viernes, 30 de octubre de 2020

SOBRE LA SERIE ALEMANA "BÁRBAROS"

 

 

 

Rubén Rojas Breu

 

CÓMO LA EXTRAORDINARIA SERIE ALEMANA “BÁRBAROS” CONTRIBUYE A LA REVISIÓN DESEABLE DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD

 

Demoliendo una mentira

Afirmó Napoleón: “la Historia es un conjunto de mentiras consensuadas”.

Esa afirmación quizá es controversial y, por cierto,  no les cabe a los historiadores rigurosos y honestos, los cuales, como bien lo sabemos por acá, son minoría o carecen de la posibilidad de revertir lo que desde niños nos enseñan tanto sobre la historia de nuestro país y de América Latina como sobre la de la humanidad.

La serie demuestra que la afirmación de Napoleón vale particularmente cuando se trata del Imperio Romano sobre el cual nos embaucaron desde temprana edad acerca de que fue un modelo de civilización ejemplar.

Ese “modelo de civilización” fue belicista y, de hecho, una castrocracia o imperio dominado en gran medida por los militares y que poco de verdad aportó a la humanización.

Ese “modelo de civilización” contó con 113 emperadores desde sus comienzos hasta su final, de los cuales sólo a cinco se los calificó como “buenos”. Y lo de “buenos” está referido a que beneficiaron a los romanos sin incurrir en la típica corrupción descomunal, perversiones y perversidad de sus pares. Respecto de los restantes pueblos, esos cinco “buenos” también colonizaron y sometieron, incluyendo a los idealizados Marco Aurelio y Adriano.

Debe tenerse muy en cuenta que la Roma imperial inspiró al nazismo, al fascismo y, contemporáneamente, al imperialismo yanqui, país prolífico en producciones hollywoodenses de exaltación de tal antiguo imperio.

Nazis y fascistas quisieron y los yanquis anhelan recrear al Imperio Romano, para lo cual contaron y cuentan con las complicidades de concentradores de poder del planeta. Incluso, en estas latitudes, el limitado “intelectual” y ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, que desde la izquierda nacional en su juventud viró a proimperialista en su madurez, señaló que los EEUU de Washington son la Roma de nuestra era y que “todos los caminos” conducen a tal potencia del Norte. 

Esta notable serie alemana contribuye a una revisión imprescindible de la Historia de la humanidad, una revisión que permita demoler la que quizá sea la más grande de las mentiras consensuadas: la de que la Roma imperial fue ese modelo de civilización.

Luego de siglos de construcción de una república discutible, Julio César gracias a su sanguinario comportamiento conquistó la heroica Galia conducida por Vercingetórix, a quien el general romano humilló y torturó paseándolo enjaulado por las calles romanas en medio de multitudes en formato horda que aclamaban al victorioso jefe romano.

El digno conductor galo sería finalmente ejecutado, a sus 26 años, cometiéndose así uno de los tantos crímenes de lesa humanidad de muchos de los cuales la antigua Roma fue autora.

Esa victoria y esa demostración feroz de poder que impactaría tanto en las masas como en las sectores dominantes de Roma, harían que Julio César pusiera los cimientos del futuro imperio, el cual sería inaugurado a su muerte, por Octavio Augusto, el primer emperador. Es justamente bajo el reinado de éste que se produce el intento de anexión de la Germania y la batalla de Teutoburgo.

Se recurrirá al trillado argumento de que “eran otras épocas” y que no pueden juzgarse las acciones de los romanos de entonces con los valores actuales. Sin embargo, en esas épocas los romanos cometieron atrocidades que otras ciudades estado, naciones o tribus repudiaban, como muy bien puede apreciarse en la teleserie alemana. Ya los romanos habían crucificado a Espartaco y sus heroicos seguidores. En el año 33 crucificaron a Jesús, lo cual se concibe como ejemplo de crimen de lesa humanidad. Y fue en “aquellas épocas”.Los que basándose en un seudo historicismo promueven juzgar las acciones de poderosos, de estados totalitarios e imperiales, de gobernantes ávidos de conquistas, ignoran el conflicto: pasan por alto que si recurrieron salvajemente a esos procedimientos es porque en esas mismas épocas había gobernantes y pueblos que estaban en la vereda contraria. De modo tal que en ésas épocas y en cualquier época hubo actores y sectores que se oponían a lo que muchos pretenden justificar y naturalizar como propio de determinadas eras.

