Rubén
Rojas Breu
GOBIERNO
LIBERTARIO DE MILEI RUMBO A SU NAUFRAGIO
Encaminándose
a su naufragio, a su fracaso, a su colapso.
Ése
es el estado actual del gobierno de “La libertad avanza”, denominación en la
cual debe interpretarse “libertad” como la apetencia voraz de Milei para
satisfacer sus caprichos.
No
soy vidente, ni lo quiero ser; de tal manera no hago pronósticos sobre tiempos
ni sobre la inminencia del naufragio, pero hacia ahí se encamina Milei con su troupe
y no hay a la vista salvavidas eficaces.
Cualquier
persona honesta con conocimiento y experiencia política podía prever que un
gobierno libertario inexorablemente, en la Argentina, haría agua.
Se
podía presentir que su triunfo electoral sería pírrico: con lo que tenía le
alcanzó para ganar comicios viciados quedándose sin resto para afrontar las
exigencias de gobernar un país de la complejidad de la Argentina.
Para
más, todo lo que proclamó y vociferó en campaña hoy alimenta el desengaño y la
ira de la sociedad.
El
precario poder de Milei se basa, fundamentalmente, en la carencia de conducción
política de la nación y del pueblo, carencia de larga data como vengo señalando
desde hace tanto tiempo.
Su poder
reside en una insuficiencia de quienes el caudillo libertario nos considera
enemigos, radica en nuestra insuficiencia y no en sus virtudes, potencialidades
o basamentos.
Hay quienes
se ilusionaron con que el fundador y la fundadora del kirchnerismo cumplieron ese
rol de conducción y que todavía con ella se podría retomar, pero salvo que se aferren
a la obstinación, deberán reconocer que esas creencias no tuvieron nunca ni
tienen asidero; para más, en el momento actual no tienen un papel determinante,
ni siquiera significativo.
El
Pueblo está resistiendo denodadamente y solo.
Si
hubiera conducción política esa resistencia sería reemplazada por la ofensiva,
por una acción que sostenida en el Proyecto contara con la estrategia para
dirigir a argentinas y argentinos a su emancipación y realización.
Así
que esa falta de conducción política es la que sostiene al gobierno absolutista
libertario y vale el aparente oxímoron.
Lo
que dirigentes, medios, encuestadores y analistas dizque políticos reportan
como apoyo de parte de la sociedad, ignora u omite que tal apoyo es el de una
porción de la masa, denominada en términos refinados como “la gente” y en
términos peyorativos “la gilada”.
La
horda, surgida de esa masa, se recluyó, aunque cada tanto dé alguna señal de
que pervive.
Ahora
bien, esa masa, que fue la que votó a LLA está replegándose o volviéndose en
contra como consecuencia de tanto malestar: se esfumó la promesa de los dólares
de los que dispondrían y se evaporan antes de llegar al bolsillo los pesos a
los cuales Milei calificó como excremento: la ingenuidad o la incultura
política, cuanto mayores son más caro se pagan.
Proliferan
los arrepentidos que compungidos exclaman: “la casta éramos nosotros”.
El
aval de los concentradores de poder y de riqueza tiende a diluirse, a
debilitarse ante tanto desatino, ante un manejo tan inepto de la cosa pública.
Los medios dominantes, empezando por sus plumas y sus voces más influyentes, muestran
creciente preocupación y hasta hay quienes manifiestan decepción.
En
ese cuadro de situación, las fuerzas implosivas se incrementan a ritmo
vertiginoso: internismo descontrolado, incapacidad para acordar con sus aliados
en el Congreso y fuera del mismo, agravios a los propios y cercanos y expulsiones,
como las de un ministro y un alto funcionario que se enteró por llamados de
amigos de que había sido despedido. Ya puede vaticinarse que esos expulsados
abrieron los portones que pronto otros atravesarán para acompañarlos.
De
tal manera, los que se postularon como garantes del orden, con su acción, están
en la génesis de un desorden mayúsculo que amenaza con un descontrol inédito.
Se
van sumando todos los obstáculos, todas las contras, todos desaciertos e infortunios
que empujan al colapso.
Además
de las ya mencionadas fuerzas implosivas en las cuales anidan golpes o
autogolpes, deslealtades y traiciones, intrigas y saboteos, se incrementan
minuto a minuto las resistencias y desafíos en las que se mezclan organizaciones
opositoras, expresiones inorgánicas y francotiradores.
