social y sí debo, dada una conducta
colectiva determinada, responder al problema que encierra.
En
este caso el problema a dar respuesta es: ¿por qué la palabra “facho” alcanzó
tal empleo generalizado que excede con creces los alcances de la acepción
original?
Por
ejemplo, no podemos sustraernos a calificar al actual golpe en Bolivia de
nazifascista, por tanto, de “facho” y de fachos y fachas a quienes lo impulsan
y sostienen y de fachos a sus comportamientos.
Tampoco
podemos evitar considerar “facho” al gobierno actual de Brasil 2019 y, por mi
parte, al gobierno argentino en retirada, el de Cambiemos, así como a los
dictadores y dictaduras cívico militares que nos asolaron como las encabezadas
por Batista, Somoza, Pinochet, Videla, Bordaberry, etc.
También
es factible encontrarse con comportamientos fachos en sectores o grupúsculos de
los movimientos nacionales y populares, en la izquierda y en el llamado
progresismo, además obviamente de la derecha en general.
La
palabra fascismo se basa en el vocablo fascio que en español es “haz”,
específicamente “haz de varas” (haz es más o menos equivalente a “conjunto” o
“atado”, atado de equis elementos como leña, por ejemplo).
“Fascio”
a su vez deriva del latín “fasces” (plural de “fascis”). Debe pronunciarse como
en latín antiguo, o sea la c como “q” o “k” y no como “ch”, pronunciación
adoptada por el latín medieval y por el italiano.
El fascismo
fue una conjunción duce-muchedumbre organizada o hueste que se asentó en:
- el nacionalismo extremo,
- la superioridad de la raza de pertenencia,
- la hostilidad a toda ajenidad, o sea a todo no connacional
- el corporativismo o pacto de grandes corporaciones para sostener el régimen,
- la formación socioeconómica capitalista, aun cuando el fascismo pretendiera oponerse al liberalismo económico e, incluso, al capitalismo como tal.
Hasta
ahí, “facho” sería quien adhiera al fascismo, en cualquiera de sus tres
versiones principales – fascismo italiano, nazismo alemán y falangismo
español-.
Pero
ciertamente, como señalé antes “facho”, sin abandonar la acepción inicial, se
convirtió en una expresión de amplio espectro que en principio califica a
cualquiera que se conduzca, con la verba o con la acción, como un totalitario
particularmente violento.
A
poco que ahondemos, “facho” se aplica a más: no sólo a quienes se
conducen como lo antedicho, sino a la totalidad de comportamientos que derivan
en la hostilidad de cualquier carácter a ideas y acciones que producen disgusto
o rechazo a grupos y personas, con independencia de sus adscripciones
ideológicas.
Así,
pasa a ser de “facho” o de “facha” reprimir a manifestantes, maltratar a
personas débiles o vulnerables, agredir a cualquier manifestación que suponga
la innovadora y reconocida diversidad de género, a ideas que subviertan el
orden establecido, practicar el patriarcalismo, imponer algún fundamentalismo
religioso, etc.
La
totalidad de las palabras que utilizamos en cualquiera de los idiomas del
planeta tienen estos dos rasgos básicos.
- el de contener más una relación significante / significado, lo cual determina que siempre tengamos que decodificar “en contexto”
- el de significar algo distinto de la acepción original.
Por
ejemplo, la palabra “vino” es al mismo tiempo pretérito del verbo “venir” y
bebida resultante de la fermentación de la uva. Es en el “con-texto” de un
“texto” que decodificamos el vocablo, de modo tal que espontáneamente sabemos
que en “María vino de inmediato” aludimos al pasado de “venir” y en “María
apenas bebió de ese vino” nos referimos a la bebida.
A su
vez la denominación “vino” para conocer su origen hay que rastrear en el griego
antiguo, hebreo, hurrita y sánscrito. En griego originalmente habría
significado “beneficiar” y en sánscrito, “vena”, habría querido decir amor.
De este último origen surgiría Venus, es decir que la bebida habría sido
considerada con poderes afrodisíacos o “aquello que beneficia” o que “produce
efectos benéficos”.
