domingo, 29 de diciembre de 2019

EN TORNO AL CONCEPTO DE REVOLUCIÓN





Rubén Rojas Breu


EN TORNO AL CONCEPTO DE REVOLUCIÓN


Reviviendo un concepto trascendental

Amparándose en interpretaciones prejuiciosas serviles del orden establecido hegemónico en el planeta, orden inexorablemente despótico, los concentradores de poder con la asistencia de las factorías ideológicas de las potencias, de las corporaciones dominantes globales y de las castas locales buscan obcecadamente descalificar un concepto trascendental: el de revolución.


Precisemos: nos referiremos en este artículo estricta y rigurosamente al concepto de 

revolución en la política

Es justamente en relación con la política que los concentradores de poder lanzaron su formidable armamento contra el concepto de revolución.

Esa descalificación incluye las asociaciones antojadizas de la palabra y de la idea de “revolución” con puerilismo, con apego a lo que ya fue, con nostalgia, con anacronismo, con violencia irracional e ineficaz, con falta de criterio de realidad.

Los argumentos de que se valen, así como las experiencias en las que se apoyan, muchas de las cuales parecen darles la razón, son de un amplísimo espectro.

Así, sin pretensión de exhaustividad, entre tales argumentos y experiencias se citan:



  • El supuesto fracaso de las grandes revoluciones del siglo XX, fundamentalmente la revolución rusa cuya defunción se habría concretado con la caída del muro de Berlín en 1989, aunque ya con anterioridad y, diríamos, desde la entronización de Iósif Vissariónovich Dzhugashvili (a) Stalin había caducado; también dentro de esos pretendidos fracasos se incluye la gran mayoría de las que se dieron en tal siglo en el Tercer Mundo, incluyendo la peronista de nuestro país,

  • La derrota definitiva de sonoros intentos revolucionarios también en las mismas latitudes e, incluso, en países centrales como Francia, Alemania, Italia, etc.,

  • La desvirtuación de la Revolución China,

  • Las frustraciones atribuidas a la Revolución Cubana,

  • La declinación o la esterilidad en lo relativo a la producción de teoría que sustente las aspiraciones revolucionarias junto con la claudicación de intelectuales originalmente de izquierda y tercermundistas,

  • El pretendidamente definitivo triunfo del capitalismo, formación socioeconómica y sólo socioeconómica a la que se da por insuperable, como capaz de satisfacer la totalidad de los anhelos de la humanidad, un capitalismo dotado de capacidad adaptativa, hábil para metamorfosearse según los espacios y los tiempos,

  • La victoria final de lo que, infundadamente, se da en llamar “democracia” lo cual no es más que un maquillaje entre seductor e hipócrita que enmascara a un despotismo que gusta de mimetizarse.

A todo lo antedicho se suma que intelectuales han desacreditado la expresión, entre ellos el psiquiatra y teólogo laico francés Jacques Lacan el cual aseveró que la palabra “revolución”, tomada para él únicamente de la astronomía, significa retorno al punto de partida y, por lo tanto, negadora de transformación. Veremos cómo esta interpretación del reaccionario admirador del académico nazi Heidegger y psiquiatra del ejército francés colaboracionista en la París ocupada es insustentable. Hago estos señalamientos sobre Jacques Lacan para poner de manifiesto que por su perfil es esperable que se oponga a todo lo que huela a revolución.

Mi propósito en este artículo, tal como lo enuncio en el subtítulo, es el de revivir, resucitar, el concepto de revolución. No sólo pretendo insuflarle nueva vida, lo cual sería insuficiente y de módica aspiración, sino recuperar, hacer renacer, revalidar su carácter trascendental.
Es un aporte para reflotar, para impulsar, para revitalizar y, sobre todo, para proclamar la imprescindibilidad de un concepto que alude a algo que se va tornando imperioso y, al mismo tiempo, anhelado por los pueblos y por los trabajadores, tal como se está viendo:


  • por lo que sucede en varios países hermanos latinoamericanos,

  • por las movilizaciones que se están dando ahora en nuestro país,

  • por las expectativas latentes que la población argentina metacomunicó en los recientes procesos electorales, no interpretadas todavía por las dirigencias e intelectuales,

  • por las rebeliones y movilizaciones que se dan en varias latitudes del planeta, como en Francia y en varios países del tan maltratado Medio Oriente, e incluso en Cataluña, Escocia y Hong kong o, como sucediera no hace mucho, en Grecia.

En estas regiones y países que menciono se hacen patentes situaciones revolucionarias, pero por la extensión que abarcan cabe a esta altura suponer que latentemente la gran parte del planeta está en crisis que anticipan estallidos. 

Desde la extrema desigualdad inédita por la cual cuatrocientas fortunas familiares equivalen al patrimonio total de la mitad de la humanidad (y va in crescendo aceleradamente) hasta el riesgo de cataclismo por la depredación ambiental que va tornando inhabitable a la Tierra, está todo dado para que se produzcan reacciones en cadena, que deberían ser canalizadas a través de revoluciones, justamente para que sean eficaces, constructivas, destinadas a cambiar sustancial y en sentido claramente favorable, la vida de miles de millones de personas, de decenas de naciones, de cientos de pueblos. 

Los argumentos arriba enunciados, así como las lecturas, a todas luces tendenciosas que se hacen de las experiencias citadas, requieren ya ser demolidos.

No hubo tal fracaso de la Revolución Rusa, ni tampoco de la mexicana, ni de la argentina peronista ni de ninguna otra, así como tampoco mera desvirtuación de la china o mera suma de frustraciones de la cubana.