Los romanos poco y nada aportaron al desarrollo de la humanidad, pese a que conquistaron gran parte del mundo que conocían. Se dirá “el derecho romano”, un derecho sustentado en un esclavismo sin límites. Se dirá “los caminos y los acueductos”: ahí tenemos a los incas que se emparejan si es que no superan a los romanos (y lo mismo se aplica a mayas y aztecas, entre otros pueblos originarios de este continente así como a chinos, árabes y otros países de oriente).

El conocimiento, el arte y hasta los dioses romanos fueron un calco de lo creado por los griegos que sí fundaron, aun cuando se trataba de un régimen esclavista, toda una civilización que influye hasta hoy y que cubrió todo el espectro del conocimiento y del arte.

El imperio romano fue, sobre todo, una formidable maquinaria de guerra.

 

Descripción sumaria de la serie “Bárbaros”

El tema de la serie es el de los antecedentes y desarrollo de la batalla del bosque de Teutoburgo, en la antigua Germania.

La serie consta de seis episodios, uno mejor que el otro, hasta desembocar en la célebre batalla en el sexto. Cabe advertir que la serie combina lo verídico con lo ficcional, como es habitual en producciones de esta índole. Lo que vale es que en lo sustancial se atiene a los datos, a lo que ciertamente ocurrió y a lo que es decisivo para la comprensión de la historia: que Roma era imperialista y que, como tal, conquistaba, anexaba, colonizaba para lo cual contaba con un ejército poderoso, el más poderoso de la época. De allí la humillación que significa para el imperio el desenlace de la batalla de Teutoburgo.

Esa batalla obligó a renunciar a los romanos a su deseo de conquistar las tierras al este del gran río Rin y estableció una frontera definitiva entre los territorios anexados por Roma y los habitados por quienes ellos llamaban “bárbaros”.

La deshonra sufrida por Roma fue de tal envergadura que Augusto gritaba en su palacio: “¡Publio, devuélveme mis legiones!”, completamente desequilibrado el emperador y pasando días sin comer ni higienizarse. Llegó a temer, junto con su estado mayor, que los germanos invadieran Roma. Invadido por la paranoia el emperador.

Esa batalla ocurrió en el año 9 A.C.  cuando los romanos, con tres legiones y 18.000 soldados en total, comandados por Publio Quintilio Varus, con Augusto al frente de Roma, intentan conquistar la Germania definitivamente.

Ya los romanos venían sometiendo a las dispersas tribus germánicas, los “bárbaros” para ellos, los brutos que desconocían el latín, las costumbres y leyes de Roma, los casi desharrapados, a quienes el imperio exigía tributos descomunales y crecientes. A eso se sumaban capturas para servir como esclavos y la apropiación de niños (la dictadura genocida argentina habrá tenido también en esa Roma su inspiración).

La serie relata, rápidamente dicho, el momento en que Publio se apropia de los hijos de un jefe tribal germano. Uno de ellos, Ari, será rebautizado en Roma como Arminio y volverá años después como jefe militar consumado al campamento militar que Publio encabeza en Germania, para asistir a quien sería su padre adoptivo (es decir, Publio Varus).

Arminio retoma contacto con su padre germano, el original, y sus amigos de la infancia. Reprocha a su padre que lo entregara al general romano y a su vez es recriminado por sus jóvenes ex amigos por haberse convertido en soldado del imperio, en vasallo del opresor (en cipayo, diría Jauretche).

Arminio (Ari) afronta tanto el conflicto en el nivel de la interacción con sus compatriotas de la infancia como el intrapsíquico, tironeado por su nueva pertenencia y el afecto que siente por Publio y, al mismo tiempo, por sus orígenes.

