Rubén Rojas Breu
APUNTES SOBRE LA DICTADURA CÍVICO MILITAR TERRORISTA DE ESTADO BASADOS EN MI CONOCIMIENTO Y EXPERIENCIA
La dictadura cívico-militar-clerical terrorista de estado y genocida iniciada en 1976 es la última de una sucesión de ese tipo de regímenes comenzados con el derrocamiento de Yrigoyen en 1930, dando lugar a la llamada “década infame” que culmina con el levantamiento militar y civil de 1943, en el cual se gesta, dentro de enormes contradicciones, la conducción de Perón y el Movimiento Peronista fundado por él junto con líderes y organizaciones de lo que se da en llamar el campo nacional y popular.
En 1955, después de dos intentonas sanguinarias y de un período de intensa y obcecada oposición golpista de la que participan civiles, militares y la jerarquía católica ultraconservadora, Perón y el gobierno nacional y popular son derrocados, iniciándose la dictadura fusiladora la cual, de hecho, pese a interregnos con gobiernos civiles como los encabezados por Frondizi y por Illia, continuó hasta 1973.
Esos gobiernos civiles fueron, cuando menos, complacientes con los concentradores de poder y los golpistas. Ambos gobiernos civiles mantuvieron la proscripción del peronismo y de la izquierda y también reprimieron las movilizaciones populares, incluyendo muertes y la desaparición de Felipe Vallese durante el gobierno civil sustituto del de Frondizi a cargo de Guido.
En junio de 1966, se instaura una nueva dictadura cívico, militar y clerical, encabezada por el generalote franquista católico Onganía, dictadura que, luego de reemplazos que llevaron a sustituir al oscurantista milico por un tal Levingston primero y por Lanusse finalmente, concluye con el triunfo electoral aplastante del peronismo en marzo del 73.
Todas esas dictaduras contaron no sólo con el aval sino también con la activa participación del imperialismo británico y del imperialismo yanqui, así como con la complicidad, de una manera o de otra, de las grandes potencias dominantes del planeta.
No hace falta desclasificar archivos para afirmar lo antedicho. No hace falta que ahora el nefasto periódico tradicionalmente golpista Clarín publique tal información en su portada.
El imperialismo británico consideró al peronismo un enemigo y así sucedió también con el imperialismo yanqui, apoyados, como ya señalé, por otras potencias dominantes, incluso por la estalinista URSS.
Son hoy bastante conocidas las declaraciones de Churchill al término de la Segunda Guerra Mundial advirtiendo contra el peligro de que la Argentina deviniera una potencia y la celebración entusiasta que hizo en ocasión del derrocamiento del gobierno nacional y popular encabezado por Perón.
La misma asociación francamente ilícita, antipopular, antinacional, enemiga desembozada de los trabajadores fue protagónica en todos esos golpes y las funestas dictaduras que instauraron: la asociación de la oligarquía y gran burguesía local con los imperialismos, particularmente el británico, sobre todo en las primeras pavorosas versiones, y el yanqui en las últimas.
El imperialismo yanqui no solamente anticipó, avaló, apoyó el golpe de 1976 y la dictadura genocida iniciada entonces, sino que la impulsó y hasta la generó por vía de acuerdos secretos, de instrucción a militares, de formación de civiles que ocuparían puestos de gobierno como, especialmente, Martínez de Hoz, el deplorable ministro de Economía de dicha dictadura, reemplazado en los últimos años por personajes no menos indeseables y no menos entreguistas.
El imperialismo yanqui junto con la siniestra OAS francesa, represora sanguinaria del pueblo argelino, adiestró a los militares nativos al mismo tiempo que en sus universidades, academias y grandes corporaciones se formó a quienes habrían de administrar al país en lo cultural, lo social, lo político y lo económico.
Que se diga con claridad: las “prestigiosas” Harvard, Yale, Princeton, escuela de Chicago y demás usinas ideológicas yanquis aleccionaron a los golpistas y tiranos que habríamos de padecer en su versión más trágica y cruel. El mismo tétrico papel cumplieron grandes corporaciones transnacionales. Además, desde su nacimiento, la tenebrosa CIA se centró en el ataque persistente, la destrucción, de todo movimiento popular en América Latina y en el mundo en general.