La Revolución Rusa, antecedida por la mexicana, estableció un paradigma para todo el siglo XX, lo cual fue señalado por Perón quien sostenía que había para el mundo un antes y un después de tal Revolución, tal como había acontecido con la francesa, justamente hasta la concreción de aquélla.

Más allá de Stalin y su estalinismo, la Revolución Rusa inauguró un nuevo modo, radicalmente transformador, acerca de cómo entender al mundo, lo humano y, en particular, los derechos de trabajadores y pueblos, e incluso, de las mujeres cuyo lugar en las sociedades empezó a cambiar con tal revolución. Un objetivo básico del fascismo y del nazismo fue el de frenar y aun erradicar la Revolución Rusa y su influencia.

Todas las demás revoluciones no sólo produjeron también transformaciones de raíz en favor de trabajadores, pueblos, naciones, sino que más allá de sus avances y retrocesos, fueron estableciendo jalones en aras de instauración de derechos que, en su gran mayoría, se establecieron para permanecer, se “naturalizaron”. 

Así que, reitero, no hubo tal fracaso.

Por otro lado, el capitalismo, así como se destaca por su capacidad de adaptación también hay que considerar:


  • Que es únicamente una formación socioeconómica y, por lo tanto, lo humano lo excede por los cuatro costados. Dar al capitalismo un estatus de protagonismo excluyente, absoluto, es negar la complejidad de lo humano e incurrir en burdo reduccionismo.

  • Que es incapaz de satisfacer, aún en lo económico, las expectativas y requerimientos de la humanidad,

  • Que está acabando con la vida, con el clima, con el aire, con el agua, con el planeta.

Respecto de la “democracia” más formal que cierta, hace tiempo que exuda insuficiencia y, lo que es más grave, constituye una mascarada de un despotismo encubierto, un despotismo ejercido por las grandes corporaciones de todas las áreas y no sólo las financieras sino también las tecnológicas, industriales, comerciales, proveedoras de servicios y controladoras de grupos hegemónicos del negocio de la comunicación en todas sus áreas. 

También hay que incluir a las grandes corporaciones militares, burocráticas, religiosas, académicas, etc. 

La Argentina de las jornadas de diciembre de 2001, que se continuaron por un tiempo en las asambleas populares, demostró que esa democracia de utilería caducó, empezando por revelar la obsolescencia del régimen de los tres poderes formales ideado por el conde de Montesquieu, régimen auspicioso en su momento histórico, pero ya declinante hoy. 
Respecto de la aseveración de Lacan, sus acólitos y también de otros escribas y profetas reaccionarios cuando no cínicos, es entendible en el marco de quienes adhieren al mantenimiento de lo establecido, aunque a menudo, como las sirenas, distraigan y embelesen con su canto.

Su yerro es postular que “revolución” no significa transformación sistémica o estructural vertiginosa y terminante porque astronómicamente, luego de una “revolución” un astro, v.g. un planeta, vuelve a su punto de partida.

En primer lugar, no hay tal vuelta a ningún punto de partida porque el universo en expansión y, por lo tanto, en movimiento, genera que el original punto de partida se haya desplazado. Así, por ejemplo, luego de completar su órbita alrededor del Sol, el cual está en perpetuo movimiento, la Tierra se ubica en un punto distinto del previo.

En segundo lugar, la palabra “revolución” en política, en lo social, en lo cultural y otras áreas, tiene una etimología muy diferente de toda vinculación con desplazamiento orbital, como veremos.



Origen del término “revolución” en Política

La palabra “revolución” comienza a emplearse con la Revolución Gloriosa inglesa, de fines del siglo XVII que pone fin a los Estuardo e instaura un nuevo régimen basado en el protestantismo, más específicamente en el anglicanismo.

Es con la Revolución Francesa que la palabra cobra énfasis y, sobre todo, a partir de Marx y Engels que la adoptan para fundamentar, sobre la base de la lucha de clases como motor de la Historia, que el proletariado conducido por su organización política debía encarar la tarea revolucionaria de poner fin a la dictadura de la burguesía para imponer la suya (dictadura se entiende como “dirección” o como modo de imponer el dictado de una clase -hasta entonces sometida-, a la sociedad en su conjunto, eliminando a la clase hasta entonces dominante).


Historia de las revoluciones

Una historia de las revoluciones debería ser objeto de especialistas, por lo tanto, de historiadores. 

De tal manera, no está dentro de mis incumbencias la cuestión ya que me especializo en investigación social, estrategia y comunicación, basándome en el Método Vincular – de mi creación – y en conceptualizaciones de mi autoría sobre Política. 

Así que más que historiar plantearé interrogantes. 

Si uno evita incurrir en nominalismo, vale suponer que las revoluciones debieron comenzar con anterioridad al surgimiento del vocablo y el concepto “revolución”. 

¿Hubo revoluciones desde el comienzo de la Historia de la Humanidad? ¿Por qué no?

Por ejemplo, en el siglo XIV AC, hace casi 3.500 años, Akenatón, desde su lugar de faraón junto con “Bondad de Atón, la bella ha llegado”, su esposa Nefertiti – quizá toda una Evita de entonces-, ¿no generó una revolución al despojar de poder a la oligarquía clerical e imponer el culto excluyente de Atón y junto con ello el acceso al poder del pueblo egipcio en la medida que era posible entonces?

¿No fue revolucionario Pericles? 

¿No lo fue Filipo de Macedonia? 

¿No propició revoluciones en Oriente Medio Alejandro Magno a cuyo paso fue contando con la adhesión de pueblos subyugados? 

¿No fue Espartaco revolucionario, aun habiendo sido derrotado? 

¿No lo fue Jesús de Galilea cuya prédica contribuye notoriamente a lo que desembocaría en el derrumbe del imperio romano? 

