martes, 11 de mayo de 2021

LA CUESTIÓN DEL ENEMIGO EN POLÍTICA

 

 

 

Rubén Rojas Breu

 

LA CUESTIÓN DEL ENEMIGO EN POLÍTICA

 

Índice temático

Sobre la enconada resistencia al concepto de enemigo

¿Por qué hay quienes tienen derecho a usar la expresión “enemigo”?

Breve historia del concepto “enemigo”

Concepto de “enemigo”

Pueblo versus despotismo

Acerca del despotismo

Asumir como enemigo al despotismo

El enemigo como consecuencia de la aspiración del Pueblo a consumar su Proyecto

Si no existen enemigos, ¿entonces…?

¿Oposición o enemigo?

La vía para luchar por el Proyecto y para neutralizar al enemigo del Pueblo 

Así que la disyuntiva de la hora es:...

 

 

Sobre la enconada resistencia al concepto de enemigo

En su discurso del 30 de abril de 2021, destinado a anunciar las nuevas restricciones por el avance de la pandemia, el presidente incurrió en un grave equívoco.

Señaló que él no tiene ningún enemigo, aseveración con la que busca confirmarse como un conciliador, un moderado, un “incansable” buscador de consenso.

Es decir, el presidente personalizó. Su persona no tiene ningún enemigo afirma.

En política el enemigo nunca es personal, nunca es otra persona u otras personas, en tanto tales.

Actualmente, con la guerra entre la OTAN y Rusia, librada en territorio de Ucrania, se busca personalizar, demonizando, al presidente ruso y se propalan desvaríos que pretenden bucear qué pasa en la cabeza de éste. El afán de los concentradores de poder y de riqueza rusos por retomar la era gloriosa imperial va más allá de lo que suceda en la corteza gris de su jefe político y lo mismo sucede con la parte contraria, la OTAN, encabezada por el país yanqui, nacido con vocación anexionista y belicista.

En todo caso, determinadas condiciones sociopolíticas, históricamente determinadas, generan el caldo de cultivo para que asuman liderazgos personas con cierto perfil. Así sucedió con Hitler  y con Mussolini, por tomar los casos más resonantes del siglo pasado. Ninguno de ambos fue producto de una probeta sino figuras tiránicas emergentes de un cuadro de situación propio de la Alemania e Italia de entonces en el cual no me voy a detener acá.

Como se generalizó, en el marco del llamado “pensamiento político correcto”, la aversión a la expresión “enemigo” en aras de alcanzar una suerte de Nirvana terrenal en el que se sacralizan “amor y paz”, se torna oportuno, inexorable y urgente conceptualizar tal expresión.

Esa aversión a la palabra “enemigo” nos lleva a un mar de paradojas.

No se usa la palabra enemigo, pero frecuentemente cuando se habla del opositor o adversario como si se tratara simplemente de eso, un opositor o un adversario, se apela a atributos, consideraciones, improperios, difamación o lenguaje abiertamente belicoso, aplicables a quien se considera enemigo.

Así que no se usa el vocablo “enemigo” pero se lo connota, como si evitando el uso de dicho vocablo a manera del pensamiento mágico se pudiera denostar cómodamente al enemigo, sin nombrarlo. Denostar en lugar de denotar.

No se menciona el enemigo, pero quienes se encuentran enfrentados velan armas y, cada tanto, exhiben alguna con el doble mensaje: amenaza y “estamos listos para…” o se habla de “golpe en marcha”, de tipos de golpe distintos a los de antes, ya que ahora serían “institucionales”; incluso, cada tanto, suena un petardo acá o allá, o más elocuentemente, cruelmente, se asesina a un militante popular como sucedió con Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, por citar únicamente crímenes resonantes sucedidos hace poco.

Al mismo tiempo, se aplica la palabra “enemigo”, tal como lo hizo el presidente, a un patógeno cuando por su condición de no humano tal vocablo no es pertinente.

Eso debe ser alentador para el presidente porque si el coronavirus SARS Cov 2 es erradicado y la pandemia se acaba, no va tener enemigos. Por lo menos no los tendrá hasta que se propague un nuevo patógeno. O, como se da ahora, la inflación descontrolada, contra la cual declaró "la guerra", incurriendo en trivialización de una palabra no apta para aprovechar retóricamente dado el flagelo, el crimen en gran escala, del que se trata.

