Rubén Rojas Breu
GOBIERNO Y CASTIGO
“Sin duda, he cometido un acto ilícito; he violado las leyes y he derramado sangre. ¡Pues
cortadme la cabeza, y asunto concluido!”
De “Crimen y
castigo” de Fiodor Dostoievski
Alcance de esta nota
Muchas
son las motivaciones del que vota y apoya a este gobierno despótico, así como
varias y diversas las razones por las cuales éste mancilla el lugar que ocupa
al frente del estado y la nación.
Quizá
la lectora o el lector repare en que, tomando el título de la señera novela de
Dostoievski, he sustituido la primera palabra, “crimen”, por “gobierno”,
estableciendo así, vía la retórica, similitud y contigüidad, entre ambos
vocablos. Similitud y contigüidad implican los clásicos tropos, metáfora y metonimia.
Me voy
a referir en esta nota a una de las motivaciones de quien vota y apoya a este
gobierno y a una de las razones por las cuales éste existe y persiste, al menos
por ahora: el castigo, más propiamente, la “necesidad de castigo”, expresión
que usó Freud.
Quede
claro, entonces, que estoy seleccionando una y sólo una de las
motivaciones y razones, así que no es mi intención que esta nota
alcance para dar cuenta por completo del penoso momento que estamos viviendo
argentinas y argentinos ni para explicar por qué estamos soportando “una
tiranía en manos de déspotas” según la expresión del psiquiatra polaco
Lobaczewski.
La tesis de esta suerte de ensayo es: el actual
gobierno tiene por objeto castigar a argentinas y argentinos lo cual tiene terreno
fértil y convalidación en las creencias de la masa que lo vota y apoya.
Algunas referencias históricas sobre el
castigo
Del
castigo se ocuparon los mitos y leyendas desde la antigüedad: el castigo, como
el que Zeus impusiera a Prometeo por haber proporcionado el fuego a los
humanos.[i]
Desde
esa antigüedad hasta hoy, no sólo mitos y leyendas, cuentos, dramas y novelas
se ocuparon del castigo sino también filósofos y científicos de lo humano.
Además
del de Prometeo, hay una infinidad de mitos y leyendas de todas las culturas
desde siempre sobre el castigo, desde antes incluso de que el célebre titán “naciera”:
al que fue sometido Sísifo, el que aplicó Ra a sus súbditos por desleales y el
que se conoce como “mito de castigo de los monos” de África. También la Biblia
abunda en relatos en los cuales el castigo es una cuestión protagónica,
comenzando por el que recibe Caín, la ira de Dios contra Sodoma y Gomorra e
incluso el que el imperio romano aplica a Jesús de Galilea.
Entre
las obras más famosas de la literatura mundial, en las cuales el castigo es un
tema central, se destacan “Edipo rey” de Sófocles, “La divina comedia” de Dante Alighieri, “Hamlet”,
“Macbeth” y “El mercader de Venecia” de William
Shakespeare, “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, “Rojo y negro” de
Stendhal, “Frankenstein” de Mary Shelley, “Los miserables” de Víctor Hugo, “Crimen y castigo” de Fiodor Dostoievski, “Ana
Karenina” de León Tolstoi, “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde, “Martín
Fierro” de José Hernández y “Juan Moreira” de Eduardo Gutiérrez. Por supuesto,
también en la plástica y en el cine la cuestión del castigo es tratada con
sobrada frecuencia.
Todo
lo antedicho es apenas una exigua selección, a todas luces insuficiente pero
ilustrativa acerca de cuánto interés despertó siempre la cuestión del castigo.
También
la filosofía, la sociología, la política, la psicología, el psicoanálisis y la
antropología se ocuparon de la cuestión del castigo.
Vale
recordar el código del rey babilonio Hammurabi.
Platón
se ocupó del tema en “Las leyes”, obra en la que propuso un código penal.
Desde
entonces, casi no ha habido filósofo o intelectual que no se haya ocupado de
una manera o de otra del castigo, incluyendo, por supuesto, a Hobbes, Locke, la
Ilustración francesa, Kant (tengamos en cuenta su célebre “imperativo
categórico”), etc.
Hegel
abordó con extrema minuciosidad la cuestión: sólo con fines acordes con este
texto señalemos que para él el castigo era un requerimiento para asegurar la
plena vigencia del derecho. Marx habrá de vincularlo con la estructura, con la
formación socioeconómica.
