Rubén
Rojas Breu
Apuntes
autobiográficos de un incatalogable
Capítulo
III
Mi
ciclo como estudiante en el Bachillerato en Sanidad (BES), militancia, penas y
amores, compañeros y amigos, reconocimientos y expectativas frustradas
Sobre
testimonios, sabios y necios
Este
capítulo lo escribo al mismo tiempo que Bolivia sufre, una vez más, un golpe de
estado, que en Chile el pueblo se alzó al igual que en Haití, en Ecuador y en
otros países del planeta, que los EEUU de Washington siguen comportándose
tenazmente como el patrón global, el del intervencionismo sanguinario en los
países que aspiran a su liberación, y en el último mes del gobierno despótico
de Cambiemos próximo a ser reemplazado por los gobernantes electos del Frente
de Todos.
También
lo estoy escribiendo a dos años de la muerte, para mí prematura y muy penosa de
mi hermano que tan importante fue en mi vida, y a dos años del hundimiento del
submarino ARA San Juan.
Continuar
con mis “Apuntes autobiográficos” en tales circunstancias tiene, para mi
paladar, algo de sabor a extemporáneo. Empero, tomé el compromiso conmigo mismo
de avanzar contra viento y marea con este cometido. Por lo visto también estoy
respondiendo a expectativas de lectoras y lectores dada la repercusión de mis
dos capítulos anteriores.
Sumo
a eso, el estímulo de mi gran amiga y compañera de lucha desde los años
juveniles, Marisa Timor, que tanto insistió en que escriba mi autobiografía ya
que para ella tengo mucho para contar que puede ser de interés como aportes
para el conocimiento de la historia de la segunda mitad del siglo pasado y lo
que va de éste, mucho para testimoniar habida cuenta de toda mi trayectoria
política, científica, profesional, docente y también como hijo, hermano,
pareja, amigo, etc.
No
es una autobiografía en la que soy el único protagonista. Más bien, tiendo a
desdoblarme en quien cuenta lo que ha vivido y en quien da testimonio de la
Argentina y también del mundo en las últimas décadas, desde un lugar de
observador activo con su trayectoria militante y su compromiso con la vida.
Aclaro
que todo lo que expongo en estos “Apuntes” es comprobable: es decir, puede ser
ratificado por contemporáneas y contemporáneos. No incluyo nada de lo cual yo
pueda ser el único testigo, ni siquiera en lo referente a mi vida personal.
Reitero,
todo lo que escribo acá es verificable por otras y por otros o puedo sostenerlo
ante otras y otros que hayan participado de las mismas circunstancias que
relato.
Más
aún, soy conocido por muchas y muchos dirigentes, intelectuales, referentes,
periodistas; incluso me conocen el presidente electo y muchas y muchos de
quienes integran sus equipos y sus grupos de pertenencia.
Téngase en cuenta
además que desde el retorno de los gobiernos civiles hasta su muerte estuve
estrechamente vinculado a Antonio Cafiero, en mi rol de investigador de los
comportamientos sociales y políticos y también como asesor, el asesor sistemático
cumpliendo frecuentemente tal función bajo la más absoluta reserva, en
encuentros estrictamente confidenciales.
Además, cumplí similares funciones con
otros dirigentes y gobernantes de los más variados ámbitos, al mismo tiempo que
yo mismo militaba y dirigía. Así que todo lo que escribo es verificable.
También
al dar a saber esto estoy anticipando que a lo largo de estos “Apuntes” habrá
revelaciones.
Aclaro
que sólo mencionaré con nombre y apellido a quienes fueron o son figuras
públicas o a quienes valoro y respeto. Por aquello de que “se dice el pecado,
pero no el pecador” no mencionaré explícitamente a quienes frustraron mis expectativas
o no respondieron a lo que hubiera esperado de ellas y de ellos, entre las
cuales y los cuales hay varias y varios que compartieron conmigo el ciclo del
Bachillerato en Sanidad.
No me quiero arrogar ningún rol arbitral ni mucho
menos incurrir en egolatría; por eso uso las expresiones “frustraron mis
expectativas o no respondieron a lo que hubiera esperado yo…”,
dejando así en claro que no juzgo sobre sus comportamientos desde un lugar de
supuesto pontífice, sino que aludo estrictamente al efecto que en mí causan tales
comportamientos.
En
los capítulos anteriores, me referí a mi infancia y el comienzo de la
adolescencia, mi familia, el inicio de mi vida laboral muy temprana, el
comienzo de mi militancia todavía niño, mi ciclo básico del secundario en el
Nacional de Buenos Aires y muchos temas más.
