viernes, 4 de enero de 2019

SOBRE EL NEONAZISMO, BRASIL, ARGENTINA Y MÁS


Rubén Rojas Breu

SOBRE EL NEONAZISMO, EL BRASIL, LA ARGENTINA Y 

MÁS: ALGUNOS APUNTES


ADVIERTO QUE ESTE ARTÍCULO FUE ESCRITO EN 2019 POR LO CUAL HAY REFERENCIAS Y DATOS QUE YA NO CORRESPONDEN AL AÑO EN CURSO 2023

Aclaración introductoria

En este artículo voy a ocuparme de una de las problemáticas más complejas y acuciantes que vive el planeta. Se trata de problemáticas que ameritan tratados, lo cual, con dedicación, podría afrontar pero ello supondría dos inconvenientes: uno, el de que me insumiría un tiempo dilatado con el riesgo de que termine siendo una producción anacrónica; dos, el de que abrumaría a la lectora o el lector, si es que alguien se anima, incluso, a tomar contacto con este texto.
Por eso recurro al subtítulo “Algunos apuntes”: dejo en claro así que habría mucho más para exponer y profundizar que lo que contiene esta nota. Ya veremos si estímulos y motivos me impulsan a ampliar en próximas publicaciones.


Sobre el neonazismo

Para dar cuenta de qué sería el neonazismo, el cual está creciendo en el mundo y presenta varios modos de manifestarse, voy a tratar dos categorías: la de nación y el despotismo, a las cuales terminaré articulando.

En primer lugar, debo hacer una breve referencia a la fuente, al “original” en el que tal fenómeno se inspira: el nazismo.

El nacional socialismo alemán tiene su caldo de cultivo a partir de la derrota de Alemania en la primera guerra mundial, derrota que significó humillación para su población, el tratado de Versalles que afectó sobremanera a tal país, la ocupación francesa mortificante del año 23 y una decadencia geopolítica, política, social y económica sin precedentes para un país con extenso pasado imperial. Lo que se da en llamar “autoestima colectiva” había caído por el piso para gran parte de la población germánica.
Es decir, el nazismo canaliza la reivindicación de Alemania como nación y, aún más, aspiró a llevarla a la posición de gran potencia, negando y renegando la derrota consumada en el 18. A tal punto fue así que hizo del país la primera potencia mundial hasta las vísperas de la caída del régimen nazi, caída resultante, sobre todo, de la conjunción de la acción del Ejército Rojo soviético, las resistencias nacionales y populares (francesa, griega, de Europa oriental, holandesa, incluso alemana e italiana, etc.) y las fuerzas aliadas particularmente británicas, canadienses y, también, las francesas, que bajo el mando de De Gaulle, se mantuvieron leales a la república.

Esta incursión introductoria, sinóptica y esquemática, tiene como finalidad señalar que el nazismo supone la reivindicación de lo nacional al punto de buscar la gloria y el dominio absoluto sobre el planeta en su totalidad. Dejo de lado el papel significativo y concurrente de la Italia fascista y el Japón aún imperial sólo para no extenderme y para sí ajustarme al nudo de la cuestión.

Más de cuarenta años después de la derrota del nazismo, se produce la irrupción popular que demuele el muro de Berlín anticipando la caída de la URSS. Las potencias dominantes occidentales y gran parte del resto del planeta, particularmente sus dirigencias, gobernantes e intelectuales, dan por concluido el mundo bipolar, dan por sepultado para siempre al marxismo y sus expresiones políticas, dan por acabados los movimientos liberadores como el peronismo y tercermundistas en general, llegan a suponer que la historia y la ideología habían llegado a su fin. Comienza entonces a prosperar la tesis de la globalización y, con ella, surge un nuevo despotismo: justamente, un despotismo global que se propone arrasar con las soberanías nacionales y, por supuesto también, con pueblos y trabajadores, entendiendo que el régimen que representaba la causa de éstos, el socialismo (o comunismo) soviético había fracasado. Se impone para todo el planeta la creencia de que el capitalismo había triunfado en todas las líneas. De tal manera, tal triunfo, real o supuesto, habría dado por tierra al mismo tiempo con naciones, pueblos y clases obreras, las cuales ya no podrían siquiera tener aspiraciones. Un nuevo orden se imponía con un país como nave insignia: los EEUU de Washington, país intrínsecamente, congénitamente, imperialista.

Resumidamente, comienzan a darse reacciones variadas contra la globalización o de procuración de mantener sus status tradicionales por parte de distintos países y comunidades, especialmente de Medio Oriente, Cuba tratando de preservarse como país revolucionario, etc. La destrucción de las Torres Gemelas marca un hito que altera la geopolítica como sabemos.
También crecen las reacciones xenófobas, sobre todo en los países centrales más ricos, dándose, crecientemente, cruzadas contra los inmigrantes procedentes de las regiones más castigadas, atrasadas y sometidas.
El mundo llega a un nivel de desigualdad entre naciones ricas y países pobres así como al interior de cada comunidad, entre poderosos y privilegiados en contraposición con trabajadores y humildes, como jamás se había dado. Menos del 1% de la población del planeta, magnates identificables, cuentan con un patrimonio que supera al del 60% de la mitad de los habitantes más empobrecidos, in crescendo.

