Rubén
Rojas Breu
Apuntes
autobiográficos de un incatalogable
Capítulo
IV
Continuando
con el Bachillerato en Sanidad (BES), el contexto histórico-político, "mi generación", más sobre
mi militancia y los vínculos con mis entornos
Algunas
de mis premisas
Para
una mayor comprensión de los tres capítulos previos, de este y de los próximos,
me parece oportuno enunciar y comentar algunas de las premisas que guían mi
modo de vivir, mis comportamientos y la manera en que enfoco las problemáticas
de las que me ocupo.
Corro
el riesgo de que la opinión de la lectora y el lector considere que incurro en
egolatría, de que me valgo del pincel para una pintura demasiado benigna y
hasta encomiástica de mí.
Pero
si no lo hago, puedo estar ocultando claves que permitan a la lectora y el
lector decodificar en profundidad y con el mayor provecho lo que les estoy confiando
a través de estos apuntes.
Además,
todo lo que haré aquí es redundar, sea porque ya explicité de alguna manera o
de otra algunas premisas, sea porque lo haga sin explicitarlas, sin la
intención manifiesta de volcarlas.
Una
de esas premisas es la continua disposición, la vocación, a menudo agobiante
para mí y para quienes interactúan conmigo, a cuestionar, a poner en duda todo
el tiempo lo establecido, al escepticismo, no para desembocar en el nihilismo,
sino como paso imprescindible para conocer y actuar innovadoramente.
En
1991 se lanzó, por Ediciones Macchi, mi primer libro sobre mi creación, el
Método Vincular, libro hoy ya desactualizado, completamente superado por las
profundas modificaciones que fui introduciendo con los años, basándome siempre
en la investigación social y también en la praxis tanto profesional como
política.
Lo
traigo a colación por dos motivos, al menos: uno, porque en este último párrafo
estoy manifestando hasta dónde llega mi vocación por poner todo en duda, al
punto en que reviso a fondo lo que yo mismo he producido. Mi propia producción
tan pronto pasa a integrarse a lo establecido o está en camino de hacerlo, es
puesta en cuestión por mí.
El otro,
es citar a un testigo de ese comportamiento de mí, quien me prologara ese ya
obsoleto libro inicial de mi autoría.
Tal
“testigo” afirma en el prólogo que en su interacción conmigo descubrió
“diferentes respuestas para pensar en caminos ocultos, para ubicarse sin
problemas ni contradicciones en distintas `torretas´ de observación”.
Efectivamente,
de eso se trata: de afrontar las más variadas problemáticas desde distintas
atalayas o puntos de mira, de ubicarme en las posibles perspectivas de todos
los otros y, por lo tanto, de no creer en lecturas monoculares.
Se
desprende de tal premisa, que necesariamente rechazo todo dogma, todo culto,
todo totalitarismo. Con dogma o culto, no me estoy refiriendo específicamente a
las religiones, más allá de que mi condición de no creyente me mantenga alejado
de ellas.
Con
dogma, con culto, con totalitarismo estoy aludiendo a lo que sucede con el
pensamiento, con la literatura, las artes, la política y las variadas áreas del
conocimiento y la actividad humana.
Hay
un enfermizo y generalizado endiosamiento de figuras públicas y/o intelectuales,
a menudo mediáticas, y también de divinización de doctrinas filosóficas o
pretendidamente científicas, de obras literarias y artísticas en general.
Una
segunda premisa es la de la nada del ser o, lo que corresponde afirmar, la de
la excluyente validez de la relación.
Para
Hegel, “todo lo real es racional y todo lo racional es real”.
He
revisado esa sentencia para sustituirla por el postulado “todo lo real es
relacional y todo lo relacional es real”.
Desde
el comienzo de la historia, filósofos e intelectuales en general, se
obsesionaron con el Ser. El ser, la esencia, los desvela.
Si
uno quiere partir de una crítica radical de la filosofía occidental y, también
de la oriental, del planeta en su conjunto, llegando a los intelectuales
contemporáneos en general, tiene que empezar demostrando la inviabilidad del
ser.
No
hay tal cosa llamada “ser”: una y otra vez filósofos e intelectuales se dan la
cabeza contra la misma pared, ésa a la que llegan y no pueden atravesar o que
se desvanece como la nada.
Esa
nada son las relaciones. La Teoría de la Relatividad de Einstein empezó
poniendo las cosas en su lugar, al reflejar las distintas lecturas sobre lo
real que llevan a que todo se traduce en relaciones.
