viernes, 6 de diciembre de 2019

ESO QUE LLAMAMOS "FACHO"





Rubén Rojas Breu


ESO QUE LLAMAMOS “FACHO”


La palabra “facho” es una síncopa de fascismo, esa tropa, esa hueste o esa muchedumbre organizada que respondía incondicionalmente al duce, su fundador, Benito Mussolini.

Hueste es un vocablo apropiado ya que según el diccionario de la RAE significa: “conjunto de los seguidores o partidarios de una persona o de una causa”.

Me resisto a considerar al fascismo un movimiento político, aun cuando se aclare que es de naturaleza totalitaria, porque designarlo así parece legitimarlo. No estoy diciendo que fuera “apolítico”, ya que no hay nada por fuera de la política; lo que estoy sugiriendo es que se trató de algo tan deleznable, tan opuesto a la humanización, tan a contramano de la cultura que no merece un calificativo que asocio con la dignidad y con el derecho de naciones, pueblos y trabajadores a su emancipación y realización.

El fascismo, el nazismo, el falangismo, las dictaduras cívico-militares, los totalitarismos en general, incluyendo el maccarthysmo, el supremacismo blanco, el Ku Klux Klan y el estalinismo, son algo así como el ejercicio de la política para destruirla a esta desde dentro: diríamos que atentan contra el propio sistema inmune de la política. 

También es factible considerar al fascismo (y sus equivalentes) una tropa según una de las acepciones de la RAE: “grupo o muchedumbre de gente reunida con un fin determinado”.

Asimismo, vale definir al fascismo como una muchedumbre organizada, una muchedumbre, masa en estado puro, que se comporta como una formación rígida, militarizada de hecho, que responde obsecuente y obstinadamente a un capo

Según Orwell, la palabra “facho” se desnaturalizó al punto de que prácticamente se aplica a cualquier persona, grupo o conducta que se considera tenazmente opositora al punto de vista de quien busca descalificar a su contrincante. 

En cierto modo, el planteo de Orwell es atendible. Al mismo tiempo, esa desnaturalización que el escritor británico observa puede reflejar una visión, que debidamente canalizada, dé cuenta de que eso que llamamos “facho” cubre un espectro de comportamientos y de posiciones que sobrepasan al fascismo original.

Ahora bien, Orwell fue un literato que alcanzó indiscutida notoriedad y, en tanto tal, no está exigido a dar cuenta científicamente de un uso o de cualquier índole de comportamiento social o político.

Por mi parte, soy científico e investigador social y sí debo, dada una conducta colectiva determinada, responder al problema que encierra. 

En este caso el problema a dar respuesta es: ¿por qué la palabra “facho” alcanzó tal empleo generalizado que excede con creces los alcances de la acepción original?

Por ejemplo, no podemos sustraernos a calificar al actual golpe en Bolivia de nazifascista, por tanto, de “facho” y de fachos y fachas a quienes lo impulsan y sostienen y de fachos a sus comportamientos. 

Tampoco podemos evitar considerar “facho” al gobierno actual de Brasil 2019 y, por mi parte, al gobierno argentino en retirada, el de Cambiemos, así como a los dictadores y dictaduras cívico militares que nos asolaron como las encabezadas por Batista, Somoza, Pinochet, Videla, Bordaberry, etc. 

También es factible encontrarse con comportamientos fachos en sectores o grupúsculos de los movimientos nacionales y populares, en la izquierda y en el llamado progresismo, además obviamente de la derecha en general.

La palabra fascismo se basa en el vocablo fascio que en español es “haz”, específicamente “haz de varas” (haz es más o menos equivalente a “conjunto” o “atado”, atado de equis elementos como leña, por ejemplo).

“Fascio” a su vez deriva del latín “fasces” (plural de “fascis”). Debe pronunciarse como en latín antiguo, o sea la c como “q” o “k” y no como “ch”, pronunciación adoptada por el latín medieval y por el italiano.

El fascismo fue una conjunción duce-muchedumbre organizada o hueste que se asentó en:


  • el nacionalismo extremo,

  • la superioridad de la raza de pertenencia,

  • la hostilidad a toda ajenidad, o sea a todo no connacional

  • el corporativismo o pacto de grandes corporaciones para sostener el régimen,

  • la formación socioeconómica capitalista, aun cuando el fascismo pretendiera oponerse al liberalismo económico e, incluso, al capitalismo como tal.

Hasta ahí, “facho” sería quien adhiera al fascismo, en cualquiera de sus tres versiones principales – fascismo italiano, nazismo alemán y falangismo español-. 