¿No lo fueron los líderes y pueblos mal llamados “bárbaros” que acaban también con el imperialismo romano y dan origen al feudalismo? 

¿No lo fueron quienes alteraron sustancialmente la historia de muchas comunidades asiáticas, siendo particularmente interesante interiorizarse sobre la antigua Corea? 

¿No las hubo en las sociedades de nuestro continente antes del advenimiento de los conquistadores, toda vez que hay testimonios sobre la caída de regímenes despóticos?

¿No fueron revolucionarios Tupac Amaru, Tupac Katari y Hatuey? 

¿No hubo revoluciones durante la era feudal europea, como por ejemplo el levantamiento del campesinado germano traicionado por el conservador Lutero?

En fin, interrogo. Habrá expertos que puedan dar respuestas afirmativas o negativas a estas preguntas. 

afirmo con fundamento, en el marco de esta brevísima historia de las revoluciones, que no existió ninguna revolución “americana”, entendiendo por tal al levantamiento de las trece colonias de lo que empezó siendo el país conocido como Estados Unidos y al que denomino EEUU de Washington.

No fue una revolución por varias razones:


  • Fue un alzamiento de colonos, potentados y esclavistas en gran número, empezando por Washington (hacendado poseedor de cientos de esclavos),

  • Tal alzamiento fue para oponerse al pago de impuestos a la corona inglesa,

  • Se trató en buena medida de una guerra de índole geopolítica, ya que Washington y los suyos fueron activamente apoyados con fuerzas militares, impedimenta y también asesoramiento por España y Francia, en este orden,

  • Adoptaron más o menos buena parte de la propia constitución inglesa post-revolución gloriosa y, sobre todo, de las ideas revolucionarias que ya campeaban en Francia y España, países en los cuales había destacados pensadores y políticos que promovían la caducidad del absolutismo,

  • Al tiempo inició un proceso de expansión por vía de la anexión de territorios, lo cual contraviene preceptos revolucionarios; tengamos en cuenta que Haití, el primer país revolucionario del continente, y la lucha por la independencia liderada por Belgrano, Moreno, San Martín, Miranda, Bolívar, Sucre, etc. liberaron -no anexaron-.

  • También impulsó mantener el orden establecido, conservador y antipopular, en todos los países americanos, empezando justamente por Haití, país en el cual se había abolido la esclavitud y los EEUU de Washington lograron reimponerla.


Habermas comenta que los franceses, a fines del siglo XVIII, cuando el magnate y bon vivant Jefferson viaja a Francia tanto con el fin de conquistar damas como el de presionar a Napoleón para sojuzgar a Haití, es puesto al corriente por los revolucionarios galos acerca de que ellos, en los EEUUW, habían hecho “una revolución”. 

Era de interés de los franceses, interés geopolítico, que se difundiera la idea benéfica, glorificada, de “revolución”. Así que de tal manera el derrochón y donjuanesco yanqui vino a anoticiarse de que él era revolucionario: ¿se habrá sorprendido, tanto más cuanto también lo habrían sido los tan conservadores Washington, Franklin, etc.?


Historia del concepto “revolución”

Ya Aristóteles había considerado una acepción que correspondería a la que estamos abordando al plantear dos tipos de “revoluciones políticas”:


  • Cambio completo desde una constitución a otra.

  • Modificación desde una constitución existente.

Según el Estagirita, una revolución puede concretarse con una de dos finalidades: la de cambiar radicalmente un gobierno o la de hacerse cargo de dicho gobierno los revolucionarios.

Maquiavelo en El príncipe -y también en parte de su correspondencia con Guicciardini- señala que las clases subalternas tienen derecho a sublevarse, poniendo de manifiesto cómo quienes concentran poder las someten.

Ya sus compatriotas, los Villani, se habían referido al tipo de cambio político destinado a negar el orden instituido.

Desde luego, Marx y Engels reiteradamente se refieren al concepto “revolución”, destacándose particularmente su mención en el Manifiesto Comunista en el que enuncian los fines de una revolución comunista y describen las acciones que deben llevarse a cabo para poner fin al capitalismo e instaurar una sociedad sin clases, bajo la dirección del proletariado.

Según Rosa Luxemburgo, en Reforma y Revolución: 

“El fundamento científico del socialismo reside, como se sabe, en los tres resultados principales del desarrollo capitalista. Primero, la anarquía creciente de la economía capitalista, que conduce inevitablemente a su ruina. Segundo, la socialización progresiva del proceso de producción, que crea los gérmenes del futuro orden social. Y tercero, la creciente organización y conciencia de la clase proletaria, que constituye el factor activo en la revolución que se avecina”

Desacredita en esos artículos a Bernstein que opta por el cambio a la manera de la socialdemocracia.

Lenin se refirió a la “revolución” un sinnúmero de veces y, además, condujo la Revolución Rusa. En uno de sus textos, El estado y la revolución, señala enfáticamente:

“La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible sin una revolución violenta”.

Esa imposibilidad a la que se refiere Vladimir Ilich Uliánov radica en que la burguesía no cede pacíficamente su poder. 

Como es archisabido, Trotsky propone la tesis de la revolución permanente, la cual es particularmente desarrollada en su texto de 1930. De acuerdo a tal tesis, la revolución tiene como premisa el internacionalismo proletario y requiere, para imponerse - como revolución de la clase obrera con la consiguiente derrota del capitalismo -, llevarse a cabo a nivel global, particularmente tratándose de los países con burguesía débil en los cuales esta clase es impotente para, al menos, concretar la revolución democrático burguesa.