La dictadura genocida contó, entonces, con el apoyo y la dirección del imperialismo yanqui asociado a los concentradores de poder y de riqueza locales. Kissinger, del departamento de estado yanqui, fue el cabecilla yanqui. Kisssinger, el gobierno yanqui, la CIA ya habían dado los golpes en otros países hermanos, entre ellos Chile, Uruguay y Brasil.
La dictadura genocida tenía un propósito: acabar definitivamente con toda aspiración del pueblo argentino a su soberanía, autonomía, liberación y realización.
Para la dictadura, sus apoyos, el imperialismo yanqui y sus cómplices globales, los concentradores de poder y riqueza locales y los distintos factores de poder, el clero católico y otros cleros (de los que no se habla) fueron el sostén por excelencia.
A eso hay que sumar todo un conglomerado constituido por los medios de comunicación dominantes, con Clarín y La Nación a la cabeza más radios y canales mercenarios del despotismo, formadores de opinión, intelectuales, deportistas, faranduleros, capocómicos y otros especímenes que le suministraron a la dictadura genocida un aliento y un soporte ideológico y cultural decisivo.
Muchas y muchos de esas y esos intelectuales, faranduleros y faranduleras, capocómicos, divas y divos y deportistas siguen siendo objeto de culto, de veneración, de admiración y, los aún vivientes, se mantienen como figuras con predicamento que cuentan con el favor de concentradores de poder, dirigencias y medios. Merecerían todas y todos quienes de esa manera practicaron el colaboracionismo con la dictadura fuesen juzgadas y juzgados, al menos por medio de la denuncia pública y el repudio social.
Una dictadura genocida no se instala ni se mantiene únicamente con metralletas, cañones, aviones de combate y navíos de guerra. El comportamiento de la masa y de referentes civiles con capacidad de influencia y de poder, es determinante para que una dictadura o una tiranía de cualquier índole se imponga y perdure.
Da para preguntarse si la capacidad de hacer reír con chabacanería, hacer goles, exhibir cuerpos en televisión, organizar almuerzos para su emisión por pantallas, publicar cuentos y novelas celebradas compensan con obscenas creces el papel deleznable que se cumplió en la dictadura.
Particularmente, como tantas y tantos, soy sobreviviente, sobreviviente yo y sobrevivientes mis familiares, inclusive quienes por entonces eran mis muy pequeñas hijas. Soy sobreviviente de la dictadura porque milité desde mis doce años sin pausa, porque fui encarcelado por el gobierno de Illia y, por lo tanto, prontuariado como “subversivo” de por vida, porque fui expulsado de la UBA por mi militancia, porque fui activo protagonista del movimiento estudiantil y de las agrupaciones docentes y porque fui intensamente buscado a partir de 1976, lo cual me obligó a vivir, parcialmente, en la clandestinidad, a refugiarme y a todo lo consabido para preservar la vida, lo cual treinta mil compañeras y compañeros y con seguridad muchas y muchos más no pudieron lograr.
Además, entre mis antecedentes, las fuerzas de la dictadura tenían registrada mi activa participación en el Operativo Dorrego, llevado a cabo en 1973 y en el que había sido yo destinado a Carlos Casares. Justamente el responsable de la brigada de la cual formé parte fue Horacio “Chacho” Pietragalla, el padre desaparecido del actual Secretario de Derechos Humanos de la Nación.
Comenzar a militar a los doce años, con motivo de la lucha a favor de la enseñanza pública, laica y gratuita, significó en gran medida vivir durante décadas en la clandestinidad. Así era la Argentina de fines de los 50, de todo el curso de las décadas de los 60 y los 70 e incluso de la primera mitad de los 80. Sirva como dato ilustrativo que pude tramitar por primera vez mi pasaporte en 1991, cuando todo indicaba que ya no había retorno de genocidas al gobierno: aún así, al entregarme el pasaporte, mi primer pasaporte, la Policía Federal me hizo notar elocuentemente que mis antecedentes estaban registrados y que yo era una especie de “sospechoso” de por vida.
Durante la dictadura la vida fue un tormento inacabable que insumía un muy alto gasto psíquico, que obligaba a ocultarse, que obligaba a tomar extremos recaudos para encontrarse con amigos, compañeros o colegas, que exigía hablar en voz baja en lugares públicos, que censuraba y autocensuraba, que hacía sentir que cualquier vecino, comerciante, taxista, inclusive un pariente, era un delator, que imponía la sensación de ser continuo objeto de asedio o de acoso.