Para
Nietzsche, el castigo es el instrumento para prevenir en el futuro ciertos
actos apelando al terror. Para Durkheim el castigo está intrínsecamente
vinculado a lo social, hace a la sociedad misma y es la reacción que hace
punible la violación de las normas sagradas sobre las cuales se afirma una
sociedad.
Desde
luego, Foucault ha estudiado y producido profusamente acerca del castigo y sus
desarrollos son imposibles de resumir, pero por cierto ha sido sumamente
difundido y es bastante conocido su pensamiento al respecto.
En casi todo lo que incluimos hasta acá, el
castigo se nos muestra como algo externo a las personas, grupos u
organizaciones, como algo que viene de afuera: los dioses de las distintas
religiones antiguas o el Dios de judíos y cristianos, Alá, Odín, Thor, Vichama
y cuantos podamos considerar, punían cada vez que consideraban que los humanos
desconocían su voluntad o vacilaban en su fe.
Las
excepciones más claras, dentro de lo enunciado hasta acá, son las novelas “Los
miserables” de Hugo – que culmina con el suicidio del comisario Javert - y,
justamente, la novela de Dostoievski, en la cual la necesidad de castigo emerge
con fuerza como un imperativo desde la propia psique del protagonista, Rodia
Raskolnikov, con lo cual, estos literatos se anticipan a Freud; no por nada
éste tenía una máxima: “preguntadle a los poetas” y, de hecho, gran parte de su
producción se inspira en mitos, leyendas, dramas y novelas.
Faraones,
monarcas, emperadores, jefes tribales, amos imponían castigos a sus súbditos,
esclavos y siervos. El castigo está presente en toda la historia de la
humanidad en los cinco continentes y, por supuesto hasta hoy. También los
capitalistas castigan a sus trabajadores, como es sabido, además de la
obtención de plusvalía (Marx).
Los
estados también, desde épocas remotas, contaban con códigos que legislaban
sobre la punición de lo que pudiera entenderse por delito según la cultura o
comunidad de la que se tratase. Ese papel lo siguen cumpliendo los estados.
Freud
Ahora
bien, es Freud quien con su concepto de “necesidad de castigo” ubica al
imperativo de punición en el mundo interno de las personas, en las propias
configuraciones psíquicas.
Incluso
son cuadros como la melancolía y la neurosis obsesiva los que hacen más
palmaria tal necesidad de castigo, expresándose desde los autorreproches hasta
el suicidio. El superyó es la instancia, dentro de la segunda tópica freudiana,
que cumple, entre otras funciones, la de sancionar o castigar.
Sobre el castigo
En
este caso, me interesa abordar cómo esa “necesidad de castigo” a la cual
prefiero denominar deseo de punición (o de castigo, sólo uso el sinónimo para
evitar la redundancia antiestética) se expresa en lo social, en las sociedades.
Mi
tesis es que los gobiernos despóticos actuales ejecutan el castigo de las
sociedades. Dicho de otro modo, tales gobiernos, como sucede con el nuestro,
vienen a encarnar el rol de castigadores. Es decir, hay una imbricación o
concurrencia entre el deseo de castigo de gran parte de la población y la
acción castigadora que, veremos, ejercen actuales gobiernos.
Curiosamente,
se trata de gobiernos en manos de psicópatas, lo que el psiquiatra polaco
Lobaczewski denominó “patocracia”. Digo curiosamente, porque el psicópata no
vivencia ni culpa, ni remordimiento y tampoco se autorreprocha o autocritica.
¿Cuál
es el dispositivo por el cual un gobierno despótico cumple con el rol de
castigador? La capacidad propia del psicópata para detectar los puntos débiles,
los flancos vulnerables de los otros.
Reiterando,
podría decirse que una parte de la población argentina, la que apoya a este
gobierno, vivencia culpa y se autorreprocha por acciones pasadas debido a lo
cual clama por castigo. Es un punto débil de tal parte de la población.
Clamaría
por castigo por haber vivido “una fiesta en los últimos 70 años”, al decir del
ocasional presidente, y los excesos deben ser sancionados: merecen la punición,
tal como sucedió con Sodoma y Gomorra.
Entre
tales supuestos excesos se incluyen los derechos humanos, los derechos
laborales, los derechos de género, los salarios, las supuestamente bajas
tarifas de los servicios públicos, la salud y la educación estatales, los
derechos de los pueblos originarios, el aguinaldo, las vacaciones pagas, las
jubilaciones y pensiones, los subsidios, etc. En el momento que estoy publicando esto, me entero que el exministro de Energía declaró: "la energía no es un derecho humano".