También
me referí al peronismo fundacional, con el cual nací, y al golpe sanguinario de
1955.
No
conté que en 1956 una epidemia de poliomielitis azotó a nuestro país,
enfermando a muchas y muchos, sobre todo niñas y niños, dejando discapacitados
a un sinnúmero de afectados y matando a otros. Un primo quedó discapacitado y
otro, con el cual mi hermano y yo nos divertíamos mucho cuando cada tanto lo
veíamos, murió.
Recuerdo
las precauciones para prevenir el contagio que había que tomar, viviendo
nosotros hacinados en el “cuartito no azul”, de paredes descascaradas, en el
departamento tipo casa que alquilaban mis abuelos maternos: pintar de blanco
paredes, todo tipo de superficies y hasta los árboles, rociar los ambientes con
formol y usar alcanfor a la manera de un relicario.
En
mi entorno y en mí golpeó muy fuerte lo vociferado por un jerarca de la Iglesia
Católica, no puedo recordar qué monseñor era y tampoco puedo hallar la
información a pesar de una búsqueda exhaustiva. El nombre que recuerdo puede
ser incorrecto y no quiero incurrir en difamación.
Tal
monseñor sentenció: “éste es el castigo de Dios a un pueblo que idolatró a un
tirano”.
Por
cierto, que el gobierno fusilador de Aramburu y Rojas, la prensa y los
referentes de la época usaron la epidemia para culpabilizar al derrocado
gobierno peronista. Poco después, se comenzaría con la prevención por medio de
la vacuna Salk, inyectable. Salk fue un virólogo de los EEUU de Washington.
Justamente
en el Bachillerato en Sanidad, en una clase del profesor Pizzia, a quien yo
llegué a admirar, nos contó que Sabin de origen polaco había creado la vacuna
oral al mismo tiempo que aquél, pero que los laboratorios decidieron posponer
su distribución y empleo hasta haber agotado las reservas de la Salk. La vacuna
Sabin era oral, por lo tanto, de fácil administración no dolorosa y, además,
más efectiva ya que preservaba también al aparato digestivo de la acción del
virus.
Debo
aclarar que la totalidad de mis
producciones, incluyendo mi creación el Método Vincular (con el cual fundé una
ciencia), mis publicaciones que abarcan diversas áreas de las Ciencias de lo
Humano y también, especialmente la Política y hasta mi novela “El tiempo y la
sangre” no contaron ni cuentan con la bendición de los “sabios”, ésos que en
los ámbitos académicos reinan, ésos que se pasean por los medios de
comunicación en calidad de “expertos”, ésos que son mimados por las editoriales
y lectoras y lectores de lo convencional, lo facilista o, todo lo contrario, de
lo críptico y lo culterano uno de cuyos ídolos es el teólogo laico francés
Jacques Lacan.
Así
que no escribo para esas “sabias” ni para esos “sabios” y tampoco tengo ni
aduladores ni prosélitos ni aspiro a tenerlos. Eso nos hace libres, a mí y a las
personas y grupos con los que intercambio.
Curiosamente
tampoco la totalidad de mis producciones despierta interés o es aprobada por
necias y necios. ¡Qué mejor que gozar de tal privilegio! Necias y necios, como
enseña Iriarte en su fábula “El oso, la mona y el cerdo” aplauden al torpe, al
fatuo, al exhibicionista, al mediocre, espejos que agrandan o exageran la
propia imagen de los mentecatos.
La
necia y el necio son felices viéndose reflejados, acrecentados, en divas y
divos, en “expertas y expertos” que proliferan en los medios masivos de comunicación,
desde los amarillistas y simplones hasta los que se arrogan sofisticación y
lustre intelectual.
De
manera tal que producir, crear, pensar, escribir, ejercer la oratoria, enseñar
para quienes no son sabios ni necios es para mí motivo de orgullo, de honra,
hasta de una suerte de placer inefable.
Sabias
y sabios tienen a su disposición a los Borges, los Lacan y afines. Recientemente
hasta se deslumbraron por la película boba “Joker” sobre la cual escribí una
lapidaria y fundamentada crítica publicada en este mismo blog. Se podría hablar
de un cholulismo “progre”, un cholulismo de los que se consideran cultivados.
Necias
y necios pueden deleitarse con Hollywood, las figuras frívolas de estas
latitudes, los documentales fraguados, los programas de chimentos de la
televisión o las “revistas del corazón”. Acá tenemos el cholulismo típico.