Durante la dictadura en gran medida ese costo psíquico estaba originado en que, a través de los medios, de la calle, de las instituciones, de los lugares de desempeño profesional, se hacía sentir no solamente que los Falcon verdes podían capturarlo a uno en cualquier lugar y a cualquier hora o que una banda de forajidos al servicio del Estado podían ingresar al hogar asolando y secuestrando, sino que su accionar abiertamente nazi era apoyado por la llamada “opinión pública”, por la masa o por la “gente”, por los medios, por los referentes de toda índole y, por supuesto, por los factores de poder.
Un ejemplo: uno de mis empleos, siendo desde luego licenciado en Psicología UBA, fue en esa época el de investigador motivacional, denominación de entonces. Un informe de mi autoría sobre la opinión de referentes y población en general acerca del hábito de fumar, proporcionado por la consultora en la que me desempeñaba a una gerencia de una empresa líder, dio lugar al allanamiento de dicha consultora porque yo había usado en tal informe la expresión “sociedad de consumo”, a la cual la dictadura la consideraba “marxista” (tal como lo cuento).
La dictadura genocida no sólo llevó a cabo un plan de exterminio, sino que arrasó con la producción cultural, con el conocimiento científico, con el arte y la vocación artística, con la educación, con los derechos y las libertades en todos los ámbitos, con las aspiraciones. Hasta llegó a censurar la teoría matemática de los conjuntos. Sus censores eran dignatarios que a su arbitrio usaban las tijeras en las creaciones fílmicas o quemaban libros o escondían o destruían obras de arte.
Quienes teníamos vocación, compromiso y militancia política debíamos destinar casi todos nuestros esfuerzos a conservar la vida y la libertad, a inventarnos a diario motivación para sobrevivir y para, arriesgándonos, desempeñarnos en nuestras profesiones, oficios o actividades.
Ya
avanzado el año 1976, el Servicio de Psicopatología del Hospital Pirovano fue clausurado
por considerarlo “un antro de la subversión”. En él trabajaba como psicólogo en
el equipo de atención de familias de adolescentes. Ese cierre fue uno de
cientos a lo largo y ancho de la Argentina invocando similares motivos; incluso
de muchos de esos Servicios de distintas instituciones se llevaron para siempre
a colegas, compañeras, compañeros, amigas, amigos.Ya en 1974, la gestión fascistoide de Ottalagano, con el ministro Ivanissevich en el ministerio de Educación, había clausurado las carreras de Psicología y de Sociología, siendo yo docente de la primera, con el pretexto de que se trataban de "nidos de la subversión". El 31 de marzo de 1976, la dictadura nos expulsó, como docentes a mí, compañeras y compañeros, de la carrera de Humanidades de la Universidad de La Plata. Así obraba la dictadura, así arrasaba con la vida en todas sus formas.
Cuando las Madres primero y las Abuelas después comenzaron su heroica y encomiable lucha en muchos corazones, entre ellos el mío, se sintió una suerte de inyección de sangre, de fluido vital, de aliento, de oxigenación, de esperanza.
Todo lo que se había iniciado con la gloriosa Resistencia Peronista, con la izquierda leal a sus principios, con el movimiento estudiantil, con los sindicatos combativos dando lugar al Rosariazo, al Cordobazo, al Correntinazo y tantas y tantos actos genuinamente insurreccionales contra las dictaduras previas y sus mandamases debía ser, para la dictadura genocida, “neutralizado”, aniquilado, borrado de raíz, sepultado, arrancado de la memoria. Ahí los gobiernos civiles y las dictaduras cívico militares previas habían sembrado antecedentes de lo que sería la genocida del 76, destacándose la masacre de Trelew más otras represiones sanguinarias que dieron por resultado un sinnúmero de trabajadores y estudiantes asesinados, encarcelados, torturados.
Ya la dictadura de Onganía había intentado cerrar las carreras de Psicología y Sociología de la UBA y de otras universidades nacionales. Impedimos con la lucha llevada a niveles de extremo riesgo que eso aconteciera.