De los diversos y concatenados postulados que Trotsky expone, quizá el de mayor interés para nuestros países es éste:

“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas”

Sin duda, Gramsci enfoca la cuestión con originalidad, incluso acuña la expresión revolución pasiva. Lo de mayor interés en el marco de este artículo es su valoración de la Revolución Rusa respecto de la cual interpreta que “desoyó” las previsiones de Marx en tanto para éste la revolución conducida por el proletariado era posible en países capitalistas plenamente desarrollados, v.g. Inglaterra, Francia o Alemania. En mi opinión, Marx atendía muy especialmente el curso de Francia. 

Si bien Gramsci genera desde diversidad de interpretaciones de su obra y acción hasta controversias, lo que vale acá rescatar es su ponderación de la Revolución Rusa y su tesis de que los trabajadores pueden tener protagonismo revolucionario en países insuficientemente desarrollados, categoría aplicable a la Argentina y los países oprimidos en general. 

Hannah Arendt también se ocupa del concepto de “revolución” pero si bien en apariencia su postura es de reconocimiento a la postre lo desestima, descalifica a las revoluciones porque derivan en la sustitución de un régimen absolutista por un nuevo orden despótico, ya que se centran más en la liberación que en la libertad. Muestra así su apego a la idea de libertad divorciada de la acción liberadora de una nación y su pueblo, su apego a la idea de la libertad del “individuo”. Se reafirma esta interpretación si se toma en cuenta que desacredita a la Revolución Francesa mientras enaltece, cómo ejemplar y como única, a una revolución ficticia, la de los EEUU de Washington. 

Si se compara a la Francia a partir de la Revolución Francesa con los EEUU de Washington, queda en evidencia que los derechos y las libertades propias del país europeo superan con creces a las de la potencia del norte de nuestro continente, en la cual la esclavitud se abolió hacia 1865 aunque fácticamente continuó hasta avanzados los 60 del siglo XX y, además, el grado de acceso a derechos y libertades de negros y de hispanos está muy por debajo de los blancos. Arendt, alemana al fin, pareja en su juventud del académico nazi Heidegger, quizá no podía reconocer seguramente méritos de la potencia europea par de su país, el cual la había ocupado con el ejército nazi y la Gestapo. 

Descalificar:


  • a la Revolución Francesa,

  • a las revoluciones latinoamericanas y tercermundistas en general, particularmente la Justicialista y la Cubana,

  • a la Revolución Rusa,

  • a la Revolución China,

es un modo eufemístico de desacreditar toda vocación revolucionaria, toda idea de revolución, todo argumento en favor de la acción revolucionaria. 

Es tema a tratar separadamente el de la fascinación que los nazis y los fascistas acabaron por tener por los EEUU de Washington, país que se benefició grandemente del aporte de aquéllos. 

Arendt coincide curiosamente con Lacan quien, en el célebre “mayo francés” de 1968, les endilga a los estudiantes que estaban buscando cambiar de amo.

Eva Perón escribió su célebre texto El peronismo será revolucionario o no será, del cual extraemos estas palabras:

“En mi país lo que estaba por hacer era nada menos que una Revolución. Cuando la "cosa por hacer" es una Revolución entonces el grupo de hombres capaces de recorrer ese camino hasta el fin se reduce a veces al extremo de desaparecer. Muchas revoluciones han sido iniciadas aquí y en todos los países del mundo. Pero una Revolución es siempre un camino nuevo cuyo recorrido es difícil y no está hecho sino para quienes sienten la atracción irresistible de las empresas arriesgadas”. 

Y más adelante enfatiza: “yo sé que cuando ellos me critican a mí en el movimiento es que en el fondo les duele la Revolución”.

Estas aseveraciones de Evita dejan flotando el interrogante de si al “peronismo oficial” de esta Argentina que concluye la segunda década del siglo XXI se lo debe considerar efectivamente peronista, tanto más cuanto gran parte de su dirigencia ha optado por definirse “progresista” (lo que equivale a reformas o cambios de estructuras o superación de desequilibrios del sistema imperante y no cambio del sistema mismo, en su totalidad).

Perón, ya como integrante del GOU, junto con varios de sus pares coroneles, revela su vocación revolucionaria. Cuando es desalojado por primera vez del gobierno instaurado en 1943 por “comunista”, en una reunión con tales compañeros del GOU en la que éstos le solicitan que se ponga al frente de un movimiento de transformación, al aceptar el entonces coronel, declaran: “tomaremos el gobierno”.

Perón enuncia cuatro etapas de una revolución: 

la filosófico-doctrinaria, la toma del poder, la dogmática y la institucional. 

Y dice que aspira a ser el Lenin de la revolución, el cual como líder ruso preparó el movimiento revolucionario, y subraya Perón: “aunque había disfrutado muy poco del poder”.  

Advertía Perón que toda revolución debía pasar por la toma del poder. Y de ello se había encargado el Grupo de Oficiales Unidos (GOU). 

Uno de los fundadores del movimiento peronista, John William Cooke, oponiéndose a reformistas y progresistas, señala en Peronismo y Revolución de 1971 que no se trata de cambiar las estructuras del sistema sino “el sistema de las estructuras”. 

Según Frantz Fanon el orden colonial puede ser revertido únicamente por la revolución e insiste sobre la importancia de la violencia ya que sostiene que el orden del colonizador se instaura por medio de la violencia; por tanto, debe ser derrocado a través de la violencia. 
Si bien en lo sustancial el planteo de Fanon es acertado, a la vez estamos en condiciones hoy de señalar:


  • Que no necesariamente la revolución supone violencia en la acepción más difundida del término

  • Que habría que precisar qué entender por violencia

Ciertamente la revolución peronista iniciada en 1943, fuertemente potenciada en octubre del 45 y finalmente concretada a partir de junio del 46 fue claramente más pacífica que violenta. 

