Rubén Rojas Breu
PARA UNA CONDUCCIÓN POLÍTICA
DE LA ARGENTINA Y DEL PUEBLO
A levar anclas
A manera de prólogo
Reiteradamente y desde hace décadas, vengo señalando
que la Argentina sobrelleva una carencia de conducción.
No se puede ir de un puerto a otro con un barco
anclado.
Las dirigencias de nuestro país que se ubican en el
campo nacional y popular o en la izquierda, que se manifiestan en favor de la
causa y de los intereses de los trabajadores, parecen ancladas, inmovilizadas,
pese al gravísimo cuadro de situación que la Argentina afronta.
Aclaro:
ancladas en tanto y en cuanto no pueden hacer que nuestro país zarpe en busca,
definitivamente, de un futuro promisorio, de prosperidad, de justicia, de
soberanía, de derechos plenos para el pueblo y para los trabajadores.
Una demostración de ese quedantismo dirigencial es que
incluso las movilizaciones frecuentes y en aumento se hacen con el objeto de
presionar al actual gobierno para que modifique su rumbo político y económico:
francamente, como mínimo, eso es pecar de ingenuidad.
¿Cambiar este
gobierno sus políticas, aún bajo presión? Es como pedirle a un tigre que se alimente de ensaladas
vegetales o a un rinoceronte que dé una clase magistral sobre la Teoría de la
Relatividad. ¿Se puede pedir que se seque el patio mientras está diluviando?
Transitando de la retorización a los datos, están
diluviando despidos, caída de los salarios y jubilaciones, ataques a
trabajadores de todo tipo, pérdida de capacidad adquisitiva, desigualdad en
forma de catarata, hambre, pobreza e indigencia, tarifazos desaforados, desconocimiento
flagrante de todos los derechos, censura y represión con muertes,
desapariciones forzadas y presas/os políticos etc. etc. Acabamos de afrontar
una noche con el atentado contra la exhibición del documental sobre Santiago
Maldonado, amenaza a un canal de televisión y los sucesos post acto sobre el
joven mencionado desaparecido por el accionar represivo de la gendarmería (=
“gente de armas”, según la etimología, de “armas llevar”). En el amanecer de
este jueves 2 de agosto dos trabajadores de la educación fueron víctimas de una
explosión por gas por indiscutible responsabilidad gubernamental.
Nos acostamos con el típico atentado facho-servicios y
nos levantamos con asesinatos de trabajadores. ¿Se puede dudar acerca de
quiénes inician la violencia?
Por eso el subtítulo retórico: una combinación de
metáfora, metonimia y sarcasmo. A la vez es un dramático llamado para
justamente levar anclas, para generar la conducción que haga de la Argentina un
país que logre su plena realización. Esa plena realización conlleva la
integración latinoamericana y la solidaridad activa con los pueblos postergados
o sometidos del planeta.
El subtítulo, entonces, es una convocatoria a asumir que se requiere,
imperiosamente, una conducción política.
Cuando digo la Argentina estoy aludiendo al conjunto
conformado por la nación, el pueblo y las/los trabajadoras/es.
Si bien tal carencia de conducción se da desde hace
décadas, hay circunstancias en las que se hizo o se hace más patente, como por ejemplo en el 2001 o en la situación que nos llevó a tener que soportar el gobierno de la alianza Cambiemos.
Cuadro de
situación
En la Argentina y en América Latina como en la totalidad de los
países postergados del planeta, la
derecha es, innatamente, no sólo antipopular sino también antinacional.
Es una derecha, por otra parte, tan anacrónica que se
está sosteniendo ideológicamente ya no sobre credos, racionalizaciones o
creencias, sino construcciones delirantes lo cual explica tantas declaraciones
extravagantes, gestos abiertamente groseros, justificaciones bizarras,
comentarios irrisorios por parte de gobernantes y su alianza, sus apoyos,
integrantes, etc.
Lo de antinacional es una diferencia
clave respecto de la derecha de los países centrales en los cuales responde a
los intereses nacionales: por
ejemplo, la derecha de Francia, de Alemania o de Japón antepone los intereses
de su nación a cualquier otro fin.
Para desarrollar acerca de cómo debiera ser una
conducción política de la Argentina, se requiere que nos introduzcamos en
algunos temas que son fundamentales para el tratamiento riguroso, en
profundidad y didáctico de tal cuestión. También para que sea trasladable a la
praxis.
Las dirigencias actuales de nuestro
país no están todavía a la altura de la
conducción política. No
muestran la aptitud ni l actitud ni la vocación para alcanzar esa altura.
Me refiero, tal como más arriba lo digo, a las
dirigencias populares, nacionales y/o de trabajadoras/es. Son a las que le cabe
la aplicación de tal categoría: dirigencias.
A quienes se ubican abiertamente en la derecha no los
podemos considerar integrando dirigencias toda vez que encarnan o representan a
camarillas locales oligárquicas y plutocráticas y/o son delegados de las
potencias y corporaciones dominantes del planeta.
Volviendo a las que sí les cabe ser incluidas en la
categoría “dirigencias” observamos que tienden a encerrarse en los límites que
fija la endogamia, en la agenda del día a día generalmente fijada por los
gobernantes, los factores ciertos de poder, los medios de comunicación masiva o las
encuestas “de opinión de la gente” que se difunden, en los debates y
problemáticas de escasa o mediana trascendencia, en la falta de articulación de
los actores, sectores, factores y vectores claramente determinantes.
Además, estas dirigencias se comportan reactivamente:
el gobierno, aun siendo tan precario, tiene la iniciativa y las dirigencias
reaccionan. Parece que no caen en la cuenta que un principio básico de la
conducción es tener la iniciativa,
porque si la iniciativa la tiene el oponente, éste, aún dentro de su
incapacidad, dirige.
Para más, la soberbia se apropió de tales dirigentes o
de supuestos cuadros con protagonismo mediático, que no tienen la menor
conciencia de que sus aspiraciones son desmesuradas. Actualmente comienzan a
circular nombres de candidatos presidenciales, en medio del marasmo, que a todas
luces serían incapaces de afrontar tamaña responsabilidad.
Estas dirigencias encaran acciones sin que se pongan
de manifiesto ni un proyecto ni la estrategia para concretarlo. Se comportan
como si las reglas de un institucionalismo vacuo o una república meramente
formal establecieran las referencias y los marcos de su conducta política.
Se conducen con ligereza respecto a conceptos
fundamentales de la política y para naciones, pueblos, trabajadores. Hacen, de
tales conceptos fundamentales, nociones vagas a las que se da por
sobreentendidas: me refiero a “democracia”, “política”, “poder”, “república”,
“patria”, “nación”, “ pueblo”, “ciudadanía”, “opinión pública”, “electorado”, “clase
media”, “instituciones”, etc.
No tienen en cuenta que en el 2001, entre otras
significaciones dignas de valoración, la rebelión popular cuestionó de raíz un
régimen tan despótico como endeble, cuestionó en sus bases mismas la
configuración ideada por Montesquieu, la de los “tres poderes”, configuración
valiosa para todo lo que sucederá a partir del siglo XVIII pero ya en estado de
fosilización.
Es arcaica para el mundo, a la vista de lo que sucede
en todas las latitudes.
Esa rebelión argentina hizo punta internacionalmente
respecto de tal cuestión y mereció ser aprovechada, resaltada, interpretada en
profundidad y convertida en la revolución esperada y, más aun, en modelo de
revolución para el planeta.
Hoy está a la vista que los tres poderes formales
hacen agua: el unicato del Ejecutivo incapaz e incapacitante (además, reitero,
de antipopular y antinacional), el Congreso y las legislaturas inoperantes y
neutralizadas por decretos, vetos y la propia falta de iniciativa y el Judicial
o también ineficaz o abiertamente subordinado al mencionado unicato. En
conjunto, estos poderes, están sosteniendo un régimen que ya ni siquiera es
capaz de prometer y que es objeto de creciente caída de la credibilidad.
Es un régimen despótico, por períodos de un modo
desembozado, por períodos de un modo enmascarado.
El despotismo radica en que impone, por los diversos medios, su
voluntad, desconociendo la única autoridad legítima que es la del pueblo;
radica también, que ante el espejo se ve como ideal, se ve como si contar con
instituciones formalmente legítimas y aparentemente maduras hace que parezca
que vivimos en una democracia.
A lo largo de la historia los pueblos
se alzaron contra los despotismos.
Más allá de los conflictos de clase los pueblos, tarde o temprano, se declaran
contra los sectores que los subyugan, contra los sectores que impiden el ejercicio de la democracia como debe ser entendida.
Si bien el prólogo y este cuadro de situación tienen
cierto carácter de manifiesto, a la vez anticipan, enmarcando, el enfoque, los
contenidos y los fines de este documento.
Aun cuando volveré sobre lo que voy a afirmar, vale
introducirlo ahora para ubicarnos mejor en la lectura de este texto: sólo
la política, sólo la organización, la cultura, la conducciónm la estrategia y la acción políticas pueden
producir una transformación a fondo y plasmar la realización de una nación, su
pueblo y sus trabajadores.
Una incursión en nuestra historia
Esta incursión es lo más breve posible ya que sólo
tiene como fin encuadrar los desarrollos posteriores de este texto. Espero que,
dentro de su brevedad, sea elocuente.
Desde los albores de la patria dos proyectos antagónicos emergen y se prolongan como tales hasta
hoy.
Uno de tales proyectos es el de una nación plenamente soberana a la vez que
integrada a América Latina, con el pueblo como su actor protagónico y cuyo
objetivo es la realización plena de los argentinos, promoviendo el desarrollo
integral y la justicia en todas las áreas de la vida. Es un proyecto que
impulsa los derechos de trabajadoras y trabajadores a la vez que aspira a un
país que ocupe posiciones de vanguardia con un estado activamente involucrado
en la producción, la educación y salud públicas, la ciencia, la innovación
tecnológica, la infraestructura, que aliente al empresariado local respetuoso
de nuestro país y con una política
internacional que procure la integración latinoamericana y la amistad entre
naciones y pueblos, incluyendo el respeto por los pueblos precolombinos, evitando
todo alineamiento con las potencias y corporaciones dominantes del planeta. Desde
luego, se deduce que se trata de un proyecto que se opone a todo tipo de
despotismo local y a toda tutela o injerencia extranjera.
El otro proyecto es, lisa y llanamente, el de la reacción, el de la
reacción oligárquica que aspira a la colonización cultural, social, política y
económica de nuestro país. Es el proyecto de los privilegios, de los hacendados, de la banca y de la gran burguesía local, tan
dependiente ella del extranjero. Es el proyecto de la subordinación y entrega
al imperialismo, al colonialismo y/o al neocolonialismo.
En el balance, al cabo de más de dos siglos, cabe
admitir con dolor que el segundo proyecto lleva la delantera. Tomando los últimos
setenta años, el peronismo con la conducción del movimiento peronista y el
liderazgo de Perón, materializó hasta cierto punto el primero de los proyectos.
Las versiones más atroces del proyecto reaccionario,
comenzando por las dictaduras cívico-militares, especialmente la última, la del
plan sistemático de exterminio, incluyen, particularmente, los 90 y la
actualidad.
Conclusión 1: para una conducción política argentina sólo vale el
primero de los proyectos.
Dos obstáculos: colonización y
mediocridad
Muchos son los obstáculos en el camino hacia la
concreción del primer proyecto, del proyecto de nación soberana y plenamente
realizada, de pueblo y trabajadores protagonistas.