También en el comienzo de la serie se da un acontecimiento definitorio: la heroína germana Thusnelda junto con el guerrero Folkwin y dos amigos, astuta y valientemente, introduciéndose en el campamento romano, sustraen el estandarte que identificaba a los romanos: la larga vara en cuyo extremo se desplegaba, dorada, el águila imperial. La misma águila que identificaba y deslumbraba a los nazis y actualmente a los yanquis (justamente tomo en cuenta esto en mi novela El tiempo y la sangre).

Los romanos obligaban a los germanos a hincarse, a arrodillarse ante ese estandarte, humillándolos, maltratándolos, “gozándolos”.Perversión se llama eso.

Finalmente, opta Arminio o Ari por reconvertirse en germano, traiciona a Publio a quien, con sobrada astucia, convence de llevar a sus legiones a una trampa, por él ideada, que sería mortal, que desembocaría en la derrota de las legiones, una de las derrotas más estrepitosas de Roma.

 

¿Cómo contribuye la serie “Bárbaros” a una revisión deseable de la Historia?

En gran medida esta pregunta ya está respondida en los puntos anteriores. Lo más resaltante es que desmitifica a Roma, deja en claro que lejos de ser un “modelo ejemplar de civilización” fue la gran potencia imperialista de su época para lo cual se valió de la construcción de una enorme y cuasi perfecta maquinaria de guerra.

Eso ya hace sumamente valiosa a la serie alemana. La hace sumamente valiosa la demolición de tal mentira con la que en Occidente nos embaucan desde temprana edad.

Pero, además, la serie, debidamente interpretada en profundidad enseña también en otros aspectos y cuestiones trascendentes para la comprensión de la Historia y de los comportamientos humanos, aportando a las Ciencias de lo Humano.

El Imperio Romano fue de índole enteramente endogámica, particularmente por dos rasgos fundamentales:

  • La estructuración en casta con la convicción de su superioridad cultural sobre cualquier otra ciudad estado, nación propia de la época, población, etc.
  • La seguridad de su invencibilidad junto con la arrogancia de que su ley era “La Ley”, que le asistían todos los derechos y que contaba con el aval incondicional de sus dioses incomparables, con Marte, el dios de la guerra, a la cabeza.

Vale pensar que los EEUU de Washington, el país yanqui, es heredero de esa identidad. Hoy, abiertamente, a través de uno de sus funcionarios gubernamentales, el país yanqui proclamó, literalmente, con todas las letras: "EEUU quiere ser el dueño del mundo".

En términos de mi creación, el Método Vincular, el Imperio Romano se inscribía en el polo de la Primarización y se instalaba en el extremo correspondiente a la dimensión Significante (o instituyente), ocupando así el Posicionamiento Vincular Dominancial.

Endogámica – Primarización – y ubicada en el extremo Significante – por tanto, fundadora, la dueña de instituir por vía de la imposición – ese Posicionamiento Vincular la definía enteramente.

Cada emperador, senador, funcionario y, por supuesto, cada militar tenía asumido todo lo antedicho sin cuestionarse, sin ponerse en duda. No hubo un Sócrates en Roma, ni tampoco un Demócrito, Sófocles, Platón, Aristóteles, Heráclito.

Jamás esos emperadores, sus séquitos y los jerarcas militares comprendieron a los pueblos que sometían; peor aún, no les interesó comprenderlos (compárese con Alejandro Magno que se interiorizaba sobre las distintas culturas, promovía la integración, buscaba comprender).

El águila imperial simbolizaba al mismo tiempo el poder, la rapiña y la disyuntiva: “se someten a nosotros o mueren”.

Arminio o Ari idea una estrategia basada en sus profundos conocimientos del modo de plantear las batallas por parte de los romanos.

Demostraría que la rígida formación en legiones a la manera de falanges, así como las pesadas armaduras y armas, se tornarían inútiles en un frondoso bosque y obligadas tales legiones a desplazarse por un sendero, cuando su fortaleza radicaba en los territorios vastos, en los espacios abiertos.