Según Mariátegui:
“La misma palabra Revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La revolución latinoamericana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra, agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: “antiimperialista”, “agrarista”, “nacionalista-revolucionaria”. El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos” (Editorial de la revista Amauta, 1928).

En su discurso del 1º mayo de 2000, Fidel Castro define así la “revolución”:

  "Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera de la actitud social y nacional. es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio;
es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo;
es luchar con audacia, inteligencia y realismo;
es no mentir jamás ni violar principios éticos;
es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas.
Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.

Ernesto “Che” Guevara eleva al más alto pedestal, imaginariamente o no, la figura del revolucionario. En sus desarrollos teóricos como en su acción demostró que la revolución, basada en su comprensión del marxismo-leninismo, era inexorable para la liberación de nuestros pueblos, toda vez que consideraba que las burguesías nacionales claudicaban siempre frente al imperialismo, particularmente el imperialismo yanqui, el principal enemigo de los pueblos latinoamericanos.

Como Mariátegui, vinculaba el sometimiento actual de nuestros pueblos con la conquista de América – para Marx la gran contribución para el desarrollo del capitalismo de los países centrales – y por lo tanto enlazaba nuestra liberación actual con la reivindicación de los pueblos originarios. 

Así que hay que despojarse de la ataduras prejuiciosas e infamantes sobre el concepto “revolución”, ataduras impuestas por los concentradores de poder y sus súbditos obsecuentes, para pasar, decididamente, a impulsar la revolución.

Enfatizo que la revolución puede encararse de modo pacífico; en esos términos la concibo en la época que nos toca vivir.



Dos aplicaciones indebidas y denigrantes

En dos ocasiones se apeló indebida e ignominiosamente a la palabra “revolución” en nuestro país:


  • Por parte del golpe de estado que derrocó a Perón en 1955 con sus masacres y fusilamientos masivos,

  • Por parte del golpe de estado encabezado por Onganía en 1966, golpe que se autodenominó pomposamente “Revolución Argentina”.


Huelgan los comentarios.

Estas referencias históricas muestran el prestigio que en esos años tenía el vocablo “revolución”, a tal punto que enemigos de la nación, el pueblo y los trabajadores, perversamente, lo utilizan. 

No fueron revoluciones ya que no siguieron el curso de la Historia que es el curso de los pueblos, sino que, en rigor, se trató de regímenes restauradores del poder de la oligarquía, de la gran burguesía terrateniente y del imperialismo. 

Es decir, restauraron el despotismo, como sucedáneo de la “década infame”. 

Fueron categóricamente contrarrevolucionarios.



SOBRE EL CONCEPTO DE REVOLUCIÓN

En el punto anterior expuse ya, de hecho, sobre el concepto de revolución; aquí me centro en precisarlo más claramente.

Si bien la palabra aparece por primera vez en un texto sobre astronomía, la gran obra de Copérnico “De revolutionbus orbium coelestium” de 1543, curiosamente es utilizada para señalar que se daba comienzo a una perspectiva transformadora de la concepción del universo: o sea, a una revolución científica (y no a su vinculación con lo orbital).

El vocablo “revolución” etimológicamente proviene del latín tardío «revolutĭo» forma sustantiva del adjetivo «revolūtus» que quiere decir revuelto.

Es decir, que el término “revolución” proviene de revolver, de revuelta.

El diccionario de la RAE reconoce siete acepciones para el término, cuatro de las cuales se aplican al campo que estamos estudiando, a saber:



  • Acción y efecto de revolver o revolverse.

  • Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional.

  • Levantamiento o sublevación popular.

  • Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.

Y sólo una consigna “movimiento de un astro a lo largo de una órbita completa”. 

Así que, las posturas reaccionarias quedan del todo descalificadas.

Aplicando someramente el análisis de la Lógica, el contrario de “revolución” es, por supuesto, “no revolución”, expresión que se despliega en los siguientes contradictorios, sin pretensión de exhaustividad:


  • Contrarrevolución

  • Reacción

  • Restauración

  • Evolución

  • Conservación

  • Reforma

  • Orden

  • Régimen (o antiguo régimen, derribado por la Revolución Francesa).

  • Establecido (u orden establecido)
Todos esos vocablos, y algunos otros que permanecerán en el tintero por no venir al caso, son opuestos al concepto de “revolución”.


En particular subrayo dos que se  oponen a revolución:


  • Reforma

  • Evolución

Señalo particularmente “reforma” porque con frecuencia se intenta pasar gato por liebre, pretendiendo que gobiernos reformistas encaran epopeyas revolucionarias, lo cual se ha dado y se da en nuestro país. 

Los reformistas en todas sus variantes no procuran la transformación sistémica, estructural y de raíz, sino producir modificaciones dentro del sistema imperante: la socialdemocracia europea es el ejemplo más elocuente. No se alteran significativamente las relaciones de poder, sino que se producen, en el mejor de los casos, modificaciones que promueven algunos derechos, que redistribuyen moderadamente, que alteran parcialmente el sistema legal-jurídico-institucional a menudo con un discurso altisonante de verba inflamada, sobre todo en estas latitudes de culturas diferentes a las europeas, tan inclinadas a la “mesura y la sobriedad”, al respeto por las formas cortesanas.

De tal manera, el reformismo termina siendo gatopardista: cambia para que todo quede igual. 

El reformismo es homeostático: tiende a una autorregulación, a una relativa alteración de las condiciones y propiedades del sistema con la finalidad de su adaptación a las inexorables modificaciones que se van produciendo en el contexto con el transcurso del tiempo. 

Ni más ni menos que lo que hacen las células o, más nítidamente, los gérmenes que mutan para sobrevivir. Y todo tipo de organismo vivo de cualquier especie.