Justamente,
con el Método Vincular pongo en el centro de su objeto a relaciones. No busco
el ser, no me empeño tozudamente en una búsqueda inexorablemente infructuosa.
Una
tercera premisa, es la de la primacía de la Política, a la que defino
como la disciplina científica y la práctica que tienen por objeto interpretar y
operar sobre las relaciones de poder. Como se ve, la palabra clave es
“relaciones”.
No
concibo nada de lo humano al margen de la Política y, por ende, por fuera de
las relaciones de poder.
Dejo
en claro desde ahora que la Política es mucho más, y a menudo distinto, que lo
que hacen los “políticos”.
Por
empezar, la Política está en toda actividad humana, de modo que no es
privativa; por otro lado, desde mi punto de vista, la Política tiene que servir
para modificar las relaciones de poder en favor de nación-pueblo-trabajadores,
en sintonía con la integración latinoamericana y con los pueblos sometidos del
planeta.
El
dilema hamletiano “ser o no ser, ésa es la cuestión”, se supera traspasando los
límites impuestos por la insostenible creencia en el ser. La cuestión es:
¿cuáles son las relaciones?
Hamlet
es y no es al mismo tiempo: “es” si las relaciones de poder le son favorables y
“no es” si tales relaciones lo dejan fuera de juego.
En
todo caso, la cuestión es “poder o no poder”, cuestión que se derrumba al
momento de enunciarla, porque el poder es una constante que se determina, crece
o decrece, para cada actor, factor o sector, en función de las relaciones que
lo definen.
De
tal manera, confío en la teoría política y en la praxis política. Sólo la
Política crea las condiciones para transformar el mundo y, a la vez, conocerlo.
Se
trata finalmente de la Tesis XI de Marx sobre Feuerbach:
“Los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de
lo que se trata es de transformarlo”.
Los
filósofos se preocuparon tanto por encontrar el Ser, que ignoraron las
relaciones de poder. Buscaron y buscan el ser, donde sólo hay relaciones y,
tratándose de los humanos, esas relaciones son ante todo relaciones de poder y,
por lo tanto, implican la ineludible exigencia de modificarlas.
Lo
antedicho no significa que niegue in totum los aportes de los
grandes filósofos, desde los antiguos hasta los del siglo XIX, ya que han
generado producciones de la mayor trascendencia, producciones que sentaron las
bases para el conocimiento científico y, en particular, para las Ciencias de lo
Humano.
Concluyo,
por ahora acá, sobre mis premisas. Quedan varias en depósito, a la espera de
que se revelen en lo que vaya contando y, también, de que vuelva sobre el
asunto para explicitarlas.
Algunas
referencias sobre mi generación
Tómese
como dudoso este título, ya que así formulado pareciera que una generación es
un conjunto homogéneo. Habitualmente, historiadores y pensadores varios se
refieren a una generación como una suerte de totalidad que, por darse en un
espacio-tiempo determinado, se halla en estado de comunión.
Una
generación es un conglomerado heterogéneo en el cual coexisten, se trate de la
época que se trate y del lugar o lugares del planeta que se consideren,
concepciones, posiciones, organizaciones, ideales diversos e, incluso,
concurrentes y contrastantes, aliados y hostiles entre sí, revolucionarios y
reaccionarios, sectores que se enmascaran como revolucionarios pero que
adhieren bajo su piel al conservadorismo y sectores que se enmascaran
conservadores y moralistas que puertas adentro incurren en comportamientos
aberrantes, haciendo de la hipocresía su brújula.
En
una misma generación también hay ingenuos y escépticos, tontos y sagaces,
esclavos y amos.
Hechas
todas esas salvedades, la generación a la que pertenezco ingresó en un mundo en
el cual se debilitaban, muchas veces hasta su desaparición, usos y costumbres,
valores y creencias sostenidas por largo tiempo. Simultáneamente ese “nuevo
mundo” generaba, casi abruptamente nuevos usos y costumbres, nuevos valores y
creencias.
Cubrió
distintos órdenes de la vida, desde la alimentación y la vestimenta hasta las
ciencias, las artes y la política.
Cuando
era chico, la costumbre impuesta consistía en que el varón empezaba a usar
pantalones largos a partir de los quince años; obviamente, antes de esa edad
sólo usaba cortos, pantalones cortos para vestirse y usar en todos los ámbitos.
Ese límite etario baja a los trece años en el mismo año que yo los cumplía, así
que estrené pantalones largos cuando cursaba el primer año del Nacional de
Buenos Aires.