De
modo tal, que con el correr de los tiempos se producen deslizamientos en las
palabras, determinadas por la retórica, en particular por los tropos “metáfora”
y “metonimia”. A eso hay que agregar las que hoy se nos aparecen como términos
más propios del lunfardo, de algún argot o de cualquier simple jerga popular;
así, el vino se puede representar con la palabra “chupi”, la cual a su vez es
aplicable a cualquier bebida alcohólica y se deriva, como es obvio, de “chupar”
uno de cuyos sinónimos es “succionar” lo que nos conduce a “amamantamiento” y,
entonces, de allí se deriva “mamar” y, justamente, “mamarse” como equivalente
de emborracharse. De donde "mamar" originalmente significaba únicamente "tomar la teta" pasa también a querer decir "embriagarse".
Por
lo tanto, lo que inquieta a Orwell no sucede sólo con la palabra “facho” sino
con cualquiera que forme parte de los vocabularios en vigencia.
Entonces,
vistas, así, las cosas, tenemos que abocarnos a la búsqueda del sentido último
y determinante de eso que llamamos “facho”.
Intencionalmente
uso el pronombre “eso” porque nos libera de atar la palabra “facho” a las
personas y, en cambio, nos permite vincularla también con los comportamientos.
Afirmo
esto porque ya vimos cómo desde el fascismo inicial, en unas décadas, se pasó
de calificar a grupos y personas con una ideología determinada a
comportamientos, sin abandonar, desde luego, la asociación, cuando cabe, con
grupos y personas.
Es
decir, “facho” o “facha” es a la vez:
- un calificativo de grupos o personas,
- un adjetivo aplicable a conductas.
A
todo esto, entre el período en que se adueñaron de estados y gobiernos el
nazismo, el fascismo y el falangismo y la actualidad mucha agua corrió bajo los
puentes, arrastrando con sus correntadas lo que entonces se imponía por nuevas
tendencias.
Concretamente,
el fascismo y el nazismo definieron como enemigos a etnias, judíos y gitanos,
particularmente; por su lado, el franquismo si bien tampoco era precisamente
amigable con tales poblaciones, hizo hincapié en un catolicismo ultramontano,
antediluviano y sometió a toda España a un régimen despótico en el cual sus
grandes columnas fueron la iglesia católica y las fuerzas armadas.
En
tales nefastas versiones originales, la homosexualidad era repudiada, la
ciencia era vituperada, perseguida o censurada, el pensamiento crítico estaba
absolutamente prohibido, etc. Eso a pesar de que entre nazis, fascistas y
falangistas hubo, por ejemplo, homosexuales como Ernst Röhm, jefe de la milicia
nazi SA (paralela a las hordas SS), Karl Ernst y Paul von Rörhbein, quienes
finalmente terminan asesinados en el marco de la “noche de los cuchillos
largos”.
Pero
hoy acontece, por ejemplo, que el literato francés Renaud Camus, ídolo del
extremismo ultraderechista y enemigo número uno de los inmigrantes desvalidos,
es manifiestamente homosexual.
Al
mismo tiempo, si alguien vocifera contra la homosexualidad, rápidamente lo
calificamos de “facho”. Así, oponerse a la homosexualidad es un comportamiento
facho.
Es
un comportamiento facho hostilizar al inmigrante y es un comportamiento facho
agredir a homosexuales u oponerse a la homosexualidad.
Es
también comportamiento facho el del gatillo fácil, el de reclamar de viva voz
“matar a todos los pibes que delinquen o los motochorros”, mandar a las mujeres
“a lavar platos”, agredir como hordas a mujeres que se desempeñan como árbitros
de fútbol, prohibir una publicación, etc.
En
todos los casos, la palabra “facho” se aplica a personas que ejercen la
violencia o a comportamientos bestiales.
Ahora
bien, esa hostilidad es a su vez solamente una expresión, ya que no todo
comportamiento hostil ni toda persona que ejerce violencia conlleva la
calificación “facha” o “facho”. No adjetivamos como facha la reacción airada de
alguien que es víctima de maltrato; de ninguna manera calificaríamos como
“facha” a una mujer que se defiende con uñas y dientes de un abusador o un
violador. Por el contrario, se le aplicaría a éste ese juicio, sobre todo si se
apoya en el argumento “ella me provocó” o en el aberrante “relajate y gozá”.