Combinando el conocimiento militar, el terreno para la lucha (el bosque), la expectativa de mesianismo que él encarna a partir de su retorno a su origen, la audacia de Thusnelda, “elegida de los dioses” y las creencias firmes en el poder de éstos, particularmente de Woden (u Odín) y de Thor, Arminio logra aglutinar a varias tribus y de esa manera contar con un número importante de combatientes, aun cuando se trataba de un número inferior al de los legionarios.

En la batalla se valdrá de tácticas novedosas, logrando la meta principal: dividir las legiones, sorprenderlas, llevarlas a una modalidad de batalla que desconocían e introduciendo el fuego como arma de combate. Recurren así los germanos, con el liderazgo de Arminio, a recursos inesperados para las rígidas y disciplinadas formaciones imperiales.

El dato que fundamentalmente esgrime Arminio para asegurar a los germanos que contaban con la posibilidad de salir victoriosos es de sumo interés.

Argumenta Arminio que el punto débil por excelencia del general romano, Publio Varus, es que confía ciegamente en él, que jamás dicho militar romano imaginaría que su hijo adoptivo, admirado y querido por él, lo traicionaría.

Esa convicción de Publio Varus es consistente con la configuración endogámica, la seguridad en la superioridad cultural y la fuerte creencia de que un “bárbaro” al que se transformó en romano habría llegado a la máxima aspiración.

El apropiador, el poseedor, el conquistador, quien se erige en civilizador tiene la convicción absoluta de que es la encarnación del ideal para el sometido. No duda, no recela, no desconfía.

La desvalorización que el conquistador, el vanidoso integrante del imperio, hace de los distintos, de los “bárbaros”, es su punto débil.

Ese punto débil no radica únicamente, ni siquiera predominantemente, en la conciencia de su poder, en la convicción de su fuerza con el desprecio por la posible potencia del dominado. El dominus, los domini, creían que los dominados nada menos que por la gran Roma, debidamente asimilados como supuso que había sucedido con Arminio, lograban gracias al imperio su mayor dicha.

Era y es impensable para el conquistador que el sustraído, adoptado y asimilado pudiese añorar su origen, para él, despreciable.

De tal manera, la serie contribuye a

  • Desmontar una de las más grandes mentiras de la Historia de la humanidad, la de Roma como “modelo de civilización”,
  • Poner de manifiesto la raíz última de la convicción del conquistador sustentada en bases falsas,
  • La capacidad de los pueblos para oponerse al colonialista o imperialista, para liberarse, para realizarse cuando deciden asumirse como eso: como pueblos.

 

La serie deja en claro, entonces, que el tendón de Aquiles del conquistador es su certeza de que el dominado aspira siempre a parecérsele, a vivir como él.

Mi concepto de Deseo articula:

  • la búsqueda de poder o dominio

con

  • la visión idealizada se sí mismo, la imagen embellecida en el espejo

 

El conquistador romano de aquel antiguo imperio representa muy bien mi conceptualización sobre el deseo: aspiraba a dominar y, al mismo tiempo, a considerarse un ideal, el perfecto y admirable.

Dominio y espejo glorificador lo impulsaban, sin saber jamás que había quienes se resistían a ser sometidos y que hallaban el ideal en su propio reflejo.

Aún cuando la serie trata de sucesos que acontecieron hace dos milenios, da cuenta de gran parte de la historia y su significación y contenidos trascienden hasta arrojar luz sobre nuestra propia época en la cual rige obstinadamente el dilema falaz y nefasto para los pueblos: el dilema “civilización o barbarie”.

 

Nota:

Para profundizar respecto de conceptos que aplico en este artículo, remito a mi libro Método Vincular. El valor de la estrategia y a textos publicados en medios especializados, en rubenrojasbreu.blogspot.com y en este mismo blog, rubenrojasbreuelaula.blogspot.com

 

Rubén Rojas Breu

Octubre 30 de 2020

 

 

 

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