La
parte de la población que adhiere al gobierno despótico, al mismo tiempo que
aplica a sí misma tal diagnóstico – el de haber “pecado” – considera que los
que faltaron al deber, a la ley, a la razón, al buen comportamiento fueron también
todos los otros, los cuales, por lo tanto, merecen, asimismo, castigo.
Es decir, la masa que vota y apoya el
gobierno desea el castigo para sí y para la población disidente, opositora,
cuestionadora.
Muchos
analistas políticos, dirigentes y periodistas – opositores al gobierno – suelen
atribuir al odio las políticas de éste y también consideran tal sentimiento
como causal de la conducta de los integrantes de la masa que lo apoya.
Sin
embargo, sin desconocer que tal sentimiento pueda tener su relevante papel, por
sí mismo es ineficaz. Digo que es ineficaz porque se agota en sí mismo o, en
todo caso, impulsa el deseo de castigo; en cambio, el castigo supone acción,
implica ejecución.
El
diccionario de la RAE define al odio como “antipatía y aversión hacia algo o
hacia alguien cuyo mal se desea”.
La
misma fuente especifica que el castigo es la “pena que se impone a quien
ha cometido un delito o falta”.
Por lo
tanto, el odio es sólo un sentimiento, un afecto hostil, mientras que el
castigo es una acción. El odio no pasa del deseo, el castigo se ejecuta.
Por
otra parte, el castigo no obedece únicamente al odio, aunque a menudo lo
parezca, sino a un imperativo que exige el escarmiento para quien ha transgredido
según normas acordadas o arbitrarias, determinadas por la “razón legal” o por
los despotismos, etc.
A juicio
de los actuales gobiernos reaccionarios y también de nuestros actuales
gobernantes, los inculpados, - población y gobiernos anteriores – ya habrían confesado,
de un modo dócil y apacible o de un modo forzado y ficticio; por lo tanto, estamos en
la fase del castigo.
El
conjunto de las políticas del gobierno actual de nuestro país y la prédica de
la que se vale para justificarlas, configura la aplicación de un castigo. Lo
mismo puede decirse de otros gobiernos latinoamericanos (Brasil, Ecuador,
Paraguay, Chile, Honduras, etc.) así como de otras regiones y continentes.
Algunos datos históricos
En
1956 una epidemia de poliomielitis azotó a nuestro país, en un contexto
internacional en el cual tal enfermedad hacía estragos. Afectó fundamentalmente
a niñas y niños.
Según
mi recuerdo infantil, Monseñor de Andrea exclamó: “éste es el castigo de Dios a
este pueblo por haber apoyado a un tirano” (en referencia, desde luego, a
Perón, derrocado meses antes por medio de un golpe cruento, que había seguido a
un intento sanguinario que produjo centenares de muertes por efecto de
bombardeos contra la población civil).
Este
obispo, uno de los conspiradores conspicuos contra el gobierno popular
peronista y, por supuesto, declarado auspiciante de los golpes citados, cuenta
o contaba (murió en 1960) con un frondoso historial como manifiesto enemigo de
los trabajadores y del pueblo: apoyó la Liga Patriótica fascista y arengó a las
fuerzas parapoliciales que intervinieron en la matanza de obreros en la
tristemente célebre Semana Trágica de enero. Esto que acabo de mencionar es
sólo una perla en el collar de comportamientos aberrantes, represivos y
sanguinarios que este cura apañó, alentó y patrocinó a lo largo de su vida.
Un
cura que alcanzó el más alto nivel en la jerarquía de la iglesia católica, al
igual que Monseñor Plaza, el que patrocinara abiertamente el plan de exterminio
de la dictadura genocida junto a otros jerarcas de esa organización
confesional. El plan de exterminio también buscaba cimentarse en la exigencia
de castigar.
Cómo, por qué y para qué el castigo
Volviendo
a la problemática de la que acá nos ocupamos, el castigo, es un componente
medular del régimen en el que estamos inmersos.
No me
queda alternativa que abordarlo con la complejidad que exige, aun cuando haga
dificultosa la comprensión de este texto.