Hoy
y desde hace décadas, esa clasificación niñez con pantalones cortos /
pantalones largos a partir de la adolescencia, se evaporó. Curiosamente además
los adultos solemos usar cortos no sólo en las prácticas deportivas sino
también en situaciones y lugares diversos.
Traer
esto a colación puede parecer una trivialidad o, en el mejor de los casos, una
información que puede suponer cierta curiosidad. Sin embargo, refleja una época
en la cual un cambio de vestimenta tenía un valor crucial, trascendente:
marcaba ante la sociedad que un varón había abandonado la niñez y se encaminaba
a la adultez.
Todavía
por entonces, años 50 y comienzos de los 60, se pensaba que la pubertad
iniciaba en el varón lo que vulgarmente se denominaba la “edad del pavo”,
asociando esa etapa de la vida con una supuesta inocencia, con la credulidad
pueril como si el adolescente fuera un niño cándido en cuerpo que ya adquiría
formato de adulto, “estirón” mediante.
Acá
viene el dato de interés, más comprensible si se tiene en cuenta lo antedicho:
en mi generación adquiere estatus autónomo, reconocimiento como etapa vital
específica con sus propios rasgos, la adolescencia.
Es
como si antes, el período que iba aproximadamente de los doce a los dieciocho o
veinte años, edad ésta de cumplimiento obligatorio del servicio militar, fuera
una suerte de pura transición que por ser tal no podía ni siquiera clasificarse,
carecía de toda identidad.
Así
que el reconocimiento de la adolescencia fue toda una adquisición cultural,
tanto para chicas como para varones. Ese reconocimiento se manifestó en la
vestimenta, en la música, en la creciente incorporación de los adolescentes a
la política, en las relaciones amorosas.
Respecto
de esto último, se habilitó o comenzó a darse el “amor libre” o las relaciones
sexuales “pre-matrimoniales” o no matrimoniales, el amor adolescente pleno.
La
represión “victoriana”, aunque débil comparada con la del siglo XIX europeo (y
sus extensiones), cedía paso del todo a la liberación en ese campo.
Como
ya conté, la Revolución Cubana en más de un sentido fue significativa y
determinante para muchas y muchos de mi generación y justamente, creo, influyó
en el reconocimiento de la adolescencia como estadio autónomo y pleno.
También
entonces comienza a aceptarse, al menos aceptarse alejándola de la nefasta idea
de enfermedad, a la homosexualidad.
Por
lo tanto, yo conocí y viví la adolescencia, yo conocí y viví algo muy distinto
de lo que hasta poco antes se concebía como la “edad del pavo”.
De
tal manera, en ese nuevo clima de época, cursé el colegio secundario, primero
el Buenos Aires y luego el Bachillerato en Sanidad, trabajé y milité.
Acerca
del contexto en general
Mi
adolescencia comienza con el gobierno desarrollista de Frondizi ya en pleno
vigor, vigor que poco le duraría, con la Resistencia Peronista muy activa, en
un país convulsionado en el cual el movimiento obrero era un actor muy presente
y la represión una constante, así como la constante intervención de los
militares en la vida política.
Mi
adolescencia arranca así y acaba cuando ya la dictadura cívico militar
presidida por Onganía gobernaba el país. Es muy discutible cuál era entonces el
límite de edad de la adolescencia, pero puede suponerse que quizá fueran los
veinte años, el momento en que se cumplía con la colimba.
En
mí, ese límite podría decir, al menos en términos relativos, que coincidió con
la salida de prisión, justamente con veinte años cumplidos.
El
mundo se encontraba en plena “guerra fría”, en la cual uno de los bandos era el
de los anglosajones y el otro la Unión Soviética. Diversos países europeos,
como Francia y Yugoeslavia, así como de otras latitudes, Egipto, China y otros,
y, por supuesto, con idas y vueltas, países latinoamericanos, tendían a
ubicarse en una posición equidistante de aquellos dos polos imperialistas, tendían
a sintonizar con la Tercera Posición formulada por Perón y finalmente a
constituir el Tercer Mundo y el Movimiento de Países No Alineados.
Ya
en capítulos anteriores me referí a atrocidades que los EEUU de Washington
cometían contra naciones y pueblos, especialmente de América Latina,
particularmente Cuba.
También
la Unión Soviética, que conservaba su tradición estalinista, cometió
barbaridades, por empezar al anexar de facto a países de Europa Oriental. Uno
de tales países fue Hungría, cuyo pueblo se alzó contra la dominación
soviética, alzamiento que duró apenas dos semanas durante octubre y noviembre
de 1956, hasta que el pueblo húngaro fue aplastado por los tanques de la URSS.