Entonces
se caen todos los intentos de buscar el significado de “facho” más o menos
convencionales ya que:
- Adherir o no al fascismo, nazismo o falangismo clausura los alcances de la acepción, toda vez que se le dice “facha” o “facho” a personas y comportamientos ajenos a tales concepciones
- La hostilidad, si bien es una manifestación plenamente compatible, se puede apreciar en personas y comportamientos no fachas ni fachos. ¿Quién no tiene reacciones airadas en alguna circunstancia?
- La oposición activa a un grupo étnico, a la homosexualidad, a los derechos de las mujeres o una corriente de opinión no es excluyente, no es únicamente propia de lo facho, tanto más si uno (y no es el único) de los líderes extremistas de ultraderecha es homosexual.
Podríamos
seguir descartando, con similares razonamientos, otras posibles adjudicaciones
que, en apariencia podríamos considerar para la búsqueda de la significación
última, pero en rigor sólo nos desviarían del sentido a precisar.
Desde
el principio, es decir desde las versiones originales de lo facho – fascismo,
nazismo y falangismo – hasta todas las acepciones actuales, un rasgo se
mantiene común, común a aquellas versiones y a estas acepciones: el de la
negación del otro y de lo otro.
Cuando
digo negación me refiero a la segunda acepción de este término según el
diccionario de la RAE: “dejar de reconocer algo, no admitir su existencia”.
Ya
aquí, una primera pista: lo facho implica no reconocer, no admitir la
existencia de algo.
Ahora,
es sólo una pista, porque habitualmente, dentro de los comportamientos “normales”
se da el de negar, el de no admitir la existencia de algo. Es decir, se trata
de un comportamiento que no siempre es facho o de facho.
Veamos
ahora qué “algo” es inadmisible para el facho o para eso que llamamos “facho”.
Los
humanos nacemos en el seno de la más plena interacción social.
Repetidamente
sostengo que no somos humanos porque nacemos en estado de indefensión,
de vulnerabilidad, de dependencia extrema.
Todo
lo contrario: porque somos humanos nacemos en estado de
indefensión, de vulnerabilidad, de dependencia extrema.
Ya
desde el cigoto u óvulo fecundado estamos en indisoluble ligazón con el vientre
materno (o tecnología mediante, sus equivalentes sustitutos) y, a su través,
con el entorno social, ya que la madre interactúa y, además, alimenta a su
embrión, por medio de producciones sociales, a lo que se suma que conversa,
escucha música, tiene momentos felices y momentos de estrés, todo lo cual llega
a dicho embrión.
Por
lo tanto, nos constituimos en la interacción social, interacción social que se
verifica por participar, inexorablemente de organizaciones humanas: desde la
familia hasta todo el arco, las de la salud por lo pronto, considerando la
intervención de la obstetra o del obstetra desde el comienzo del embarazo.
Por
otro lado, según uno de los axiomas de mi creación, el Método Vincular, toda
persona es una pluralidad de sujetos (no convalido, más aún descalifico
el uso habitual incluso en la literatura en boga en las Ciencias de lo Humano,
de la palabra “sujeto”).
Ese
axioma significa que en una persona coexisten múltiples actores y roles, que se
manifiestan en distintas ocasiones, que se mantienen en estado de latencia en
otras e, incluso, los que jamás llegan a evidenciarse.
Así,
por ejemplo, cada uno o cada una de nosotros / nosotras es o puede ser al mismo
tiempo hijo, hermano, madre, padre o contar con otra adscripción de parentesco,
amiga/amigo, compañera/o, trabajadora/trabajador, deportista, artista y también
pertenecer a un determinado grupo étnico, nación, región, culto religioso, etc.
María
es al mismo tiempo madre, hija, hermana, ingeniera, empleada de una empresa
vial, gimnasta, cinéfila, atea, etc. Es también argentina, descendiente de
europeos y activista política.
Sebastián
es simultáneamente hijo, hermano, escolar, compañero, amigo, ajedrecista y
creyente a punto de cumplir con algún rito de su credo. Al mismo tiempo
desciende de guaraníes, es paraguayo e hincha de Cerro Porteño.