La evolución está intrínsecamente emparentada con el reformismo ya que se trata de la transformación gradual de lo dado, justamente con el propósito adaptativo, tal como lo conceptualizó Darwin al referirse al comportamiento de las especies con el paso de los milenios o de los grandes períodos de tiempo.

De todos modos, y teniendo en cuenta la Ley del salto de la cantidad en calidad (Hegel y Engels), en esa evolución se dan momentos “revolucionarios”, grandes mutaciones que establecen un antes y un después sumamente diferenciados. 

Ahora bien, también hay un lazo constitutivo entre evolución y revolución

Una vez producida una revolución, comienza a darse una evolución, una nueva evolución de lo social que tiene a aquella como punto de partida. 

De tal manera, podríamos decir que una revolución es una transición entre una evolución que alcanzó su límite y el comienzo de una nueva evolución.



¿Cómo conceptualizar la revolución?

Voy a atenerme a nuestro tiempo histórico, a la actualidad, así como a nuestros países, o sea a la Argentina, los de América Latina y en general los sometidos del planeta. 

La definición de Política de mi autoría es: la disciplina científica y la práctica que tienen por objeto interpretar las relaciones de poder y operar sobre ellas.

De acuerdo a esta definición, una revolución supone una alteración drástica de las relaciones de poder.

Esa alteración drástica implica:


  • Que se apoya en un cuerpo de ideas sumamente desarrollado que le da sustento intelectual, le proporciona un Proyecto y le fija objetivos estratégicos,

  • Que ese cuerpo de ideas surge de la reflexión sobre el curso de la historia y de la acción política popular que precede a la revolución,

  • Que los sectores históricamente privados de poder sustituyen en el ejercicio del mismo a quienes concentraban el poder hasta el momento de producirse la revolución,

  • Que se instaura un sistema totalmente nuevo que incluye las dimensiones cultural, social, política, institucional y económica,

  • Que genera las condiciones para que emerjan y se desarrollen actores y sectores que hasta entonces se encontraban en estado de latencia,

  • Que para plasmar y viabilizar todo lo antedicho se cuenta con conducción política, cultura política y organización política.

Queda claro que no hay revolución si sólo se encara un proyecto reformista y para nada la hay si el movimiento va en dirección contraria a lo enunciado, procurando la restauración de un régimen caduco, reaccionario, antipopular.

Si se trata de resumir, toda revolución hoy es una revolución contra el despotismo y en favor de la emancipación de una nación, su pueblo y sus trabajadores.

En el despotismo incluyo la conjunción: concentradores de poder locales-colonialismo-neocolonialismo e imperialismo. 

Advierto que por pueblo me refiero a la definición de mi autoría la cual puede encontrarse en varias de mis publicaciones, incluyendo algunas que pueden encontrarse en este mismo espacio: rubenrojasbreuelaula. blogspot.com

En nuestros países, afrontar la revolución implica reconocer activamente los dos conflictos básicos, entrelazados y concurrentes:


  • Nación-pueblo versus despotismo

  • Trabajadores versus capitalismo


Respecto del primer conflicto básico, tener en cuenta lo que incluyo ut supra sobre despotismo.

Respecto del segundo conflicto, estoy planteando una tesis que guarda diferencia con la de la “lucha de clases”, tesis luminosa sin la cual no podría estar formulando acá lo que estoy formulando.

En consecuencia, preciso lo siguiente: lo que se opone al poder de los trabajadores, y al mismo tiempo al desarrollo integral, no sólo es el despotismo sino el capitalismo como formación socioeconómica. No son meramente los capitalistas, aún con todas sus responsabilidades, sino la formación socioeconómica como tal.

En nuestros países, para desarrollarnos y para atenernos al criterio de realidad, así como a la correlación cierta de fuerzas, debemos contar con el aporte de pequeños y medianos capitalistas de todos los rubros, al menos hasta que el curso de la Historia disponga otro destino.

Así que para ser claro: abogo por el protagonismo de los trabajadores el cual debe considerar qué rol dar a los capitalistas que contribuyan al desarrollo nacional. 

Desde ya, lo antedicho es la revitalización y/o actualización de lo postulado e implementado por el peronismo fundacional con la conducción de Perón.

Finalmente, destaco que toda revolución se proyecta sobre su contexto, sobre la región o sobre el mundo. 

La Revolución Francesa redefinió en gran medida a todo Occidente e, incluso, a gran parte de Oriente. 

Obviamente, lo mismo vale para la Revolución Rusa.

También la Revolución Mexicana y la Revolución Justicialista Argentina se proyectaron. 

El peronismo, y particularmente las figuras de Perón y de Evita, alcanzaron gran relieve en toda América Latina y en otras latitudes. Incluso la doctrina y la política exterior peronista inspiraron en gran medida la gestación del Tercer Mundo, basado en la Tercera Posición; lo mismo aconteció con el Movimiento de Países No Alineados. 

Esa proyección, como queda claro, es para contribuir a la emancipación, la justicia, las soberanías, la autodeterminación de los pueblos. 

No para anexar, no para someter.


Revolución y violencia

Ya afirmé que una revolución no requiere necesariamente de la violencia según la acepción más difundida del término.

La Revolución Gloriosa de Inglaterra es conocida también como la revolución incruenta, aunque sí hubo algunos combates con pérdida de vidas en Escocia e Irlanda, pero no en Inglaterra.

Tampoco nuestra revolución peronista iniciada en los 40 fue cruenta, más allá de algunas escaramuzas en junio de 1943. 

En cambio, sí hubo víctimas fatales durante los golpes contrarrevolucionarios de 1955 y a posteriori. 