Mi
memoria conserva intacto el recuerdo de las fotos que reflejaban la violenta
incursión soviética en ese país que sólo pretendía ser libre. Todavía yo era
niño y esa visión quedó impregnada, como marcada a fuego, en mi psique. Fue una
conmoción que afectó a mi familia y allegados y por lo que recuerdo a muchas
argentinas y argentinos, para más poco tiempo después del derrocamiento de
Perón y cuatro meses más tarde de los fusilamientos ordenados por la dictadura
de Aramburu y Rojas.
Más
tarde sobrevendría la construcción del muro de Berlín y luego, años después, la
represión soviética contra la “Primavera de Praga”.
Tanto
por lo que significaba el peronismo para mí, el valor que le daba al derecho de
los pueblos a su plena emancipación y realización, la libertad como valor
sublime (no como “propiedad inalienable del individuo”, propiedad a costa del
bien común, de la realización en comunidad), mi incorporación a la Fede tuvo
siempre un regusto de cosa forzada, que sólo se justificó porque era lo que
tenía a mano para canalizar mis apetencias de transformación.
Rescato
vigorosamente que mi paso por la FJC me formó como cuadro político, hizo de mí
un militante pleno, al mismo tiempo que siempre, en una zona de mi mundo
interno el estalinismo me producía desencanto y malestar. Ambivalencia, en fin.
Creo
que en el BES creamos una Fede con características singulares, con mística y, a
la vez, con interés en el debate en profundidad y el más libre posible junto,
por lo menos por parte de algunas y algunos compañeras y compañeros, con auténtico
compromiso militante. Y creo, sin ruborizarme y en la convicción de que soy más
sincero que engreído, que tuve mucho que ver con que las cosas fueran así en la
Fede del BES. Debo decirlo así, porque la modestia, caigo en la cuenta a esta
altura de mi vida, me hizo la vida muy difícil mientras descubro cómo tantas y
tantos sentadas y sentados en el trono de la egolatría tienen logros y
reconocimientos que sobrepasan desmesuradamente sus méritos.
Es
en esta etapa de mi vida que estoy descubriendo cuál fue y es la significación
de mis producciones, mis ideas, mis acciones. A buena hora. Me doy cuenta que
siempre tendí a subestimar mis aportes.
No
quiero extenderme más sobre el contexto en este capítulo, porque no habría
volúmenes que alcancen para relatar todo lo que podría contar solamente acerca
de tal tema en el transcurso de mi adolescencia.
Aquí
volqué sólo alguna información con el fin de ubicar a la lectora y el lector en
qué época situar lo que desarrollo seguidamente.
Espero
que estas líneas últimas, como todas las que las preceden y las que vendrán,
reflejen mi sinceridad en la escritura de estos Apuntes, sinceridad que como
dijo Evita en su discurso póstumo es “como la luz que no sabe cuándo alumbra y
cuándo quema”.
Retomando
sobre el Bachillerato en Sanidad
En
el capítulo III enuncié tres carriles principales por los cuales transcurrieron
mis tres años en el BES. A la distancia, con los años y las canas que se
acumulan, fue finalmente cronológicamente, un período breve, pero teniendo en
cuenta a Bergson, el tiempo vivencial dista del medible.
Así
que esos tres años fueron, para mí, vivencialmente prolongados, de una durée
tan extensa que rebalsa con creces los límites mensurables.
Uno
de esos tres carriles fue el de estudiante. Como ya comenté en el
capítulo anterior, creo que no sobresalí en ese rol, salvo en lo referente a mi
vocación cuestionadora.
Luego
de completar el cuarto y quinto año en las aulas de la Escuela, cumpliendo con
todas las asignaturas satisfactoriamente, cursé mi sexto año, como pude, en la
sala de Radiología del Hospital Ramos Mejía de la ciudad de Buenos Aires,
gracias a un compañero de militancia y amigo, que me propuso que lo acompañara
en ese lugar. Con el cierre del BES, habíamos quedado a la deriva muchas y
muchos, de modo que tuvimos que rebuscárnolas para concluir el bachillerato.
En
esa sala, mi tarea era la de la toma de radiografías con aparatos de aquella
época, hoy obsoletos, vestido con el antiguo protector de plomo. También me
ocupaba de revelar las imágenes e, incluso, de analizarlas hasta cierto punto.
El
segundo de los carriles, la lectora y el lector recordarán, fue el de compinche.
Seguí con mi barra de atorrantes haciendo de las nuestras, encontrando el modo
de divertirnos a la manera bastante generalizada de los varones vagos de la
época.