Pero ciertamente, como señalé antes “facho”, sin abandonar la acepción inicial, se convirtió en una expresión de amplio espectro que en principio califica a cualquiera que se conduzca, con la verba o con la acción, como un totalitario particularmente violento. 

A poco que ahondemos, “facho” se aplica a más: no sólo a quienes se conducen como lo antedicho, sino a la totalidad de comportamientos que derivan en la hostilidad de cualquier carácter a ideas y acciones que producen disgusto o rechazo a grupos y personas, con independencia de sus adscripciones ideológicas.

Así, pasa a ser de “facho” o de “facha” reprimir a manifestantes, maltratar a personas débiles o vulnerables, agredir a cualquier manifestación que suponga la innovadora y reconocida diversidad de género, a ideas que subviertan el orden establecido, practicar el patriarcalismo, imponer algún fundamentalismo religioso, etc. 

La totalidad de las palabras que utilizamos en cualquiera de los idiomas del planeta tienen estos dos rasgos básicos.


  • el de contener más una relación significante / significado, lo cual determina que siempre tengamos que decodificar “en contexto”

  • el de significar algo distinto de la acepción original.

Por ejemplo, la palabra “vino” es al mismo tiempo pretérito del verbo “venir” y bebida resultante de la fermentación de la uva. Es en el “con-texto” de un “texto” que decodificamos el vocablo, de modo tal que espontáneamente sabemos que en “María vino de inmediato” aludimos al pasado de “venir” y en “María apenas bebió de ese vino” nos referimos a la bebida. 

A su vez la denominación “vino” para conocer su origen hay que rastrear en el griego antiguo, hebreo, hurrita y sánscrito. En griego originalmente habría significado “beneficiar” y en sánscrito, “vena”, habría querido decir amor. De este último origen surgiría Venus, es decir que la bebida habría sido considerada con poderes afrodisíacos o “aquello que beneficia” o que “produce efectos benéficos”. 

De modo tal, que con el correr de los tiempos se producen deslizamientos en las palabras, determinadas por la retórica, en particular por los tropos “metáfora” y “metonimia”. A eso hay que agregar las que hoy se nos aparecen como términos más propios del lunfardo, de algún argot o de cualquier simple jerga popular; así, el vino se puede representar con la palabra “chupi”, la cual a su vez es aplicable a cualquier bebida alcohólica y se deriva, como es obvio, de “chupar” uno de cuyos sinónimos es “succionar” lo que nos conduce a “amamantamiento” y, entonces, de allí se deriva “mamar” y, justamente, “mamarse” como equivalente de emborracharse. De donde "mamar" originalmente significaba únicamente "tomar la teta" pasa también a querer decir "embriagarse".

Por lo tanto, lo que inquieta a Orwell no sucede sólo con la palabra “facho” sino con cualquiera que forme parte de los vocabularios en vigencia. 

Entonces, vistas, así, las cosas, tenemos que abocarnos a la búsqueda del sentido último y determinante de eso que llamamos “facho”.

Intencionalmente uso el pronombre “eso” porque nos libera de atar la palabra “facho” a las personas y, en cambio, nos permite vincularla también con los comportamientos.

Afirmo esto porque ya vimos cómo desde el fascismo inicial, en unas décadas, se pasó de calificar a grupos y personas con una ideología determinada a comportamientos, sin abandonar, desde luego, la asociación, cuando cabe, con grupos y personas.

Es decir, “facho” o “facha” es a la vez:


  • un calificativo de grupos o personas,  

  • un adjetivo aplicable a conductas.

A todo esto, entre el período en que se adueñaron de estados y gobiernos el nazismo, el fascismo y el falangismo y la actualidad mucha agua corrió bajo los puentes, arrastrando con sus correntadas lo que entonces se imponía por nuevas tendencias. 

Concretamente, el fascismo y el nazismo definieron como enemigos a etnias, judíos y gitanos, particularmente; por su lado, el franquismo si bien tampoco era precisamente amigable con tales poblaciones, hizo hincapié en un catolicismo ultramontano, antediluviano y sometió a toda España a un régimen despótico en el cual sus grandes columnas fueron la iglesia católica y las fuerzas armadas. 

En tales nefastas versiones originales, la homosexualidad era repudiada, la ciencia era vituperada, perseguida o censurada, el pensamiento crítico estaba absolutamente prohibido, etc. Eso a pesar de que entre nazis, fascistas y falangistas hubo, por ejemplo, homosexuales como Ernst Röhm, jefe de la milicia nazi SA (paralela a las hordas SS), Karl Ernst y Paul von Rörhbein, quienes finalmente terminan asesinados en el marco de la “noche de los cuchillos largos”.