Las guerras mundiales, los movimientos contrarrevolucionarios, las guerras de conquista y las invasiones bélicas que siguen asolando al planeta con los EEUU de Washington a la cabeza producen mucho más derramamiento de sangre que la totalidad de las revoluciones llevadas a cabo a lo largo de la Historia. También las pestes y las epidemias.

Han producido y producen en números cercanos al infinito más pérdida de vidas, más pérdidas materiales, más pérdidas de patrimonios de la humanidad, más pérdidas en la naturaleza. 

Considérese solamente el atroz bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, cuyo número de víctimas es mayor al de la totalidad de las revoluciones.

Según el diccionario de la Real Academia Española, hay dos acepciones del vocablo “violencia” a considerar:


  • (Dícese de lo) que implica una fuerza e intensidad extraordinarias

  •  Que implica el uso de la fuerza, física o moral

Obsérvese que ninguna de ambas acepciones incluye derramamiento de sangre ni destrucción.

La violencia implica uso de la fuerza, pero la fuerza puede aplicarse a través de la movilización popular, de las acciones de agitación, de las convocatorias debidamente organizadas puestas en marcha por las dirigencias populares, de la huelga general y de distintas huelgas concatenadas, de los cortes de calles y rutas, etc. 

Siempre que se produce una transformación drástica de las relaciones de poder los sectores hasta entonces dominantes acusan ser objeto de violencia, ya que según su ególatra punto de vista viven como “saqueo”, como “exacción forzada”, como “pérdida irreparable” el final de sus privilegios. 

Entonces, se declaran enemigos

La revolución busca concretar objetivos y, en tal camino, genera enemigos. No al revés.

Queda claro que una revolución es violenta en tanto altera radicalmente relaciones de poder, pero no necesariamente porque suponga inexorablemente muerte y destrucción.  



Interrogantes cruciales y el análisis que les da respuesta

Para muchas argentinas y muchos argentinos, especialmente quizá entre las generaciones jóvenes, preguntas punzantes, incisivas, incluso lacerantes, se abren camino:

¿Cómo congeniar la valoración por las grandes revoluciones y la admiración por grandes revolucionarias y revolucionarios con el hecho de haber tomado partido por el reformismo, el progresismo y hasta por el posibilismo?

¿Cómo compatibilizar la admiración, manifiesta, discreta o secreta, por las revolucionarias y revolucionarios, incluyendo citadas y citados en este artículo, con la aceptación de que las relaciones de poder o la correlación de fuerzas obliga a posponer para un tiempo improbable e incierto las transformaciones, la emancipación, la realización, la soberanía política, la justicia social, la independencia económica, la plena integración latinoamericana y con los países postergados del planeta, etc.?

Esos interrogantes, encierran un marcado dilema, conducen per se a una aporía, una sinsalida.

Esos interrogantes, si bien se dan en el colectivo, tienen también su correlato y su impronta en las configuraciones psíquicas de las personas. 

En esas configuraciones psíquicas se da una suerte de disociación, una escisión, no sólo entre las aspiraciones reprimidas, no sólo entre el Ideal del Yo / el Ideal del Nosotros, y la supuesta imposición de lo real, sino entre el propio Yo que no sabe cómo lidiar al mismo tiempo con el criterio de realidad impuesto, con la búsqueda de placer y con la propia conciencia moral. 

Digo de paso, que criterio de realidad o lo real es el poder.

En particular, la conciencia moral – o el Superyó -  alimenta la culpa, la sensación de estar en falta, el sentimiento de que se está renegando de la tradición de lucha del pueblo argentino, de las realizaciones del peronismo fundacional, así como de las históricas batallas de la izquierda genuina, de la sangre derramada durante más de dos siglos y, sobre todo, durante la última dictadura genocida. 

Se corresponde también con una disociación, con una escisión en la configuración psíquica de quienes afrontan el dilema.

¿Cómo sostener esa tensión en el propio mundo interno, en la esfera intrapsíquica además de la correspondiente a la diaria interacción social?

Si se descarta una transformación de raíz o un proceso revolucionario, ese dilema, esa escisión, esa tensión, inducen a dos respuestas fallidas a la postre:


  • Optar por el hiperrealismo, que termina siendo irreal y conduce a la resignación, a “celebrar” el sometimiento,

  • Generar la sensación épica, la de que se está llevando a cabo una revolución o algo parecido, lo cual implica caer en ilusiones o en construcciones colectivas delirantes.

En ese contexto, una palabra y valor encomiables como es la solidaridad, deviene una suerte de “abracadabra” esperando que mágicamente lo que está mal y va mal parezca que está muy bien y va muy bien. Cuentos de hadas que le dicen.

Parece que fuéramos a terminar en una mezcla extraña de musetas y mimíes, por la cual:
 en la cúspide de la pirámide social se da con virulencia un capitalismo de pocos para pocos, más concentración de riqueza y felicidad para acreedores externos, 

y en las bases, en la gran mayoría de la población, un inédito socialismo de pobres por el cual los que rascan el fondo del frasco tienen que contribuir para ayudar a los que se les rompió su frasco.

No hay dudas de que hay mayores y que también se desparrama entre las generaciones jóvenes una idealización de la militancia revolucionaria de los 40 a los 70, de las luchas que muchas y muchos, arriesgado y perdiendo libertad y/o vida, encaramos.

Esa idealización se basa en datos ciertos, porque efectivamente esa lucha, en gran medida clandestina y de máximo riesgo, fue llevada a cabo a través de diversas formas (no sólo la acción armada, sino también grandiosas movilizaciones como el Rosariazo y el Cordobazo, entre tantas otras).