Mis
interlocutores, hasta donde sé, prefieren el pensamiento crítico, el
conocimiento creador, la ciencia, el arte, el compromiso político con los
intereses nacionales, populares, de los trabajadores, de nuestra sufriente
América Latina.
Son
quienes están siempre dispuestas y dispuestos a cuestionar todo en sus bases
mismas, una y otra vez, para recrear, construir y reconstruir, también, una y
otra vez.
Tanto
por mi origen humilde, como por mi militancia que me llevó por décadas a vivir
en la clandestinidad, fui siempre y sigo siendo de perfil bajo. A eso
contribuyeron también las enseñanzas de mi madre, padre, abuelo materno y
docentes que me inculcaron el rechazo por la fatuidad, la jactancia y la
figuración.
Inexorablemente,
lo sepa o no, lo explicite o no, quien produce y escribe lo hace dirigiéndose a
determinados interlocutores, excluyendo a otros. También produce y escribe por
algo y para algo y, al mismo tiempo, como decía Bleger, contra algo.
La
lectora y el lector, sobre la base de las pistas que vaya dejando en estas
líneas, irán armando el rompecabezas, deduciendo por qué y para qué escribo
estas páginas, más allá de lo que diga yo, y contra qué escribo.
Qué
fue el Bachillerato en Sanidad
El
Bachillerato en Sanidad fue.
Tuvo
corta existencia, lamentablemente.
Se
trató de un proyecto educativo de avanzada y de excepcional calidad, único en
su género no sólo en la Argentina de entonces, sino en el planeta. Incluso, fue
distinguido por las Naciones Unidas.
Se
puede consultar su historia en un texto del Profesor José Benjamín Paz cuyo
título es “La política de salud en el desarrollismo”.
Fue
creado en 1960, durante el gobierno de Arturo Frondizi y con Héctor Noblía a
cargo del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública. Fue fundado en el
marco de una política de Salud Pública, sobre todo en lo referente a educación
en ese campo, bastante ambiciosa. En simultáneo se puso en marcha la Escuela
Nacional de Salud Pública y otros emprendimientos similares.
Funcionaba,
junto con la citada Escuela, en el edificio del actual Hospital Posadas, en
Haedo, en el conurbano bonaerense.
Tenía
por objetivo formar asistentes calificados de la medicina, algo así como lo que
hoy se conoce como paramédicos. Su programa de estudios articulaba materias
propias de los bachilleratos con asignaturas específicas sobre salud o
medicina.
Contaba
con cuatro especialidades dentro de las cuales se optaba: Asistencia Clínica,
Técnico de Laboratorio, Técnico de Radiología y Técnico en Hemoterapia.
Cuarto
y quinto año se cursaban en las aulas de la Escuela. El sexto año consistía en
una suerte de “unidad hospitalaria” ya que era simultáneamente teórico y práctico,
con prácticas en hospitales, en los cuales se cursaba.
El
Bachillerato fue innovador en lo que se dio en llamar “coeducación” para
referirse a que lo cursaban ambos géneros, los reconocidos entonces – chicas y
varones -, y “autodisciplina” consistente en que los mismos estudiantes nos
autocontrolábamos; no había cuerpo de celadores ni agentes disciplinarios de
ninguna índole.
Con
la decisión de mis padres sobre mis espaldas de que mi futuro estaba en la
medicina, me inscribí en Asistencia Clínica.
En
el año 1964 fue clausurado. La intención fue cerrarlo con anterioridad, pero la
lucha estudiantil, encabezada por el Centro de Estudiantes que yo presidía
obligó a las autoridades nacionales a que nuestra promoción completara el
curso, para proceder a posteriori a su cierre definitivo.
El
presidente de la nación era José María Guido, marioneta del golpe de estado
cívico-militar contra Frondizi del cual era vicepresidente. Frondizi fue
depuesto en marzo de 1962 y deportado a la isla Martín García, en donde ya
había sido encarcelado Perón en octubre de 1945.
Notas
sobre el contexto
Frondizi
había asumido en 1958 con el apoyo de Perón sobre la base de un pacto por el
cual, a cambio del compromiso de cumplir con determinados puntos, el peronismo
lo apoyaría con sus votos. El pacto era encomiable y, en lo sustancial, establecía
la marcha atrás de políticas del gobierno surgido con el golpe cívico-militar
del 55, la reposición de derechos de los trabajadores y el reconocimiento de
las organizaciones sindicales peronistas proscriptas. Dicho pacto fue redactado
y firmado por J.W. Cooke como representante de Perón y por Rogelio Frigerio
(abuelo) como representante de Frondizi.