Quizá los del título de este punto resuman a todos
ellos; además, tal título busca expresar un nexo intrínseco entre colonización
y mediocridad.
La colonización se expresa de diversas maneras y en los variados
terrenos: el cultural, el social, el político, el psicológico, el económico,
etc. La colonización hace de todo su territorio.
La mediocridad implica la cortedad de miras, la pobreza de las
aspiraciones, el desdén por el conocimiento, los antagonismos irrelevantes, los
internismos, las ambiciones desmedidas de los incapaces, el culto de figuras y
producciones gestadas en las entrañas
del imperialismo.
Colonización y mediocridad van de la mano, porque ¿qué
más quiere el colonizador que los mediocres prosperen considerando que son
vasallos incondicionales, frívolos y de
bajas aspiraciones? A su vez, ¿qué más quieren los mediocres que verse cobijados
por quienes concentran poder?
Cuando se dice, como acontece actualmente, que tenemos
gobernantes ineptos que sirven a los intereses inconfesables de los
concentradores de poder locales e internacionales se está incurriendo en una
obviedad: la ineptitud es endógenamente solidaria con la sumisión, con el
ejercicio del vicariato y con el despotismo.
A continuación desgranamos en torno a cómo se expresan la colonización y la
mediocridad.
Conclusión 2: en todos los terrenos para contar
con una conducción política de la Argentina hay que dar batalla contra la
colonización y la mediocridad.
El pantano
Las dirigencias políticas – y las
otras –[1]
no sólo parecen un barco anclado sino inmerso en un pantano.
Es notorio que abundan los diagnósticos sobre qué
sucede con la Argentina o en ella. Hay diagnósticos, pronósticos y propuestas
de los más variados gustos pero, curiosamente, no llegan al nivel de
profundidad que la complejidad de la cuestión exige. Hay como un regodeo con la
queja y el denuncismo en vez de afrontar abiertamente la batalla política y
tomar la iniciativa.
También llama la atención que las dirigencias abreven
en elaboraciones ideológicas, en disquisiciones de intelectuales y hasta en producciones
literarias o fílmicas que se originan, en primera o en última instancia, en
usinas que precisamente responden a intereses antagónicos con los de la
Argentina, usinas radicadas en las potencias dominantes del planeta.
Esas usinas a través de las universidades, un ejército
de intelectuales y un sinnúmero de propagandistas, a menudo enmascarados,
desparraman a troche y moche dogmas que tienen por objeto justificar lo
existente, justificar la postergación de nuestros países y sus pueblos,
justificar el sometimiento y hasta la pobreza y la represión, aun cuando a
menudo se enmascaran con un “lenguaje progresista”.
Cada mañana nos desayunamos con algún nuevo personaje
o con alguna renovada sofística que “nos iluminan” en torno a “cuál es el mundo
en el que vivimos”: así, se pasean ante nuestros ojos credos tales como el
posmodernismo, la posverdad, la
biopolítica, la psicopolítica, la calidad total, la sociedad del conocimiento,
la era de la comunicación, la inteligencia emocional, el populismo y el antipopulismo, el
conductismo, el lacanismo[2],
la autoayuda, “la construcción de la subjetividad”, etc.
“Pensadoras y pensadores” abruman con un torbellino de
extravíos, de construcciones francamente delirantes a la par que viciadas, para
lograr la adaptación, el disciplinamiento y para inhibir cualquier intento en
serio de transformación del injusto estado de cosas. Francamente, a Molière le
sobrarían fuentes de inspiración gracias a dirigentes y opinantes mediáticos y
también gracias a sus “maestros”.
Eso sucede en un mundo que afronta una desigualdad
inédita en el cual el 1% disfruta de
fortunas que superan con creces el patrimonio de las dos terceras partes de la
población del planeta. Eso sucede en un mundo en el cual el oscurantismo parece
estar ganándole la batalla a las Ciencias de lo Humano y, quizá también, a las
de la Naturaleza.
Esto sucede en un mundo en el cual se ha instalado una
suerte de régimen neopatronal: un puñado de patrones multinacionales, con
nombre y apellido, perfectamente identificables, manda sobre más de siete mil
millones de habitantes del planeta.
Lo más grave de esas creencias o dogmas es que encierran
a las dirigencias y poblaciones en los claustros de la endogamia. Parten de
explicar el curso de la historia y los comportamientos sociales de nociones
obsoletas y clausurantes como la de “individuo” o lo hacen desde la familia,
desde los grupos, desde los vecinos, etc.
Muchos guitarrean con que hay que “resolverles los problemas a la gente y que la
gente quiere cosas concretas”: qué se puede decir de tamaña tontería que revela
hasta dónde estos personajes ignoran, por ejemplo, qué significa “problema” –
cuestión pilar de la ciencia – o qué significa “concreto”, expresión que Marx
definiera magníficamente en la Introducción
general a la crítica de la economía política como síntesis de
múltiples determinaciones.
La mirada debe ser, justamente, muy distinta: debe
afirmarse en la humanidad para ver desde allí el cuadro en su totalidad y, al
mismo tiempo, partir de cada expresión de lo local, centrando en la
interacción, en el intercambio, en ese ida y vuelta que permite comprender en su profundidad a los procesos. Ésta es la
perspectiva exogámica que es, simultáneamente, la perspectiva científica y la
perspectiva política.
No es ésta la mirada que las dirigencias, los
intelectuales en que abrevan y los medios de comunicación de masas estimulan.
Estamos empantanados.
Conclusión 3: una conducción política no sólo debe evitar empantanarse
sino, sobre todo, marchar, navegar, encaminarse, tomando la iniciativa, hacia la concreción del proyecto para la
Argentina. Y debe hacerlo según una mirada activa, penetrante, del horizonte en
su totalidad.
Un aparte insoslayable
Un aparte insoslayable nos obliga a hacer un alto para
referirnos al papel e influencia de los EEUU de Washington.
Adopto esa denominación para dicho país ya que carece
de un nombre propio justificable. No puede aceptarse que se autodenomine EEUU
de América, nombre de nuestro continente, nombre de clara inspiración
anexionista. Como Washington, el esclavista, es considerado en ese país “padre
fundador” (categoría pueril por cierto) y es también el nombre de la ciudad
capital, creo que es válido nominar así a ese país hasta que llegado el momento
adopte algo que le venga bien, habrá que esperar.
No quiero extenderme sobre este punto más allá de lo
imprescindible para ubicarnos, dada la dimensión que ha alcanzado la influencia
de dicho país en el mundo, invadiendo, generando guerras desastrosas,
colonizando.
En particular, dado que este texto se centra en la
conducción política que requerimos y en el hacer de nuestras dirigencias,
enfatizo en torno a la penetración cultural de tal país, penetración que acompaña
o sostiene a sus prácticas intervencionistas en lo político, lo social y lo
económico, valiéndose de amenazas, bloqueos, presiones de toda índole,
ocupación territorial por vía de sus empresarios y de sus fuerzas armadas, etc.
Es muy preocupante que las dirigencias argentinas
–también tantas y tantos intelectuales – tomen a tal país como máximo
referente. En principio, circunscribiéndome a mis conocimientos
científicos, especialidad profesional y
experiencia política, realmente parece incomprensible que se valoren las
producciones provenientes de dicho país atinentes a las Ciencias de lo Humano,
el cine, la literatura, el arte en general. Se incurre todo el tiempo en sobrevalorar
o hacer objeto de culto a artistas, cineastas, novelistas, dramaturgos, poetas,
actrices y actores, pensadores
washingtonianos (o sea, de los EEUUW), cuando sus obras y su desempeño no
sobrepasan el nivel de la mediocridad. Hasta han adquirido, por no decir abiertamente
comprado, injustificables Premios Nobel, esa impudicia del mundo actual, en áreas
o disciplinas como la paz, medicina, economía, literatura, etc.
No alcanzan ni
de lejos las producciones de otros países, especialmente de Europa, de Asia y
de América Latina (soy consciente de que gran parte de las naciones europeas
son colonialistas, pero cabe reconocer que su producción científica e
intelectual ha marcado, en gran medida, la evolución de la humanidad).
Como el antiguo imperio romano, los EEUUW optan por la
fuerza antes que por la creatividad, por lo establecido antes que por lo
innovador, por sostener regímenes despóticos en todo el planeta antes que por
la voluntad de los pueblos. No por nada este “gran país del Norte” tiene por
dechado a aquel imperio, cuya duración milenaria, poco le dejó a la humanidad,
al menos en términos proporcionales (sinceramente, estimadas y estimados
lectoras y lectores, lo de los acueductos y el “derecho romano” tiene sabor a
muy poco). Es un converso brasileño, Fernando Henrique Cardozo, quien hace unos
años sentenció: “debemos asumir que los EEUUW son la Roma actual”.
Así como Roma le copió a los helenos desde la
filosofía, el conocimiento científico y las artes hasta las dioses y los
dioses, EEUUW le plagió a Europa y, también a países como los nuestros, todo cuanto
pudo y pueden (indáguese la biografía de Tesla, por ejemplo). Es Umberto Eco
quien en su libro La estrategia de la
ilusión ilustra, en detalle, cuanto en EEUUW hay de réplica de Europa y,
encima, según Eco, el “gran país del norte”, tiene la pretensión de que tales
copias superan al original.
Es Habermas quien comenta que cuando el bon vivant y esclavista Jefferson visitó la Francia de
fin del siglo XVIII se “enteró” que ellos habían hecho una revolución: este
“padre fundador” no se había dado cuenta (como tampoco sus pares connacionales)
y era interés de los franceses generar la impresión en todo el mundo de que su
patria había dado lugar a procesos revolucionarios en todas partes. De paso
digamos que el ¿“revolucionario”? Jefferson en París presionó a Napoleón para
que repusiera la esclavitud en Haití.
Son Berger y Luckman quienes destacan un curioso
fenómeno propio de la población de los EEUUW que prácticamente no se da en
ningún otro lugar del planeta: la creencia de que sus instituciones son ajenas
a la acción humana, como si hubieran estado allí desde siempre creadas por
alguna divinidad.
Tampoco se hace alusión al papel que los cultos tienen
en la vida cotidiana y en todos los ámbitos, incluso justamente en las
instituciones empezando por los poderes formales con el judicial a la cabeza:
la Biblia es libro de cabecera de gobernantes, magnates, legisladores, jueces,
habitantes en general; saben de memoria cada versículo de esas milenarias
escrituras a la par que se resisten a la teoría de la evolución de las
especies. Hasta llegan a creer, masivamente, que sus “superhéroes” tienen
existencia real o que los marcianitos verdes pueden invadirlos en cualquier
momento.
Poco se habla de que se trata de un país abiertamente
esclavista hasta no hace mucho, que rechaza o humilla al inmigrante, que posee
altos niveles de pobreza e indigencia – notoria desigualdad mediante -, que
mantiene la pena de muerte en muchos de sus estados, políticas inhumanas de
disciplinamiento cuya manifestación más dramática son sus cárceles las cuales
albergan casi únicamente a negros e hispanoamericanos, que abogan por la “supremacía
blanca” y el racismo (ojo, muchas veces de un modo muy subliminal, tratando de
hacer creer que Nueva York es ecuménica, abierta, plural), que cobija ese antro deleznable, Guantánamo, ocupando territorio cubano.