Acá,
con fines únicamente didácticos, menciono solamente algunos actores o roles
como para dar una idea acerca de qué entender de un modo concreto por sujeto.
Pero
la cuestión es más compleja, ya que esos actores o roles son representaciones
fácilmente identificables, perceptibles.
La
complejidad radica en que hay un vasto, un casi inmensurable espectro de sujetos
en cada persona, a los cuales sólo se accede a través del conocimiento
científico, la investigación y la interpretación. Sabemos de su existencia
gracias a las Ciencias de lo Humano, sobre todo a partir del Psicoanálisis, de
la Antropología estructural, de la Sociología, de la Política y también de la
filosofía, particularmente hasta Hegel inclusive.
Por
empezar, toda humana y todo humano contiene, activamente, ambos géneros y también
las funciones que de ellos se derivan como las de madre, padre y restantes. Freud
plantea la tesis de la bisexualidad psíquica, de modo tal, por ejemplo, que el
heterosexual deja, inconscientemente, en estado de latencia su homosexualidad
(y viceversa).
Todas
y todos los perfiles, concepciones, posiciones en la totalidad de las áreas que
hacen a la vida humana están en la configuración psíquica de cada persona. A
cada una de esa infinidad de posiciones la denominamos sujeto. Así,
inexorablemente, cada persona es al mismo tiempo creyente y agnóstica, contiene
la diversidad de las concepciones políticas, es heterosexual, homosexual o
participa de alguna otra opción de la diversidad de género, incluye la variedad
de oficios y profesiones, es alumna o alumno y docente, etc.
Ahora
bien, la casi totalidad de esas posiciones y concepciones en cada persona se
encuentra en estado latente o relegada al inconsciente.
Ocurre
entonces que cada persona de ese amplísimo espectro de sujetos que contiene,
selecciona, sobre todo inconscientemente, algunos que sintetiza dando lugar
justamente a la persona o el Yo.
Cada
una y cada uno es al mismo tiempo persona, en tanto objeto de interacción para los
otros, y Yo en tanto se reconoce en su mismidad, en interacción consigo mismo.
La
persona y el Yo son configuraciones sintetizadoras. Sus síntesis contienen a
una diversidad de concepciones y posiciones, mientras las restantes quedan enclaustradas
en lo inconsciente.
A
mayor amplitud en esa síntesis que es la persona o el Yo, es imaginable que se
da mayor capacidad de interacción, de comprensión, de apertura, de disposición
a la aceptación de los otros y las otras en su diversidad, de lo otro en todo
su despliegue.
En
consecuencia, a mayor amplitud en esa síntesis, menor tendencia a fascitizarse,
a devenir facha o facho, a incurrir en comportamientos fachos.
Nos
acercamos de esta manera a la clave que nos permite desentrañar qué es eso
a lo que llamamos facho.
Si
consideramos a la facha o al facho como tal, lo que lo caracteriza es que
relega, reprime, sepulta en su inconsciente la casi totalidad de roles y
actores, perfiles, concepciones y posiciones para absolutizar a una: la
de asumirse como facho integrando una hueste que sigue obsecuentemente a un
jefe – como tal o una idea “absolutista” que tenga esa condición de
mando totalitario, aunque si se investiga debidamente siempre hay un jefe o una
jefa propiamente dichos -.
De
acuerdo al complejo análisis de la obra de Freud Psicología de las masas y
análisis del yo, el facho sustituye su ideal del yo por el jefe: es decir,
el facho renuncia inconscientemente a su propio ideal interno, intrapsíquico,
para sustituirlo por una figura externa a la que pasa a rendirle devoción.
Al proceder
así, se libera de la angustia que implica la distancia entre su propio ideal y
su yo. Al reemplazar a tal propio ideal por el jefe o el caudillo, le basta con
seguir obsecuentemente a éste: la voluntad de éste pasa a ser su voluntad; las
elecciones del jefe pasan a ser sus elecciones, por lo tanto, no tiene que
asumir la responsabilidad de decidir (se saca de encima una tarea muy pesada).
Se
identifica, inconscientemente, con el jefe y sobre tal base se agrupa con las
otras y los otros que participan de la misma devoción: todas y todos los que al
unísono reemplazaron sus ideales de sí por un jefe.