Todo el repertorio de figuras retóricas tales como la metáfora, la metonimia, la sinécdoque, el eufemismo, la elipsis y demás, son usadas aviesamente con el fin de escamotear el uso de la expresión “enemigo”. Se recurre entonces a un burdo nominalismo, muy por debajo del que sostuviera el filósofo inglés Stuart Mill, burdo nominalismo por el cual “si no se nombra, no existe” complementando con el eufemístico “si bien el enemigo existe, mejor no nombrarlo de esa manera”.

 

 

¿Por qué hay quienes tienen derecho a usar la expresión “enemigo”?

 

Por otra parte, se convalida, se refrenda y hasta se aplaude que las grandes potencias, con el país yanqui a la cabeza, sí hablen abiertamente de sus enemigos. Entre los EEUU de Washington y China se da una guerra sorda, solapada, con continuos intercambios intimidatorios, ultimata (plural de ultimátum), despliegue de fuerzas militares. Entre la OTAN y Rusia se desató una sanguinaria y abierta guerra propia de disputas entre imperios o versiones farsescas de los mismos.

Tengamos en cuenta, además,  que los EEUU de Washington junto con todas las potencias europeas (y países europeos que no llegan al nivel de potencia) tienen por enemigos al talibán, al pueblo iraquí, a Irán, a las organizaciones terroristas del prejuiciosamente llamado “fundamentalismo islámico”; también se encuentran esas potencias combatiendo en Siria, Israel tiene por enemigo a Palestina, el país yanqui ocupa militarmente a Colombia, etc.

Particularmente, los EEUU de Washington, por su propia vocación y sus infames intereses, suman enemigos en todo el planeta, desde Venezuela, Cuba y los narcos hasta Corea del Norte y China, pasando por Rusia, casi todo Medio Oriente, organizaciones combatientes africanas, etc.  

Es como si hasta para reconocer la existencia del enemigo se diera la desigualdad y el privilegio: las grandes potencias tienen derecho a tener enemigos, pero la Argentina, los países y pueblos oprimidos no. Ni siquiera tenemos derecho a señalar enemigos.

Dentro de la ponzoña que la derecha inocula se incluye lo de que hablar de enemigos o del enemigo es propio de organizaciones políticas, dirigencias y poblaciones inmaduras, afectadas por el infantilismo; es típico, sostienen, de “setentistas”. Lo afirma esa misma derecha que admira a aquellas grandes potencias belicistas, esa misma derecha que en todas las latitudes reprime sanguinariamente a luchadores populares, apelando inclusive al asesinato, la tortura o la desaparición forzada. 

La derecha, valiéndose de sus plumas, voces, mercenarios y adalides que cultivan la frivolidad y la malicia, busca inhibirnos en todas las formas y, una de ellas, es cosiéndonos los labios para que no hablemos del enemigo. Gran parte de quienes dicen ser, dicen ser, peronistas, socialistas, progresistas o de izquierda le dan la razón a la derecha en ese punto (también en otros, aunque no parezca).

 

Breve historia del concepto “enemigo”

Por otra parte, hay algo más que le resta simpatía al vocablo “enemigo” y es que haya sido tratado teóricamente por uno de los inspiradores y prominentes miembros del nazismo: Carl Schmitt, quien trató al denostado término en su libro “El concepto de lo político”.

Debería tenerse en cuenta que este nazi fue tomado en cuenta por Hanna Arendt, Jacques Derrida, Jürgen Habermas, entre otros intelectuales renombrados y valorados. Por otra parte, curiosamente despierta admiración otro nazi, Heidegger, quien reivindica una noción caduca, la de “ser” y quien hasta sus últimos días valorizó el temperamento y la virilidad germánicos al punto de exaltar al futbolista Beckenbauer como modelo de tales supuestas virtudes; el famoso filósofo jamás se arrepintió auténtica y públicamente de su adhesión al vil régimen encabezado por Hitler. Apuntemos que el futbolista es apodado el Káiser y considerado representante acabado del carácter alemán.

Pero es sabido que filosofar sobre la difunta noción de “ser”, sepultada por los conceptos “relación” e “interacción”, goza de predicamento y prestigio.

En cambio, ocuparse del poder, así como del dinero y del erotismo, causa repulsa entre las élites y castas de todo tipo; también entre “progresistas”. Es decir, se prefiere una noción insustentable a conceptos verificables, legítimos y determinantes.

Norberto Bobbio propuso una definición de la política: “la actividad de cohesionar y defender a nuestros amigos y de dispersar y luchar contra nuestros enemigos”. Bobbio, participante activo de la resistencia antifascista, le otorga valor al concepto de enemigo.