Frondizi
ganó las elecciones con la UCRI, pero incumplió el pacto.
En
su gobierno, este radical intransigente, opositor del unionismo balbinista,
aplicó insuficientemente políticas desarrollistas al mismo tiempo que
estableció la libertad de enseñanza, impulsando abiertamente la educación
privada, entregó en gran medida recursos naturales, como el petróleo, eliminó
gran parte de la red ferroviaria y, además, decretó el plan represivo conocido
como Conintes, antecedente de los planes de similar índole que aplicarían las
siguientes dictaduras cívico-militares incluyendo la genocida, la última.
Ese
plan siniestro fue creado en 1958, secretamente, con el propósito de reprimir
al movimiento obrero, sumamente activo entonces y el cual respondía en gran
medida a la Resistencia peronista. Ese plan, con vigencia hasta 1961, aunque su
acción de hecho no se extinguió, ya había sido “incorporado” como encuadre
represivo.
Frondizi,
en gran medida, se entregó a los yanquis y junto con él, al país. Ya los
yanquis, que venían interviniendo, comenzaron a apreciar que la Argentina les
abría sus puertas de par en par, les brindaba “generosa” recepción a su acción
depredadora, a su vocación imperialista, ésa que nació en 1776, como
continuadora de sus patrones ingleses.
Durante
su gobierno se produjo la Revolución Cubana, la cual fue un potente estímulo
para aspirar a nuestra propia liberación. Recuerdo que la viví con pasión.
Frondizi
recibiría luego al Che Guevara, encuentro que habría sido motivo para el golpe
que lo derrocaría.
A
todo esto, los yanquis, con el dictador global Kennedy como su presidente,
habían invadido masivamente Vietnam, iniciándose una guerra que mucho tendría
que ver con mi futuro, aun en plena adolescencia, como ya contaré.
En
1961 ese mismo dictador yanqui apoya la invasión a Bahía de los Cochinos, en la
cual el gobierno de Fidel y el Che y el heroico pueblo cubano se alzan con la
merecidísima victoria, quedando en evidencia así una vez más tanto la política
imperialista de los EEUU de Washington como su reiteración al fracaso.
También
con Kennedy se produce en 1962 la llamada “crisis de los misiles”, la cual nos
afectaría a los militantes en el BES muy agudamente. Recuerdo que pasé días
preparándome mentalmente para movilizarme a la digna isla del Caribe, lo cual
fue, seguramente, una construcción que tenía algo de delirante romanticismo adolescente,
aun cuando sí los responsables de la Fede me habían hecho saber que era
posible tal destino para algunos de nosotros.
Caído
Frondizi, con Guido como presidente, desaparece Felipe Vallese, militante
sindical y de la Resistencia peronista, a sus 22 años. Esa desaparición, una de
las primeras de nuestro país y antecedente de la de los 30.000 compañeras y
compañeros desaparecidos después, durante la dictadura de Videla, nos golpeó
fuerte a los militantes adolescentes, y por supuesto a gran parte de la
población. Recuerdo vívidamente esa desaparición que me marcó, que dejó en mí
un dolor lacerante al mismo tiempo que una huella verdaderamente imborrable,
huella que mucho tiene que ver con que mi vocación por la lucha se
multiplicara.
Tanto
el Conintes como la desaparición de Felipe también afectó enormemente a mi
entorno. Familiares y amigos de la familia sufrieron la represión y la
desaparición de Felipe hizo llorar, conmovió, inquietó, asustó. Recuerdo el
rostro de mi vieja, llorosa y desconcertada, y el de mi viejo, demudado. Tenía
yo dieciséis años.
En
1963 asume el gobierno el radicalismo, UCRP, con Illia como presidente,
referente de la llamada “línea Córdoba”, profundamente antiperonista.
Fue
electo bajo la tutela militar, con la proscripción del peronismo y de la
izquierda. En esas elecciones, Perón desde su exilio en España, convoca a votar
en blanco y gana. Arturo Illia asume con sólo el 23% de los votos. Mantiene la
proscripción del peronismo y de la izquierda durante toda su gestión e impide
el retorno de Perón a la Argentina. Más allá de algunas políticas relativamente
plausibles, que no excedieron de un reformismo limitado, su gobierno no tiene
nada de especialmente destacable, así que pasa a la historia sobrevalorado por
las versiones oficiales y difundidas.