Después de la muerte de Perón, la gestión nazifascista de Ivanisevich asociado a López Rega, consumó lo que el generalote oscurantista Onganía no había podido concretar. La dictadura genocida mantuvo esa decisión: Socio y Psico eran también consideradas “nidos de la subversión”. La dictadura genocida fue más allá todavía al clausurar carreras y centros de investigación en todo el país.
La
dictadura fue también, además de todas las maldiciones que sobre una nación y
un pueblo pueda recaer, corrupta. Casi no había jefe militar, referente civil o
empresarios, directores y gerentes, arzobispos, que no fueran corruptos. Hasta tal
punto fue la cosa, que se persiguió o secuestró y desapareció personas para que
sus puestos de trabajo fueran ocupados por hijos y entenados de los jefes
militares y de los capitostes civiles. Sin embargo, la dictadura para la masa o
la “gilada” se vistió con el manto de lo inmaculado, de lo impoluto. Hablo de masa diferenciándola tajantemente de Pueblo, ya que éste es el concepto a respetar y enaltecer: el pueblo o los pueblos luchan por su libertad y realización contra los despotismos, mientras la masa prefiere arrastrarse segfún el gusto de los tiranos.
Tanta más devoción tenía por imponer el despotismo al servicio de los poderosos locales y de los imperialismos, tanta más hostilidad devastadora mostraba contra Perón viviente en la memoria, contra el pueblo, contra los trabajadores, contra el peronismo y las fuerzas políticas y gremiales de variado espectro que respondían a los intereses nacionales, latinoamericanos, de los países oprimidos del planeta, al pueblo y a los pueblos, a las trabajadoras y trabajadores.
La dictadura ejerció el terrorismo de estado para instalar el Terror como paradigma de lo social: es decir, se valió del terror para imponer el Terror.
No es esta última aseveración un divertimento retórico, no es una simple aliteración. Aludo a dos niveles lógicos imbricados. Las acciones propias del terror, del terrorismo de estado que aplicó a gran escala, fueron los instrumentos para hacer del Terror el marco y la estructura de un régimen sostenido en la premisa de que el "orden social", la "paz", "la convivencia" solamente son viables si el Terror es el cimiento. El valor del Terror para garantizar un supuesto ordenamiento sostenible y grato a los ojos de la divinidad se basa en esa insidiosa creencia oscurantista propia del Santo Oficio y del calvinismo según la cual los humanos somos "hijos del rigor", nos portamos bien si sentimos en la piel y en las entrañas el poder del castigo o su amenaza.
Esa creencia fue materializada por la dictadura con el fin de acabar de raíz con el Pueblo, con la Política y con las aspiraciones. Eso que hizo la dictadura hace que el temor, la resignación a la posibilidad, la caída en la sumisión a los concentradores de poder locales y globales, la degradación a la condición de "vencidos lentos", expresión del valiente poeta español revolucionario Miguel Hernández, la fabulación de quienes falsean la historia y su propia historia para manipular, el cinismo y tantas calamidades prosperen, nos coaccionen, nos inhiban, nos encierren en las mazmorras de la decadencia y con sensación en muchas argentinas y muchos argentinos de que tal decadencia es lo natural, así como es de natural el acuario para el pez que nació en él.
Esa castración es obra de la dictadura, en esa agonía nos sumergió la dictadura, dejándonos una funesta herencia en la que se mezclan todos los padeceres, desde el hambre hasta la deuda externa asfixiante e inmoral, junto con una runfla de mercaderes, hacendados, escribas y politiqueros que solamente en la decadencia pueden llevar a cabo su deletérea acción.
Desde el nacimiento de la Patria, simplificando didácticamente, un Proyecto nacional y genuinamente democrático se encuentra en colisión permanente con un contraproyecto al servicio de la oligarquía, las grandes potencias dominantes y las grandes corporaciones transnacionales.
De un lado los primeros líderes fueron Moreno, Belgrano, San Martín, Dorrego, Artigas, Güemes, Azurduy y tantas y tantos más, a los que hay que sumar, considerando América Latina, a Bolívar, Sucre, Manuela Sáenz, Hidalgo y otras y otros.
Del otro lado los jefazos fueron los Rivadavia, los “conquistadores del desierto”, los Mitre, los propiciadores de las grandes represiones contra gauchos, trabajadores, con casos tristemente muy elocuentes como la Semana Trágica y la Patagonia rebelde.