Dos siglos antes, la Revolución Francesa acuña la expresión “enemigo del pueblo”, luego adoptada por Lenin, para referirse a quienes se oponían a la flamante República.

Disraelí, primer ministro de Inglaterra en el siglo XIX, es autor de la famosa frase según la cual su nación “no tiene amigos ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes”. Es decir, el “democrático” gobernante inglés reconoce la expresión “enemigos”.

El diccionario de la RAE circunscribe a la guerra el empleo de la palabra “enemigo”, pero según Clausewitz ésta es la “continuación de la política por otros medios”, lo cual implica que el controvertido vocablo es propio, justamente, de la política. La guerra pone en evidencia irrebatible lo que ya está presente en la política, aunque en ésta existen las posibilidades de encubrir.

Por su parte, Marx y Engels, como es de extendido conocimiento, plantean el antagonismo entre burguesía y proletariado, antagonismo que se resuelve con la aniquilación de la primera por parte de este último, de modo tal que la idea de “enemigo” es inherente al marxismo.

Perón insistía en la importancia de identificar al enemigo, tanto el que operaba dentro del Movimiento como el externo al mismo e incluso llegó a sentenciar aquello de: “al amigo todo, al enemigo ni justicia”. En su discurso del 1º de mayo ante la Asamblea Legislativa define al imperialismo, al neocolonialismo y a los explotadores internos como enemigos.

Fidel Castro proclamaba que “a todos los enemigos se los puede vencer”.

Doy por sentado que con todas las referencias y citas que traigo a colación es suficiente para darle a la expresión “enemigo” toda la relevancia que merece y, también, para subrayar su vigencia, por más que les pese a los partidarios de la moderación y de los consensos hueros.

Por otra parte, es más que evidente que las grandes potencias dominantes, hoy con el país yanqui a la cabeza, se conducen con la lógica “amigo-enemigo” y, por cierto, poniendo mucho más hincapié en el segundo de ambos términos, con el cual justifican sus invasiones bélicas concretadas a diario y las que tienen previstas, particularmente a Venezuela, país respecto del cual hoy está retrocediendo obligado por los requerimientos que impone la guerra en el oriente europeo: es decir, varía su posición sobre el hermano país porque se está ocupando de un enemigo más poderoso en otro punto del globo

En estos días, el imperialista Biden reivindicó como una gesta heroica el asesinato ilegal de Osama Bin Laden, en vida “enemigo público nº 1” del país yanqui.

En resumen, si no se quiere reconocer la categoría “enemigo” se incurre en renegación: o sea, en no asumir lo que está a la vista, tal como enseña el psicoanálisis. Desmentir la existencia del enemigo es desconocer lo real.

 

Concepto de “enemigo”

El enemigo en política es una configuración históricamente determinada que se opone radical y taxativamente a objetivos que se propone otra configuración históricamente determinada.

Desde el punto de vista de quienes asumimos una postura en favor de la conjunción nación-pueblo-trabajadores, el enemigo es la conjunción de oligarquía tradicional, gran burguesía local, colonialismo, neocolonialismo e imperialismo. Todos los integrantes de esta última conjunción constituyen el despotismo al cual se oponen los pueblos.

Por lo tanto, si el presidente dice no tener ningún enemigo, tratándose de la política, ¿está diciendo que esa conjunción despótica, y todos y cada uno de sus componentes, no existen o está afirmando que aun cuando reconozca su existencia no los considera “el enemigo”?

Como sea, haber afirmado que el coronavirus era su único enemigo fue un modo sobradamente eufemístico de ignorar la acción del enemigo real, verificable, que es inexorablemente intrínseco a la dramática humana. Como se deduce de lo descripto los enemigos se reconocen como tales recíprocamente, identificándose mutuamente, lo cual es sólo aplicable a humanos; un coronavirus no identifica un enemigo, simplemente se hospeda en un hábitat que le permite replicarse.

El coronavirus SARS Cov 2 es un patógeno que pasa de inerte a activo hospedándose en células con el fin de replicarse. Lo hace sin contar con voluntad, ni conciencia, ni siquiera vida en la acepción plena de ésta. Un virus, cualquier virus patogénico, no es un enemigo, es un agente infeccioso para el humano y para especies animales y vegetales. Su acción patogénica y letal se evita, sea por medio de las medidas de prevención, sea por medio de las vacunas en la medida que se cuente con ellas, en la medida que muchos “enemigos” se avengan a proveerlas a los países dependientes y a las poblaciones oprimidas.