Volveré
en próximos capítulos sobre este gobierno, gobierno que ordenó mi detención por
la Policía Federal y mi encarcelamiento que se prolongó por casi un año.
Como
se ve, el contexto, muy resumido acá, durante mi ciclo en el BES fue muy
significativo para determinar mi vida entonces y después.
Y
como dice el tango de Gardel, Melodía de arrabal, “se me pianta un
lagrimón” recordando cómo con mi compromiso militante mi vieja y mi viejo, muy
jóvenes ellos y casi un niño todavía yo, vivían sobre ascuas.
La
proyección del Bachillerato en Sanidad en mi vida
Los
tres años en el BES fueron de gran significación para mí.
Por
un lado, el BES fue la continuidad, en un estadio superior, de lo que venía
siendo mi vida y de cómo venía madurando.
Por
otro lado, fue el inicio de una etapa que todavía no concluyó, una etapa en que
confluyen la militancia política sistemática y de riesgo, la vocación por la
ciencia, la celebración de la amistad y del amor que se desprenden de los de la
infancia, pubertad y comienzos de la adolescencia para ir dando paso al de la
juventud y adultez.
Así
el BES fue al mismo tiempo continuación, recomienzo y transición.
En
el Bachillerato en Sanidad confluyeron tres ámbitos y roles centrales:
- El de estudiante, por lo cual uno de mis grupos de pertenencia fue el de las compañeras y compañeros de curso,
- El de compinche del grupo de los revoltosos, tan consistente con mi tradición de pibe de barrio, de barrios humildes, de barrios de atorrantes, de sobrino de tíos piolas con sobrada calle.
- El de militante y dirigente estudiantil, por lo cual grupos de pertenencia de la mayor trascendencia fueron el círculo de la Fede, el Centro de Estudiantes y finalmente toda la Provincia de Buenos Aires y aún más allá.
El
estudiante
Según
recuerdo no fui un muy buen alumno, ni por mi compromiso con el estudio ni en
términos de disciplina.
Trabajaba,
cursaba y militaba. Me acostaba tarde y me levantaba muy temprano a causa de
todas esas obligaciones. Podía estudiar de a ratos y, fanfarronería aparte,
contaba con mi inteligencia, si no me hubiera ido realmente mal creo.
Tenía
un vínculo entre bueno y excelente con la mayoría de mis compañeras y
compañeros. Con dos de mis compañeras de aula, excepcionales personas por las
que siento enorme afecto, volví a tener en los últimos años relación, una
relación a distancia, ya que una de ellas vive en el Interior y la otra fuera
del país. Me produce, a diario, enorme satisfacción vincularme con ellas.
Con
algunos compañeros, un escasísimo número, no tuve vínculo ninguno o tuve una
relación ríspida; además, algunos eran, y por lo que veo en las redes o por lo
que sé de ellos siguen siendo, muy de derecha. Soy consciente de que la sola
mención de mi nombre les produce náuseas.
Recuerdo
que era muy cuestionador. Incluso, muchos años después, compañeras y compañeros
del BES con quienes me reencontré me contaron que siempre ponía en duda
contenidos volcados por los profesores o que interrogaba buscando profundizar
distintos temas, con la consecuencia de que mi persistencia demoraba a menudo
la salida al recreo.
Así
que despertaba cierto malestar, del cual, conociéndome, no debía tener
conciencia en aquellas lejanas circunstancias. Al rememorarlo con algunos
excompañeros del BES, compartimos esos recuerdos con simpatía y risas.
Lo
que vale destacar es que efectivamente siempre fui cuestionador, incluso ya de
niño, y que tal rasgo se acentuó con el paso de los años. Quienes me conocen
hoy, quienes interactúan conmigo personalmente en distintos ámbitos, desde mis
familiares hasta amigos y compañeros, quienes me leen pueden dar fe de esa característica,
a menudo estimulante, a menudo irritante.
He recibido y recibo felicitaciones
por mis aportes que parten de poner en duda lo establecido; también reproches y
agravios por considerar que me excedo en mis pretensiones de originalidad o de
transgredir lo normado, lo convencional.
En
estos días, justamente, en una de las redes objeté una declaración brutal de un
intelectual yanqui que es objeto de culto y me llovieron ataques. En fin, ya se
desalentarán descubriendo que no me amilano ni me desdigo ni mucho menos venero
incondicionalmente a nadie. El borreguismo me causó siempre repugnancia o
hastío.