Pero hoy acontece, por ejemplo, que el literato francés Renaud Camus, ídolo del extremismo ultraderechista y enemigo número uno de los inmigrantes desvalidos, es manifiestamente homosexual. 

Al mismo tiempo, si alguien vocifera contra la homosexualidad, rápidamente lo calificamos de “facho”. Así, oponerse a la homosexualidad es un comportamiento facho. 

Es un comportamiento facho hostilizar al inmigrante y es un comportamiento facho agredir a homosexuales u oponerse a la homosexualidad. 

Es también comportamiento facho el del gatillo fácil, el de reclamar de viva voz “matar a todos los pibes que delinquen o los motochorros”, mandar a las mujeres “a lavar platos”, agredir como hordas a mujeres que se desempeñan como árbitros de fútbol, prohibir una publicación, etc.

En todos los casos, la palabra “facho” se aplica a personas que ejercen la violencia o a comportamientos bestiales.

Ahora bien, esa hostilidad es a su vez solamente una expresión, ya que no todo comportamiento hostil ni toda persona que ejerce violencia conlleva la calificación “facha” o “facho”. No adjetivamos como facha la reacción airada de alguien que es víctima de maltrato; de ninguna manera calificaríamos como “facha” a una mujer que se defiende con uñas y dientes de un abusador o un violador. Por el contrario, se le aplicaría a éste ese juicio, sobre todo si se apoya en el argumento “ella me provocó” o en el aberrante “relajate y gozá”. 

Entonces se caen todos los intentos de buscar el significado de “facho” más o menos convencionales ya que:


  • Adherir o no al fascismo, nazismo o falangismo clausura los alcances de la acepción, toda vez que se le dice “facha” o “facho” a personas y comportamientos ajenos a tales concepciones

  • La hostilidad, si bien es una manifestación plenamente compatible, se puede apreciar en personas y comportamientos no fachas ni fachos. ¿Quién no tiene reacciones airadas en alguna circunstancia?

  • La oposición activa a un grupo étnico, a la homosexualidad, a los derechos de las mujeres o una corriente de opinión no es excluyente, no es únicamente propia de lo facho, tanto más si uno (y no es el único) de los líderes extremistas de ultraderecha es homosexual.

Podríamos seguir descartando, con similares razonamientos, otras posibles adjudicaciones que, en apariencia podríamos considerar para la búsqueda de la significación última, pero en rigor sólo nos desviarían del sentido a precisar. 

Desde el principio, es decir desde las versiones originales de lo facho – fascismo, nazismo y falangismo – hasta todas las acepciones actuales, un rasgo se mantiene común, común a aquellas versiones y a estas acepciones: el de la negación del otro y de lo otro.

Cuando digo negación me refiero a la segunda acepción de este término según el diccionario de la RAE: “dejar de reconocer algo, no admitir su existencia”.

Ya aquí, una primera pista: lo facho implica no reconocer, no admitir la existencia de algo. 

Ahora, es sólo una pista, porque habitualmente, dentro de los comportamientos “normales” se da el de negar, el de no admitir la existencia de algo. Es decir, se trata de un comportamiento que no siempre es facho o de facho.

Veamos ahora qué “algo” es inadmisible para el facho o para eso que llamamos “facho”.

Los humanos nacemos en el seno de la más plena interacción social. 

Repetidamente sostengo que no somos humanos porque nacemos en estado de indefensión, de vulnerabilidad, de dependencia extrema.

Todo lo contrario: porque somos humanos nacemos en estado de indefensión, de vulnerabilidad, de dependencia extrema.

Ya desde el cigoto u óvulo fecundado estamos en indisoluble ligazón con el vientre materno (o tecnología mediante, sus equivalentes sustitutos) y, a su través, con el entorno social, ya que la madre interactúa y, además, alimenta a su embrión, por medio de producciones sociales, a lo que se suma que conversa, escucha música, tiene momentos felices y momentos de estrés, todo lo cual llega a dicho embrión.

Por lo tanto, nos constituimos en la interacción social, interacción social que se verifica por participar, inexorablemente de organizaciones humanas: desde la familia hasta todo el arco, las de la salud por lo pronto, considerando la intervención de la obstetra o del obstetra desde el comienzo del embarazo.

Por otro lado, según uno de los axiomas de mi creación, el Método Vincular, toda persona es una pluralidad de sujetos (no convalido, más aún descalifico el uso habitual incluso en la literatura en boga en las Ciencias de lo Humano, de la palabra “sujeto”).