En este terreno, enemigo es quien nos niega el acceso a las vacunas, acaparando, apropiándose y comercializando abusivamente. No el virus. 

Tampoco la inflación como tal es el "enemigo al cual se le declara la guerra con fecha anunciada": la inflación es el penoso síntoma de lo que puede la injusticia, lo que puede la concentración de poder y de riqueza.

Ahora bien, como veremos, Conflicto y Política son inherentes y propios de lo humano.

Entonces, si bien no corresponde aplicar a un virus la categoría “enemigo”, su intrusión en el ámbito humano necesariamente politiza y, al hacerlo, funciona como un catalizador que hace emerger los conflictos e, inexorablemente, deja al desnudo a los enemigos.

Entonces tendremos, crecientemente, como enemigos:

quienes reconocen la existencia de la Covid 19 e impulsan la prevención en todas sus modalidades

versus

quienes niegan la existencia misma del virus, incurriendo en patético oscurantismo, y/o quienes se oponen a la prevención incluyendo desde las cuarentenas hasta las vacunas. 

Esta misma caracterización se aplica al irrefrenable proceso inflacionario.

El pensador alemán Carl Schmitt es el creador de la disyuntiva amigo-enemigo como eje central del juego político. Schmitt puso su calidad intelectual al servicio del nazismo y en parte de su vasta y variada obra pretendió dar fundamento teórico a este régimen totalitario y genocida.

En su producción se destaca el texto El concepto de lo político, en el cual desarrolla su noción del enemigo en la Política.

Afirma que la noción amigo-enemigo constituye la esencia de lo político, y que, además, “hoy día el enemigo constituye el concepto primario [en lo político] por referencia a la guerra” (Alianza Editorial, 2da Edición, tr. Rafael Agapito, 2014, p.139).

El conflicto es inherente a lo humano y, por lo tanto, los antagonismos son insoslayables.

El conflicto presenta diversos grados y se da en todos los ámbitos de la vida humana, desde el familiar hasta el internacional, pasando por la totalidad de las áreas y organizaciones que hay entre uno y otro ámbito. 

Para los pueblos y sus genuinas conducciones políticas el enemigo no es el concepto primario como asevera Schmitt. Los pueblos tienen, ante todo, un objetivo: su liberación y realización y tal objetivo es lo primario. El enemigo es un derivado, es el que emerge para impedir tal objetivo de los pueblos con el fin de imponer su voluntad de dominación.  

No hay enemigo si no hay voluntad de dominio o sometimiento y como, tal como palmariamente se demuestra a diario, dicha voluntad persiste o se acrecienta en determinados actores y sectores éstos devienen enemigos de naciones, de pueblos y de trabajadores.

 

Pueblo versus despotismo

En Política es donde el conflicto alcanza el nivel o la magnitud que habilita a plantear la cuestión del enemigo.

Defino a la Política como la disciplina científica y la práctica que tiene por objeto interpretar y operar sobre las relaciones de poder.

A su vez, puesto que poder es el concepto clave de la política, seguidamente expongo la definición de mi autoría sobre dicho concepto.

Poder es la capacidad para pasar de una situación actual o dada A a una situación ideal o aspirada B, en el seno de la interrelación entre distintos actores y sectores que demandan, procuran y/o ejercen dicha capacidad y el complejo contexto en el que tal interrelación se da.

Esa capacidad y ese paso, de situación actual a situación aspirada, tiene obstáculos y los mismos, ante todo, se resumen en la expresión “enemigo”.

Según mis investigaciones sobre lo social y según mis desarrollos teóricos, el conflicto por excelencia, el conflicto genérico que atraviesa, diacrónicamente, a toda la historia de la humanidad, y sincrónicamente, a todo el planeta en un espacio-tiempo determinado, es el siguiente:

los pueblos versus los despotismos.

 

Acerca del despotismo

El despotismo se propone como objetivo la expansión de su dominio, en todas las áreas del desenvolvimiento humano: territorial, cultural, social, geopolítico, político, psicológico y económico.

Dominar es lo propio del despotismo y dominar es, obviamente, acumular, concentrar y ejercer poder, para lo cual requiere negarle a los oprimidos, a los explotados, a los esclavos, a los siervos, no sólo el poder sino la capacidad misma para pasar de la situación que soportan a la situación a la que aspiran.