El
compinche
Conté
cómo en el Buenos Aires devine un revoltoso.
Ese
modo de comportamiento continuó en el Bachillerato en Sanidad, donde me uní a
un grupo, ciertamente muy divertido, que se complacía en las travesuras,
propiamente varoniles en ese entonces, que tenían por objeto desafiar a las
convenciones y autoridades, generar y consolidar espíritu de grupo y, también,
llamar la atención de las chicas. Yo tenía la peregrina idea de que un pibe
revoltoso era más interesante para mis compañeras que los muy formales,
obedientes, prudentes, disciplinaditos.
Estaba
un tanto equivocado yo, creo; vaya a saber.
Con
esa barra cometimos algunos desmanes, menores, como el de perturbar profesores:
una de las veces, convencimos a todas y todos las alumnas y alumnos de
desalojar el aula, dejarla a oscuras hasta la llegada del profesor. Éste,
desconcertado e irritado, corrió echando chispas a la Dirección; cuando volvió
con el dire, nos encontró a todas y todos sentadas y sentados, con las luces
encendidas, en actitud seria, en estado de perfecta disciplina. Recuerdo que en
otra ocasión algo hicimos con un esqueleto para molestar no recuerdo si al
mismo profe o a otro.
También
fumábamos en los baños, comportamiento típico. Yo había empezado a fumar en el
Buenos Aires, pero lo hacía sólo en la calle antes de entrar. Además, mi padre
era muy severo al respecto y siempre tenía que cuidarme de que me encontrara
fasos en los bolsillos o sintiera el olor a tabaco, para más él no era fumador;
en cambio, mis tíos eran contumaces fumadores.
Jugábamos
a los naipes, en un aula vacía, mientras se desarrollaban las clases. Había un
estudiante que organizaba las partidas de póker y apostábamos monedas, no creo
que pudiéramos más que eso.
En
una ocasión, un par de miembros de esa barra llegaron borrachos y el director, el
ingeniero Vizzio en ese entonces, reemplazante del Dr. Crespo decidió su
expulsión.
En
mi carácter de presidente del Centro de Estudiantes exigí la inmediata
reincorporación, movilicé estudiantes y, como el suceso coincidió con la
conmemoración de la muerte de Sarmiento, día del maestro, tuve a mi cargo el
discurso en representación de los estudiantes en el acto del colegio. En ese
discurso aludí a la expulsión de mis compañeros.
Consecuencia:
Vizzio ordenó mi inmediata expulsión.
La
movilización que se desencadenó lo obligó a reincorporarnos a los tres
expulsados.
No
hubo nunca, y sigue sin haber, reconocimiento de los ebrios expulsados. Cuando
me refiero a reconocimiento lo resumo en una frase que para mí hubiera sido muy
elocuente y más que suficiente: “¡gracias, hermano!”.
Así son las cosas.
Es
notable cómo por muy poco y que casi nada influye en la vida de las personas,
éstas veneran a algunas y algunos que posan como líderes o referentes y, en
cambio, cómo se ignora a quienes se comportan de verdad solidariamente y por
razones que deciden destinos: a mí, en general, me tocó ésta.
No
me quejo, asumo socráticamente las cosas como son y, si lo traigo a colación,
es en condición de quien a esta altura de su vida siente como nunca la
obligación de advertir, orientar y enseñar.
Esta
vocación y conducta de revoltoso contribuyeron, me parece, sumadas a mi
actividad política desde chico, a desarrollar cierto grado de carisma. Como
dirigente, como orador y como docente destaqué y destaco por el carisma, lo
cual trae también sus dolores de cabeza, aunque parezca una virtud: gusta poco
a quienes compiten con uno.
Digo al pasar que estos comportamientos de revoltoso también determinaron algunas sanciones en el seno de la Fede, tan imbuída por lo que llamaban "moral socialista", denominación inapropiada porque se trataba de la rígida "moral estalinista".
El
militante
Como
expuse en los dos capítulos anteriores, mi compromiso político activo comenzó,
bajo el gobierno de Frondizi, cuando cursaba mi último grado de la escuela
primaria, en la lucha por la enseñanza pública y laica.
Luego
en el Buenos Aires fui afiliado a la FJC, integrando el círculo y desarrollando
tareas de bajo alcance para mi gusto como las de intentar influir en la opinión
de los estudiantes, repartir material de propaganda, recaudar fondos.
Al
ingresar al BES mi actividad política aumenta en progresión geométrica, se
produce todo un salto.