Ese axioma significa que en una persona coexisten múltiples actores y roles, que se manifiestan en distintas ocasiones, que se mantienen en estado de latencia en otras e, incluso, los que jamás llegan a evidenciarse.

Así, por ejemplo, cada uno o cada una de nosotros / nosotras es o puede ser al mismo tiempo hijo, hermano, madre, padre o contar con otra adscripción de parentesco, amiga/amigo, compañera/o, trabajadora/trabajador, deportista, artista y también pertenecer a un determinado grupo étnico, nación, región, culto religioso, etc. 

María es al mismo tiempo madre, hija, hermana, ingeniera, empleada de una empresa vial, gimnasta, cinéfila, atea, etc. Es también argentina, descendiente de europeos y activista política.

Sebastián es simultáneamente hijo, hermano, escolar, compañero, amigo, ajedrecista y creyente a punto de cumplir con algún rito de su credo. Al mismo tiempo desciende de guaraníes, es paraguayo e hincha de Cerro Porteño.

Acá, con fines únicamente didácticos, menciono solamente algunos actores o roles como para dar una idea acerca de qué entender de un modo concreto por sujeto.

Pero la cuestión es más compleja, ya que esos actores o roles son representaciones fácilmente identificables, perceptibles. 

La complejidad radica en que hay un vasto, un casi inmensurable espectro de sujetos en cada persona, a los cuales sólo se accede a través del conocimiento científico, la investigación y la interpretación. Sabemos de su existencia gracias a las Ciencias de lo Humano, sobre todo a partir del Psicoanálisis, de la Antropología estructural, de la Sociología, de la Política y también de la filosofía, particularmente hasta Hegel inclusive. 

Por empezar, toda humana y todo humano contiene, activamente, ambos géneros y también las funciones que de ellos se derivan como las de madre, padre y restantes. Freud plantea la tesis de la bisexualidad psíquica, de modo tal, por ejemplo, que el heterosexual deja, inconscientemente, en estado de latencia su homosexualidad (y viceversa). 

Todas y todos los perfiles, concepciones, posiciones en la totalidad de las áreas que hacen a la vida humana están en la configuración psíquica de cada persona. A cada una de esa infinidad de posiciones la denominamos sujeto. Así, inexorablemente, cada persona es al mismo tiempo creyente y agnóstica, contiene la diversidad de las concepciones políticas, es heterosexual, homosexual o participa de alguna otra opción de la diversidad de género, incluye la variedad de oficios y profesiones, es alumna o alumno y docente, etc.
Ahora bien, la casi totalidad de esas posiciones y concepciones en cada persona se encuentra en estado latente o relegada al inconsciente. 

Ocurre entonces que cada persona de ese amplísimo espectro de sujetos que contiene, selecciona, sobre todo inconscientemente, algunos que sintetiza dando lugar justamente a la persona o el Yo. 

Cada una y cada uno es al mismo tiempo persona, en tanto objeto de interacción para los otros, y Yo en tanto se reconoce en su mismidad, en interacción consigo mismo. 

La persona y el Yo son configuraciones sintetizadoras. Sus síntesis contienen a una diversidad de concepciones y posiciones, mientras las restantes quedan enclaustradas en lo inconsciente.

A mayor amplitud en esa síntesis que es la persona o el Yo, es imaginable que se da mayor capacidad de interacción, de comprensión, de apertura, de disposición a la aceptación de los otros y las otras en su diversidad, de lo otro en todo su despliegue. 

En consecuencia, a mayor amplitud en esa síntesis, menor tendencia a fascitizarse, a devenir facha o facho, a incurrir en comportamientos fachos.

Nos acercamos de esta manera a la clave que nos permite desentrañar qué es eso a lo que llamamos facho.

Si consideramos a la facha o al facho como tal, lo que lo caracteriza es que relega, reprime, sepulta en su inconsciente la casi totalidad de roles y actores, perfiles, concepciones y posiciones para absolutizar a una: la de asumirse como facho integrando una hueste que sigue obsecuentemente a un jefe – como tal o una idea “absolutista” que tenga esa condición de mando totalitario, aunque si se investiga debidamente siempre hay un jefe o una jefa propiamente dichos -.

De acuerdo al complejo análisis de la obra de Freud Psicología de las masas y análisis del yo, el facho sustituye su ideal del yo por el jefe: es decir, el facho renuncia inconscientemente a su propio ideal interno, intrapsíquico, para sustituirlo por una figura externa a la que pasa a rendirle devoción.