Por
empezar, la perspectiva con la que voy a abordarlo es vincular, más
precisamente sistémico-relacional, ya que expresa un sistema complejo que pone
en relación o vincula causales (supuestas o imaginarias), sistema de creencias,
políticas, acciones y actores.
Entre
los actores, destaco tres como protagónicos:
- El castigador
- El castigado
- El aliado del castigador
Las
causales se centran en la supuesta o imaginaria “fiesta” que argentinas y
argentinos vivimos a lo largo de setenta años. Durante esos años, gobiernos
“populistas”, gobiernos “débiles”, gobiernos “complacientes” mediante, se gozó
de derechos y beneficios que un país “serio” no puede darse, según la perorata
oficialista. La demagogia habría desplazado al “sentido de responsabilidad”.
Téngase
en cuenta que esta prédica es tan falaz que omite décadas de dictadura, de
proscripciones, de represión e, incluso, pasa despiadadamente por alto al
genocidio, el plan de exterminio. Así que ¿qué fiesta?
El
castigo tiene tres funciones:
- Escarmiento, por los supuestos actos aberrantes, pecados o conductas reprobables en que se habría incurrido.
- Advertencia, para dar aviso a los no castigados acerca de qué puede sucederles si incurren en actos reprobables.
- Promesa de más castigo, cuando quien lo ejecuta considera que subsisten o se incrementan las razones que dieron lugar a la pena inicial.
Mientras
la tortura, el tormento o la ordalía tienen preferentemente la finalidad de
conseguir la confesión de un inculpado, el castigo tiene la de aplicar la pena.
Esa pena, según el castigador, debe producir efectos sociales, psíquicos y
hasta físicos.
Lo
cierto es que tal supuesta causal justificaría que la ira de los dioses se
desate sobre nuestra población. Esa causal, esa falta, merecería la pena a imponer
en la forma de “ajuste”, “déficit cero”, tarifazos, despidos, “modernización y
racionalización” del estado, etc.
Entonces, el castigo.
Hoy el
gobierno, en su ya iniciada campaña electoral, está escarmentando, advirtiendo
y, sobre todo, prometiendo más castigo.
Proponer
más castigo es su promesa electoral por excelencia,
centrando en la seguridad, en un ajuste que garantice un “país serio” y atraiga
a ilusorias inversiones, en la extinción de derechos de toda índole.
Como
ya dijimos, esa promesa encaja con las aspiraciones conscientes e inconscientes
de la masa que lo apoya – y, desde luego, con las de los concentradores de
poder locales y transnacionales -.
Una
parte de la población, la masa que vota y apoya a este gobierno, conjuga dos
posiciones:
- por un lado, cree que disfrutó de una “fiesta”, que participó del “derroche”, que cometió pecados equivalentes a los habitantes de las bíblicas y antiguas Sodoma y Gomorra y, por lo tanto, tiene que pagar. Sería el síndrome “Raskolnikov”, algo así como la sanción que espera el obsesivo por sus ideas o acciones supuestamente, delirantemente, ilícitas (Raskolnikov sí tiene que pagar porque asesinó, así que lo de él obedece a una causa distinta de la de este sentimiento colectivo que estamos describiendo; pero lo traigo a colación porque se trata de un asesino con remordimiento, que espera castigo).
- por otro lado, esa masa se desdobla ya que no ve para sí o sólo para sí la necesidad de castigo, sino que al mismo tiempo lo desea para los otros, para aquellos que aparentemente disfrutaron de privilegios y derechos desmedidos a los cuales hace destinatarios de su hostilidad. Por lo tanto, exige castigo para todas y todos los que se beneficiaron de las “políticas populistas” dispendiosas.
Ese
doble impulso de esta masa, el impulso a buscar el castigo para sí y a reclamar,
incluso desaforadamente, el castigo para los demás, genera el caldo de cultivo
del despotismo. Para los demás espera más castigo que para sí, ya que no
muestran “arrepentimiento”.
Como
se ve, todo este razonamiento abreva en la religiosidad más primitiva, en la
ira de Jahveh, Zeus, Ra u Odín y que, de alguna manera, es reflotada, vuelta a
poner en vigencia por lo que se da en llamar los “nuevos cultos”, cuya
penetración es creciente en la población de todos los estratos sociales.
El
agente castigador es, obviamente, el gobierno alentado por los déspotas y
gendarmes globales – las potencias imperialistas, el FMI, el Banco Mundial, las
grandes corporaciones multinacionales- y también por los locales – medios
masivos de comunicación y grupos concentradores de poder -.