Este
jefe, a diferencia del genuino conductor político (cabe aclarar de modo
contundente), propone e impulsa:
- la aspiración a alcanzar posiciones de supremacía absoluta,
- la instalación de enemigos que supuestamente se oponen a tal aspiración absolutista.
Tanto
el jefe como todas y todos las y los integrantes de la hueste o de la horda,
entierran en su inconsciente la totalidad de sus propios sujetos internos que
puedan obstaculizar la plena convicción por la supremacía y la hostilidad al
enemigo declarado.
Dicho
de otra manera: al mismo tiempo que respecto de la sociedad jefe y huestes se
ligan para alcanzar la supremacía y para eliminar a los enemigos, respecto de
su mundo interno o su configuración psíquica silencian e inhuman a todas sus
tendencias, posiciones, actores, roles, concepciones que les restarían fuerzas
para su cometido totalitario o criminal.
De
tal manera, la facha y el facho al mismo tiempo que repudian a inmigrantes,
etnias distintas, pueblos originarios, géneros diversos, corrientes ideológicas
o políticas y lo que se quiera agregar, entierran en su inconsciente, tenaz y
enérgicamente, a todos los aspectos que representan a lo repudiado.
Así
que los fachos:
- hostilizan en su afuera a todo lo que pasa a ser enemigo
- reprimen vigorosamente en su adentro o en su psique todo lo que de alguna manera refleje al enemigo a destruir.
De
esta manera, avanzamos lo suficiente, por ahora al menos, para dejar en claro
qué es lo propio del facho.
Al iniciar
este análisis señalé que nos constituimos en la interacción, en la interacción
social por supuesto.
El
facho busca anular la interacción tanto a nivel de los vínculos con el entorno,
con los otros y con lo otro, como a nivel de su propia configuración psíquica,
ya que excluye a la casi totalidad de los sujetos que lo habitan,
a la totalidad de los otros, de las otras y de lo otro que se encuentra en su sí
mismo.
Nos
queda como interrogante qué pasa con el comportamiento facho, qué pasa propiamente
con eso que llamamos “facho”.
El
comportamiento facho pueda darse en todas las personas, en fachos y no fachos.
Se
trata de esas conductas verbales y actuadas, palabras y acciones, en las que
abruptamente se expresa hostilidad desmesurada hacia los otros, a partir de una
discrepancia, de una diferencia de opinión, de una perturbación por algún rasgo
de los otros que produce disgusto en el que reacciona a lo facho.
Esas
reacciones brutales contienen expresiones de palabra o en la acción claramente
inspiradas en concepciones arcaicas, fundamentalistas, fascistoides: entonces, podemos
sorprendernos porque alguien que se mostró siempre como respetuoso, cultivado,
refinado o solidario, repentinamente tiene exabruptos muy disruptivos, en los
que emerge misoginia, homofobia, racismo, intolerancia política, ideológica o
religiosa o cualquier otra manifestación de grave discriminación negativa.
En
tales casos nos encontramos que lo que en estas personas estaba reprimido, su
sujeto “facho”, súbitamente emerge porque no tolera circunstancialmente
una opinión, posición o conducta que lo desestabiliza, que lo desequilibra
psíquicamente, que pone en cuestión una creencia finalmente dogmática que, a
menudo, desconocía poseer y que, también con quienes interactúa, desconocían
que formaban parte de su acervo latente.
En
resumen, el comportamiento facho de alguien “no facho” consiste en la
emergencia repentina y desaforada de su sujeto “facho” reprimido.
Hasta
tal punto todas y todos contenemos, al menos en nuestro inconsciente, lo que
repudiamos conscientemente.
Si
no queremos que el indeseable sujeto facho nos desborde, lo
recomendable es:
- reconocer que en algún lugar de nuestro mundo psíquico ese “sujeto facho” se oculta, de modo de vacunarnos,
- abrirse constantemente con la mayor disposición, aprobando o reprobando, a contemplar el más amplio espectro de subjetividades, de posiciones, de concepciones diferentes.
Eso
que el facho no puede, no quiere o no sabe hacer.
Rubén
Rojas Breu
Diciembre
6 de 2019
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