En ese contexto, muy sucintamente descrito, se verifican las reacciones nacionalistas. En ese contexto, una parte de las poblaciones de las potencias dominantes y/o de los países más ricos (como Suecia, Noruega, Dinamarca) salen con ínfulas a intentar revivir viejas glorias: la nación, lo que entienden como nación, garantiza y debe garantizar una pertenencia. Las viejas glorias, inscritas a lo largo de siglos, están para ser revividas. En concreto, cada una de esas poblaciones, en esa bruma en que se mezclan la conciencia y lo inconsciente, aspira a que su nación retorne al sitial de superpotencia. Ese sitial, en el contexto de la desigualdad, es lo que garantiza al mismo tiempo la diferenciación de lo exclusivo con la pertenencia a lo cierto. Ese sitial implica, inexorablemente, el despotismo franco, el despotismo al desnudo, despojado ya de las vestiduras -o disfraces- de la democracia formal burguesa, la del “estado de derecho”, la de “los tres poderes de Montesquieu”: para “ser” hay que no sólo “tener” – la tradicional fórmula capitalista - sino vencer, someter y excluir desembozadamente. Se trata, finalmente, del poder, el cual, de acuerdo a mi producción - el Método Vincular -, es uno de los dos carriles del deseo.  El otro carril es el de la imagen ideal de sí, el reflejo ideal en el espejo ideal, que implica la plenitud del uno mismo y el modelo a imponer a los otros para venerar y aspirar.

Sobre el despotismo

Las acepciones de “despotismo” según el diccionario de la RAE son:


  • Autoridad absoluta no limitada por las leyes.

  • Abuso de superioridad, poder o fuerza en el trato con las demás personas.

Traducido a nuestros términos, supone el ejercicio del dominio absoluto sobre los otros al mismo tiempo que la imagen ideal de sí a imponer a dichos otros.
El despotismo, y su encarnación, el déspota, busca el dominio absoluto y promueve la  imposición, como ideal, del ideal de sí mismo. 

En consecuencia, queriendo ignorar toda ley[i], el neonazismo articula el dominio absoluto de la nación propia y la imposición de su cultura y valores como ideal insuperable. Lo de “queriendo ignorar toda ley” debe entenderse que inexorablemente el neonazismo fracasará, ya que la Ley es constitutiva de lo humano; para entender esta aseveración, véase la referencia bibliográfica al final de este texto.

Ahora bien, el despotismo presenta variantes, cuya diferenciación trataré en otra publicación. Tales variantes son el colonialismo, el neocolonialismo, el imperialismo y la tiranía local.

Las potencias dominantes del planeta ejercen las tres variantes enunciadas en primer término; también, de manera particular, la cuarta. No hace falta aclarar cuánto sirve eso o se funde con las grandes corporaciones multinacionales y, desde luego, con los estados más poderosos. 

Lo que sí viene a cuento, es que la población que adhiere al neonazismo en alguna forma, promueve la práctica imperialista. Es decir, el neonazi es imperialista, tiene vocación imperialista, pertenece “exitosamente”, se realiza plenamente, en tanto su nación sea imperialista. 

En varias de mis publicaciones[ii] contrapongo pueblo a imperialismo. Por lo tanto, el neonazismo no es popular, no toma partido por el pueblo jamás; si hay quienes hablan de populismo y, además, de populismo de derecha y de izquierda, allá quienes así lo hacen. El concepto epistemológicamente sustentable es el de “pueblo”. 

Justamente Perón señalaba que la historia es la de la lucha de los pueblos contra los imperialismos (puede verse en varios de sus discursos, en La hora de los pueblos, etc.); particularmente, yo adopté, teniendo como precedente tal aseveración de Perón, la de que la historia es la de la lucha de los pueblos contra los despotismos, incluyendo así a todas las variantes de éstos. 

Al no participar del pueblo, el neonazismo reniega de la cultura y la organización política (ver mi definición de "pueblo" en varias de mis publicaciones; una de ellas, Concepto de pueblo y otros de teoría política en este mismo blog).

Así, siguiendo lo que he desarrollado en otros textos, como el último citado, el neonazismo sólo está intrínsecamente asociado a la masa, la cual por definición no sólo se diferencia del pueblo, sino que frecuentemente contrasta con el mismo.



Neonazismo a la brasilera

Una expresión del neonazismo inaugura el nuevo año como gobierno en Brasil, presidido por Jair Bolsonaro confeso ultraderechista.

