miércoles, 14 de noviembre de 2018

GODOT Y LA ARGENTINA QUE ESPERA


Rubén Rojas Breu

Godot y la Argentina que espera

Sobre la soledad y la espera

Tomo como referencia para este análisis la tragicomedia de Samuel Beckett, Esperando a Godot, considerada por reputados especialistas la máxima obra del Teatro del absurdo

Pido al lector que me exima de contar o resumir esta obra, lo cual puede satisfacer a través de la red informática o de una biblioteca. 

Por supuesto que lo que paso a exponer es una interpretación, una entre las tantas motivadas por esta producción del literato irlandés. Es, además, la mía, una interpretación intencionada ya que tengo el propósito de vincularla con la situación que atraviesa la Argentina (y, diría, gran parte de los países del planeta; quizá todos según como uno lo quiera ver). 

En principio, lo que se cae de maduro: los protagonistas, Vladimiro y Estragón, esperan, sólo esperan. No hay respuesta a su espera: más propiamente, no hay la respuesta que explícitamente demandan, la respuesta que esperan. 

En esa espera, tanto lo que acontece entre ellos como la interacción con otros personajes, surgen respuestas, interrogantes, aporías y, al mismo tiempo, frustraciones y padecimientos, gratificaciones y certidumbre, todo  aparentemente morigerado o transfigurado por el grotesco.

Podría decirse que la espera es un pretexto para unirlos y para reunirlos: para unirlos en todos los sentidos de la acepción, incluyendo una suerte de simbiosis; para reunirlos, día tras día, ratificando tal unión.

Curiosamente una de las producciones más destacadas y trascendentes de nuestro país, editada en 1931, es El hombre que está solo y espera de Raúl Scalabrini Ortiz, consistente en el tema de ese hombre que va cuesta abajo, desolado, pretendiendo vaya a saber con qué grado de conciencia, un futuro promisorio y de bienestar. Es para Scalabrini el porteño de la esquina de Corrientes y Esmeralda: nos tomamos la licencia de ampliar su territorio más allá de la Avenida General Paz.  

Ese hombre superará la soledad y pasará de la espera a la realización, activa y comprometidamente asumida y construida, a partir del 17 de octubre del 45. Esta producción de Scalabrini antecede en casi veinte años a la publicación del texto de Beckett. 

Vladimir y Estragón se “eternizan” en la espera mientras que el hombre de Scalabrini finalmente la satisface, hasta donde el insaciable deseo puede hacerlo.


En la obra de Beckett el esperado, quien jamás se presenta, es sustituido por los no esperados e, incluso, por personajes desconcertantes: por una parte, un esclavista y su esclavo; por la otra, un muchacho que parece ser siervo de un señor que sería, justamente, Godot.  

Es decir, amo y esclavo, señor y siervo, las parejas representativas de la consabida dialéctica hegeliana, aparecen como sustitutos del que nunca se presenta. Las referencias bíblicas, al Nuevo Testamento por la mención de los ladrones que comparten la crucifixión con Jesucristo, y de facto, al Génesis, por la alusión al hermano despreciado y al hermano favorito por parte de Jehová, también aportan a la dramática que el texto de Beckett ilustra: la dramática que hace a la Humanidad por entero, así traída a colación por el autor.

Respecto del texto de Scalabrini, insoslayable y magistral, y considerando particularmente su título, deberíamos decir, siguiendo a José Bleger, que el hombre estaba solo en apariencia: un lazo imperceptible lo ligaba a los demás, un lazo tan indetectable como el tan tenaz que une al niño que juega solo con su madre, padre o algún otro adulto presentes en el mismo cuarto: tan pronto ésta o éste se dirigen hacia otro lugar, el niño o la niña interrumpe su juego para correr hacia su madre o padre o la figura para él significativa y conviviente.

Vladimir y Estragón esperan; sólo esperan. Si Godot se presentara, lo que los une dejaría de tener lugar. 

¿Ambos están marginados como el “Carlitos” de Chaplin o el “linyera” de Caloi o tantos personajes de Wimpi o incluso Martín Fierro y el sargento Cruz? Estos personajes están marginados pero es inimaginable que se integren: de hacerlo, serían otros; no habría “Carlitos”, ni “linyera” ni variados personajes de Wimpi ni Martín Fierro ni Cruz.