Es también inquietante que se considere a sus
universidades, inspiradas en la comercialización, como generadoras de
conocimiento valioso; acotándome a mi campo como científico, investigador y
docente puedo sostener que en Ciencias de lo Humano no sólo son de una
aterradora pobreza sino que son factorías propagandísticas así como
justificadoras de la injusticia que agobia a la humanidad.[3]
Es mi tesis que el encierro endogámico de las
dirigencias argentinas han llevado a esta situación, como si el mundo se
redujera a las fronteras adentro y hasta cierto punto de nuestro país, y a los
EEUUW como referencia externa; el resto del planeta sólo es objeto de interés
esporádico, por ejemplo si ocurre un atentado, un desastre natural o un
episodio de extrema gravedad que afecta a la economía mundial.
Ciertamente se ha ido extendiendo la influencia de ese
país como una mancha de aceite, se ha naturalizado a tal punto esa influencia
que caló hondo en la masa con la consiguiente pérdida de la cultura política,
el debilitamiento de las organizaciones políticas y, también, el
empobrecimiento y el eclipse de nuestra riqueza cultural.
Gran parte de la masa idealiza a tal país, su “estilo
de vida”, sus usos y costumbres, sus valores; consecuencia de ello es que
termina otorgando poder a sus vicarios, como sucede hoy.
Es espeluznante, por ejemplo, la trascendencia que
medios de comunicación masivos, referentes, periodistas, críticos y gran parte
de la población le da a sus bufonescos premios Oscar.
Las dirigencias argentinas tienen que dar el ejemplo
dirigiendo su mirada y su valoración hacia las propias capacidades y
producciones argentinas, latinoamericanas y de todas las latitudes.
Francamente, los EEUUW poco, por no decir nada, han
aportado a la humanidad en términos constructivos, en términos de humanización.
Que alguna o algún eventual “progresista” de ese país, cuya vocación
anexionista de origen se manifiesta hasta en su bandera, exprese posiciones que
puedan parecer simpáticas para los pueblos no debería ser considerado: no sólo
porque una golondrina no hace verano, sino porque esas posiciones carecen de
genuinidad.
Por otro lado, no sólo nos invaden con sus superhéroes
moldeados según los cánones fascistas sino que se incurre en el ridículo, por
parte de intelectuales y críticos, de pretender que los mismos son expresiones
sublimes o actualizaciones excelsas de la antigua mitología helénica. Hasta se
llega al absurdo de pretender que la serie “Los Simpson” es una manifestación
contestataria, una producción que cuestiona el “estilo de vida de los EEUUW”:
risible si no fuera tan patético. Basta con ver cómo los niños, con su candor,
celebran a los personajes de esa serie, se identifican con ellos, para caer en la cuenta que son otro artículo
de propaganda burdamente neocolonialista.
Se empieza rindiendo culto a algún cineasta de ese
origen o sus tiras de dibujos animados o a sus supuestos pensadores brillantes
y terminamos con bases en la triple frontera, Ushuaia, Neuquén, con la
apropiación de nuestras tierras, minas y campos petrolíferos, con sus
multinacionales decidiendo nuestra política interna e internacional, con
nuestro Atlántico Sur ocupado.
Otorgué todo este espacio a caracterizar a los EEUUW
porque su nefasta influencia y su intervencionismo violentan a nuestros pueblos,
a la mayoría de los pueblos del mundo, desde su nacimiento mismo, allá por
1776. No podemos admitir que nos canten el arrorró mientras nos usurpan o
masacran pueblos.
Si no corremos este velo, afrontamos un serio impedimento para la construcción
de una conducción política.
Conclusión 4: la conducción política debe impulsar nuestra
cultura, ideas y producciones advirtiendo al mismo tiempo que “el gran país del
Norte” jamás nos va a considerar dignos de respeto.
Algunas referencias históricas sobre conducción
política
En nuestro país la figura más destacada en política es
la de Juan Domingo Perón, quien decía de sí mismo que no era político sino
apenas un aficionado; seguidamente, aclaraba que sí sabía sobre conducción y
estrategia.
Uso el tiempo presente, porque después de muerto hace
44 años, ningún dirigente alcanzó su magnitud: admito la polémica, hasta la
polvareda, que esta aseveración puede producir; la admito y la valoro porque
contiene argumentos atendibles o justificados.
Pero acá no
estoy escribiendo para seducir o para
embaucar; escribo para debatir, esclarecer, intercambiar, aportar, azuzar. Las
cosas están demasiado mal como para apelar a
argumentaciones complacientes y palabras endulzantes o como para movernos como
si estuviéramos pisando huevos.
Perón no simplemente gobernó. Condujo.
También produjo teoría y pensamiento en torno a muchas
temáticas y, centralmente, sobre la conducción política; un testimonio es,
justamente, su libro Conducción política.
Y como Perón, mucho y muy bueno ha producido un vasto
número de políticos y científicos sociales que tomaron partido por nuestro
país, por la realización plena de nuestro pueblo, por el protagonismo de los
trabajadores, tanto dentro de lo que se da en llamar el “campo nacional y
popular” como en la izquierda genuina. Sin embargo, esas producciones parecen
olvidadas o relegadas, al punto de que en lo que se conoce hoy como peronismo ,
en cualquiera de sus variantes, puedo afirmar que no se conoce a Perón y, mucho
menos, se lo valora: en la acción, estas variantes del peronismo distan
sideralmente del fundacional. Lo mismo acontece con tantas producciones locales
y latinoamericanas que tan útiles son para comprender qué nos pasa.
Me temo que un fenómeno similar se da en la izquierda
o, al menos, en gran parte de ella. No queda claro que hayan asimilado los
modelos de conducción política que brindaron Marx, Lenin, Trotsky, Luxemburgo, Gramsci
y tantas y tantos que merecen ser emulados, genuinamente emulados.
Citar puede ser, simplemente, un vicio o un modo de
buscar refugio para evitar la asunción del desafío de conducir.
Ciertamente, tres interrogantes circulan con creciente
vigor entre argentinas y argentinos:
·
¿Cómo
puede ser que la Argentina con su tradición de cultura política, de luchas, de
proyectos transformadores haya venido a parar a esta situación?
·
¿Se
reeditará una rebelión como la del 2001?
·
¿No es
hora de considerar caduco al actual gobierno y proceder en consecuencia,
respetando desde luego la Constitución Nacional y las leyes?
Es más que notoria la discordancia entre los tiempos
de la población argentina y de sus dirigencias: mientras crece el clamor angustiante de argentinas y
argentinos para poner fin a lo que estamos padeciendo, las dirigencias deshojan
la margarita con miras a un supuesto proceso electoral esperanzador en el 2019.
Lenin sentenció que el auténtico dirigente oye crecer
la hierba. Creo oportuno traer a colación esta afirmación del revolucionario
ruso.
Mientras el hambre arrasa con la salud de niñas, niños
y adolescentes, la inflación carcome el salario, el incremento persistente del
desempleo abandona a su peor suerte a trabajadoras y trabajadores, la miseria
acucia a jubiladas y jubilados, el patrimonio nacional es saqueado y entregado,
nuestro Atlántico Sur está invadido, se persiste para las fuerzas armadas en la
tesis de que deben estar destinadas a la seguridad interior mientras se omite a
los verdaderos enemigos externos; mientras todo esto sucede, gran parte de
dirigentes, intelectuales y periodistas, apelando a un institucionalismo
obsoleto, se dedican a análisis y declamaciones que se reiteran una y otra vez
hasta sobrepasar todo umbral de hastío. Todo parece guionado.
Conclusión 5: una conducción política debe estar por delante de
las expectativas y posibilidades del pueblo al cual dirigir.
A contemplar
Cabe destacar que para introducirse en la cuestión de
la conducción política se requiere de la teoría, de la teoría que se encuadra
en el marco de las Ciencias de lo Humano. También se precisa crear teoría en
ese campo de lo cual nos ocuparemos acá en la medida que haga falta.
Gran parte de la teoría que se utilizan en los
análisis que se difunde o en la que se basan estrategias y acciones ya ha
quedado obsoleta; a ese déficit se suman las imprecisiones y la mezcla del
lenguaje vulgar con el supuestamente científico.
Hace falta conceptualizar. Hace falta que nociones
vagas a las que se apela al tuntún o que se tratan con ligereza sean traídas al
campo epistémico, sean trasplantadas al
conocimiento científico.
Por lo tanto, no sólo conceptualizaremos acerca de la
conducción política, tema central de este artículo, sino también acerca de
otros puntos concurrentes que hacen a la misma: conflictos básicos, la
diferenciación pueblo / masa, electorado, opinión pública, despotismo y sus
distintas expresiones, objetivo de posicionamiento, estrategia y algunos otros
que el propio desarrollo de este texto hará emerger.
La conducción política de una nación, de su pueblo y
sus trabajadores requiere y/o se articula con un proyecto, con la estrategia y la
acción y se apoya en la teoría: o sea, en un complejo sistema de conceptos
epistemológicamente sustentables e intrínsecamente relacionados.
La conducción política, valga la redundancia, adopta como premisa la primacía de la
política.
Definimos a la política
como la disciplina científica y la práctica que tienen por objetos inteligir
las relaciones de poder y operar sobre las mismas.
La palabra “relaciones” es clave porque la ciencia se
ocupa de relaciones. No hay ser ni sustancia ni esencia: el universo, y todo lo
que contiene, incluyendo desde luego a lo humano, es relaciones, es conjunto o malla de relaciones al infinito.
Es sobre las relaciones de poder que hay que producir
teoría y es sobre tales relaciones que hay que operar.
Para ampliar y precisar, incluimos ahora nuestra
definición de poder:
Poder es la capacidad para pasar de una situación dada A a
una situación ideal o aspirada B en el seno de la interrelación entre distintos
actores y sectores que demandan, procuran y/o ejercen dicha capacidad y el
complejo contexto en el que tal interrelación se da[4].
Tal capacidad se pone en juego como una relación entre tres términos:
El que confiere el
poder
El que asume el poder
El contexto en el cual
ambos términos interactúan
Conclusión 6: una conducción política debe estimular a la vez que
apoyarse en desarrollos de las Ciencias de lo Humano, en la gestación y
enriquecimiento de teoría con finalidad de aplicación eficaz, teniendo como
premisa la “primacía de la política”.
Conclusión 7: la conducción política debe operar sobre relaciones
de poder, procurando que las mismas se tornen favorables a la nación, el pueblo
y los trabajadores - teniendo en cuenta nuestra definición de poder -.
Contexto
Obviedad: la Argentina
forma parte de América Latina, la cual debería tender a la plena integración y,
por supuesto, forma parte del planeta; también se incluye entre los países
dependientes y postergados; es, como todos ellos, víctima de un mundo
profundamente injusto.
¿Por qué escribo esta obviedad? Porque el encierro endogámico de nuestras dirigencias
requiere que comencemos por recordar lo que debería ser el dato primero de
cualquier análisis, de cualquier diagnóstico de escenarios, de pronósticos y
elaboración de proyectos o propuestas.
Por ejemplo, hay que mirar
a la Argentina en el contexto regional e internacional y al mismo tiempo asumir
que carece de política internacional autónoma y sistemática.
Es evidente que la gran
mayoría de dirigentes, formadores de opinión, “expertos” y por supuesto de la
población ignora cómo se vive en otros países. Ignora, sobre todo, el grado de
desarrollo alcanzado por la mayoría de los países europeos, asiáticos, Oceanía
y Canadá. No saben, y probablemente muchos dirigentes, periodistas, y
“expertos” aunque sepan ocultan, las condiciones laborales, el nivel alcanzado
por la industria, la tecnología, la informática, la robótica, la educación y la
salud pública, los transportes, el desarrollo espacial. Se ignora el nivel
alcanzado en lo referente a los derechos humanos para sus propios ciudadanos.