La dictadura genocida fue la continuidad de estos últimos; no por casualidad se autodenominó “Proceso de Reorganización Nacional” aludiendo como antecedente a la Organización Nacional de Mitre y Roca.
Para la dictadura “reorganizar la nación” era regimentarla despóticamente de tal manera de uniformarla en torno a la sumisión local y extranjera. Todo lo que no encajaba allí era “subversión”, “demagogia”, “destrucción del ser nacional”, “idiotas útiles del comunismo”, “nostálgicos irrecuperables e incorregibles del peronismo”.
La dictadura se proponía corregir, enderezar, ordenar, pacificar en modo cementerio. Se proponía militarizar a toda la población, haciendo devenir a habitantes y ciudadanos en uniformados rasos que respondían a la consigna “subordinación y valor”, que se arrastraran y humillaran tanto ante los galones mal habidos como ante los poderosos autóctonos y globales, particularmente, insisto, yanquis.
Los antecedentes inmediatos de la dictadura son numerosos y todos igualmente determinantes. Aquí destaco algunos.
Como indeseables para los dictadores,
- La
continua movilización popular, del peronismo y de la izquierda
- El legado del peronismo fundacional y de la conducción de Perón
Como propiciadores de lo que concluiría en la dictadura,
- El accionar de la funesta Triple A comandada por López Rega
- Lo que se conoce como el Rodrigazo.
Atención aparte merece una de las cuestiones más espinosas: que las formaciones especiales, la guerrilla urbana, y muy particularmente las más poderosas organizaciones armadas, Montoneros y el ERP, continuaron con su acción durante el gobierno de Perón y de Isabel Perón, resultante de elecciones en las que la voluntad popular se decidió por el peronismo con aquél a la cabeza.
Habiendo sido yo activo militante, encolumnado en la JP, la JUP y ADUP y, por supuesto, Montoneros, tuve un rol protagónico en la discusión interna que llevó a una definitoria división de aguas que se aceleró a partir de la ejecución de Rucci, un dirigente sindical complaciente con los factores de poder, pero en ese momento un instrumento de Perón. Lo bajaron para bajar a Perón y así fue internamente explicitado en la organización Montoneros: yo estaba ahí.
Mi posición, así como la de muchas compañeras y muchos compañeros, era que tan pronto el gobierno nacional y popular inicialmente encabezado por Cámpora y luego por Perón, la acción armada, así como toda actividad insurreccional debía ser definitivamente abandonada. Mi profundo conocimiento tanto del marxismo, una concepción genuina y respetable cuando se la reconoce en toda su complejidad, como del peronismo, me puso en un lugar relevante en la discusión ideológica interna.
Debo contar con todo énfasis y claridad que la jefatura de Montoneros a partir de 1973 asume como doctrina el marxismo-leninismo, que en esa época era un disfraz de lo que realmente predominaba desde Moscú: el estalinismo. Dicho de otro modo, los cabecillas de Montoneros adoptan el estalinismo.
Informado y consciente Perón de tamaño disparate, reacciona destacando que la doctrina peronista seguía vigente y que, entre sus textos principales, cabía tener en cuenta Conducción Política, La comunidad organizada y Doctrina Peronista, al mismo tiempo que elabora y finalmente da a conocer el Proyecto nacional. Mi testamento político.
Quede claro que Montoneros y las organizaciones de superficie que le reportaban se habían declarado enemigos de Perón, de su conducción, de su concepción, del Movimiento Peronista y del pueblo argentino mismo.
Con esa decisión, acompañada con el retorno a las armas en plena democracia y con un gobierno nacional y popular, Montoneros (más otras formaciones guerrilleras) abonan significativamente las condiciones para un golpe devastador.
A lo largo de 1975 y los primeros meses de 1976, ya como uno de los fundadores y dirigentes de la JUP y ADUP Lealtad, casi en soledad respecto incluso de mis compañeras y compañeros más próximas y próximos, advertía con desesperación que se trataba de cuidar el gobierno civil tambaleante de Isabel, no por cándido amor sino para evitar el horror que yo atisbaba en el horizonte ya cercano. Tenía yo total conciencia de que una nueva dictadura cívico militar iba a ser exterminadora, arrasadora, cruel sin miramientos, destructora de todo lo nacional y popular: iba a ser un régimen de muerte. Tenía mi propia experiencia como ex preso político estudiantil y sabía de qué eran capaces las fuerzas represivas, de su saña y de su malignidad sin límites, de su sadismo.