El despotismo deviene plenamente exitoso cuando los dominados interiorizan a aquél como si fuese “natural” o divino, como si fuese congénito de lo humano o asignado por Dios o por los dioses. En tal circunstancia, el dominado, consciente e inconscientemente, asume que revelar el despotismo y oponérsele equivale a desafiar un supuesto “orden natural” o un mandato de la divinidad o un supuesto contrato social.

El despotismo reniega, psicoanalíticamente hablando, de las relaciones de poder, lo cual significa que reniega de lo real en política.

Se obstina en lo absoluto y en la esencia. Reconocer las relaciones de poder implicaría aceptar y convalidar que otros disputan y tienen derecho a disputar poder.

De las acepciones del diccionario de la Real Academia Española sobre lo absoluto, vienen al caso:

  • Independiente, ilimitado, que excluye cualquier relación.
  • Dicho de un rey o de un gobernante: Que ejerce el poder sin ninguna limitación.
  • Que existe por sí mismo, incondicionado.

El despotismo viene a ser, entonces, un modo de concentración y ejercicio del poder ilimitado, que excluye cualquier relación, que existe por sí mismo, incondicionado, como si fuera autónomo de las condiciones históricas. El rey que ejerce el poder sin limitaciones es absolutista, tal como sucedió con l´ ancien regime, derrocado por la Revolución Francesa. Lo más destacable es que el despotismo excluye cualquier relación, ergo no reconoce ni acepta las relaciones de poder.

 

Sobre la esencia de la misma fuente optamos por la acepción:

  • Aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas.

El despotismo se considera propio de la naturaleza de las cosas, de la naturaleza de lo real en política, lo permanente e invariable en el orden social.El despotismo se considera así a sí mismo y es considerado así por quienes se le someten.

De tal manera, articulando despotismo con lo absoluto y la esencia tenemos que tal tipo de régimen desconoce las relaciones de poder, y por lo tanto desconoce el derecho a disputar poder por parte de los sometidos que adquieren conciencia de que otro destino es posible y justo. Simultáneamente el despotismo se considera “natural”, permanente, invariable. El despotismo tiene como basamento y como horizonte el poder perpetuo. Se vale de una disyuntiva falaz: despotismo o caos.

 

Asumir como enemigo al despotismo

Precisamente, para aspirar a su liberación y a su realización, el dominado – oprimido, explotado, esclavizado o sometido a servidumbre – debe descubrir y asumir que el despotismo es su enemigo, lo cual lleva a que el despotismo, a su vez y simultáneamente, afronte que aquél, el dominado, es ahora su activo enemigo.

Sin reconocer:

  • en primer lugar, que tiene derecho a la liberación y a la realización,
  • en segundo lugar, que el despotismo es el enemigo que obstinada e implacablemente se opone a ese derecho,

el dominado no tiene salida.

¿Cómo el dominado o los dominados devienen en aspirantes a su liberación y a su realización? Constituyéndose como Pueblo.

Al constituirse como Pueblo, éste y el despotismo emergen como enemigos.

De ahí entonces mi formulación acerca de que el antagonismo determinante de lo humano y génesis de la Política es:

Pueblo versus despotismo.

A lo largo de la Historia y a lo ancho del planeta, en cada espacio-tiempo particular, pueblo y despotismo tienen sus específicas configuraciones.

 

Por empezar, el despotismo es un régimen: es decir, una organización de lo social en la cual se impone una autoridad absolutista que, a menudo, se enmascara apelando a disfraces o fachadas legalistas e institucionalistas o lo que se da en llamar “la democracia burguesa”, por cierto, más burguesa que democracia. 

 

En este momento, por ejemplo, la organización sociopolítica según los tres poderes formales – Ejecutivo, Legislativo y Judicial – está obsoleta y deviene en sostén de régimen despótico, en nuestro país y en todo el planeta. 

 

El régimen despótico:

  • Absolutiza una concepción de la política según la cual lo existente es “natural” o resultante de un supuesto contrato social o de un orden creado por la divinidad,

 

  • Se presume insustituible,

 

  •  Se autopercibe optimizable por vía de reglas que el propio régimen establece,

 

  • Define al pueblo como el enemigo intrínseco y primordial.

El despotismo, en nuestro país, en los países latinoamericanos y del Tercer Mundo en general, se expresa a través de estas cuatro variantes, normalmente concurrentes:

  • La hegemonía de concentradores de poder y riqueza locales, “la oligarquía vernácula” que oficia, además, de puerta de entrada y de socio de las otras tres variantes, seguidamente enunciadas,
  • El colonialismo,
  • El neocolonialismo,
  • El imperialismo.