El
tercero de los carriles fue el de militante, quizá finalmente el
más relevante, el más trascendente considerando cómo siguió mi vida. Y quizá
también ése fue el rol al que más tiempo dedicaba.
Entre
cuarto y quinto año llegué a ser responsable político de la Fede del BES y
presidente del Centro de Estudiantes, del cual fui uno de los fundadores.
También,
como ya relaté, comencé a proyectarme sobre todo el partido de La Matanza y
sobre la Provincia de Buenos Aires en su totalidad, por lo cual no sólo fundé
centros y ligas estudiantiles en distintos puntos, sino que llegué a integrar
el Comité Provincial de la Fede y a la vicepresidencia de la FESBA (Federación
de estudiantes secundarios de Buenos Aires).
Al
mismo tiempo, además de variadas actividades propias de la militancia,
incluyendo las riesgosas pintadas y otras acciones, fui enviado a organizar
políticamente un barrio carenciado o precario, con el fin de que sus habitantes
dieran curso a sus reclamos y concretaran sus reivindicaciones. Téngase en
cuenta que toda esa actividad era clandestina, que se vivía bajo la amenaza de
la persecución policial, la prisión y lo que se pueda imaginar.
En
este último lugar aprendí algo que me acompañaría definitivamente de por vida:
que la acción y prédica política que uno pueda desarrollar, por exitosa que
pueda ser, no deriva, casi nunca, en adhesión activa de la población a lo que
la organización a la que uno pertenece, impulsa. Un elocuente ejemplo es que
quienes participamos de esa movida en ese barrio intentamos persuadir a esas
ciudadanas y ciudadanos para que, en próximas elecciones, votaran por un determinado candidato (que
curiosamente era peronista), pero se expidieron categóricamente por el
adversario. A tragarse el sapo (Perón dixit).
No
todas las compañeras y no todos los compañeros de militancia se dedicaban con
la misma intensidad que yo, y algún otro compañero, a toda esa actividad
política. Más de una vez me sentí poco acompañado, y eso me afectaba algo
porque, además de estudiar, yo trabajaba como ya conté. Tenía bastante
abandonada a mi familia y posponía diversiones, más allá de que tenía intensa
vida social y recreativa, pero por debajo de la de cualquier adolescente.
Además,
varias y varios compañeras y compañeros, por razones diversas, entre ellas por
su apego a sus familias, participaban en menor medida que yo, o lo hacían
errática o espasmódicamente.
A
eso se sumó algo que comprendí muy tardíamente: la cultura de casta en el
Partido y, en consecuencia, en la Fede. Quienes eran hijas e hijos de militantes
reputados o de miembros de la jerarquía tenían menos exigencias para
comprometerse; a menudo, por otra parte, esgrimían que dada su condición
familiar estaban inhibidos de participar de acciones de riesgo, ya que ponían
en peligro a su madre, padre, hermanos y de esa manera, a la organización en
general.
Pero
al momento de las promociones, tenían los mismos derechos o más que yo o que
los compañeros “sin pertenencia de casta”.
Recuerdo
que en una ocasión nos advirtieron de que la casa de una familia prominente del
Partido iba a ser allanada (el Partido tenía su red de “inteligencia”,
obviamente, como cualquier organización política, gremial o sectorial y por
supuesto, gobiernos y corporaciones).
Me
encomendaron a mí, junto a otros dos compañeros, “limpiar” esa casa y llevar a
otro lado todos los materiales peligrosos, que consistían básicamente en libros
y papeles.
Llenamos
tres bolsos y un portafolios y, a eso de la medianoche, nos encaminamos desde
esa casa al lugar de destino en el cual se iban a guardar los materiales.
Llegados
a una esquina importante de Buenos Aires, intersección de una de las más
importantes avenidas con una calle conocida, se acercan a nosotros dos tipos
con facha rara, la facha que rápidamente nos hizo deducir que se trataba de
canas o tiras.
Tal cual. Nos pararon, nos pidieron documentos, con rostros severos y actitud
intimidante.
Antes
de que nos pidieran lo que se venía, que abriéramos el “equipaje”, a mí se me
ocurrió endulzarles el narcisismo. Se me vino a la boca esto: “disculpen, es
muy riesgoso lo que hacen ustedes, me parece que estuviera frente a esos
policías de las películas, bla, bla, bla”. Los tipos se aflojaron, contestaron
que “bueno, sí, sí, es un trabajo difícil el nuestro” y se largaron a contar
anécdotas destacando su “arrojo y valor”.