Desconocen o hacen caso
omiso del rol preponderante de los estados en esos países, los cuales muy
habitualmente controlan, administran y poseen toda la gama de servicios
públicos desde la salud y educación hasta el transporte y la energía.
Por ejemplo, Europa está
cubierta de punta a punta por una red ferroviaria de última generación, con
trenes veloces y hasta de alta velocidad, en pleno incremento; igualmente
sucede con subterráneos y con las líneas aéreas (cualquier aeropuerto de una
gran ciudad europea, asiática, canadiense o de Oceanía cuenta con un número de
vuelos inmensamente superior a Ezeiza, la más importante de nuestras estaciones
aéreas). También se omite o se ignora lo referente al desarrollo de las flotas
marítimas y fluviales.
No se toma en cuenta la
abismal diferencia de los PBI globales y per cápita respecto de los de nuestros
países.
Se desconoce el alcance,
equipamiento, entrenamiento y potencia de las fuerzas armadas y de seguridad.
Podría seguir abundando:
sólo destaco que argentinas y argentinos estamos hundidos en el desconocimiento
o en una neblina respecto de cuál es el mundo en el que vivimos, que estamos
como atados a nuestro entorno estrecho y que, en todo caso, sólo se aprecia a
los EEUUW a través de su gigantesca y arrolladora maquinaria propagandística.
Es grave, realmente grave;
es limitante, realmente limitante.
Las dirigencias populares
tienen el deber de hacer saber a la población argentina qué lejos estamos de
los países desarrollados, no para generar parálisis o impotencia, sino por
ayudar a tomar conciencia de cuánto mejor podríamos vivir y para neutralizar el
encierro endogámico tan esterilizante.
Si las dirigencias
populares prestaran más atención a lo antedicho dispondrían de un bagaje
inmensurable de argumentos probados para demoler las falacias de tantos
consultores y “versados” propagandistas del “libre mercado”, la libre
competencia, el papel absolutamente protagónico e imprescindible de la
iniciativa privada para el desarrollo a la vez que desacreditan el rol del
estado como impulsor del mismo y adjudican el retraso a los costos laborales,
la seguridad social, las inversiones en salud y educación pública, etc. También desconocen u ocultan el desarrollo de los mercados, el impulso a la competencia y el aprovechamiento del capital que se da en esos otros países.
También, y en sentido
inverso o recíproco, esa profundización
en el conocimiento de los países avanzados de Europa y otras latitudes
reforzaría la autoestima colectiva respecto de áreas en las cuales la Argentina
y su pueblo se han destacado y destacan: la calidad de sus trabajadores
–obreros, empleados, docentes, profesionales, científicos, artistas-, la
evolución alcanzada en los derechos humanos en general y muy especialmente en los laborales, el
comportamiento hospitalario desde siempre a inmigrantes provenientes de todo el
mundo y, particularmente, de nuestro maltratado continente, los gestos de
solidaridad que tantas veces se tuvo con países y pueblos avasallados, mientras las naciones avanzadas se demoraron o demoran en la conquista de derechos, invaden
otros países, son hostiles al inmigrante, colonizan.
También hay que destacar
que la Argentina ocupa el podio mundial en lo referente a tradición de luchas
populares y participación política, junto con la Francia de la revolución que
cambió el mundo a partir del siglo XVIII y de los levantamientos obreros de la
comuna de París y junto con la Rusia que con su revolución transformó el
planeta a partir de 1917.
El mundo aparece en los
análisis de “expertos” y políticos cuando sacude con decisiones que nos
afectan; circunscribamos, cuando las grandes potencias nos alteran el curso con
sus decisiones o cuando en otros países se dan fenómenos que interrumpen
abrupta e indeseablemente el camino adoptado por los concentradores de poder o
los gobernantes locales, v.g., el llamado “efecto tequila” o la tan meneada “crisis
del 2008” entre otros.
Ahora, a mediados del 2018
se dice que nos altera la revalorización del dólar, las tasas de los EEUU de
Washington y los valores erráticos de los productos primarios.
Así la Argentina, respecto
del mundo, se parece al perro de Pavlov: según el estímulo proveniente de otras
latitudes la Argentina se conduce, siempre para mal.
En rigor, lo antedicho
revela:
Que la Argentina es un país infradesarrollado extremadamente dependiente
4 Que las dirigencias argentinas (y, por supuesto, sus
gobernantes) no tienen en cuenta sistemática y cotidianamente la marcha
internacional
4 Que la Argentina carece de un proyecto para ubicarse
con un rol destacable obviamente autónomo en el planeta.
De tal manera, el mundo
siempre la sorprende; de tal manera, la Argentina se mueve como marioneta al
compás de las prácticas despóticas de los estados y las corporaciones
dominantes del planeta.
Las dirigencias argentinas
parecen encontrar placer en enredarse en las disputas domésticas y, para peor, se obnubilan con temas de bajo alcance y
tratados aisladamente.
En este mundo, se dice que
por doquier reina el capitalismo. Muchos advierten que se trata de un
capitalismo agónico, pero, salvando el poncho, a la vez aclaran que la agonía
puede prolongarse por décadas si no por siglos. Menuda agonía.
Sin discutir que
efectivamente la organización socioeconómica reinante es el capitalismo en su
fase tardía, invito a la mirada política.
No es que el capitalista por tal razón acumula poder:
al contrario, porque aspira a la concentración de poder se vale del capitalismo. Esto, desde luego, sin olvidar que el capitalismo es
un sistema intrínsecamente injusto que ya nada de bueno puede ni siquiera
prometer. Pero al mismo tiempo es una únicamente una formación socioeconómica que la conducción política tiene la obligación de instrumentar en favor del desarrollo de una nación y la realización de su pueblo.
Conclusión 8: la conducción política debe enfocar, primeramente,
hacia el mundo y nuestra región, promoviendo la proyección internacional
autónoma de la Argentina integrada con América Latina y todos los pueblos del
mundo que aspiran a su total independencia.
Conflictos básicos
La Argentina afronta, entrelazados,
dos conflictos básicos:
- Pueblo y nación vs. despotismo en todas sus variantes (concentración local de poder y de riqueza, imperialismo, colonialismo y neocolonialismo
- Trabajadores vs. capitalismo
La palabra “entrelazados”
es clave porque el punto de vista que acá expongo está alejado de aquello de
contradicción primaria y contradicción secundaria: una, porque estamos
explorando lo real y no moviéndonos dentro de la Lógica como materia de
estudio; dos, porque se da interacción y sinergia entre ambos conflictos.
El primero de los
conflictos mencionados es ya ancestral y, en los últimos setenta años, fue el
movimiento peronista fundacional, dirigido por Perón, el que lo afrontó
abiertamente. Vale destacar que también la izquierda, aun desde distintas perspectivas,
encaró este conflicto básico.
Respecto del segundo
conflicto básico, comenzamos afirmando que el capitalismo, como modo de
organización socioeconómica no puede ya ofrecer bienestar; además, el
liberalismo clásico que sustentó al capitalismo ya cayó en la obsolescencia y
es incapaz de proponer democracia y justicia[6].
Eso no significa que haya
que arrasar con la totalidad de los capitalistas ni desterrar a los liberales
de buena fe: los primeros, básicamente pequeños y medianos productores rurales
e industriales son requeridos para aportar al desarrollo deseable. Los
segundos, porque pueden aun alentar debates de importante proyección y
propiciar argumentos para la conquista de derechos que se van tornando
impostergables. No quiero acá abundar sobre esto, que puede ser objeto de
alguna controversia, para no abusar de la paciencia, ya probablemente un tanto
agotada, de la lectora o del lector.
Dejo en claro que el antagonismo entre trabajadores y capitalismo es inherente a esta formación socioeconómica pero eso no significa que acabar con la misma sea un imperativo impostergable toda vez que no podemos esperar a que el mundo le ponga fin vaya a saber cuándo. Dada la situación actual, se trata de aprovechar lo que el capitalismo, de escaso o precario desarrollo en la Argentina, pueda ofrecer para avanzar hacia el objetivo de la realización de nación y pueblo.
Invito, de paso, a cuestionar
tanta apelación a que estamos siendo gobernados o manipulados por el
neoliberalismo: en nuestros países, lo
que se da en llamar neoliberalismo – corriente aplicable a los países dominantes
– es obscena concentración de poder y de riqueza en manos de monopolios locales y transnacionales. Hablemos claro, evitemos
eufemismos y tapujos.
Conclusión 9: la conducción política debe
afrontar los conflictos básicos enunciados por la vía pacífica, apelando a la organización política y la movilización popular, convocando, tomando la iniciativa y sintetizando.
Definiendo
conceptos
Nación
Desde hace unas décadas, comenzó a
instaurarse la peregrina idea de que el mundo ingresaba en la globalización y
que, con ella, desaparecían las naciones; también se terminaría la historia e
ingresaríamos en la era del “fin de las ideologías”.
Bueno, no: la historia sigue tan viva como
desde que la humanidad existe, las ideologías proliferan, a menudo de modo muy
subliminal (por ejemplo, a través de la publicidad, de gran parte del cine, de
la literatura, de las artes, de la filosofía en curso, de la seudociencia, del
periodismo, etc.).
Y también siguen muy vivas las naciones: más
aun, al mismo tiempo que el mundo se interconecta, crecientemente aumentan los
reclamos y reivindicaciones locales, los separatismos, incluso los
fundamentalismos. Además, los países centrales se afirman en primer lugar como
naciones.
Tal circunstancia nos obliga a conceptualizar
en torno a la nación.
Los humanos, desde el punto
de vista sociopolítico, tenemos una doble pertenencia: a la humanidad y a las naciones.
Dicha doble pertenencia
genera una constante tensión dramática que sólo se resuelve a través de la
integración: en cierto modo, una población es tanto un adentro -en tanto
pertenece a la comunidad- y un afuera -en tanto participa de toda la humanidad-.
A su vez, las
Naciones tienen un doble papel vital:
- el de posibilitar la organización de la Humanidad. Es decir, la Humanidad para conducirse se organiza a través de las Naciones.
- el de preservar, en dinámica evolución, la identidad de las sociedades y su capacidad de contener y de proyectarse.
Dde esta
manera, manteniendo fidelidad a lo ya señalado acerca de la doble mirada, a la
Nación hay que considerarla como la síntesis de dos adscripciones concurrentes:
la de cada sociedad y la de toda la humanidad.
Ya no
cabría pensar la Nación con el viejo criterio atomista por el cual
correspondería a una comunidad prima
facie aislada y atada a tradiciones que se ordena bajo una constitución y
un gobierno. Pero tampoco cabe pensar que las naciones son cosa del pasado, son
configuraciones obsoletas.
Nuestro
planteo afirma y justifica la doble concurrencia:
§ de los
pueblos a sentirse pertenecientes a una comunidad sociopolítica y sujetos de
proyectos colectivos,
§ del
planeta al plantear la interacción entre las distintas comunidades como una
interacción entre naciones.
La Nación
es la
resultante de la proyección colectivamente
asumida por un pueblo
en un espacio-tiempo y de la
organización de la humanidad en el tránsito hacia su integración.
Conclusión 10: la conducción política debe impulsar, sostener,
desarrollar la Nación, incluyendo en tal accionar la integración
latinoamericana y con los pueblos postergados del planeta.
Pueblo
El conocimiento científico y el rigor
epistemológico que tal conocimiento supone, no admiten sinónimos. Digo esto, porque habitualmente se usan
indistintamente palabras como pueblo, opinión pública, gente, ciudadanía,
masas, etc. Se apela a una o a otra como
si se tratara de la misma cosa.