El
agente castigador tiene una particularidad: no tiene culpa, no tiene
remordimientos, no se considera punible.
Es
decir, se ubica por fuera y por encima: no participó de esa fiesta, no tiene
deudas con el pasado “feliz”, no disfrutó de privilegios. Por lo tanto, se
ubica en el lugar de la divinidad que se ve obligada a proceder castigando
porque los súbditos la ignoraron por décadas. Como Ra, que se sintió desoído
por quienes estaban obligados a serle leales.
Trayendo
la cuestión a un orden más terrenal, esa creencia en la que se sostiene el
gobierno es propia de la psicopatía. Ni reconocimiento de culpa, ni dudas, ni,
por lo tanto, necesidad de castigo para sí: sólo le corresponde la función de
castigar. De castigar a la población.
Curiosamente,
salta a la vista una similitud entre esta
conducta del gobierno y el abusador o violador: la de atribuir la culpa a
la víctima, la de de invocar “mirá lo que me obligás a hacer, vos te lo buscaste”.
Así
que se da una combinación entre el castigador, gobierno, y la masa que lo
apoya, la cual ocupa dos posiciones en simultáneo: la de considerar que merece
castigo y la de apoyar al castigador, con tanta más virulencia cuanto menor o
inexistente es el arrepentimiento por parte de los sectores de la población que
añoran épocas mejores y que, para más, se movilizan reclamando por más derechos
o, al menos, por el respeto de los conseguidos.
Esa presunta
necesidad de castigo, unida al deseo de castigo por parte de la masa que lo
apoya, es aprovechada por el gobierno y se siente fuerte en ella, se visualiza
a sí mismo firme y dispuesto a todo. Sus políticas, sus decisiones, sus
acciones tienen así un sustento inconmovible – desde luego, inconmovible según
su propia visión -.
Reitero,
en la masa que lo apoya la necesidad de castigo para sí se retroalimenta
enormemente con el deseo de castigo para los sectores que no se arrepienten.
Con el
odio del que tanto se habla, una de dos: o es incidental o es correlativo. El impulso al castigo, en cambio, es
determinante.
¿Doctrina del castigo?
Tomándome
la licencia de simplificar, podría afirmar que la ideología de este gobierno
despótico es una “doctrina del castigo”.
Esta
doctrina, este “castiguismo”, remite al dogma de la eternidad del infierno que
rigió para la Iglesia Católica a partir del siglo III, basado en Aristóteles y
San Agustín, para quienes tiene que haber miedo a la condena por los tiempos de
los tiempos.
Ese
dogma reemplazó a la apocatástasis original, según la cual el plan divino era
el de redimir en el Juicio Final a quienes habían sido condenados, incluido
Satanás. Justamente el papa Francisco está impulsando algo así como el retorno
a la apocatástasis, al perdón definitivo, un perdón cuyos alcances, para el
papa, desconozco aún.
No es
lo mío la teología ya que mi vocación es por la ciencia; sólo traigo a colación
lo anterior para enfatizar hasta qué punto este gobierno y la masa que lo apoya
se basan en doctrinas primitivas, carentes de toda “piedad”.
Tal
doctrina articula contraer deuda (para tener que pagar), beneficios sólo para
los verdaderamente privilegiados (porque no están expuestos “a las tentaciones”
ni incurren en demagogia), políticas severísimas de ajuste para la población
(desde despidos y salarios congelados hasta tarifazos y descuido de todo lo
público), represión, la seguridad como eje de su discurso propiciando gatillo
fácil y linchamientos, sometimiento a los grandes poderes locales y globales
(“los dioses”).
Estos
gobernantes se consideran a sí mismos o quieren ser vistos como libres de
pasiones, despojados de ambiciones, inmaculados.
El
castigador construye su identidad o posicionamiento en torno al castigo y
considera al otro un eterno penitente, alguien que busca y merece la punición
de por vida. A la vez, el castigador, ya lo dijimos, se ubica por encima, vive
en un imaginario púlpito o estrado inquisitorial, se considera propietario de
la verdad absoluta que le habría sido revelada directamente por la divinidad,
cualquiera fuera ésta.
Es el
retorno del antiguo pensamiento según el cual dioses, reyes y aristócratas eran
los dueños de la razón y la moral, mientras que la plebe era la depositaria de
la desmesura, de las pasiones descontroladas, del apego a lo banal.