Nosotros
fingíamos asombro y admiración, nos acomodamos al papel de adolescentes
deslumbrados por tanta virilidad, “simpatizamos”. En medio de sonrisas y
recomendaciones de cuidarse, nos despedimos. Qué manera de zafar.
Al
concluir el quinto año, tuve que presentar al representante del Comité
provincial, quien vivía en una mansión en Adrogué, el informe sobre el
desempeño del círculo del BES en mi carácter de responsable político, rol que
superponía con los otros que ya describí.
Mi
informe fue extenso, elaborado, con pretensiones de profundidad y de análisis
crítico y abarcativo, dando cuenta no sólo de las acciones, logros y fracasos
estrictamente políticos, sino también de lo “humano”, conflictos y
satisfacciones compartidas, encuentros y desencuentros con las significaciones
que se deducían.
Muy
amablemente, de una manera bastante retorcida, mi informe fue rechazado, por no
pertinente, por no ajustarse al manual de estilo y contenidos de la Fede. Tuve
que rehacerlo. Mi vocación cuestionadora, por la innovación y por el
pensamiento crítico, me llevaron a un traspié con la burocracia. Algo más que
aprendí.
Pero
ese informe rechazado es para mí motivo de orgullo y se convirtió en modelo de
pensamiento y escritura. Mi vocación pudo y puede más que la burocracia. Tenía
yo 17 años.
Por
otro lado, en relación a los debates internos de la época, por disposición de
los compañeros me especialicé en la famosa polémica de entonces
chino-soviética.
Mao
Tse Tung, Mao Zedong o Mao a secas, era el líder del gobierno y PC chino.
Nikita Kruschov o Jruschov era el líder de la URRS y del PC soviético, que a su
vez era la fuerza líder de gran parte de los comunistas de todo el mundo,
especialmente de Europa y América Latina. En la polémica, que se dio en muy
diversas cuestiones, tuvo un rol protagónico, por el lado soviético, Mijail
Suslov, considerado una “eminencia gris”, artífice tras el trono de muchas de
las políticas de la URSS en ese entonces, en gran medida por su nivel
intelectual.
Yo
abrevé en particular en la lectura en profundidad de los documentos de Suslov,
más otros materiales del partido, y con esos elementos contribuí al
“esclarecimiento” de compañeras y compañeros no sólo del círculo del BES sino
de otros colegios de La Matanza y de la Provincia.
Demás
está decir que hoy, y desde mi primera juventud, difiero tanto de una como de
otra posición.
Vale
recordar que Mao se inspiró bastante en Perón y el peronismo fundacional,
incluso circula una anécdota según la cual el Viejo comentó: “ese chinito se
copia mucho de mí”. Ciertamente, se puede comprobar fácilmente, hubo vínculos
entre Perón y Mao, incluso se contaba que un muy peculiar dirigente juvenil de
la época, Joe Baxter, oficiaba de nexo entre ambos.
También,
junto con otros compañeros, tuvimos encuentro de alto nivel, nivel de
dirigentes, con jóvenes sionistas de izquierda, con los cuales debatíamos la
validez de que emigraran a Israel para dar la lucha allá. Fueron intercambios
fructíferos, me ayudaron a conocer otros marcos referenciales, otros modos de
la cultura política y, por supuesto, me estimularon a profundizar en cuestiones
sobre las que, hasta ese momento, poco conocía.
Ya
en quinto año del BES y, pasando al sexto, comencé con otros compañeros la
formación para “combatiente”.
La
primera experiencia fue la de llevar a cabo un campamento en Ostende, en uno de
sus bosques; por supuesto, en un lugar totalmente agreste para nada comparable con los confortables
“campings” que prosperaron luego. Por supuesto, aprendimos y practicamos
instalación de campamentos, empezando por las carpas y todo lo que conlleva.
Nos
instalamos en condiciones irregulares, por lo cual teníamos que escondernos de
la policía. También practicábamos la guardia, o “imaginarias” como dicen en el
ejército, con turnos, lo que implicaba pasar horas de la noche despierto,
observando el entorno o desplazándonos en silencio.
Esa
actividad fue en condiciones precarias, con ejercicios muy exigentes, sobre
todo largas caminatas en condiciones límites como, por ejemplo, decenas de
kilómetros por la playa, bajo el sol y sin provisiones, ni siquiera de agua.
Recuerdo que la desesperación provocada por la sed nos impulsó, casi
desvariando, a beber agua del mar, lo cual obviamente era un inútil remedio que
de lejos empeoraba el cuadro de deshidratación.
Pero
llegamos de vuelta, por empezar acá estoy más de cinco décadas después.