Al proceder así, se libera de la angustia que implica la distancia entre su propio ideal y su yo. Al reemplazar a tal propio ideal por el jefe o el caudillo, le basta con seguir obsecuentemente a éste: la voluntad de éste pasa a ser su voluntad; las elecciones del jefe pasan a ser sus elecciones, por lo tanto, no tiene que asumir la responsabilidad de decidir (se saca de encima una tarea muy pesada). 

Se identifica, inconscientemente, con el jefe y sobre tal base se agrupa con las otras y los otros que participan de la misma devoción: todas y todos los que al unísono reemplazaron sus ideales de sí por un jefe.

Este jefe, a diferencia del genuino conductor político (cabe aclarar de modo contundente), propone e impulsa:


  • la aspiración a alcanzar posiciones de supremacía absoluta,

  • la instalación de enemigos que supuestamente se oponen a tal aspiración absolutista.

Tanto el jefe como todas y todos las y los integrantes de la hueste o de la horda, entierran en su inconsciente la totalidad de sus propios sujetos internos que puedan obstaculizar la plena convicción por la supremacía y la hostilidad al enemigo declarado.

Dicho de otra manera: al mismo tiempo que respecto de la sociedad jefe y huestes se ligan para alcanzar la supremacía y para eliminar a los enemigos, respecto de su mundo interno o su configuración psíquica silencian e inhuman a todas sus tendencias, posiciones, actores, roles, concepciones que les restarían fuerzas para su cometido totalitario o criminal. 

De tal manera, la facha y el facho al mismo tiempo que repudian a inmigrantes, etnias distintas, pueblos originarios, géneros diversos, corrientes ideológicas o políticas y lo que se quiera agregar, entierran en su inconsciente, tenaz y enérgicamente, a todos los aspectos que representan a lo repudiado. 

Así que los fachos:


  • hostilizan en su afuera a todo lo que pasa a ser enemigo



  • reprimen vigorosamente en su adentro o en su psique todo lo que de alguna manera refleje al enemigo a destruir.


De esta manera, avanzamos lo suficiente, por ahora al menos, para dejar en claro qué es lo propio del facho.

Al iniciar este análisis señalé que nos constituimos en la interacción, en la interacción social por supuesto. 

El facho busca anular la interacción tanto a nivel de los vínculos con el entorno, con los otros y con lo otro, como a nivel de su propia configuración psíquica, ya que excluye a la casi totalidad de los sujetos que lo habitan, a la totalidad de los otros, de las otras y de lo otro que se encuentra en su sí mismo.

Nos queda como interrogante qué pasa con el comportamiento facho, qué pasa propiamente con eso que llamamos “facho”.

El comportamiento facho pueda darse en todas las personas, en fachos y no fachos. 

Se trata de esas conductas verbales y actuadas, palabras y acciones, en las que abruptamente se expresa hostilidad desmesurada hacia los otros, a partir de una discrepancia, de una diferencia de opinión, de una perturbación por algún rasgo de los otros que produce disgusto en el que reacciona a lo facho. 

Esas reacciones brutales contienen expresiones de palabra o en la acción claramente inspiradas en concepciones arcaicas, fundamentalistas, fascistoides: entonces, podemos sorprendernos porque alguien que se mostró siempre como respetuoso, cultivado, refinado o solidario, repentinamente tiene exabruptos muy disruptivos, en los que emerge misoginia, homofobia, racismo, intolerancia política, ideológica o religiosa o cualquier otra manifestación de grave discriminación negativa. 

En tales casos nos encontramos que lo que en estas personas estaba reprimido, su sujeto “facho”, súbitamente emerge porque no tolera circunstancialmente una opinión, posición o conducta que lo desestabiliza, que lo desequilibra psíquicamente, que pone en cuestión una creencia finalmente dogmática que, a menudo, desconocía poseer y que, también con quienes interactúa, desconocían que formaban parte de su acervo latente. 

En resumen, el comportamiento facho de alguien “no facho” consiste en la emergencia repentina y desaforada de su sujeto “facho” reprimido.

Hasta tal punto todas y todos contenemos, al menos en nuestro inconsciente, lo que repudiamos conscientemente. 

Si no queremos que el indeseable sujeto facho nos desborde, lo recomendable es:


  • reconocer que en algún lugar de nuestro mundo psíquico ese “sujeto facho” se oculta, de modo de vacunarnos,

  • abrirse constantemente con la mayor disposición, aprobando o reprobando, a contemplar el más amplio espectro de subjetividades, de posiciones, de concepciones diferentes.

Eso que el facho no puede, no quiere o no sabe hacer.

Rubén Rojas Breu
Diciembre 6 de 2019



















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