La masa que lo apoya,
dispuesta al castigo para sí y promoviendo el castigo para quienes no se
arrepienten del pasado dilapidador, no aspira al bienestar, ni mucho menos a la
felicidad: quiere la redención.
Su
convicción es que el castigo redime y este gobierno, castigando, se torna en
redentor. En última instancia, remite a la condena eterna, a la inmolación, a
la crucifixión, para la masa o la población, y el gobierno ocupando, “legítimamente”,
la posición de un César deificado, reverenciable e infalible.
Por lo
tanto, es sobre creencias tan arraigadas como primitivas que hay que actuar.
Me
atrevo a ir más allá con mi temeridad: pareciera que, en esta etapa del
capitalismo, tan imperialista, la “doctrina del castigo” y la búsqueda de una
supuesta “redención” es su principal recurso ideológico. Finalmente, el
capitalismo, abreva en lo que lo antecedió: el feudalismo, el medioevo europeo,
los Torquemada y el Santo Oficio, etc. Hay que castigar a los pueblos por haber confiado en el socialismo, en el comunismo, en el peronismo y diversos movimientos tercermundistas parece ser la máxima que guía a los grandes concentradores de poder globales y las potencias dominantes.
Los
párrafos anteriores, me hago cargo, parecen impregnados de oscurantismo, de lo
siniestro, de lo vetusto propio de épocas en las que el Santo Oficio hacía de
las suyas, de eras en las que se creía en las brujas, etc. Empero con esa
descripción estoy yendo a la médula del sistema de creencias de este gobierno,
sus aliados, sus apoyos y votantes, sistema de creencias forjado en las
tinieblas.
Aplicando el Método Vincular
Para
quienes se interesen en relacionar lo expuesto con mi creación, el Método Vincular,
el castigo es una expresión extrema de la Primarización, la cual implica el
antagonismo Placer vs. Mandato.
El
castigo, la doctrina del castigo, representa el Mandato en la forma más inclemente,
factible de hallarse en los Posicionamientos Vinculares Dominancial y
Doméstico.
Conclusión
Lo que
podemos considerar una doctrina del castigo y la aplicación del mismo, por
parte de este gobierno con el apoyo de sus aliados y sus votantes, intimida y
paraliza.
Poner
de manifiesto dicha doctrina y el sistema de creencias que la sostiene tiene
que servir para dar a luz una estrategia, superando el temor, la desorientación,
el desconcierto, la desazón, la inmovilidad de cualquier índole y, también, la
sensación de que se haga lo que se haga pareciera que no se logra mover el
amperímetro.
La
ciencia, el arte, la organización política, la acción política, el debate en
profundidad, la estrategia, la comunicación persuasiva y la creatividad siguen
siendo las únicas herramientas para afrontar, con esperanza cierta de éxito,
tal sistema de creencias, para debilitarlo y derribarlo.
Son
los instrumentos que iluminan y, a la vez, construyen el camino para la
superación activa de este estado de cosas, encaminando hacia la transformación
requerida; y, sobre todo, elaborando y promoviendo el proyecto de gran alcance
para trabajadorxs, pueblo y nación, el proyecto para una gran convocatoria.
Sugerencias para lectoras y lectores para profundizar y ampliar
Hay un
sinnúmero de obras de los autores mencionados y otros no citados que se
ocuparon de la cuestión del castigo para quienes quieran profundizar.
También,
como lo digo en la nota, la narrativa y las artes en general han hecho aportes más
que significativos, entre los cuales se incluyen las obras citadas en este
artículo.
Para
mejor comprensión de lo expuesto, recomiendo las notas publicadas en
rubenrojasbreuelaula.blogspot.com, en particular “¿Se psicoanaliza el ocasional presidente?”.
También
se puede recurrir a notas publicadas en rubenrojasbreublogspot.com, sitio en el
cual hay varios artículos sobre el Método Vincular.
Finalmente,
remito a mi libro Método Vincular. El
valor de la estrategia (2002), publicado por Eds. Cooperativas de Buenos
Aires.
Rubén Rojas Breu
Buenos Aires, febrero 6 de 2019
[i]
Según Freud, Prometeo les habría impulsado a conservar el fuego, el cual
finalmente sería patrimonio del lar u hogar a cargo de las mujeres. Mi
suposición es que el mito retoriza sobre lo que en rigor habría enseñado
Prometeo: la vinculación entre coito y procreación.
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