Comienzo la conceptualización de pueblo,
diferenciándolo y contrastándolo con la masa, que, desde ya dejo en claro,
equivale a gente (ya que “gente” es la expresión eufemística y elegante de
masa).
Una entrada para tal diferenciación es la de
oponer lo orgánico a lo inorgánico, lo cual permite rápidamente establecer un
primer contraste: el pueblo tiende a lo
orgánico, la masa tiende a lo inorgánico. El pueblo tiende a extremar lo
orgánico al punto de alcanzar el mayor nivel de institucionalización en cada
etapa histórica, mientras la masa se circunscribe a la menor organicidad
posible y a desestimar la institucionalización.
Precisamente ya Perón en varias de sus obras,
particularmente en Conducción Política y en algunos de sus discursos, sentó las
bases para tal diferenciación, acentuando la vinculación del peronismo con el
pueblo.
Por mi parte, acuñé la siguiente definición: pueblo
es la población políticamente culturalizada y organizada.
Esta definición es insuficiente: requiere ser
ampliada y precisada según lo que sigue.
Se da una doble articulación intrínseca, ya
que pueblo se determina por su vínculo con la nación, por un lado, y, con los
trabajadores, en tanto fuerza potencialmente revolucionaria y sólo en tanto sea
esa fuerza, por el otro.
En resumen: pueblo,
nación y trabajadores constituyen una tríada indisoluble,
Pero además, en la medida que sostengo el abordaje
dialéctico, otro aval emerge para definir al pueblo en esa articulación y es el
que surge de los conflictos básicos antes mencionados: pueblo/nación vs. despotismo y trabajadores vs. capitalismo.
En consecuencia, pueblo es la población
políticamente culturalizada y organizada, que se articula intrínsecamente al mismo tiempo con la nación y con los
trabajadores en franca oposición con
el despotismo.
Asimismo tal oposición no está dada sólo porque el
pueblo conciba al despotismo en todas su variantes como enemigo, sino también porque tal despotismo considera
en tal carácter al pueblo como concepto y a los pueblos como concretos.
Creo que de esta manera trato al pueblo como un
concepto sustrayéndolo de la bruma nocional y de su lugar de comodín.
Al tratarlo así no hago más que aplicar un enfoque
sistémico-relacional o, para quienes prefieran, aplico una aproximación del
tipo “estructuralista”, en tanto y en cuanto pongo en juego en simultáneo las
operaciones de articulación, de diferenciación y de contradicción:
·
El pueblo se articula
con la nación y con los trabajadores como fuerza potencialmente revolucionaria
·
El pueblo se diferencia
de la masa (o de la gente) al punto de la antítesis
·
El pueblo se encuentra en contradicción fundante con el despotismo en todas sus variantes
Lo de población políticamente culturalizada y
organizada incluye a la totalidad de quienes se forman, comprometen, militan,
adquieren experiencia a través de la acción política (sea en el campo de la
política propiamente dicha, sea en la actividad gremial, en el movimiento
estudiantil y docente, en los movimientos sociales, en los organismos de DDHH,
etc.).
Así, ejemplificando, un trabajador precarizado que
integra un movimiento social es políticamente culto y organizado y,
contrariamente, el ejecutivo, “CEO”, hacendado o intelectual que se define como
apolítico o hace antipolítica no
integra al pueblo.
Por lo tanto, no se puede objetar, de ninguna
manera, como elitista, la definición de pueblo por mí acuñada.
El pueblo, de acuerdo a tal definición, supone
organización, movilización orientada a objetivos, conducción, estrategia y
acción transformadora.
La masa es la expresión de la tendencia a lo
inorgánico. La masa es un agregado tendencialmente amorfo.
Habiendo sido objeto de tratamiento por diversos
sociólogos o filósofos, de una manera o de otra, es Freud quien, hasta donde
sé, mejor la analiza y, podría, también aquí apoyándome en el texto de Eduardo
Grüner, “Trampa para tontos”, asociarla al concepto de serie sartreano, en donde
cada integrante es indistinto, indiferenciado, es sólo un miembro sin identidad
que forma parte de un conjunto.
A su vez,
tal concepto de serie es reformulado por Bleger quien desarrolla el de
sociabilidad sincrética, una sociabilidad “sin identidades”, anónima,
intangible que puede revelarse si se dan determinadas condiciones.
Por otro lado, el psicoanalista británico Winfred
Bion, creador de la psicoterapia de grupos, a través de su concepto de
“supuesto básico” aporta a la caracterización de la masa, de un modo cercano al
de Bleger.
En nuestra lengua, Ortega y Gasset se ocupa de la
masa y del hombre-masa, pero de un modo que, mal o bien interpretado, puede
conducir a una visión elitista e, incluso, cierta reivindicación de la
“nobleza” apetitosa para el franquismo. Sin embargo, aplicando la epojé o extremando la abstracción (uso
con renuencia ambas expresiones, que no avalo, con la única finalidad de ser
claro), podríamos decir que Ortega y Gasset define la masa en términos bastante
próximos a los autores antes mencionados (aunque sin ver el rol que juega la
identificación a la manera que lo hace Freud). Podríamos agregar también a Le
Bon o a Mac Dougall con su particular visión, limitada, de la masa, visión
objetada justamente por Freud.
También se puede establecer una correlación entre
la masa y el pueblo y los tipos ideales de autoridad o dominación de Weber:
tradicional y carismático se corresponden principalmente con la masa y el
racional-legal con el pueblo; hago la salvedad, de que estas correspondencias
no implican equivalencias, sino sólo una aproximación con la finalidad de
contribuir a hacer más claro lo que he expuesto.
Maquiavelo en El
príncipe describe dos comportamientos antitéticos a los que en mi libro Método Vincular. El valor de la Estrategia, interpreto en términos de una ley: el que opone
la concentración del poder en el príncipe (o caudillo) versus el que promueve la distribución de poder y la organización
consiguiente. Masa el primero, pueblo el segundo.
En mi producción, el Método Vincular, establezco
que la intersubjetividad tiende hacia uno de dos polos: el de la primarización,
que es el que contribuye a perfilar la masa, y el de la secundarización, que se
corresponde con el pueblo.
Sugiero leer nota al pie o al final, en donde me
refiero a los aportes de la literatura, el teatro y el cine a la diferenciación
entre pueblo y masa[7].
Ibsen, en Un enemigo del pueblo
describe cómo la masa (a la que él con las limitaciones de su época llama
pueblo) se opone al representante popular, el doctor Stockham (al que
equivocadamente se lo interpreta como expresión del “individuo”); Golding
muestra los comportamientos antitéticos, el propio del pueblo liderado por
Ralph y el de la masa que expresa el retorno de la horda primitiva, encabezado
por Jack.
La razón de todas estas citas radica en que, por
distintas vías, distintos autores piensan a la masa como algo muy diferenciado,
diríamos antitético, respecto de lo que defino como pueblo.
Para no incurrir, con tantos citados, en erudición
estéril, me centro en que la masa supone un agregado que reconoce como lazo
vinculante a la identificación (Freud): cada integrante de la masa, por sí, se
identifica con algo o alguien por sólo un rasgo absolutizándolo y
entregándosele. Desde ya, el nazismo es la expresión más resonante y trágica de
tal proceso.
Los alemanes nazis, renunciando a su propia
identidad, ubican en el lugar del ideal de cada uno a Hitler basándose en un
rasgo de éste que se hace “totalizador y totalitario”: supongamos, la avidez
por la potencia. Sobre tal base, cada nazi se reconoce a sí mismo y se hermana
con sus camaradas por identificarse, en primer lugar, con Hitler: “somos nazis
en tanto todos asumimos, en primer lugar, a Hitler como nuestro líder”. No es
la organización ni un cuerpo de ideas el primer basamento, sino esa identificación,
identificación con un líder que, por supuesto, tenía cierta caracterización y,
que sobre todo, prometía poder absoluto.
Hitler y sus cómplices, a su vez, sobre tal base,
generan lo que Freud llamaría una masa artificial a la manera de un ejército:
todos los nazis se comportan como integrantes de una cofradía fuertemente
consolidada cuyos objetivos y garantía de trascendencia se afirman sobre la
relación con el führer. Es decir, la masa puede darse cierta organicidad, de
hecho se la da, pero tal organicidad se afirma en la negación de lo propio y de
la complejidad de cada integrante de la misma, se afirma en la sustitución de
tal “propio” y de tal complejidad por el tributo al líder, se afirma en la
verticalidad acrítica, en la obediencia “debida”.
La masa reconoce su origen ancestral en la horda
primitiva (Darwin y Freud) la cual se configuraba casi como una manada que
respondía a la autoridad despótica del macho jefe.
Más allá del carácter conjetural de la horda
primitiva, sirve para poner muy en negro sobre blanco, que una trama cuyas
raíces se hunden en el inconsciente colectivo está siempre al acecho buscando
emerger. La barra brava o la patota son versiones actuales representativas de
esa supuesta horda primitiva.
Manifestaciones más funestas han sido los
gobiernos tiránicos cuyo máximum fue la última dictadura con sus grupos de
tareas o, volviendo al presente, en una expresión más patética que se encamina
hacia un nuevo estado represor, los gobernantes actuales que tienen a su presidente,
al culminar el acto por el resulado “¿exitoso?”
electoral, tratando fallidamente de vociferar, intentando de modo caricaturesco
comunicarse estentóreamente, proclamar “¡Somos imparables!”.
Sucede que, de acuerdo a lo expuesto, la que es
objeto de manipulación es la masa; el pueblo jamás puede ser manipulado,
justamente porque es la población políticamente culturalizada y organizada que
se caracteriza por la triple operación ut
supra detallada.
No toda masa es un reflejo de la horda primitiva
pero sí podemos suponer, fundadamente, que, tal figura, arroja luz sobre
comportamientos que, aunque parezcan “muy civilizados”, expresan el retorno de
un gregarismo patotero que provoca malestar, desazón, incluso pánico.
Lo que sí permite inferir esta apelación a una
noción que se remonta a lo más pretérito es que la masa es sustancialmente atraída
por el poder: aquello que o aquél que ocupe, real o imaginariamente, el
lugar de mayor nivel de concentración de poder es el imán, es el hipnotizador,
es la fuente de la identificación que propiciará la ligazón entre los miembros
de la masa. El “aquello” o el “aquél” puede ser el imperialismo, puede ser el
grupo hegemónico, puede ser la persona que maneja los hilos, puede ser el
magnate, el archifamoso, etc.
En nuestro país, la masa idealiza
al imperialismo y/o al colonialismo en todas sus expresiones, muy
particularmente el de los EEUU de Washington: para la masa éste se alza como
omnipotente y dotado de todas las virtudes. Al poner a dicho imperialismo en la
posición idealizada opta por gobiernos o dirigentes ocasionales como el actual,
que no son más que vicarios de aquél.
Tenemos entonces que mientras para el pueblo se trata de
construir poder como herramienta para la instauración de la sociedad más
justa según la fase histórica, para la
masa el poder, real o imaginario, el poder acumulado o fácilmente acumulable es
el objetivo, es su punto de llegada. Apoyar a quien considera dueño del
poder libera de la incertidumbre, del riesgo y de la angustia.
Señalo al pasar que Elías Canetti,
en su valiosa obra Masa y poder,
incurre en un equívoco, siempre y cuando lo haya leído y comprendido
correctamente: el de hacer equivaler la masa a la multitud.