Pero también incluye el aporte de la imaginación y todavía la falta de una revisión a fondo, ya que todo lo que se cuenta requiere aún ser objeto de esclarecimiento. La nefasta tesis de “los dos demonios” caló bastante y debería ser definitivamente erradicada. 

Al mismo tiempo, hubo por parte de quienes encaramos con el mayor compromiso esas batallas, errores y posturas que requieren ser debidamente, maduramente parcialmente repasados, con fidelidad a la verdad histórica.

Todo eso opera para que muchas y muchos se ilusionen con que quizá estemos viviendo momentos de una trascendente transformación, aún cuando se haya renunciado a todo lo que signifique revolución. Pero esa renuncia lleva a la aporía ya descrita. 

Como en la fábula “La zorra y las uvas” de Esopo, al verse impotentes para afrontar un proyecto revolucionario exclaman: “la revolución está verde”, “no están dadas las condiciones objetivas y, mucho menos, las subjetivas”, etc. No sé qué esperan, porque tuvimos un 2001, movilizaciones como las de diciembre de 2017, movilizaciones a lo largo y ancho del país de gran repercusión, etc. ¿Cuándo se darán las “condiciones objetivas y subjetivas”? Ni siquiera entendieron el resultado de las PASO y, por lo tanto, mal apostaron a las de octubre de este año que se va, etc.

Entonces, para justificar la inacción, recurren a argumentos trillados y rebuscados: el ya citado sobre que “no están dadas las condiciones”, “la correlación de fuerzas es desfavorable”, “el poder de los medios hegemónicos es descomunal”, “las condiciones en la región son desfavorables” (dicho esto en medio de lo que se da en medio continente empezando por Chile, Ecuador y Haití), “la responsabilidad es de todos”, “se trata de superar la grieta”, etc. etc. 

Se pretende denodadamente alimentar la ilusión o la construcción colectiva delirante, con mística y con épica, las cuales son propias de los procesos revolucionarios.

La mística es la vivencia íntimamente compartida de que se está procurando algo sublime.

La épica es la percepción de que tal vivencia está penetrada por el vigor de lo heroico. 

Mística y épica no son simples condimentos, no son anexos destinados a generar la ilusión de que se está revolucionando.

Mística y épica, cuando hay Proyecto de emancipación y de realización, cuando hay vocación de transformación de cuajo de las relaciones de poder, son inherentes a la puesta en marcha de tal Proyecto y a tal vocación.

No suscribimos la falacia de oponer lo racional y lo emocional, categorías inservibles y reduccionistas, agotadas, obsoletas. 

Así que la mística y la épica son los modos en que se vivencia un proceso transformador o revolucionario. 

En resumen, se pretende superar la aporía viviendo como si fuese una revolución lo que bien saben que no tiene nada que ver con una revolución.

Fallido modo de resolver los conflictos básicos ya enunciados en este artículo y fallido intento de poner fin a la frustración en la interacción social, fallido procedimiento para buscar la superación del malestar psíquico provocado por el conflicto agudo en el mundo interno, intrapersonal.

Infructuosas tentativas por donde se mire de superar la dramática situación que soportamos



Conclusiones

Cabe enfáticamente reponer con toda su vitalidad el concepto de revolución y, por lo tanto, la acción revolucionaria.

Tanto para el peronismo fiel a sus raíces como para la izquierda genuina eso debería ser un imperativo.

Según Evita -y también Perón y fundadores del movimiento peronista- no tomar partido por la revolución es renunciar al peronismo. 

Progresismo, reformismo y, mucho menos, posibilismo y conformismo, bajo el paraguas de una supuesta prudencia en aras de la correlación de fuerzas, son versiones opuestas al peronismo fundacional.

La revolución es emancipación y realización: 


  • de la nación integrada con América Latina y el Tercer Mundo vigente,

  • del pueblo

  • y de los trabajadores.

Implica por lo tanto poner fin al régimen despótico tenga el disfraz que tenga.
Implica también apertura y curso con su correspondiente evolución: 
  • a todos los actores y sectores que se manifiesten o que se encuentren en estado de latencia
  • a todos los derechos ya requeridos como los que estén en situación embrionaria,
  • al desarrollo integral considerando todas las dimensiones -cultural, social, política, institucional, económica, etc.-,
  • a la justicia en todo lo que esta expresión abarca.
  •  
Reitero: para encarar la revolución se requiere de Proyecto, Estrategia, Conducción, Cultura y Organización políticas. 



Bibliografía

Cárdenas, Gonzalo (1969): El peronismo y la cuña neoimperial recopilado en El peronismo, Carlos Pérez editor, Buenos Aires,

Cooke, John William (1971): Peronismo y revolución, Editorial Cultural Argentina, Buenos Aires

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Ivancich, Luis Norberto ((1993): Las décadas ideológicas de los argentinos. Revista Opinion Pública nºs 1 a 11. Buenos Aires.

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Luxemburgo, Rosa (2006): Reforma o revolución, Fundación Engels, Madrid

Mariátegui, José Carlos (1928): Artículo publicado en la Editorial Amauta

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Perón, Eva (2003): El peronismo será revolucionario o no será nada, Perón vence al tiempo, Bs. As.

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Perón, Juan Domingo (1982): El proyecto nacional. El Cid editor. Buenos Aires.

Rojas Breu, Rubén (2002): Método Vincular. El valor de la estrategia, Eds. Cooperativas de Bs. As.

Rojas Breu, Rubén (2019): El foso que separa el peronismo fundacional del Frente de Todos, rubenrojasbreuelaula.blogspot.com

Trotsky, León (2000-02): La revolución permanente, Proyecto Espartaco / Marxist Internet Archives


Rubén Rojas Breu
Buenos Aires, diciembre 29 de 2019





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