Es duro profetizar cuando se es tan desoído. Es penoso recordar que amigas y amigos, compañeras y compañeros consideraran que yo desvariaba, que exageraba desmedidamente, que era llevado por una imaginación desenfrenada. Mi “profecía” se cumplió y cómo.
Digo al pasar que en gran medida mis pronósticos desde entonces a hoy sufren, frecuentemente, de un maleficio: lo que no se quiere escuchar. Curiosamente, al mismo tiempo soy muy respetado y valorado, e incluso, por parte de algunos inescrupulosos, plagiado (a menudo).
No me quieren quienes se benefician con lo que hay. Mis diagnósticos y mis predicciones movilizan, desestabilizan, cuestionan; al mismo tiempo se me muestra genuino respeto y valoración porque se sabe que lo que pienso y hago está siempre fundamentado, basado en sólidos conocimientos, en sólida experiencia y en sólidas convicciones. Tengo una sola cara, además.
¿Cuáles fueron los propósitos de la dictadura?
Para ciertas y ciertos gobernantes, dirigentes e intelectuales, la dictadura tuvo como finalidad “imponer un modelo económico antinacional y antipopular”. Para [R1] otras y otros, acabar con las insurrecciones populares cuyo origen más relevante habría sido el Cordobazo. Para otras y otros, terminar con el peronismo. Todas estas posiciones son correctas, pero pecan de parcialidad, de parcialidad por visión sesgada y de parcialidad por absolutizar como un todo lo que únicamente es una parte.
Por supuesto, para quienes mantienen su adhesión a la dictadura, muy presentes en la ultraderecha que ejerció el gobierno despótico encabezado por Macri, la misma tuvo como finalidad ordenar el país, “pacificarlo”, terminar con el “populismo”, generar condiciones para salir del atraso. Sería risible esta evaluación si no contuviera tanta crueldad, tanta vocación despótica y tanta imbecilidad, rasgos justamente de quienes ejercieron la dictadura genocida ya que era un conjunto de malvados, tiranos e imbéciles.
Es fundamental para una comprensión acabada partir de la Política como premisa.
Una dictadura tiene siempre propósitos políticos, del mismo modo que en la vereda radicalmente opuesta los tienen los pueblos y los revolucionarios que los conducen y representan.
La dictadura genocida tuvo estos dos fines articulados:
- Imponer una configuración sociopolítica, cultural y económica del gusto de los grandes concentradores de poder y de riqueza locales y globales más satelizar a la Argentina como país totalmente sometido al imperialismo yanqui (y de paso el orden mundial sintónico con la voluntad de todas las potencias colonialistas, neocolonialistas e imperialistas)
- Acabar definitivamente con toda aspiración del pueblo argentino a su liberación y realización, exterminando al peronismo, a la izquierda, al movimiento sindical representativo y antiburocrático, al movimiento estudiantil. Merece particular atención su intención de aniquilar al peronismo incluyendo todo recuerdo de su conductor, el teniente general Perón, fallecido un año y medio antes del golpe del 24 de marzo.
La dictadura dejó una herencia fatídica, fundamentalmente la decadencia.
Con la dictadura la Argentina ingresa en una era de decadencia que incluye las dimensiones cultural, social, política, científica, educacional, tecnológica, industrial, sanitaria, etc. La dictadura destruyó en sus tramas más sustantivas al tejido social y también aniquiló la Política.
La forma en que se ejerce la política hoy tiene mucho de padrinazgo de la dictadura y ni qué hablar del extendido “apoliticismo”, ese aberrante vocablo con una acepción falsa y falaz.
El pensamiento político correcto, esa grosería a contramano de lo que enseña la sabia Historia, asociado a excrecencias o inconsistencias tales como el “fin de las ideologías”, “el fin de la historia”, el reduccionismo a una formación socioeconómica – el capitalismo – para dar cuenta de todo, la aceptación de un orden mundial injusto como indicador de “madurez”, el desprecio por los pueblos originarios y los de otras latitudes, la vocación por la mediocridad, el egocentrismo, la sacralización del “individuo” (noción obsoleta), el refugio en los cultos y el oscurantismo, también forman parte de la herencia de la dictadura o, aún cuando vengan de más atrás, fueron incentivados exponencialmente por la misma.