Masa y multitud son fenómenos
distintos. La masa puede darse de modo difuso, sin la modalidad de multitud,
como por ejemplo al votar o al expresarse, paradójicamente, según la maliciosa
noción de “mayoría silenciosa”. Por su parte, una de las modalidades de
manifestarse el pueblo es la de la multitud como, por ejemplo, cuando reclama
públicamente, en el ágora, siempre organizadamente. Es decir, habrá que ver en
cada caso cuándo la multitud representa a la masa y cuándo al pueblo.
Una demostración categórica de la
diferencia entre masa y pueblo se puede observar respecto de la invasión nazi
en los países que fueron ocupados: una parte de la población invadida, aplaudió
al invasor; otra, emprendió la resistencia. Fácil se deduce que aquélla
representó a la masa y que las resistencias de esos países (Francia, Grecia,
Holanda, Europa oriental, incluso Alemania e Italia) expresaron a sus
pueblos.
Podríamos seguir mostrando
diferencias entre masa y pueblo pero aceptemos que lo expuesto es suficiente,
en aras de no abrumar ni extendernos al infinito.
Conclusión 11: la
conducción política es, ante todo, conducción política del pueblo y
trabajadoras/es; a la masa se llega sólo a través del pueblo. Aclaramos que eso
significa, en términos de la creación de este autor, el Método Vincular,
adoptar la secundarización o concepción secundarizada de una dirección.
Opinión
pública
Quizá, convencionalmente, es
esperable por parte de la lectora y del lector una definición de la opinión
pública diferente de la que expondremos acá. Pero adoptar una versión
convencional implicaría una actitud complaciente alejada de lo que es la
opinión pública de facto.
No caben dudas a esta altura de
que la opinión pública es la que se difunde, la que se publica, la que se
dirige a la masa y la que ésta convalida, activa o pasivamente.
De tal manera definimos así a la
opinión pública:
Es el conjunto constituido por la “gente”, los
medios de comunicación masiva y las encuestas divulgadas.
El entrecomillado de la palabra
“gente” obedece a algo que ya hemos dicho: que tal vocablo es la expresión
eufemística y de buen tono que se usa para referirse, en rigor, a la masa. Así
que, puesto en negro sobre blanco, uno de los tres componentes que constituye a
la opinión pública es la masa.
Conclusión 12: sin
desestimarla, para la conducción política la opinión pública no debe ser
primera prioridad; la opinión pública tiene que ser encarada como si fuera la
masa por lo tanto tiene que restar relevancia a las tendencias masivas, modas,
encuestas y prédicas de los medios de comunicación de masas.
Electorado
Habitualmente se considera al
electorado como el conjunto de los votantes o electores.
Es una versión naturalizada,
convencional, extremadamente simplista ya que desconoce, por empezar, toda la
compleja trama que supone cualquier proceso electoral.
Esa compleja trama supone la
intervención de diversos factores y actores en un proceso electoral y en un
determinado contexto nacional, regional e internacional. Entre los factores
podemos mencionar a los que, de una u otra manera, inciden, tales como el
Estado, las corporaciones, los medios de comunicación de masas, las tendencias,
etc. Entre los actores, las organizaciones políticas[8]
y candidatas/os y las/los votantes.
No toda la población vota, sea
por decisión de los electores, sea por razones normativas; tampoco pueden ser
elegidas o elegidos todas y todos quienes quisieran tener responsabilidad
pública, sea por falta de recursos económicos y de otros órdenes, sea por
poseer convicciones políticas, ideológicas y éticas que contravienen las reglas
del juego imperantes.
De tal
manera, un electorado es siempre contingente y restringido.
Entonces, con lo expuesto,
estamos poniendo sobre el tapete que el electorado está formado no sólo por
quienes eligen sino también por los elegibles o elegidos.
De tal manera, la definición de
electorado es:
El conjunto de los electores más
el conjunto de los elegibles y el vínculo entre unos y otros.
En el proceso electoral
concurren, con igual derecho, tanto la población que constituye al pueblo según
hemos conceptualizado como la población que pertenece a la masa. Esto revela
una debilidad del régimen electoral y, a todas luces, una injusticia amparada
en racionalizaciones respecto de una inadecuada y, generalmente deseada por
quienes concentran poder, comprensión de lo que debe considerarse democracia.
Una conclusión de relevancia es
que un resultado electoral, entonces, no equivale a voluntad popular: para ser
más precisos, no equivale a decisión del pueblo. De hecho, ateniéndonos a
nuestra conceptualización, en el 2015 y en el 2017, el pueblo fue,
electoralmente, derrotado y da su batalla en las calles, en los lugares de
trabajo y en los lugares de estudio.
Conclusión 13: para la
conducción política los procesos electorales constituyen sólo una herramienta.
Al mismo tiempo tiene que proponerse una transformación de fondo de las normas y procedimientos que
rigen tales procesos para asegurar siempre la victoria del pueblo por sobre los
desvaríos de la masa y las maniobras de sus manipuladores. Incluso, en una
reforma constitucional, obligada a esta altura, esta conclusión debe ser tenida
en cuenta.
Democracia
De acuerdo a la acepción
original, proveniente del griego, democracia es gobierno del pueblo: demos es pueblo y krátos es gobierno.
Por lo tanto, un gobierno
antipopular por definición no es democrático. Ningún proceso electoral hace per se que un gobierno sea democrático.
Ya hemos descrito suficientemente en torno al electorado y lo electoral.
Ya hemos dicho que el régimen
clásico inspirado en Montesquieu, revolucionario en su momento, ha devenido
conservador, antidemocrático.
El movimiento popular de 2001
puso en jaque y hasta cuestionó de raíz tal régimen clásico. Las asambleas
populares emergieron como expresión genuina brindando una señal muy clara de
qué debería entenderse por democracia.
De hecho, desde entonces, a
través de la ocupación de la calle así como de la creciente acción en lugares
de trabajo y de estudio, en localidades y barrios, argentinas y argentinos se
encuentran en “estado asambleario”. Muchas decisiones de los gobiernos, muchos
retrocesos del actual gobierno en sus inaceptables resoluciones, se debieron a
tal movilización que reveló ser, de lejos, mucho más eficaz que la acción de
dirigencias opositoras, del congreso y legislaturas, de jueces y distintas
instituciones convencionales.
Si democracia es gobierno del
pueblo, de acuerdo a lo que hemos desarrollado, significa que se basa en la
población políticamente culturalizada y organizada, que se articula con la
nación y que toma partido por los primeros términos de los conflictos básicos.
Esto pone a la democracia en
posición antagónica respecto de la masa, de la manipulación, y, sobre todo, de
los concentradores de poder y sus vicarios que responden a intereses contrarios
a la nación, al pueblo y a trabajadoras/es.
El interrogante a afrontar y
resolver es cómo se traduce lo antedicho institucionalmente, lo cual implica la
inexorable reforma constitucional.
Conclusión 14: la
conducción política debe plasmar la democracia entendida como “gobierno del
pueblo” acorde con lo definido en el presente documento.
Para una
conducción política de la Argentina
Ya hemos afirmado, y demostrado,
que la conducción política debe disponer, ante todo, de un proyecto y diseñar
la estrategia que permita plasmarlo.
Todos los puntos anteriores son
la base para pensar y construir una conducción política de nuestro país.
Las conclusiones al cabo de cada
punto tratado ilustran los aspectos fundamentales, constitutivos, de lo que
debe ser una conducción política.
Así que ahora, iremos al grano
respecto de lo antedicho: la construcción de una conducción política.
Por empezar la conducción
articula un proyecto con una estrategia, de modo tal que pasaremos a exponer,
sin pretensión de exhaustividad, cada uno de tales términos: proyecto,
conducción y estrategia.
Algunas bases
de un proyecto para la Argentina
En principio, atendiendo a los
conflictos básicos, el Proyecto deberá contemplar cómo afrontar y superar
exitosamente tales conflictos.
Queda claro que respecto del
primero, afirmando a la nación y el pueblo, oponiéndose firmemente a toda forma
de despotismo.
Con respecto del segundo, a la
luz de la evolución histórica hasta donde podemos saber, se impone instaurar un
modo de organización socialista como predominante. No nos circunscribimos a la
formación socioeconómica, sino a la totalidad de la vida en sociedad de nuestro
país. Creo que debemos pensar en un modo de organización socialista acorde con la
identidad de nuestra nación y con las expectativas de nuestro pueblo y
trabajadores. Ese modo de organización socialista es sobre las bases de la concepción justicialista, la más avanzada y más probada concepción, la que establece a la Justicia en todos los ámbitos de la vida en sociedad como el valor máximo.
La elaboración de un proyecto
para la Argentina supone una producción resultante de una amplia convocatoria y
un trabajo de notoria extensión. Por lo tanto, aquí nos circunscribiremos a
proponer bases que resultan no sólo de la propia concepción sino también de los
comportamientos populares y la suma de opiniones recabadas entre los sectores
populares, trabajadoras, trabajadores y quienes legítima y genuinamente los
representan.
A continuación, entonces, lo que
damos en llamar las bases para un proyecto para la Argentina:
Determinar
el lugar de la Argentina en el mundo, supone salir del encierro endogámico y
proponerse mirada exogámica. “En el mundo” implica su lugar respecto de todo el
planeta afirmándose en la integración latinoamericana y la solidaridad con las
naciones postergadas y los pueblos sometido del mundo.
Esto
supone la concepción secundarizada según el Método Vincular que es la
consistente con nuestro concepto de conducción política.
Determinar
ese lugar, de acuerdo al MV, implica fijar el Objetivo de Posicionamiento
Vincular: Constructivo.
De
acuerdo a lo antedicho, la Argentina deberá asumir, nos repetimos, una política internacional de integración
latinoamericana y de solidaridad con las naciones y pueblos. No es aceptable
ningún tipo de alineamiento con las potencias dominantes del planeta, sean del
signo que sean.
La
Argentina habrá de respetar, en todo lo que contribuya a lo antedicho, a las
Naciones Unidas y los órganos regionales tales como el Mercosur, Unasur, etc.
Los
principios que sustenten tal política internacional deberán estar contemplados
en una nueva constitución y deberán sostenerse en el tiempo. Por lo tanto, se
exige la mirada de largo plazo y se suprimen vacilaciones o comportamientos
erráticos.
En consonancia, el proyecto
contempla el adentro: desarrollo integral.
El
conjunto de políticas hacia el adentro debe servir al mismo tiempo para el
logro del lugar de la Argentina en el mundo como para la plena realización de
la nación, el pueblo y los trabajadores
Como
desarrollo integral designamos al que hay que poner en marcha activamente en
todos los órdenes: cultural, social, político, científico, educacional,
sanitario, tecnológico, industrial y económico.
También
implica qué rol para el Estado, que no puede ser otro que el de un status
protagónico para impulsar ese desarrollo integral, para afrontar inversiones,
para concluir con el dominio de las grandes corporaciones, para asegurar la
educación y la salud públicas, la justicia en todos los planos.
Surge
como un imperativo llevar a cabo una profunda reforma constitucional que
sustituya definitivamente la original y la actual, sobre todo por su
inspiración liberal burguesa, inspiración que ha devenido arcaica, injusta,
insostenible. Más allá de sus aspectos controversiales, merece ser considerada
como antecedente la de 1949.
Tal
reforma constitucional debe asegurar la plena soberanía nacional y la
realización del pueblo argentino y trabajadoras/es, jubiladas/os, otorgándoles
el lugar protagónico (tener en cuenta nuestro concepto de pueblo). No va más,
por lo tanto, eso de que “el pueblo no delibera ni gobierna sino…”.