En el despotismo la dominación logra su nivel más extremo al absolutizarse el régimen propio del mismo naturalizándose y al concentrarse en manos del opresor la capacidad de decisión.

 

Reiterando, los dominados -esclavos y siervos, súbditos y “ciudadanos” institucionalmente sujetos (sujetados) –convalidan el régimen, es decir lo conciben como plenamente legítimo, inexorable, insustituible y fundado ya sea en el orden “natural”, ya sea en la voluntad divina, ya sea en un “contrato social” sustentado en alguna clase de sabiduría, en leyes indiscutidas y en alguna índole de predestinación por la cual quienes detentan poder y capacidad de decisión ocupan tal lugar por méritos y honores de los que los “comunes” carecen. 

 

El despotismo es la versión extrema, culminante, terminal, de las configuraciones endogámicas.

 

Desde el punto de vista de mi creación, el Método Vincular, tal configuración endogámica corresponde a la Primarización, concepto que puede consultarse en mi libro Método Vincular. El valor de la estrategia, publicaciones académicas editadas por distintas instituciones y en artículos en rubenrojasbreu.blogspot.com y en rubenrojasbreuelaula.blogspot.com

 

El enemigo como consecuencia de la aspiración del Pueblo a consumar su Proyecto

A diferencia, una decisiva diferencia, respecto de lo que sostiene Carl Schmitt, postulo que el enemigo deriva de la definición de objetivos, del Proyecto que el Pueblo se propone alcanzar.

El Pueblo tiene por objetivos:

  • su liberación de todo dominador, local y extranjero,
  • su realización, lo cual implica el desarrollo integral, la materialización de todos los derechos, la justicia en todos los ámbitos de la vida y, por ende, todo lo implicado en lo antedicho (cultura, ciencia, educación, salud, medio ambiente, tecnología, ingresos, vivienda, espacio exterior, etc.).

Ya hablamos del objetivo del despotismo, el cual se resume en el afán por el dominio, afán que lleva al absoluto.

De tal manera, mientras el Pueblo -y los pueblos- toma partido por el derecho en su más vasto alcance, el despotismo se afirma en el privilegio.

 

Pueblo es la población políticamente culturalizada y organizada, que se articula intrínsecamente al mismo tiempo con la nación y con los trabajadores, se diferencia de la masa y se define en franca oposición con el despotismo, cuyas variantes, concurrentes, son las oligarquías locales, el imperialismo, el colonialismo y el neocolonialismo.

 

Al tratarlo así no hago más que aplicar un enfoque sistémico-relacional o, para quienes prefieran, aplico una aproximación “estructuralista”, en tanto y en cuanto pongo en juego en simultáneo las operaciones de articulación, de diferenciación y de oposición:

 

  • El pueblo se articula con la nación y con los trabajadores como fuerza potencialmente revolucionaria
  • El pueblo se diferencia de la masa (o de la gente) al punto de la antítesis
  • El pueblo se encuentra en antagonismo fundante con el despotismo en todas sus variantes

 

En consecuencia, el enemigo en Política es un dado, es ineludible manifestación de lo real, toda vez que el Pueblo a la búsqueda de alcanzar sus objetivos se le alza como un obstáculo implacable.

El Pueblo busca concretar su proyecto y alcanzar su situación ideal: el enemigo, fatal e inexorablemente, se alistará, se armará, se blindará para oponerse.

Lo antedicho, es una ley propia de la Política.

Eso significa que la conducción y la organización que esté al frente del pueblo, que esté representándolo y encauzándolo, debe asumir con toda claridad:

  • En primer lugar, el Proyecto de liberación y realización
  • En segundo lugar, como derivación inevitable, la identificación del enemigo.

El pueblo argentino en su intrínseca vinculación con la nación y los trabajadores, al proponerse consumar tal Proyecto enfrenta, inevitablemente, al enemigo:

La conjunción concentradores de poder y de riqueza locales más el colonialismo más el neocolonialismo más el imperialismo.

 

La vía para luchar por el Proyecto y para neutralizar al enemigo del Pueblo

Desde siempre, pero con particular fuerza durante los 60 y los 70, se dio el debate acerca de cuál vía es la más eficaz para concretar el Proyecto de liberación y realización y para derrotar el enemigo:

  • La lucha armada
  • La movilización popular

La experiencia, dolorosa y frustrante, que incluyó la devastación causada por la dictadura terrorista de estado y entreguista 76-83, así como las circunstancias actuales en nuestro país, la región y casi todas las latitudes, nos lleva a desestimar categóricamente la lucha armada.