Así
conocí el mar. Jamás había hecho un viaje turístico o de vacaciones ni a Mar
del Plata, Córdoba o cualquier otro lugar de veraneo.
Conocer
el mar fue para mí toda una epifanía, sentí el amor a primera vista. Creo que
esa fascinación por el océano encajaba a la perfección en mi inclinación a la
exogamia, en mi interés insaciable por conocer mucho más allá, en percibir que
del otro lado del horizonte otras culturas, otros pueblos me invitaban a
conocerlos.
Volviendo:
ese entrenamiento aumentaría con el tiempo, y en particular al empezar a cursar
Medicina en la UBA.
No
hace falta que aclare que fuimos los militantes que estábamos destinados a ser
“carne de cañón”, más complicado quizá en mi caso ya que a la vez, como abundé,
tenía responsabilidades de dirigente de bastante alto nivel.
Uno
de los compañeros, de los de abolengo en el Partido, coparticipó a medias, ya
que la mayor parte del tiempo la pasó en la casa de veraneo de sus padres
ubicada a unos kilómetros de donde nos habíamos instalado.
No
hago estos comentarios impulsado por el resentimiento, la envidia ni tampoco,
siquiera a esta altura, la decepción. No, no conscientemente al menos.
Los
hago con la intención de revisar a fondo la historia de las últimas décadas, de
poner al tanto, sobre todo si fuera posible a las nuevas generaciones, acerca
de cómo funciona “lo real”, cómo siempre hubo distintos grados de compromiso
político, cómo lo que a menudo parece dista enormemente de lo que efectivamente
sucede, cómo las enojosas diferencias sociales se dan no sólo en el nivel macro
sino también, y muy potentemente, en el micro.
Para
más, hace muchos años que me intereso, como investigador social, en las
articulaciones entre los niveles macro y micro.
Creo
que, con lo descrito en este punto, sumado a lo que relaté en los capítulos
previos, la lectora y el lector disponen de información no detallada pero sí
elocuente de cómo fueron mis primeros seis años de militancia y de iniciarme
como dirigente político.
Familia,
amistad, amores
Como
vengo contando, con mi familia me veía poco, al menos por debajo de lo que era
habitual en la mayoría de los adolescentes.
Trabajo,
estudio y militancia me absorbían mucho. Había noches, además, que las pasaba
fuera de casa, fuese por la militancia, fuese por diversión.
No
pasé, al menos con intensidad, por la etapa de “rebelión contra las figuras
parentales”, quizá porque quería mucho a mi vieja y a mi viejo, también a
abuelas y abuelo materno – el paterno había fallecido hacía unos años, después
del derrocamiento de Perón -.
Probablemente
desplacé esa rebeldía al ámbito macrosocial: es decir, la militancia, la lucha
contra “los poderes”, contra el capitalismo y el imperialismo, sustituyó lo que
se da en otros adolescentes.
Eso
habla de que mi vocación fue siempre exogámica. Habla también de la
insuficiencia de cierto psicoanálisis y de otras escuelas de la psicología, que
parecen incurrir en ciertos desvíos hacia lo endogámico, centrándose en exceso
en la organización familiar.
Desde
mi punto de vista, el complejo de Edipo se comprende mejor desde lo
macrosocial. Atrevido como soy, creo que desde la perspectiva macro el complejo
de Edipo se cae, ya que es en el seno de la compleja trama de las interacciones
humanas donde se da con mayor vigor lo que el Psicoanálisis, particularmente
Freud, describe con claridad y con cientificidad.
Pero
sobre ese punto no voy a extenderme acá, sería no pertinente, y la lectora o
lector pueden remitirse a otras publicaciones de mi autoría.
De
nuevo pasamos por mudanzas. Del monoambiente con local de Villa Pueyrredón,
fuimos a parar a Libertad, partido de Merlo, en una zona de descampado, calles
de tierra, zanjas y a seis cuadras de la ruta por la que circulaba una única
línea de colectivos, que acercaba a la estación Castelar.
En
esa casa, como ya lo venían haciendo, mi madre y mi padre, a pesar de nuestros
escasos recursos, laburando mi vieja, mi viejo, mi hermano y yo, hospedaban con
sobrado afecto a compañeros de militancia, incluso pudientes.
Alrededor
de un año después nos mudamos a otro PH, de planta alta, siempre como
inquilinos, en una zona residencial con ciertas pretensiones, en Caballito
Norte, casi en el límite con La Paternal.
No
quiero contar cómo fueron las condiciones precarias, casi calamitosas de esa
mudanza, por pudor y por que aún hoy me conmueve. Tanto más me conmueve porque
fue viviendo allí cuando caería tiempo después en cana.