Para
tal realización deberá considerarse la democracia como aquí la hemos definido y
garantizar la democratización de la totalidad de las organizaciones de todo el
espectro: políticas, sociales, gremiales, educacionales, sanitarias, etc.
Respecto
de las FFAA habrá que definir su rol encuadrado de acuerdo, sobre todo, según
el primero de los conflictos básicos enunciados en el punto correspondiente de
este documento: eso implica que deben enfocarse en la prevención y preparación
teniendo en cuenta a las potencias que desconocen o amenazan nuestra soberanía
y compartir con las FFAA de América Latina que respeten similar principio así
como de otras naciones y pueblos del mundo su entrenamiento, su equipamiento y
accionar. En particular, hay que tener en cuenta que nuestro Atlántico Sur está
bajo dominio colonial.
Todo
lo atinente a la seguridad interior y todas las formas de la delincuencia
deberán ser objeto de políticas innovadoras que garanticen los derechos a la
vez que sancionen y, sobre todo, prevengan
los comportamientos ilícitos. Es fundamental, por aquello de que el
pescado comienza pudriéndose por la cabeza, aplicar las leyes jurídicas con
quienes son los grandes depredadores. Es un tema que requiere análisis en
profundidad y, sin duda, hay quienes están en mejores condiciones de hacerlo
que este autor. Simplemente dejo sentado que hay que rever desde la raíz esta
cuestión.
No
hay dudas de que la preservación y, aún más, la ampliación de los derechos
humanos deben contar con la mayor prioridad. Los derechos humanos lo son en
tanto son derechos de la humanidad como tal y no, únicamente, derechos de las
personas u organizaciones. Los derechos humanos son derechos de un todo
constituido por la humanidad y quienes la integran, organizaciones, grupos,
familias y personas.
Derechos
humanos fundamentales de la democracia son el de la participación política, el
de la acción gremial y el de toda actividad que tenga por objeto el bienestar
del pueblo y los trabajadores; también de sectores que contribuyan al
desarrollo de la nación, la integración latinoamericana y la prosperidad.
Tiene
que poner en marcha un nuevo sistema político institucional que dé por
concluida el régimen de los tres poderes formales para reemplazarlo por aquél
que garantice el referido protagonismo del pueblo.
Lo
dicho implica modificar de fondo el rol y perfil de lo que actualmente se
denomina Poder Ejecutivo, la representación (hoy supuestamente cubierta por
congreso nacional y legislaturas) y el poder judicial (ya agotado y
corporativista en su misma raíz).
Por
consiguiente, también hay que modificar el régimen electoral acorde con la
diferenciación pueblo / masa. El derecho a votar tiene que ser acabadamente un
ejercicio popular, lo cual implica fortalecer al pueblo y, al mismo tiempo,
encarar políticas que impulsen a la masa a incorporarse a aquél.
En
la democracia, la indiferencia, la falta de compromiso, la no involucración
activa en la res pública son
disfuncionales, son caldo de cultivo de las más variadas formas de despotismo,
son el estímulo para la decadencia social y política, son los rieles en los que
se desplazan los intereses antinacionales, antipopulares y opuestos a los de
los trabajadores.
También
deberá encararse la definitiva y total separación del Estado y la Iglesia:
nuestro Estado tiene que ser absolutamente laico.
Cuando
hablamos de la plena soberanía nacional estamos contemplando todos los órdenes:
cultural, social, político, educacional, científico, tecnológico, económico,
etc. También dando al Estado el suficiente poder como para impulsar activamente
todo lo que está incluido en tales órdenes hasta ubicar a la Argentina a la
altura de los países más avanzados. La iniciativa privada, sobre todo a través
de pequeños y medianos industriales y productores rurales, deberá contar con
los correspondientes incentivos a la vez que contribuir a la realización del
pueblo y trabajadoras/es. Esa iniciativa privada también corresponde a grandes empresas pero bajo el contralor que asegure su cometido en favor de los intereses nacionales y de la mejora de las condiciones de vida de la población.
Aunque
está implícito en lo ya descrito, vale precisar que la soberanía es en tierra,
mar, aire y el espacio sideral (la Argentina debe intervenir activa y
sostenidamente en la llamada carrera espacial).
El
empleo digno en todos los alcances de la expresión habrá de tener carácter de
rector y, por supuesto, deberá estar garantizado para la totalidad de
argentinas, argentinos y habitantes, provengan de donde provengan, de nuestro
país.
Al
mismo tiempo, habrá de reconocerse la diversidad cultural y el derecho de
pueblos originarios y diversas comunidades a concretar sus aspiraciones.
Todo
lo antedicho supone el fin del predominio de las grandes corporaciones de la
banca, de la exportación, de la industria y de la tierra así como el término de
cualquier tipo de sujeción a los organismos mundiales que hacen de la
injerencia y la usura sus comportamientos típicos.
También
supone una reforma impositiva estructural que aplique el principio de mayor
contribución acorde con la mayor rentabilidad o ganancias.
Por
supuesto, hay que repensar, rediseñar y fortalecer en cuanto corresponda al
Estado. Desde luego, hablamos de un Estado consonante con todo lo que hemos
expuesto para este proyecto. Hablamos de un Estado que se ubique del lado de la
nación, del pueblo y de los trabajadores.
El
fundamento que guíe a la Argentina para su constitución, todas y cada una de
sus leyes, todas y cada una de sus políticas es el de que la humanidad se
realiza en la justicia.
Por lo tanto, con el riesgo de pecar por
redundancia pero con el objeto de dejar bien en claro lo que estamos
aseverando, las naciones, los pueblos y los trabajadores se realizan en la
justicia.
Hay
once acepciones del vocablo “justicia” para la Real Academia Española y sólo
una de ellas la refiere al convencional Poder Judicial.
Los
significados que seleccionamos para lo que debemos entender por justicia a los
fines del proyecto son:
1. f. Principio moral que lleva a dar a cada
uno lo que le corresponde o pertenece.
2. f. Derecho, razón, equidad.
3. f. Conjunto de todas las virtudes, por el
que es bueno quien las tiene.
4. f. Aquello que debe hacerse según derecho o
razón. Pido justicia.
Aun cuando estas acepciones distan de lo que entendemos por
justicia, tienen valor orientativo.
Conclusión
15: la conducción política debe contar con un Proyecto de
realización para la nación, el pueblo y los trabajadores, un Proyecto integral
y debidamente explicitado.
La conducción política
La
conducción política es la herramienta para que nación, pueblo y trabajadores
plasmen el proyecto conducente a su plena realización.
La
conducción política no se reduce a un conductor o al ejercicio del liderazgo;
por empezar, la conducción política es la herramienta arriba establecida,
mientras que el liderazgo tiende, espontáneamente, a asociarse con la masa, en
particular el culto de la figura excluyente del líder. De todos modos, liderazgo,
líder y líderes tienen su rol y función pero subordinándose a la conducción política.
Dejamos para otras publicaciones la profundización de este punto.
La
conductora o el conductor es función de la conducción: es la variable
dependiente “x” de la variable independiente “y” que simboliza a la conducción.
La
conducción supone la organización política, subordinada al proyecto, y, en
particular, a quienes tienen la responsabilidad de ejercerla.
La
conducción es la conjugación de la toma de iniciativa con la síntesis, en este
orden y en el inverso a la manera de una serie al infinito: toma de iniciativa
– síntesis – toma de iniciativa – síntesis…
No
hace falta definir la toma de iniciativa.
Por
síntesis entendemos la tarea por la cual la conducción, tanto en el largo plazo
como en el mediano y corto, tanto en el diseño e implementación de la
estrategia como en cualquier movimiento táctico, articula la totalidad de las
expectativas y propuestas de la diversidad de posiciones que integran el campo
de lo nacional, lo popular y la causa de los trabajadores.
De
aquí se deduce que la conducción política debe tener la mayor predisposición a
la pluralidad y la mayor vocación por convocar.
Los
que determinan el curso y eficacia de la conducción son el Proyecto y los
Objetivos Estratégicos que emanan del mismo: nunca la doctrina ni el
pensamiento monocolor ni las posiciones cerradas y, mucho menos, dogmáticas o
fundamentalistas.
Doctrina,
pensamiento, ideas e ideología, etc. se subordinan al Proyecto y dichos
Objetivos.
Si
consideramos todo lo desarrollado en este documento y, particularmente, lo
expuesto en el Proyecto y en este punto, Conducción Política, no asoma en el
horizonte, hoy, lo que pueda asumir este rol.
Es
decir, no sólo afrontamos la carencia de Conducción Política sino que tampoco
se observa en las dirigencias, hasta el momento, la aptitud y la vocación para
ocupar tal vacancia.
Las
dirigentes y los dirigentes, las organizaciones políticas, están lejos de
contar con un Proyecto auténticamente integral y transformador de fondo, están
lejos de la toma de iniciativa, están lejos de sintetizar.
Mientras
gran parte de la población afronta una situación desesperante y por debajo de
la supervivencia, mientras el pueblo da signos claros de que hay que encarar ya
una transformación mostrándose tan dispuesto como impaciente, las dirigencias
parecen entretenerse en los temas coyunturales, en reivindicaciones totalmente
legítimas pero de alcance parcial alejadas de la síntesis y, lo que es más que
preocupante, en el juego de lo electoral con vistas al 2019: todo un tiempo por
delante más que suficiente como para que los depredadores consumen su plan,
dejándonos librados a la peor de las intemperies.
Activa
y comprometidamente deposito mis esperanzas en los cuadros y militantes que
genuina y honestamente pertenecen al campo nacional y popular, a la izquierda y
a lo que subsiste del peronismo fundacional.
Se remite a la
publicación La dirección estratégica
según el Método Vincular para una ampliación sobre qué entender por conducción
política (ver “Fuentes bibliográficas y…
“ al final de este documento).
Reiteramos que, ante todo, la conducción política se propone objetivos
hacia el planeta, afirmándose en América Latina y en lo que aún tiene de
vigencia, en la correcta acepción de la expresión, el Tercer Mundo[9].
Sobre tal base, que hace a la determinación de los Objetivos Estratégicos, se
elabora el Proyecto y las consiguientes políticas hacia nuestro propio país.
Conclusión 16: la
conducción política articula toma de iniciativa con síntesis. La conducción
política guía y se guía por el Proyecto y los Objetivos Estratégicos, convoca,
se afirma en el pueblo al tiempo que estimula a la masa formar parte de aquél.
También supera las limitaciones
que imponen la agenda del día a día, la opinión pública genéricamente
considerada, los medios de comunicación de masas dominantes y las encuestas.
Estrategia
Estrategia es el trazado que una conducción se propone para el logro de
objetivos.
Ateniéndonos a esta definición, hacemos las siguientes observaciones:
- La Estrategia supone un proyecto, una conducción, la fijación de objetivos y la articulación entre todos estos términos. Dicho por la negativa, no hablamos de estrategia si se carece de proyecto, de conducción y de objetivos a alcanzar.
- Al adoptar la palabra, "trazado" estamos estableciendo una diferencia de fondo con planificación, con programación o con conjunto de reglas y procedimientos o con cualquier tipo de estructuración rígida de conductas destinadas a la obtención de resultados.
La estrategia implica la integración del rumbo, la
dirección, el conocimiento y la creatividad.
Sólo sobre estas
bases se pueden pensar y aplicar la programación, la planificación, las reglas
y los protocolos. La estrategia se pone en juego en cada acción, en cada
decisión, en cada instante. No corresponde asociar la estrategia con el largo plazo:
la estrategia se define y aplica en el corto, en el mediano y en el largo
plazo.