La decisiva
y más relevante organización opositora es el Pueblo que, en las vísperas,
anticipó el escarmiento con el paro y las movilizaciones ante el Congreso nacional
y en numerosas ciudades de la Argentina. El Pueblo inició su resistencia el día
cero y se mantendrá movilizado aumentando su convocatoria de ahora en más con
cacerolazos, paros, reclamos sectoriales, marchas, comunicaciones en redes y
otros medios y hasta con sus comportamientos como consumidores.
Esa
jornada de lucha, toda una movida política que excede de lejos la calificación
tacaña de “protesta social”, fue activamente acompañada por demostraciones de
enfática solidaridad en un alto número de ciudades del planeta, dejando en
claro que Milei y su gobierno son rechazados en el mundo. Ese rechazo se
intensificó a causa del tristísimo e incalificable discurso de Davos, toda una
muestra de ignorancia, de simplismo, de desubicación, de megalomanía, de
arrogancia.
Un
discurso que reveló una particular aptitud para ponerse al mundo en contra.
A
tamaña barbaridad se suma el escándalo que la hermana Karina armó antes de
despegar en el avión de Lufthansa, una de las aerolíneas más reputadas del
planeta. Pilotos, tripulación y pasajeros padecieron la gritería y la imposición
de Karina Milei de obligar a permanecer en tierra hasta que llegaran sus
acompañantes retrasados.
Es
de imaginar el efecto que tal conducta provocó en Alemania y más allá.
Por
lo tanto, Milei no cuenta con apoyo internacional significativo, para nada.
No
solamente Milei carece de la capacidad para comandar la nave: la totalidad de
sus acompañantes, toda su tripulación, es de una incompetencia, de una falta de
conocimientos, de una falta de escrúpulos, de un grado de intolerancia, de una incapacidad
negociadora, de un nulo dominio de la Política tales que, con cada orden y
contraorden, con cada movida y cada golpe de timón, impulsan a estrellarse
contra el témpano o al hundimiento.
Milei
se concibió gobernando de una manera: con la mayoría de las argentinas y de los
argentinos encerrados en un canil, un canil nada confortable a diferencia de
los que cobijan a sus “hijitos” de cuatro patas.
Es
decir, se vio a sí mismo comandando la nave en un mar sereno, abierto, sin
otros buques ni en la cercanía ni en la lejanía, sin borrascas ni tempestades,
con una tripulación dócil y los pasajeros encerrados en la sentina y bodegas
contentos por ser guiados por tan magno capitán, aunque pasasen su travesía en
medio de la inmundicia y la falta de aire.
Se
veía el caudillo libertario a sí mismo llegando a puerto, dentro de cuarenta o
cincuenta años, recibido en medio de vítores, fanfarrias, banderas y fuegos artificiales,
saludado eufóricamente por los déspotas libertarios del planeta.
Se
habla del desequilibrio mental o, más correctamente dicho, del desequilibrio
psíquico de Milei y también de buena parte de sus acompañantes. No hay
desequilibrio psíquico que no se asocie a inestabilidad familiar y de los
entornos. Por mi condición de psicólogo debo abstenerme, por razones éticas o
deontológicas, de diagnosticar con liviandad, así que no profundizo ni amplío.
Sí
digo que las pretensiones de Milei reflejan ese tan difundido desequilibrio
psíquico, que deriva en egocentrismo y en falta de criterio de realidad.
Ese
supuesto o real desequilibrio redunda en una notoria inflación de sí mismo, en
una tendencia incontrolable a satisfacer sus deseos de manera inmediata y total,
sin límites de ninguna índole.
Esa
tendencia contribuye enormemente a la gestación del colapso ya que el funcionamiento
de una República, la Constitución y las instituciones, por ineficaces que sean,
están en las antípodas de los caprichos, de las exigencias imperiosas, de las
conductas totalitarias, del irrealismo.
Tan
poco apoyo, tanta oposición sobradamente justificada y madura, tanta
inestabilidad con una economía en ruinas que se derrumba más y más, auguran el
naufragio, el fracaso, el colapso.
Sobre
todo, insisto, tener al Pueblo en contra es imposible de sobrellevar,
afortunadamente.
Perón
en 1970 convocó a lo que se dio en llamar “La hora del pueblo” concertando
exitosamente con el radicalismo, el socialismo y otras fuerzas políticas de
entonces, siendo el dirigente radical Ricardo Balbín coprotagonista.
Estaría
bueno reeditar esa convocatoria con objetivos que se adecuen a nuestra
actualidad.
Rubén
Rojas Breu
Buenos
Aires, enero 26 de 2024
No hay comentarios.:
Publicar un comentario