Rubén
Rojas Breu
UNA
CREENCIA CASTRADORA CORROE A LA ARGENTINA DESDE SU RAÍZ
Pido
disculpas por empezar con una descripción, a simple vista, escolar, pero es con
un propósito: mostrar con un saque el potencial virgen con el contamos.
La Argentina ocupa un inmenso
territorio, el octavo del mundo, extendiéndose desde sus fronteras norte con
Bolivia, Paraguay y Brasil, hasta Tierra del Fuego y la frontera sur con Chile;
sumando su parte de la Antártida llega a casi 4.000.000 km²: A eso cabe añadir la
plataforma continental del sur del Atlántico Sur que por indiscutibles derechos
le corresponde lo cual agrega más de 6.000.000 de km²:
Es el país de habla hispana más extenso
del planeta.
Con casi 50.000.000 de habitantes se
halla insuficientemente poblado; de todos modos, es un número suficiente para
proponernos lo más, por la cantidad y calidad de su población.
Nuestra población, pese a tanto viento
en contra, cuenta con una tradición política única en el mundo, excepcional,
con un alto grado de alfabetización y nivel cultural y educacional más que
destacables, reconocido por los famosos Índices de Desarrollo Humano de
Naciones Unidas, causante de frustración ya que tenemos una preparación que
está muy por encima de la recompensa.
Nuestra extraordinaria y excelsa
educación pública es artífice de tamaño logro, pero es constantemente
avasallada por las hordas como acontece actualmente.
Tenemos todo para aspirar a constituirnos
en una nación plenamente desarrollada, de avanzada, que asegure pleno bienestar
para quienes la habitan y para alcanzar una posición relevante o líder en el
mundo, una posición de gran proyección internacional que implique una
participación protagónica para incidir geopolíticamente, posición que no terminamos
de advertir que los pueblos oprimidos del planeta nos reclaman con el fin de impulsar
la paz, la justicia y la solidaridad en el plano internacional y la interacción
fructífera entre estados y naciones.
De tal manera, con tanto sin realizar,
con tanto desperdiciado o, peor aún, entregado a los Estados dominantes, con
yanquis en primer lugar y a las grandes corporaciones globales y a nuestra sempiterna
oligarquía, somos como un gigante amo de un descomunal palacio, circundado por
fastuosos jardines, recluido en el altillo más recóndito y oscuro de tamaña
edificación.
Es como si padeciéramos una suerte de “complejo
de Segismundo”, en referencia al protagonista de “La vida es sueño” de Calderón.
Con su muerte, Perón se llevó el
inconcluso Proyecto Nacional, ambicioso y a la altura de lo que debería ser
nuestro destino.
Después de la dictadura terrorista y
depredadora, se alternaron gobiernos civiles que oscilaron entre políticas
paliativas de corto alcance y finalmente empobrecedoras, con gestiones
claramente al servicio de la voracidad de los poderosos vernáculos y globales
que nos someten a ajustes brutales, como el que implementa el actual gobierno
despótico libertario encabezado por la fratria megalómana y despiadada con sus
huestes vandálicas.
No tenemos ni tuvimos gobiernos a
nuestra altura; dirigencias y gobiernos mediocres o gobiernos abiertamente
antipopulares y antinacionales nos mandan todo el tiempo al altillo: algunos
con polenta, colchón y frazada, otros con grilletes.
Nos sepultan en la opción “migajas o
palos”.
Deberíamos contar con un Proyecto de gran
alcance que se plasme en un desarrollo de enorme magnitud poniéndonos en el más
alto nivel, ubicándonos entre las diez naciones más avanzadas del planeta.
Sin embargo, una creencia castradora,
tozuda e inconsciente nos corroe desde la raíz: la de que nuestro inexorable
destino es la de ser un paisito, un país pequeño y pobre, la creencia de que no
nos merecemos más; ni siquiera hay conciencia de lo achicados que estamos.
Palabras como “pobreza”, “indigencia”, “sacrificio”
y “deuda” o frases como “otra no hay”, “no se da más, pero hay que aguantar”,
etc. forman parte del lenguaje cotidiano.
Tan deprimentes palabras y frases
revelan que se naturaliza el atraso, la injusticia, la pobreza, el
sometimiento.
De todos modos, en medio de tanta pálida,
es esperanzador ver en las marchas la consigna “La patria no se vende” o
movilizaciones como las que se llevan a cabo en defensa de la educación
pública, de la salud pública, de jubiladas y jubilados, por reivindicación de
tantos derechos conculcados.
Pero no alcanza, hace falta más, mucho
más.
Como consecuencia de esa castradora
creencia, de impronta fuertemente endogámica, también se achica el mundo.
De tal manera, para dirigencias,
gobiernos, medios masivos de comunicación, empresas encuestadoras,
intelectuales y gran parte de la población, para felicidad de las grandes
corporaciones y de los hacendados que ya se perpetúan por siglos, el mundo está
constituido por nuestro empequeñecido país y por los EEUU de Washington.
Del resto del planeta, ni noticias,
salvo guerra o catástrofe.
Se hace perentorio construir una
CONDUCCIÓN POLÍTICA QUE DISEÑE Y PLASME UN PROYECTO DE EMANCIPACIÓN Y
REALIZACIÓN DE NACIÓN Y PUEBLO.
Reitero enfáticamente:
superemos creencias tan castradoras y
apuntemos a hacer de la Argentina una de las diez naciones más avanzadas del
planeta con pleno desarrollo, con bienestar y justicia hacia adentro y con una proyección
de máxima relevancia hacia afuera, hacia el mundo.
No habrá satisfacción posible hasta
lograrlo.
Rubén Rojas Breu
Buenos Aires, octubre 27 de
2024
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