El estratega
expresa, simultáneamente, a la parte que
dirige y la comprensión del todo. El estratega,
a la vez que conduce, a la vez que toma partido, se ubica por encima de todos los actores
involucrados para tener la mayor claridad y la mayor posibilidad de
objetivación sobre la totalidad del campo que es de interés de la conducción y
la organización política.
Consistentemente
con lo que establecimos acerca de la toma de iniciativa como una de las premisas
de la conducción, la estrategia implica tal premisa. Por lo tanto, no hay
estrategia cuando se adoptan tácticas o acciones reactivas; esto es, no hay
estrategia cuando sólo se responde a comportamientos del competidor u oponente. En tal caso, la
iniciativa es justamente de estos últimos, de ellos también es la estrategia.
Conclusión 17: la conducción política cuenta con una
estrategia. Sin estrategia no hay conducción política: la conducción política desea la estrategia.
Los objetivos
De acuerdo a lo que
hemos expuesto como conducción política y la correspondiente organización, los
objetivos se determinan en función de su
afuera.
Los denominamos Objetivos
Estratégicos.
Los que complementariamente
la conducción se dé hacia nuestro propio país son los intranacionales o
internos, son los que cabe fijar para que se plasmen los objetivos
estratégicos.
Tales objetivos,
también incluidos en el Proyecto, implican que el país logre el grado de
desarrollo y justicia óptimo para que nación, pueblo y trabajadores se
encuentren en condiciones de alcanzar los objetivos estratégicos.
Si usamos una metáfora para ser más claros,
diremos que un buque tiene como objetivo llegar a determinado puerto, ése es su
objetivo estratégico. Su tripulación y toda su estructura, incluso sala de
máquinas y tecnología, son los recursos y herramientas para que los pasajeros y
la carga lleguen a puerto.
Los objetivos estratégicos son los de posicionamiento:
al basarnos en el Método Vincular, los objetivos de posicionamiento son los
Objetivos de Posicionamiento Vincular.
El Objetivo de Posicionamiento Vincular
recomendable para la Argentina es el Constructivo, para cuyo conocimiento en
profundidad remitimos al libro de mi autoría Método Vincular. El valor de la estrategia; también a otros textos
complementarios (ver “Fuentes bibliográficas y…” al final de este documento).
Tal objetivo le daría a nuestro país su
identidad y el rumbo garantizando, reiteramos, la realización
nación-pueblo-trabajadores, retomando la definición de estrategia como el
trazado que la conducción política se propone para que la Argentina ocupe
determinado Objetivo de Posicionamiento
Vincular.
Conclusión 18: la conducción política debe determinar un
Objetivo de Posicionamiento Vincular para nuestro país. Recomendamos el
Posicionamiento Constructivo.
Epílogo
La Argentina requiere
imperiosamente y ya la construcción de una conducción política, en los términos
que acá hemos definido.
Tal construcción presupone la
articulación Proyecto – Conducción – Organización política – Estrategia.
Políticas, tácticas y acciones se
incluyen y/o desprenden del Proyecto.
La factibilidad para concretar
tal conducción política depende, actualmente, de cuadros y militantes honesta y
genuinamente comprometidos con la nación, con el pueblo y con los trabajadores,
cuadros y militantes que se incluyan en el peronismo fundacional, en el campo
nacional y popular, en la izquierda.
Reflexión
de cierre
Este documento es inacabado y
abierto.
Inacabado porque es mucho lo que
quedó deambulando por mi materia gris o que he desarrollado en otras
publicaciones y que aquí no incluyo. Pero me propuse un texto que atienda a la
cuestión central: la conducción política.
Abierto porque más que lectura
ilustrativa o académica lo pienso como estímulo de debate, polémicas, aportes
y, también, para la acción. Nada de lo aquí expuesto lo doy por concluido.
Fuentes
bibliográficas y/o textos complementarios
Bachelard, Gastón (1979): La formación del espíritu científico,
Siglo XXI, México
Berger y Luckman (1978): La construcción social de la realidad. Amorrortu. Buenos Aires
Bleger, José ((1976): Temas de psicología. Entrevista y grupos. Nueva Visión. Buenos
Aires.
Canetti, Elías (1981): Masa y poder. Muchnik editores.
Barcelona.
Cárdenas, Gonzalo (1969): El peronismo y la cuña neoimperial
recopilado en El peronismo, Carlos
Pérez editor, Buenos Aires,
Coriat, Benjamín (1997): Los desafíos de la competitividad. Oficina de publicaciones del CBC
UBA. Buenos Aires.
Eco, Umberto (1986): La estrategia de la ilusión. Lumen. Barcelona.
Freud,
Sigmund ((1976): Psicología de las masas
y análisis del yo, Buenos Aires, Amorrortu
Golding, William (1954/2012): El señor de las moscas, Alianza, Barcelona
Grüner, Eduardo (2013): Trampa para todos, Revista Topía, CABA
Hartmann, Robert (1979): La estructura del valor, Fondo de Cultura Económica, México
Ivancich,
Luis Norberto ((1993): Las décadas
ideológicas de los argentinos. Revista Opinion Pública nºs 1 a 11. Buenos
Aires.
Maquiavelo,
Nicolás (1992): El príncipe. Alianza.
Buenos Aires
Marx,
Carlos (1971): Introducción general a la
crítica de la economía política. Pasado y presente. Córdoba
Marx,
Karl y Engels, Federico (1848/2011): Manifiesto
del Partido Comunista, Centro Carlos Marx, México
Morin,
Edgar (2016): El método, Madrid,
Cátedra.
Ortega y Gasset, José (2008): La rebelión de las masas, Tecnos, Madrid.
Perón,
Juan Domingo (1974): Conducción política.
Sec. Presidencia de la Nación. Buenos Aires.
Perón,
Juan Domingo (1982): El proyecto nacional.
El Cid editor. Buenos Aires.
Real Academia Española: Diccionario
Rojas Breu, Rubén (2002): Método Vincular. El valor de la estrategia.
Buenos Aires. Ediciones Cooperativas de
Buenos Aires. 2002
Rojas Breu, Rubén (2002): Nerón y el incendio de Roma. Algunos
elementos de análisis sobre la manipulación de masas. Mimeo. Buenos Aires.
También en “rubenrojasbreuelaula.blogspot.com”
Rojas Breu, Rubén (2011): Aportes de un hecho histórico a la dirección
estratégica. La batalla de Queronea. Mimeo. Buenos Aires. Mimeo en
versiones PDF y PP. También en el blog “rubénrojasbreu.blgospot.com”
Rojas Breu, Rubén (2012): La investigación cualitativa como
herramienta primordial de la dirección, CIAP FCE UBA, CABA. También en el blog “rubénrojasbreu.blgospot.com”
Rojas
Breu, Rubén (2013): Segmentación,
posicionamiento y marca: abordaje desde el Método Vincular. Primera
edición. Buenos Aires.CIAP FCE UBA. También
en el blog “rubénrojasbreu.blgospot.com”
Rojas Breu, Rubén (2014): El deseo de la estrategia. Primera
edición. Buenos Aires. CIAP FCE UBA.2014. También en el blog
“rubénrojasbreu.blgospot.com”
Rojas Breu, Rubén (2016): “Focus groups” y encuestas, abrevaderos de
la manipulación, “rubenrojasbreuelaula.blogspot.com”, 2016
Rojas Breu, Rubén (2017): Profundizando el análisis de las elecciones
de octubre 2017. Mimeo. Buenos Aires.
Rojas
Breu, Rubén (2018): Segmentación por
Vínculos y Posicionamientos Vinculares. Presentación PP especialmente
elaborada.
Rojas
Breu, Rubén (2018): Los objetivos de las
organizaciones. Primera edición. Buenos Aires. Blog de Rubén Rojas Breu,
rubenrojasbreu.blogspot.com,
Rojas
Breu, Rubén (2018): El tiempo y la sangre.
Amazon Kindle.
[1]
Ya expresé en el Prólogo que nos referimos estrictamente a las dirigencias
populares, sean de las que manifiestan pertenecer al campo popular y nacional,
sean las que manifiestan pertenecer a la izquierda. No les otorgamos a los
conservadores, reacciones o derechistas el rango de dirigentes o de
dirigencias.
[2] Incluyo esta referencia porque
dentro de la maraña de divagaciones inconducentes se encuentra la del forzado
intento de sostener un nexo intrínseco entre el peronismo o el marxismo y la Summa teológica del psiquiatra y teólogo
laico francés Lacan.
[3]
Agravantes: las célebres fraternidades como, por ejemplo, “Huesos y calaveras”
uno de cuyos fundadores fue el bisabuelo Bush junto con otros 29 magnates, en
su mayoría texanos, fraternidad que funciona en la Universidad de Yale con
predio y edificio propio y que instala y depone gobiernos, digita la
intervención en otros países, etc. Es la
misma universidad que inventó esa práctica bestial al que los EEUUW llama
“fútbol” (de paso, comento que es una denominación poco inconsistente si se
tiene en cuenta que se juega con las manos). También habría para decir sobre
Harvard (basta leer su declaración de principios), Princeton, MIT, etc. pero nos quedamos con aquello de que
para muestra basta un botón.
[4] Estas definiciones son de autoría
conjunta con Jorgelina Aglamisis
[5] Pensar
que hay quienes consideran que el actual gobierno es la expresión de una
“derecha moderna”: repito, Molière se divertiría mucho y también Payró tendría
material de sobra.
[6]
Siempre hablando de países como los nuestros. De todos modos, el liberalismo
clásico como lo que se da en llamar neoliberalismo así como el capitalismo ya
no pueden brindarle nada al mundo: sólo generan cada vez más desigualdad, más
injusticia, más explotación de trabajadoras y trabajadores, más desempleo, más
privaciones de toda índole.
[7]
La literatura, el teatro, el cine, la plástica contienen una inacabable lista
de obras que caracterizan o diferencian pueblo y masa, por supuesto dentro de
su lenguaje específico. A la memoria me vienen muchas obras. Selecciono: El señor de las moscas de Golding, pasajes del Don Quijote, Un enemigo del pueblo de Ibsen, Los hermanos Karamazov, las películas Los demonios de Ken Russell, Un día particular de Scola, La ola
de Gansel, Z y Amén de Costa Gavras,
etc. Vale comentar que la versión fílmica de El señor de las moscas fue prohibida en Gran Bretaña por la reina y
en nuestro país por la última dictadura cívico-militar y Los demonios fue prohibida en GB y en los EEUUW.
[8]
Hay casos particulares, ya que
el denominado Pro no es una organización política sino una membresía que
participa, porque es inexorable, de la política: porque es inexorable, no por
vocación ni por compromiso ni por trayectoria. El Pro es una fraternidad o
cofradía a la manera de las universidades de los EEUU de Washington o un grupo
de afinidad, de afinidad por los negocios se entiende
[9]
El Tercer Mundo es el conjunto
de naciones / regiones no alineadas o no subordinada o que no deberían estarlo
con los imperialismos, colonialismos y neocolonialismos. La expresión, generada
en 1952 por el francés Alfred Sauvy en rigor es precedida por la Tercera
Posición creada por Juan Perón. El Tercer Mundo en su esplendor contó con
Francia (De Gaulle), Yugoslavia, nuestro país, otros países latinoamericanos,
países de Europa Oriental, Asia y África, etc. Luego, sobre fines de los ´80,
caída del muro de Berlín y desaparición de la URSS, se degradó a una noción que
deberíamos rechazar: la del conjunto de los “países pobres o subdesarrollados”.