Pudimos
mudarnos a ese lugar, porque lo compartimos con uno de mis tíos y su concubina,
quienes contaban con recursos para pagar el alquiler. Tiempo después se
mudarían. Ese tío mío acostumbraba mudarse con frecuencia.
Aquí
mi madre y mi padre siguieron hospedando a compañeras y compañeros, a amigas y
amigos, incluso afrontando riesgos. También uno de mis primos vivió allí largo
tiempo, un primo del sector “aristocrático” de la familia.
El
período en el que viví en esa casa coincidió poco con mi ciclo en el BES. Esa
nueva vivienda convergió, sobre todo, con mi ingreso a Medicina, el primer año
de la carrera, la prisión y parte del tiempo subsiguiente a mi vuelta de la
cárcel.
Una
experiencia dolorosa, que recuerdo todavía conmovido, es que la madre pudiente
de uno de los compañeros de militancia, una señora empresaria textil y miembro
del Partido, contrató a mi vieja como costurera. El contrato era de total
precariedad y redundó en maltrato y humillación para mi madre. Lo soportó un
tiempo, hasta que no dio más.
Digo
al pasar, que muchas y muchos de los que sin identificar estoy trayendo a estas
páginas, son hoy figuras encumbradas, gozan de un muy buen pasar, ocupan
incluso posiciones de gobierno o pueden llegar a ocuparlas. A lo largo de la
totalidad de mis Apuntes, por lo tanto, también de los próximos capítulos, voy
a referirme, sin nombrar, a una infinidad de personas instaladas en prominentes
lugares, con fama, con poder, integrantes de gobiernos, dirigentes,
embajadores, intelectuales reputados, periodistas y columnistas célebres,
personas todas ellas que han interactuado conmigo. Y mucho.
Durante
el ciclo en el BES tuve algunas parejas de las que guardo un grato recuerdo,
sobre todo de una de ellas, Nina (sólo menciono su nombre de pila). Nina era
muy atractiva, generosa, solidaria y pareja excepcional en todos los sentidos.
Vivía prácticamente sola, como abandonada a su suerte, pese a tener madre, en
un barrio perdido del partido de San Miguel, en el Gran Buenos Aires. Creo que
la madre se deslomaba y por eso era bastante ausente.
En
relación con el amor, ya que estoy en tema, hay dos vivencias que tuvieron en
mí repercusión.
Una
de ellas, fue un inesperado y brevísimo romance con una compañera. Un viaje,
como siempre en la clandestinidad, a un congreso de la militancia estudiantil
en Rosario creó las condiciones.
Unos
días después de regresar, fallecería. Pero dejó su huella, su profunda huella
en mi psique, en mi mundo interno.
La
otra vivencia fue mucho más prolongada en el tiempo y más resonante. Fue una
suerte de amor en cadena por una compañera, militante en el BES por supuesto.
Varios
nos enamoramos de ella, o así al menos creíamos que ése era nuestro
sentimiento. Se daba una mezcla de silenciosa competencia y de manifiesta
solidaridad entre los enamorados.
Mi
opinión, hoy, es que ese amor que suena a contagio, basándome de alguna manera
en Freud, fue consecuencia de que el primero en enamorarse de ella fue el
compañero que teníamos como una suerte de líder natural, un compañero por el
cual varios sentíamos, en ese momento, admiración y que, además, terminó siendo
mi mejor amigo, amistad que duró hasta el día que me expulsaron de la Facultad
por “subversivo”.
Así
que, latentemente, el especial afecto que sentíamos por este compañero, por
medio de una suerte de desplazamiento, se transfirió parcialmente a esta piba.
Otra
particular vivencia que me ayudó a entender la adolescencia y, sobre todo, el
entrecruzamiento entre adolescencia y militancia.
Al
mismo tiempo, con esos compañeros y amigos, además de la militancia,
compartíamos salidas, partidos de fútbol, noches enteras en la casa de alguno o
en algún bar jugando al billar, idas al cine, con el Lorraine de Avenida
Corrientes (hace años cerrado) y otras salas de cine de alto nivel.
Tiempo
después, por supuesto, nuestras vidas se bifurcarían.
Junto
con algunas y algunos ingresaríamos a Medicina.
Ésa
será una nueva etapa como estudiante, como militante, como laburante, como
hijo, como hermano, como amigo, como compañero.
Por
lo tanto, será tema del próximo capítulo (y próximos capítulos).
Rubén
Rojas Breu
Noviembre
29 de 2019