Rubén Rojas Breu
Godot y la Argentina que espera
Sobre la soledad y la espera
Tomo
como referencia para este análisis la tragicomedia de Samuel Beckett, Esperando a Godot, considerada por
reputados especialistas la máxima obra del Teatro
del absurdo.
Pido
al lector que me exima de contar o resumir esta obra, lo cual puede satisfacer
a través de la red informática o de una biblioteca.
Por
supuesto que lo que paso a exponer es una interpretación, una entre las tantas
motivadas por esta producción del literato irlandés. Es, además, la mía, una
interpretación intencionada ya que tengo el propósito de vincularla con la
situación que atraviesa la Argentina (y, diría, gran parte de los países del
planeta; quizá todos según como uno lo quiera ver).
En
principio, lo que se cae de maduro: los protagonistas, Vladimiro y Estragón,
esperan, sólo esperan. No hay respuesta a su espera: más propiamente, no hay la
respuesta que explícitamente demandan, la respuesta que esperan.
En
esa espera, tanto lo que acontece entre ellos como la interacción con otros
personajes, surgen respuestas, interrogantes, aporías y, al mismo tiempo,
frustraciones y padecimientos, gratificaciones y certidumbre, todo aparentemente morigerado o transfigurado por
el grotesco.
Podría
decirse que la espera es un pretexto para unirlos y para reunirlos: para
unirlos en todos los sentidos de la acepción, incluyendo una suerte de
simbiosis; para reunirlos, día tras día, ratificando tal unión.
Curiosamente
una de las producciones más destacadas y trascendentes de nuestro país, editada
en 1931, es El hombre que está solo y
espera de Raúl Scalabrini Ortiz, consistente en el tema de ese hombre que
va cuesta abajo, desolado, pretendiendo vaya a saber con qué grado de
conciencia, un futuro promisorio y de bienestar. Es para Scalabrini el porteño
de la esquina de Corrientes y Esmeralda: nos tomamos la licencia de ampliar su
territorio más allá de la Avenida General Paz.
Ese
hombre superará la soledad y pasará de la espera a la realización, activa y
comprometidamente asumida y construida, a partir del 17 de octubre del 45. Esta
producción de Scalabrini antecede en casi veinte años a la publicación del
texto de Beckett.
Vladimir y Estragón se “eternizan” en la espera
mientras que el hombre de Scalabrini finalmente la satisface, hasta donde el
insaciable deseo puede hacerlo.
En la obra de Beckett el
esperado, quien jamás se presenta, es sustituido por los no esperados e,
incluso, por personajes desconcertantes: por una parte, un esclavista y su esclavo;
por la otra, un muchacho que parece ser siervo de un señor que sería,
justamente, Godot.
Es decir, amo y esclavo, señor y
siervo, las parejas representativas de la consabida dialéctica hegeliana,
aparecen como sustitutos del que nunca se presenta. Las referencias bíblicas,
al Nuevo Testamento por la mención de los ladrones que comparten la crucifixión
con Jesucristo, y de facto, al
Génesis, por la alusión al hermano despreciado y al hermano favorito por parte
de Jehová, también aportan a la dramática que el texto de Beckett ilustra: la
dramática que hace a la Humanidad por entero, así traída a colación por el
autor.
Respecto del texto de Scalabrini,
insoslayable y magistral, y considerando particularmente su título, deberíamos
decir, siguiendo a José Bleger, que el hombre estaba solo en apariencia: un
lazo imperceptible lo ligaba a los demás, un lazo tan indetectable como el tan
tenaz que une al niño que juega solo con su madre, padre o algún otro adulto presentes
en el mismo cuarto: tan pronto ésta o éste se dirigen hacia otro lugar, el niño
o la niña interrumpe su juego para correr hacia su madre o padre o la figura
para él significativa y conviviente.
Vladimir y Estragón esperan; sólo
esperan. Si Godot se presentara, lo que los une dejaría de tener lugar.
¿Ambos están marginados como el
“Carlitos” de Chaplin o el “linyera” de Caloi o tantos personajes de Wimpi o
incluso Martín Fierro y el sargento Cruz? Estos personajes están marginados
pero es inimaginable que se integren: de hacerlo, serían otros; no habría
“Carlitos”, ni “linyera” ni variados personajes de Wimpi ni Martín Fierro ni
Cruz.