Esa marginación, la de Vladimir y Estragón así como la de “Carlitos”, parece liberarlos de quedar en la encerrona amo-esclavo; pueden coexistir con el uno y con el otro sin ocupar alguna de ambas posiciones. Pero al mismo tiempo, como si fueran catalizadores, ponen en evidencia que las parejas amo-esclavo y señor-siervo son inexorables estructurantes de lo social. 

El hombre que está solo y espera de Scalabrini, espera ser liberado.

Quizá Vladimir, Estragón, Carlitos, ciertos personajes de Wimpi, Fierro y Cruz están marginados o se marginan porque temen que, de integrarse, de adaptarse, corran la suerte de los desdichados, la de Lucky (el esclavo en la obra de Beckett): prefieren ser vagabundos, y hasta astrosos quizá, antes que ser sometidos. Parece que hubiera inspiración en el célebre filósofo heleno Diógenes de Sínope: no podemos desentendernos de que el compañero del linyera de Caloi es el perro que tiene por nombre el de dicho filósofo.

Si el análisis expuesto es correcto, nos encontramos con que ante la inexorabilidad de la dialéctica amo-esclavo la opción más a mano para conservar -supuestamente- la libertad, es la marginación.

Subrayo el “supuestamente” porque, efectivamente, tal libertad, la de la marginación, no es más que ilusoria. Los humanos nos independizamos de amos y señores por vía de privilegiar el colectivo, la pertenencia al movimiento liberador que hoy en día es el que conduce a la liberación de nación-pueblo-trabajadores y que, en nuestro país, implica la acción mancomunada con los pueblos de América Latina y, en general, de los del Tercer Mundo. 

La conducción, la organización y la acción política son los requisitos inexorables para plasmar ese proyecto de liberación.

Vladimir y Estragón, al ver pasar delante de sus ojos la esclavitud sin incorporarse a un movimiento u organización política transformadora, carecen de la iniciativa de tomar su destino en sus manos.

El hombre que estaba solo y esperaba, de Scalabrini, no estaba tan solo y, a la vez, su espera derivó en un logro de gran trascendencia: la clave fue la conducción política y la organización correspondiente, el movimiento nacional y popular cuyo acto fundacional se da, en nuestro país, el 17 de octubre de 1945. 

Por lo tanto, retomando a Bleger y su concepto de “sociabilidad sincrética”, los lazos imperceptibles que lo ligaban a las otras y los otros, marginadas y marginados, explotadas y explotados, trabajadoras y trabajadores, se actualizaron, cobrando vida desbordante a partir de entonces. No había, entonces, soledad: había espera de lo que tenía que suceder.






La soledad -que no es tal según expusimos ut supra - y la espera antecedieron a muchas acciones colectivas transformadoras, tales como las grandes revoluciones de la humanidad.

También podría decirse que preexistieron a otras manifestaciones contundentes de voluntad popular como el Cordobazo, el Rosariazo o las jornadas de diciembre del 2001 por circunscribirnos a nuestra historia reciente.


Una función primordial de la conducción política

Según lo antedicho no hay soledad y en la espera se incubaba lo que habría de desembocar en movimientos de gran resonancia y notable capacidad de transformación.

Según Lenin, el líder auténtico “escucha crecer la hierba” y de eso se trata. En la supuesta soledad y en la espera, algo está germinando.

Detectar tal germinación es función primordial de la conducción política. Detectarla, estimularla y canalizarla. Regarla.
Dicho por la negativa, si tal función está ausente hay carencia de conducción política.

La conducción política es conducción de nación, pueblo y trabajadorxs.

En lugar de ella, tenemos hoy dirigencias políticas que prefieren basarse en la llamada opinión pública.

Esto acontece hoy en la Argentina -como en otros países, particularmente de América Latina y de las regiones más sometidas-.

Atender sólo a la opinión pública equivale a inhibir la percepción de que lo que parece ser soledad es, en rigor, una latente solidaridad en busca de ser canalizada hacia una transformación de fondo o una revolución.
Atender sólo a la opinión pública equivale a considerar sólo como espera lo que en rigor es una potencial disposición a alterar de cuajo un estado de cosas, una tácita intención de actualizar una tendencia a revolucionar.