Es definitivamente mejor, entonces, la movilización popular.

Ahora bien, la movilización popular implica definir con toda claridad al mismo tiempo:

  • el Proyecto con la estrategia consiguiente
  • la identificación del enemigo.

Así que “enemigo” no es una mala palabra ni una expresión necesariamente belicosa ni, mucho menos, una noción caduca propia de nostálgicos de los 50, los 60 y los 70. Es una categoría de lo real en Política y en Política lo real son las relaciones de poder.

Los pueblos vuelcan las relaciones de poder a su favor movilizándose.

Si no se convoca a movilizar, a la movilización perdurable y sistemática, sobre la base de conducción, cultura, organización y estrategia políticas, cabe deducir que no hay Proyecto ni identificación del enemigo; mejor dicho, cabe deducir que quienes deberían conducir, con tal de evitar o escaparle al enemigo, resignan el Proyecto. Inútil escapatoria porque los concentradores de poder y de riqueza son insaciables.


Como vivíamos hasta hace poco tiempo una época de pandemia, se decía que movilizarse es insalubre. Cabe aclarar que movilizarse no solamente es ocupar las calles masivamente, aunque esta modalidad es la más contundente y vale aplicarla respetando medidas de prevención. Hay infinidad de modos de implementar la movilización popular, siempre y cuando se cuente con conducción y organización políticas capaces, creativas, innovadoras y, sobre todo, dispuestas a producir una transformación de raíz. 

De todos modos, ahora no estamos afrontando la pandemia como tal, al menos por ahora: sin embargo, tampoco hay por parte del oficialista FdT ninguna convocatoria a movilizarse.

De modo tal que si quienes dirigen no formulan un Proyecto con todo lo que le es inherente y no identifican al enemigo, es porque abierta o solapadamente sirven al despotismo, sirven a quienes se proponen dominarnos eternamente, sirven a los intereses de éstos y, por lo tanto, quiérase o no, están, objetivamente y más allá de sus intenciones,  del lado del enemigo.

 

¿Oposición o enemigo?

Cuando en la Argentina actual, desde la perspectiva del oficialismo, se habla de oposición se incurre en eufemismo: no hay tal oposición.

Hay enemigo.

Ese enemigo es la conjunción ut supra descripta, conformada por las cuatro variantes operantes en simultáneo del despotismo. Con el enemigo no hay disenso: hay antagonismo.

El disenso puede darse entre organizaciones que tienen el mismo Proyecto y similares objetivos o, inclusive, en el seno de una organización. El enemigo, en cambio, tiene proyecto y objetivos antagónicos con los de naciones, pueblos y trabajadores.

La expresión más notoria de aquella conjunción, la expresión más notoria del despotismo y, por ende, del enemigo, es la membrecía PRO que viene a ser una fuerza civil de ocupación al servicio de tal conjunción que se resume en el despotismo.

Jugar a que el PRO es oposición es eludir que el pueblo, la nación, América Latina y los trabajadores tienen enemigos.

Oposición es un término que le cabe a la democracia formal y liberal burguesa, que busca prolongar indefinidamente el régimen tripartito y un estado que sirva a los intereses del dominador, del despotismo, se lo enmascare como se lo enmascare. Oposición es un término que calza en las potencias dominantes y en los países desarrollados en general, en los cuales existen las vertientes socialdemócratas o progresistas y las de derecha, países, por otra parte, en los cuales sus derechas son defensoras acérrimas de sus intereses nacionales; en nuestros países, la derecha sirve siempre a los intereses que sojuzgan y entregan a la nación y, por supuesto, arrasan con pueblo y trabajadores.

Se habla del Pro y sus alianzas como si se tratara de una agrupación con la cual hay meros disensos y con la cual, por lo tanto, se puede consensuar. ¡Qué mirada ingenua o mal intencionada o utilitaria apta para mantener lo que hay, para imponer el gatopardismo! Además, como sucede ahora con el pacto con el FMI si el oficialismo logra consensuar con esa membresía y sus aliados es porque está cayendo en sus garras. Eso sucede al punto que la tan trillada grieta ficticia fue sustituida por una fractura del oficialismo.

Así que el enemigo existe y lo de oposición es una ilusión, diríase una alucinación.