Esa marginación, la de Vladimir y
Estragón así como la de “Carlitos”, parece liberarlos de quedar en la encerrona
amo-esclavo; pueden coexistir con el uno y con el otro sin ocupar alguna de
ambas posiciones. Pero al mismo tiempo, como si fueran catalizadores, ponen en
evidencia que las parejas amo-esclavo y señor-siervo son inexorables
estructurantes de lo social.
El hombre que está solo y espera
de Scalabrini, espera ser liberado.
Quizá Vladimir, Estragón,
Carlitos, ciertos personajes de Wimpi, Fierro y Cruz están marginados o se
marginan porque temen que, de integrarse, de adaptarse, corran la suerte de los
desdichados, la de Lucky (el esclavo en la obra de Beckett): prefieren ser
vagabundos, y hasta astrosos quizá, antes que ser sometidos. Parece que hubiera inspiración en el célebre filósofo heleno Diógenes de
Sínope: no podemos desentendernos de que el compañero del linyera de Caloi es
el perro que tiene por nombre el de dicho filósofo.
Si el análisis expuesto es
correcto, nos encontramos con que ante la inexorabilidad de la dialéctica
amo-esclavo la opción más a mano para conservar -supuestamente- la libertad, es
la marginación.
Subrayo el “supuestamente”
porque, efectivamente, tal libertad, la de la marginación, no es más que
ilusoria. Los humanos nos independizamos de amos y señores por vía de privilegiar
el colectivo, la pertenencia al movimiento liberador que hoy en día es el que
conduce a la liberación de nación-pueblo-trabajadores y que, en nuestro país,
implica la acción mancomunada con los pueblos de América Latina y, en general,
de los del Tercer Mundo.
La conducción, la organización y
la acción política son los requisitos inexorables para plasmar ese proyecto de
liberación.
Vladimir y Estragón, al ver pasar
delante de sus ojos la esclavitud sin incorporarse a un movimiento u
organización política transformadora, carecen de la iniciativa de tomar su
destino en sus manos.
El hombre que estaba solo y
esperaba, de Scalabrini, no estaba tan solo y, a la vez, su espera derivó en un
logro de gran trascendencia: la clave fue la conducción política y la
organización correspondiente, el movimiento nacional y popular cuyo acto
fundacional se da, en nuestro país, el 17 de octubre de 1945.
Por lo tanto, retomando a Bleger
y su concepto de “sociabilidad sincrética”, los lazos imperceptibles que lo
ligaban a las otras y los otros, marginadas y marginados, explotadas y
explotados, trabajadoras y trabajadores, se actualizaron, cobrando vida
desbordante a partir de entonces. No había, entonces, soledad: había espera de
lo que tenía que suceder.
La soledad -que no es tal según
expusimos ut supra - y la espera antecedieron
a muchas acciones colectivas transformadoras, tales como las grandes
revoluciones de la humanidad.
También podría decirse que preexistieron
a otras manifestaciones contundentes de voluntad popular como el Cordobazo, el
Rosariazo o las jornadas de diciembre del 2001 por circunscribirnos a nuestra
historia reciente.
Una función primordial de la conducción política
Según lo antedicho no hay soledad
y en la espera se incubaba lo que habría de desembocar en movimientos de gran
resonancia y notable capacidad de transformación.
Según Lenin, el líder auténtico “escucha
crecer la hierba” y de eso se trata. En la supuesta soledad y en la espera,
algo está germinando.
Detectar tal germinación es función primordial de la
conducción política. Detectarla, estimularla
y canalizarla. Regarla.
Dicho por la negativa, si tal
función está ausente hay carencia de conducción política.
La conducción política es
conducción de nación, pueblo y trabajadorxs.
En lugar de ella, tenemos hoy
dirigencias políticas que prefieren basarse en la llamada opinión pública.
Esto acontece hoy en la Argentina
-como en otros países, particularmente de América Latina y de las regiones más
sometidas-.
Atender sólo a la opinión pública
equivale a inhibir la percepción de que lo que parece ser soledad es, en rigor,
una latente solidaridad en busca de ser canalizada hacia una transformación de
fondo o una revolución.
Atender sólo a la opinión pública
equivale a considerar sólo como espera lo que en rigor es una potencial
disposición a alterar de cuajo un estado de cosas, una tácita intención de actualizar
una tendencia a revolucionar.