A eso hay que sumar los cultos por los dogmas y por los figurones, cultos que incluyen a Lacan y su lacanismo (todo un sostén ideológico de la dictadura), los neoconductismos en todas sus variantes, el sociologismo y la “politología” yanquis que tanto nos han penetrado, la depredación cultural cuyo mascarón de proa son las universidades, el cine y las series yanquis en su totalidad, la distorsión del concepto de salud que lleva a un medicalismo francamente regresivo, el encuestismo, el totalitarismo de la estadística insuficientemente fundamentada, etc.
La dictadura, por su accionar, por sus grupos de tareas, por sus más de quinientos centros ilegales de detención, por sus traslados, dejó también un “modelo” espantoso que abarca desde la misoginia, la violencia de género, la homofobia y los feminicidios hasta los secuestros extorsivos, los asesinatos al voleo y el gatillo fácil.
Es así porque los grupos de tareas y los comandos de la dictadura secuestraban, saqueaban, violaban, torturaban, aplicaban tormentos a embarazadas, se apropiaban de bebés, niñas y niños, asesinaban mujeres y, por supuesto, varones, mataban en cualquier momento y lugar, encarcelaban clandestinamente, hostigaban a adolescentes y jóvenes, incluso hasta acabar con ellas y con ellos, robaban, circulaban en los Falcon verdes y otros tipos de vehículos intimidando con armas largas, asaltaban: no hay atrocidad que la dictadura con sus jefazos y sicarios no haya cometido.
Además, colaboró activamente, bajo el mando de los yanquis y las instrucciones de la CIA, con la represión sanguinaria de los pueblos hermanos, con el plan de exterminio, el plan Cóndor, destinado a aniquilar en toda América del Sur toda intención revolucionaria o de transformación, de libertades y de derechos.
Ahora bien, cuáles son los fundamentos últimos, tan imperceptibles como efectivos, tan necesarios de ser deducidos a partir de la exploración científica de la dictadura.
¿Qué hace posible a una dictadura como la exterminadora de todo?
La respuesta tiene una complejidad inimaginable y de difícil comprensión y de difícil transmisión.
Intentaré una aproximación, una aproximación que va a la médula de la cuestión, una aproximación que no por ser tal se queda en los bordes, sino que se sumerge en la hondura y en el núcleo.
Lo humano, desde el comienzo de sus tiempos históricos, se debate entre dos tendencias contrapuestas:
- La que lo impulsa a la cerrazón endogámica
Vs.
- La que lo alienta a la apertura exogámica.
En el primer caso nos encontramos con la identificación tal como la define el Psicoanálisis, el comportamiento a la manera de los grupos de supuesto básico de Bion, el funcionamiento en horda tal como lo describe Golding en El señor de las moscas con Jack como su jefecito, la conformación como masa (=”la gente”) caracterizada por lo amorfo, la aglutinación indiferenciada por completo, la Primarización llevada a su versión extrema, según mi creación, el Método Vincular.
Esta tendencia a lo endogámico, que implica la resistencia al tabú del incesto o, más precisamente, a lo que he denominado la Ley de la institución exogámica, opera tanto a nivel de la interacción social como en la configuración intrapsíquica, tanto a nivel de la relación con los otros y lo otro como en el mundo interno de cada persona, correlacionándose, vinculándose intrínsecamente.
Esta tendencia propone la polarización irreductible e inexorable amigo – enemigo. Todo lo propio está dentro del campo amigo y todo lo ajeno se incluye en la esfera del enemigo.
Todo lo antedicho lleva a instaurar y garantizar un orden cerrado, a la postre insostenible, “orden cerrado” que justamente es la especialidad de las fuerzas militares: tal tipo de orden enseña y entrena a formar como tropa e induce al soldado a subordinarse incondicionalmente a sus mandos.
Es decir, los milicos, establecieron un régimen basado en su práctica, su limitada práctica, en lo conocido y lo único conocido por ellos.
Ese orden cerrado genera certidumbre, seguridad, fortaleza. Mejor dicho, genera la sensación de certidumbre, seguridad, fortaleza.