Hemos definido en varias publicaciones que la opinión pública es la conjunción de medios de comunicación masiva, los relevamientos que se difunden y la “gente” -eufemismo elegante que busca sustituir a la noción de “masa”, que es la que deberíamos tomar en cuenta-.

Los relevamientos que se difunden son los que resultan de las encuestas y los infértiles “focus groups”. Tales relevamientos, epistemológicamente insustentables, se quedan en la superficialidad, en lo manifiesto: son congénitamente incapaces de registrar lo latente y, por lo tanto, de interpretar la solidaridad que subyace a la supuesta soledad y de auscultar la espera. Encuestas y “focus groups”, como ya lo dijimos en otras publicaciones, son abrevaderos de la manipulación. 
Para conocer cómo encarar la investigación social que tiene por objeto los comportamientos políticos consultar RRB (2012/2017): La investigación cualitativa... (ver en Bibliografía).

Así, la llamada opinión pública, sirve para demorar, para postergar sine die, para conservar lo establecido, para fomentar un institucionalismo vacuo.  Entonces, medios de comunicación masivos más encuestas y “focus groups más “la gente”, son factores de la inmovilidad, de la tendencia al encierro endogámico, de la adhesión a las posiciones más conservadoras o reaccionarias.

Podríamos redefinir la opinión pública si la articulación fuera entre el pueblo (en vez de la “gente”), la investigación social epistemológicamente garantizada (en lugar de encuestas y “focus groups”) y la difusión plenamente participativa e interactiva (en lugar de la manipulación mediática). Pero actualmente la opinión pública es la que definimos más arriba.

Sobre esta opinión pública, la imperante, la que nos acosa a diario, inciden intelectuales de toda calaña que abruman con diagnósticos desesperanzadores y profecías apocalípticas: se destacan las elucubraciones que centran en un orden global omnipotente, las que hablan de una humanidad que ya no siente o que perdió toda noción de solidaridad, las que ven el renacimiento del nacionalsocialismo por todos lados, las que acuñan patrañas tales como la posverdad, la biopolítica, la capacidad imparable de las grandes corporaciones para dominar las mentes, las que se ocupan de una supuesta homogénea “subjetividad” destinada a aceptar acríticamente lo que hay, etc.

Desde luego, estas “producciones intelectuales” sólo ponen obstáculos para la construcción de una conducción política de los pueblos, para el desarrollo de las organizaciones políticas y gremiales que expresen las causas de lxs trabajadorxs, los intereses populares y nacionales. Son elucubraciones de las que hay que desconfiar.

Volviendo, la conducción política es conducción de nación, pueblo y trabajadorxs e implica la articulación de toma de iniciativa y síntesis.

Estamos no en la soledad ni en la espera eternizada sino en la construcción activa de esa conducción política, conscientes de nuestras posibilidades y el contexto en el que nos toca desempeñarnos.


Conclusión

Ni soledad ni espera pasiva.
solidaridad latente en busca de ser actualizada y canalizada, espera activa y construcción de la conducción política que la Argentina requiere como nunca.

Para profundizar lo aquí desarrollado remitimos a otras publicaciones de nuestra autoría, varias de las cuales pueden consultarse en este mismo blog o en rubenrojasbreu.blogspot.com



Bibliografía de consulta

Beckett, Samuel (2006): Esperando a Godot. Editorial Último Recurso. Rosario

Bleger (1963): Psicoanálisis y dialéctica materialista. Paidós. Buenos Aires.

Rojas Breu, Rubén (2002): Método Vincular. El valor de la estrategia. Eds. Cooperativas de Buenos Aires.


Rubén Rojas Breu (2012/2017): La investigación cualitativa como herramienta primordial de la dirección. Segunda edición. Mimeo. Buenos Aires. Primera edición. Buenos Aires. CIAP Faculad Cs. Económicas UBA.



Rojas Breu, Rubén (2018): Para una conducción política… rubenrojasbreu.blogspot.com

Scalabrini Ortiz, Raúl (2005): El hombre que está solo y espera.


Rubén Rojas Breu, noviembre 2018

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