Ahora bien, no son épocas de belicismo ni de lucha armada, al menos para nuestros pueblos los cuales terminan, en esas versiones del enfrentamiento con el enemigo, entregando su sangre.

Por eso, reitero, es la movilización popular la vía.

Lo que quiero señalar ahora, para completar el cuadro, es que, con enemigos tan poderosos, a fin de evitar la violencia descontrolada o el derramamiento de sangre, cabe, cuando se torna imperioso, la tregua o el armisticio

Con el enemigo no hay acuerdos ni consensos: hay tregua o armisticio.

Es decir, se suspenden las hostilidades cuando resulta conveniente y con el fin último de recomponerse para continuar la lucha y/o se celebran pactos destinados a alcanzar condiciones para una paz relativa.

La tregua y el armisticio son instrumentos para que los pueblos y su conducción y organización políticas mejoren las condiciones para continuar con la lucha que les permita alcanzar los objetivos estratégicos y plasmar el Proyecto.

Nuevamente, a fuer de abrumar sin intención, el enemigo es una resultante, inexorable pero resultante al fin, de algo que lo precede y lo trasciende: el Proyecto. Es porque los pueblos buscan materializar su Proyecto que el enemigo emerge; éste no surge porque los pueblos salgan a la caza de enemigos caprichosamente. El capricho es privativo del despotismo, mientras que los derechos son lo propio de los pueblos.  

 

Si no existen enemigos, ¿entonces…?

Si ignoramos o queremos ingenuamente suponer que los enemigos no existen, entonces ¿cómo debemos considerar a Gran Bretaña colonizando no sólo Malvinas sino nuestro Atlántico Sur con la complicidad de otras grandes potencias, como avanzada de la OTAN?

¿Cómo debemos caracterizar al imperialismo yanqui con sus intromisiones en nuestro país y casi todo el orbe, hoy desmadradamente en Colombia, y desplazándose con su IV flota por el Caribe y el Atlántico Sur?

¿Cómo debemos tratar a los grandes concentradores de poder y de riqueza locales, los grandes hacendados y la gran burguesía que explotan a nuestros trabajadores, depredan la Naturaleza, aumentan los precios vilmente condenando al hambre, etc.? Y que, además, ante cualquier tímida medida del gobierno para poner un minúsculo límite a su voracidad se alzan belicosamente.

¿Qué son el FMI, la OEA, el Banco Mundial?

Gobernantes y dirigencias que dicen ser, dicen ser, peronistas, progresistas o de izquierda, parece que los trataran como amigos y aliados que ocasionalmente se equivocan, a los que con suaves apretones de manos, genuflexiones varias e intercambio de gentilezas se pueda tarde o temprano sacar del error.

El PRO no sólo está manejado por los expoliadores locales, sino que sirve aviesamente a esas grandes potencias y sus corporaciones.

Por lo tanto, es una fuerza civil de ocupación.

¿Y debemos considerar esa membrecía como un “partido democrático opositor”? El pueblo colombiano ¿debe considerar a la banda comandada por Uribe y Duque una fuerza institucionalmente legitimada y amigable?

El pueblo brasileño ¿debe reconocer al bolsonarismo como una concepción simplemente equivocada pero honesta y bienintencionada?

¿Hasta dónde están cultural y políticamente colonizados nuestros gobernantes y dirigentes, de acá y del resto de América Latina, salvo excepciones, que ven amigos, aliados o afables opositores en grandes potencias, monopolios transnacionales y agrupamientos que nos sojuzgan, nos hunden en el atraso y la miseria, nos despojan de soberanía, generan hambre en niñas, niños y adolescentes y tantas calamidades que ya uno se fatiga de enumerar?

De tal manera, la movilización popular es nuestra herramienta por excelencia, es la que puede acabar con el despotismo en todas sus formas y plasmar la liberación y la realización.

El oficialismo actual, el del FdT, desmoviliza, se manifiesta en contra de la movilización popular, sea por acción o por omisión.

Sin esa movilización popular, no hay Proyecto viable y sólo avanza el enemigo, el cual por cierto cuenta con los concentradores de poder, como, por ejemplo: las grandes corporaciones locales y globales, las embajadas, los medios de comunicación dominantes y toda una caterva de factores de poder “institucionalmente legitimados”.

 

Así que la disyuntiva de la hora es:

Despotismo según todo lo descrito

O

Movilización popular.

 

Rubén Rojas Breu

Buenos Aires, mayo 11 de 2021, actualizado en marzo 17 de 2022

 

 

 

 

 

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