A
poco de iniciar mi curso en el Bachillerato en Sanidad, me invitan a una
fiesta, un sábado a la noche, en una casa de Ramos Mejía o de alguna otra
localidad de La Matanza, no recuerdo bien.
En
medio del desarrollo de esa fiesta, uno de los participantes me lleva aparte y
me presenta a otros chicos, uno de los cuales sería luego mi mejor amigo hasta
tiempo después de salir de prisión, hasta el momento en que soy expulsado, con
la dictadura de Onganía, como estudiante de la UBA, acontecimiento sobre el
cual me explayaré en un próximo capítulo.
En
ese imprevisto encuentro tan particular, me hacen saber que habían sido
informados de que yo estaba afiliado a la Fede y me proponían incorporarme
activamente al círculo de tal organización en el BES. Acepté.
Comencé
a participar de reuniones de círculo, fui así conociendo a compañeras y
compañeros que hasta entonces habían pasado para mi inadvertidos que, por
supuesto, se encontraban en distintas divisiones y, por lo tanto, cursaban
distintas especialidades.
La
militancia transcurría en dos ámbitos: el interno y el externo.
El
interno, dentro del BES, consistía, sobre todo, en promover el proselitismo,
ganando simpatizantes o afiliando, para lo cual tenía que persuadir, distribuir
material de propaganda, atender a situaciones que podrían llevar a movilizarse.
El
externo, cubría el territorio de Haedo, Ramos Mejía, Lomas del Mirador; es
decir, distintas localidades dentro del partido de La Matanza. El epicentro era
la esquina de Provincias Unidas y Buenos Aires.
Las
principales actividades eran propagandísticas, destacándose las pintadas. Una
pintada, entonces, con el Partido y la Fede proscriptos, significaba una acción
de alto riesgo, lo cual nos obligada a todo tipo de precauciones, tales como
salir en grupo muy organizadamente, asegurarnos coberturas o coartadas, fingir
que formábamos parejas, cumplir la función de campanas y, obviamente pintar
-con pintura y pincel (no había aerosol todavía)-. Cada pintada significaba un
despliegue de varias y varios compañeras y compañeros, tanto del BES como de
otros colegios y de los barrios.
Las
pintadas las llevábamos a cabo de noche, bien caída la noche.
Muchas
veces tuvimos que correr, escapando de las patrullas policiales.
Al
poco tiempo, ocupé la Secretaría de Prensa y Propaganda del círculo, luego la
de Organización y, finalmente, por las promociones que se iban dando de
compañeras y compañeros, la Secretaría Política, y como tal pasé a ser el
responsable político de la Fede del BES.
En
ese carácter tuve la tarea de fundar el Centro de Estudiantes, al cual presidí,
como ya conté, rol por el cual intervine en la movida por la reincorporación de
los ebrios expulsados.
Como
presidente del Centro di un discurso, por cierto, revolucionario, en la Plaza
de Ramos Mejía, frente a la estación, con motivo de un acto organizado por la
Sociedad de Fomento.
Téngase
en cuenta que tanto peronistas como comunistas estábamos proscriptos y éramos
perseguidos; se pagaba con la detención a cargo de la policía y hasta con
procesamiento judicial toda acción nuestra, considerada inexorablemente
subversiva. Esa proscripción y persecución duró hasta el año 1973, dándose bajo
gobiernos civiles como los de Frondizi e Illia y bajo las dictaduras militares,
de Aramburu-Rojas y de Onganía, Levingston y Lanusse.
También
organizábamos bailes y recitales con frecuencia con la finalidad de propaganda
y recaudación de fondos y siempre en la clandestinidad. En uno de esos
recitales, la figura invitada, el artista, fue Jorge Cafrune; nos asignaron a otro
compañero y a mí, la asistencia y protección. Recuerdo que nos pidió una botella
de Peñaflor rosado para “ayudar a sus cuerdas vocales”. Era un tipo de una calidez
y sencillez extraordinarias.
Tiempo
después mi actividad se multiplicó ya que tuve a mi cargo la fundación de la
Liga de Estudiantes de La Matanza y también de varios centros de estudiantes en
el interior de la provincia de Buenos Aires.
Pasaba
así mucho tiempo en la clandestinidad y mucho tiempo lejos de mi casa, con la
consiguiente penuria para mi vieja y mi viejo, incluso para mi abuelo materno y
algunos tíos.