La masa, acrítica, ávida de “un orden” sin importar cuál sea y, por lo tanto, adicta al despotismo, encuentra así el modo de refugiarse, de evitar todo riesgo, de sentirse bajo control y de contar con un curso vital pautado y previsible. Sabemos que toda esa creencia es ilusoria, es más una sensación que una interacción con lo real.
Los mandos, jefes militares y factores de poder civiles, perciben que con el “orden cerrado” al que la masa es proclive, su poder se afirma y acrecienta, su imagen especular los enaltece satisfaciendo la expectativa narcisista o ególatra: en suma, su deseo, conjunción de dominio y autoimagen ideales, triunfa.
A través de ese, su deseo, en un pacto implícito y la vez tenaz e inconmovible, la masa satisface el propio, toda vez que depositó en el deseo de ese otro la canalización del propio. Como dice Hegel, el deseo es deseo del deseo: ergo, el deseo de la masa es el deseo del deseo del mandante cuyo deseo es el deseo de la masa ávida de orden (o sometimiento). Quien somete no duda (el militar Aldo Rico sentenció que la “duda es jactancia de intelectuales”) y quien se somete tampoco.
No dudar asegura una configuración social estable, fija, predecible a la masa y a sus mandos. Al mismo tiempo, en lo intrapersonal o en la configuración intrapsíquica de cada miembro de la masa y de cada mandante, ese orden cerrado, ese enclaustramiento endogámico le reduce el gasto psíquico, neutraliza el estrés, garantiza cierta plenitud, propicia “la paz interior”.
Todo ilusorio, desde ya, pero “de ilusiones también se vive” y, sobre todo, cuando logran establecerse, aunque sea por cierto tiempo, vínculos pertinaces, obstinados y basados en el fanatismo.
Tan importante como asegurarse esos sólidos vínculos es encontrar o inventar un enemigo: éste es el depositario de toda la proyección masiva, de todo lo malo contenido en el sí mismo, generando la percepción de que así la masa, cada uno de sus miembros, su jefatura y cada uno de los mandantes o superiores, son la expresión viva del Bien y de lo bueno. Se apunta contra un enemigo débil e interno, mientras se arrodillan ante el enemigo poderoso, vernáculo o extranjero.
El clivaje está consumado: el enemigo inventado carga con toda la maldad y el “uno mismo” (masa y jefes) son portadores de la bondad. Así que, “el algo habrán hecho” resume con elocuencia esta profundización en torno a las raíces últimas del despotismo y, por ende, de las dictaduras, tiranías, etc.
Ahora, curiosa y paradojalmente, esa tentación irrefrenable por sostenerse gracias a un enemigo llevó a la dictadura a su final: la omnipotencia imaginaria lograda a base de sangre de argentinas y argentinos y de pueblos hermanos, la llevó a buscar un enemigo, colonialista y brutal, Gran Bretaña.
Una digna e irrenunciable causa, la de la recuperación de nuestras islas del Atlántico Sur devino, guerra mediante, la sepultura de la tiranía genocida. Además, su gran apoyo, el país yanqui, se alió abiertamente con su “madre patria”.
Como una suerte de reencarnación de lo vivido por Edipo, lo mismo que hizo posible a la dictadura, establecer un enemigo, la derribó.
Lo exogámico para el despotismo es el asiento de lo desconocido y de lo repudiado, es la sede del enemigo y el antro del mal, el desafío que desestabiliza y lleva a lo incierto, al fracaso, a la destrucción.
Lo exogámico supone la Ley y las leyes, las leyes jurídicas y las leyes de las Ciencias de lo Natural y de lo Humano, lo cual para la masa acrítica y gustosa de subordinarse (= atarse sumisamente a un orden) y para sus superiores es inabordable, inaccesible, intimidante.
De tal manera, el despotismo en cualquiera de sus variantes y, por lo tanto, la dictadura terrorista de estado que padecimos, nace, crece, se desarrolla y muere en el enclaustramiento endogámico.
Endogamia llevada a su extremo más extremo y dictadura genocida fueron los socios unidos por un lazo intrínseco, tan obstinado como diabólico, tan incondicional como perverso.
Rubén Rojas Breu
Buenos
Aires, marzo 26 de 2021, actualizado el 24 de marzo de 2023
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