Hemos definido en varias
publicaciones que la opinión pública es la conjunción de medios de comunicación masiva,
los relevamientos que se difunden y la “gente” -eufemismo elegante que
busca sustituir a la noción de “masa”, que es la que deberíamos tomar en
cuenta-.
Los relevamientos que se difunden
son los que resultan de las encuestas y los infértiles “focus groups”. Tales
relevamientos, epistemológicamente insustentables, se quedan en la
superficialidad, en lo manifiesto: son congénitamente incapaces de registrar lo
latente y, por lo tanto, de interpretar la solidaridad que subyace a la
supuesta soledad y de auscultar la espera. Encuestas y “focus groups”, como ya
lo dijimos en otras publicaciones, son abrevaderos de la manipulación.
Para conocer cómo encarar la investigación social que tiene por objeto los comportamientos políticos consultar RRB (2012/2017): La investigación cualitativa... (ver en Bibliografía).
Así, la llamada opinión pública,
sirve para demorar, para postergar sine
die, para conservar lo establecido, para fomentar un institucionalismo
vacuo. Entonces, medios de comunicación
masivos más encuestas y “focus groups más “la gente”, son factores
de la inmovilidad, de la tendencia al encierro endogámico, de la adhesión a las
posiciones más conservadoras o reaccionarias.
Podríamos redefinir la opinión
pública si la articulación fuera entre el pueblo (en vez de la “gente”), la
investigación social epistemológicamente garantizada (en lugar de encuestas y “focus
groups”) y la difusión plenamente participativa e interactiva (en lugar de la
manipulación mediática). Pero actualmente la opinión pública es la que
definimos más arriba.
Sobre esta opinión pública, la
imperante, la que nos acosa a diario, inciden intelectuales de toda calaña que
abruman con diagnósticos desesperanzadores y profecías apocalípticas: se
destacan las elucubraciones que centran en un orden global omnipotente, las que
hablan de una humanidad que ya no siente o que perdió toda noción de
solidaridad, las que ven el renacimiento del nacionalsocialismo por todos
lados, las que acuñan patrañas tales como la posverdad, la biopolítica, la
capacidad imparable de las grandes corporaciones para dominar las mentes, las
que se ocupan de una supuesta homogénea “subjetividad” destinada a aceptar acríticamente
lo que hay, etc.
Desde luego, estas “producciones
intelectuales” sólo ponen obstáculos para la construcción de una conducción
política de los pueblos, para el desarrollo de las organizaciones políticas y
gremiales que expresen las causas de lxs trabajadorxs, los intereses populares
y nacionales. Son elucubraciones de las que hay que desconfiar.
Volviendo, la conducción política
es conducción de nación, pueblo y trabajadorxs e implica la articulación de
toma de iniciativa y síntesis.
Estamos no en la soledad ni en la
espera eternizada sino en la construcción activa de esa conducción política, conscientes
de nuestras posibilidades y el contexto en el que nos toca desempeñarnos.
Conclusión
Ni soledad ni espera pasiva.
Sí
solidaridad latente en busca de ser actualizada y canalizada, sí espera
activa y construcción de la conducción política que la Argentina requiere como
nunca.
Para profundizar lo aquí desarrollado remitimos a
otras publicaciones de nuestra autoría, varias de las cuales pueden consultarse
en este mismo blog o en rubenrojasbreu.blogspot.com
Bibliografía de consulta
Beckett, Samuel (2006): Esperando
a Godot. Editorial Último Recurso. Rosario
Bleger (1963): Psicoanálisis
y dialéctica materialista. Paidós. Buenos Aires.
Rojas Breu, Rubén
(2002): Método Vincular. El valor de la
estrategia. Eds. Cooperativas de Buenos Aires.
Rubén Rojas Breu
(2012/2017): La investigación cualitativa
como herramienta primordial de la dirección. Segunda edición. Mimeo. Buenos
Aires. Primera edición. Buenos Aires. CIAP Faculad Cs. Económicas UBA.
Rojas Breu, Rubén (2018):
Para una conducción política…
rubenrojasbreu.blogspot.com
Scalabrini Ortiz, Raúl (2005): El
hombre que está solo y espera.
Rubén Rojas Breu, noviembre 2018
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