Con
mi hermano nos extrañábamos, pero éramos muy solidarios. Además, con el
transcurrir de los meses, mi hermano se fue integrando a mi vida, sobre todo
por la barra que fuimos formando con los compañeros de militancia varones, lo
cual extendía las noches. Después de militar, de alguna pintada o lo que fuera,
jugábamos al billar en lo de los Navarra, en la Academia, en Los 36 billares o
en algún bar de barrio. Si habré pasado noches sin dormir.
En
el próximo capítulo continuaré con mi ciclo en el BES, como estudiante y como
militante y dirigente. También me referiré a cómo fui ascendiendo en la Fede
hasta llegar a integrar el Comité Provincial y a ocupar la vicepresidencia de
la Federación de Estudiantes Secundarios de Buenos Aires (FESBA).
También
aludiré quizá al activismo en los barrios carenciados.
Llegué,
como tantas compañeras y compañeros, a habituarme a la clandestinidad, que aún
en los tiempos iniciales de la definitiva instauración de los gobiernos
civiles, 1983 en adelante, y con la dictadura recién concluida, los hábitos de
la clandestinidad subsistieron en mí.
Fueron
tres décadas viviendo en la clandestinidad, con mayor o con menor intensidad
según los períodos y, además, en mis años adolescentes y juveniles con todo lo
que marcan. No sé cuánto siguen pesando en mi manera de vivir.
A todo
esto y también…
A
todo esto, con mi madre, padre, hermano y hermana nos habíamos mudado de la
casa anexa a la carpintería metálica de San Martín, en la cual nos
desempeñábamos como caseros. Comenzó un período errante, ya que con frecuencia
nos mudábamos.
En
el momento que comencé el Bachillerato en Sanidad vivíamos en un PH reducido
que tenía un local delante, en el cual mi madre y mi padre abrieron un despacho
de pan, factura y productos de almacén del que nos ocupábamos con mi hermano,
de lunes a domingo, haciéndonos cargo de la atención de clientes, de los
proveedores, de los pagos y demás obligaciones.
Por
otra parte, al mismo tiempo que noviaba con una compañera, tenía mi corazón,
crecientemente, atrapado por otra lo cual era compartido, en una suerte de amor
silencioso, no declarado o a medias explicitado, sobre el cual quizá comente
algo, sobre todo por el interés que pueda tener para comprender ciertos
procesos propios de la adolescencia y que la militancia condiciona.
De
todos modos, como algo ya dije en el capítulo anterior, me enamoraba con
frecuencia, con variada suerte.
Así
que todavía me queda qué contar sobre mi ciclo en el BES y en otros ámbitos de
esa parte de mi vida.
Siento,
por otra parte, cómo se me vienen encima, a esta altura de mi vida,
expectativas frustradas con quienes fueron compañeras y compañeros de
militancia, amigas y amigos de esa época. Como dije, no identificaré.
Lo
que puedo decir es que tengo algo del sinsabor de la desilusión por haber
imaginado que había más inteligencia o más compromiso o más disposición a
innovar o más vocación por la autonomía en quienes, en esa época, llegué a
querer tanto. Me afecta que quienes a una edad temprana compartieron conmigo
compromiso político, sueños, esperanzas, el anhelo de la revolución, hoy
parecen haber adoptado la mediocridad, cierta frivolidad, el conformismo, la
ilusión puesta en dirigencias de visión corta.
No
deja de perturbarme tampoco que me miren como ajeno o como si mi producción no
mereciera cierto interés, por lo menos. Tampoco me satisface que, en su
momento, ya cursando el BES, acudieran tantas veces a mi madre, mi padre, mi
hermano, tan solidarios y hospitalarios, y nunca hayan mostrado, en serio, algo
de gratitud. Debo decir que acudieron, dadas esas épocas, poniendo en riesgo a
mi vieja, a mi viejo, a mi hermano y a mi hermana, que en ese entonces era una
nena.
Quizá
lo que más me afecta es el egocentrismo, según la acepción piagetiana, o el
narcisismo, esa incapacidad para salirse de sí y del encierro endogámico que
tanto seduce como limita.
Si
cuento esto no es por catarsis ni movido por el resentimiento, al menos no
conscientemente. Lo hago saber porque es un modo de explicitar mucho de lo que
en estas páginas y las que vienen subyace y de entender también a qué responden
muchas reflexiones que vaya volcando. También espero que sirva como la “voz de
la experiencia”, esa voz que invita a derrotar a la ingenuidad.
Ya
comenzaré a trabajar en el capítulo IV.
Rubén
Rojas Breu
Buenos
Aires, noviembre 19 de 2019
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