Rubén
Rojas Breu
A LAS ÓRDENES DE LA
VIOLENCIA EN UNA ARGENTINA DESOLADA
La
combinación propia de la violencia, combinación que fusiona uso de la fuerza
desatada, la arbitrariedad y la ira sin control, gobierna, circula y se
disemina hasta el último rincón en esta Argentina desolada.
Una
Argentina desolada por la conjunción de privaciones, frustraciones, tristeza,
presente sombrío, futuro desalentador y, justamente, la práctica generalizada
de la violencia.
Hoy
un asesinato sucedido en Mar del Plata, del cual fue víctima un buen muchacho
por una acción policial criminal, es el suceso que conmueve no sólo a la bella
ciudad de nuestro Atlántico sino a toda la sociedad argentina.
No
hay día, no hay hora, no hay minuto en el que no acontezca un feminicidio, un
asalto con letales derivaciones, un hecho de gatillo fácil, un ajuste de
cuentas narco o de otra índole, el secuestro de una niña o un niño y sigue
implacable, interminable, la espeluznante lista.
El
asesinato del pibe marplatense es un calco de los crímenes típicos de la Triple
A o de la dictadura y sus “grupos de tareas”: auto sin patente, policías de
civil sin identificación, disparos en modo metralla, ejecución.
La dictadura
nos dejó una Argentina en ruinas con una herencia siniestra.
Uno
de los tantos males que nos legó es el de la violencia como patrón de
comportamiento.
La
mayoría de las argentinas y de los argentinos elige activamente y practica la
convivencia civilizada y pacífica, lo cual, paradójicamente, la convierte en víctima.
Desde
el gatillero de las eufemísticamente denominadas “fuerzas de seguridad” hasta
el criminal que asalta, secuestra, viola o mata son sicarios de la violencia
como régimen, como instrumento del orden social injusto.
Esa
violencia tiene como fines explícitos o tácitos, manifiestos o
latentes, intimidar a la población, inhibir la acción política, cercar o
enajenar las calles, encumbrar a los indeseables hasta el punto de llevarlos a ocupar
o a usurpar las posiciones políticas y sociales más relevantes, los lugares destacados
de las instituciones estatales y de las organizaciones privadas.
Es
así que esta Argentina desolada se encuentra sojuzgada por las corporaciones,
grupos hegemónicos, medios dominantes, los influyentes de las redes virtuales,
patotas, dirigentes y gobernantes que procuran, conquistan, consolidan o fortalecen
sus posiciones de poder valiéndose de la violencia.
El ejercicio
de la violencia les es inherente.
La
violencia no es, en quienes acabo de listar, ni eventual ni accidental ni
circunstancial ni complementaria ni ajena a sus concepciones o a su modo de
existencia.
La
violencia es, en su caso, constitutiva: es decir, está en
sus genes, en sus raíces y, por lo tanto, para sus sostenedores y practicantes,
violentar y ejercer la violencia es el único patrón de conducta que conocen.
Psicopatía,
sociopatía y perversión devienen así modelos de existencia normalizados,
naturalizados, alentados, potenciados.
Esa
violencia se expresa en los comportamientos abiertamente criminales, así como
en las conductas soeces, el culto de la grosería, el insulto a través de todos
los medios y en los ámbitos públicos sin considerar a niñas, niños y
adolescentes, la falta de ideas y de capacidad argumentativa, la brutalidad y
la ignorancia a las cuales se encomia y recomienda, la misoginia, la homofobia,
el racismo y la intolerancia mayúscula.
Por supuesto,
hoy, la horda libertaria y su caudillo presidente están a la cabeza de esa
extendida violencia que beneficia a muy pocos y que maltrata hasta dañar
irreversiblemente o matar a nuestra población tan decaída, tan avasallada por
tanta injusticia, tan atenazada, tan humillada y arrojada a una ciénaga de
penurias y calamidades.
La
horda libertaria tiene, entonces, a la violencia sistemática como su modo único
de existencia.
La
disertación infame y difamatoria del presidente en Davos, antecedida y sucedida
por discursos y actos de extrema violencia manifestados desde mucho antes de
asumir y que se perpetúan y perpetuarán se complementa por la represión a las
movilizaciones populares, empezando por las de jubiladas y jubilados, el
protocolo Bullrich, el patoterismo de sus esbirros, y, por supuesto, por todas
las políticas que implementan, los decretazos, el cercenamiento de derechos y
tanto más.
El
alineamiento con el país yanqui no es mera coincidencia por supuesto.
En
consonancia con lo que aquí expongo ese alineamiento es la certificación de la vocación
activa por la violencia, terreno en el cual el país yanqui es adalid desde su
origen mismo, origen anexionista, belicoso, esclavista, supremacista.
El
país que más guerras causa y que más aterroriza al planeta con su
comportamiento belicoso, el país que lanzó las primeras y únicas bombas nucleares
destruyendo a medio Japón, es el modelo a seguir por los libertarios y su jefe
o sus jefes.
Se
trata del país que no solamente depreda política y económicamente sino también
con su descomunal propaganda engañosa y sus producciones seudo culturales, como
todo su cine, toda su televisión, toda su literatura, todas sus artes.
Celebración
de la violencia, héroes o superhéroes brutos y brutales ensalzados como dioses,
mafiosos alabados como exitosos, políticos que como viles marionetas declaran o
apoyan guerras para invadir países pobres, magnates que hacen el saludo nazi, integran
la galería representativa de la “superpotencia”; hasta inventores que roban
patentes.
Francamente,
nada más se les puede pedir para otorgarles el reconocimiento como paladines de
la deshumanización.
Los
aliados del gobierno libertario participan crecientemente de esa naturalización
de la violencia, por la cual siempre sintieron fascinación, como bien lo
demostraron desde el golpe del 30, la década infame, el derrocamiento sanguinario
de Perón y el peronismo en el 55, la sucesión de dictaduras cívico militares
hasta alcanzar sus mayores tenebrosos galardones con la instaurada en 1976.
Tampoco
dejaré de reiterar una y otra vez que toda la oposición, por complacencia cuando
no por complicidad, o por incapacidad o por ingenuidad, participa finalmente de
este juego violento, de esta especie de “juego del calamar” vernáculo; de paso,
mi homenaje a tan esclarecedora y aguda realización surcoreana.
A la
violencia se la enfrenta enriqueciendo la teoría política,
impulsando la cultura política hoy tan venida abajo, elevando la calidad y la
profundidad de los debates, con producción científica y artística, con
conducción política, con organización política, con estrategia.
También,
y fundamentalmente, con el Pueblo y con la movilización en las calles, en las
plazas y en todos los ámbitos.
Los
violentos de toda calaña arrugan y retroceden cuando el Pueblo se adueña de las
calles.
Tal
como corresponde cuando se ejerce activamente la democracia y se toma partido
por la paz, esa incondicional amiga de los pueblos.
Rubén
Rojas Breu
Buenos
Aires, febrero 7 de 2025
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