Antes de referirme específicamente a la significación de tal suceso, es oportuno incluir los datos básicos de los resultados electorales

El padrón electoral de Brasil 2018 sumaba 147.306.275 votantes. Bolsonaro fue votado por 57.797.456 de personas en condiciones de elegir: es decir, por el 39% del padrón, bastante lejos de la mayoría plena. Hay que acotar, además, que los votos blancos y nulos arrojaron un total del 10%. Así que, una vez más, se da por triunfante holgado, propaganda mediante, a un candidato que no alcanza al 40% de los electores, lo cual, como es obvio, implica que el 60% no lo votó y, dado como fue el proceso electoral, tal 60% no lo apoya. 

Como siempre acontece, a la manera de rutinas desgastantes e improductivas, con análisis de nula profundidad y carentes de creatividad, infinidad de argumentos se exponen en la palestra pública por parte de expertas y expertos para dar cuenta de resultados electorales y la asunción de gobiernos como los que estamos tratando acá. 
Se alude al engaño y la propaganda de medios hegemónicos de comunicación, al hastío por parte de las poblaciones que produce la política y la conducta de los políticos, a la corrupción y al llamado “síndrome de Estocolmo” como causales de dichos resultados electorales y advenimiento de gobiernos aberrantes.   
Sin negar que tales factores tienen incidencia, vale señalar que pecan generalmente de falta de pertinencia y del suficiente rigor epistemológico, al desconocer la premisa de la endogeneidad, señalada, entre otros científicos de lo humano, por Marx cuando afirma que “las condiciones externas actúan a través de las contradicciones internas” en su difundida Introducción a la Economía Política
Prédicas de los medios, fraude o engaño, corrupción, hastío de la política tienden a ser explicaciones exógenas y deberían ser vistas como “condiciones externas” cuya incidencia más o menos relevante debe ser considerada según las “contradicciones internas”. En el enfoque endógeno, entonces, que es el que adopto en mi creación, el Método Vincular, voy a basarme para proponer hipótesis sustentables sobre el neonazismo hoy encaramado en el Brasil.

Muy brevemente repaso la historia de Brasil, porque es requisito para sostener algunas hipótesis que desgranaré en este artículo.
Entre los siglos XVI y XIX Brasil fue parte del imperio colonial portugués. 
El rey de Portugal, en 1808, huyendo del ejército napoleónico, trasladó el asiento del gobierno a Brasil. Parte de la familia real regresó a Portugal en 1821. El impasse llevó al anhelo de liberarse por parte de los brasileros. El 7 de septiembre de 1822, el entonces príncipe-regente proclamó la independencia de Brasil, coronándose emperador. Se trataba de Pedro I.

Llevado por su impulso como imperio y, valga la redundancia, por su vocación imperialista, Brasil con Pedro I inicia en 1825 la guerra contra las Provincias Unidas del Río de la Plata, guerra en la que es derrotado en 1828 por las fuerzas de lo que hoy es el Uruguay apoyado por lo que entonces ya era nuestro país. Las fuerzas victoriosas estaban encabezadas por los 33 orientales, con Lavalleja al frente, secundado por Oribe, y también tales fuerzas tienen a Fructuoso Rivera como uno de sus comandantes. Juan Manuel de Rosas fue uno de los aportantes de recursos económicos para esa gesta liberadora

Otro dato a destacar es que recién en 1888 se abuele la esclavitud, por parte de Pedro II, dato contrastante con nuestra historia ya que es la Asamblea de 1813 la que acaba con tal ignominioso modo de sometimiento: es decir, nuestro país suprime la esclavitud 75 años antes. 

Con lo antedicho no tengo en absoluto la pretensión de incurrir en comparaciones enojosas ni en caracterizaciones que puedan ser consideradas ofensivas por el pueblo brasilero, al cual respeto por encima de toda consideración.
Lo que hago es mostrar algo básico para sustentar la hipótesis de mayor trascendencia para dar cuenta de que la ultraderecha, el neonazismo a la brasilera, se haya hecho cargo del gobierno del país hermano: su vocación de imperio, su aspiración imperialista.
La tradicional oligarquía brasilera, de cuño esclavista, su gran burguesía, gran parte de sus mandos militares desde siempre y sus élites en general, mantuvieron siempre la expectativa de hacer del Brasil una gran potencia imperialista.

Breve comparación entre el Brasil y la Argentina

Aquí, reiterando que estoy desprovisto de toda intención de hacer comparaciones irritantes, señalo una diferencia cardinal entre las improntas del Brasil y de la Argentina:


Las clases o castas históricamente dominantes del Brasil tuvieron siempre vocación imperialista, el deseo de reeditar las viejas glorias como imperio. En cambio, los sectores dominantes de la Argentina, su oligarquía tradicional, su alta burguesía, sus élites intelectuales y parte de los altos mandos de sus fuerzas armadas prefirieron acomodarse a los dictados de las potencias extranjeras, obviamente imperialistas, tales como Gran Bretaña y, avanzada la segunda mitad del siglo XX, luego del derrocamiento del peronismo fundacional, los EEUU de Washington.



Volviendo sobre el neonazismo, Brasil, la Argentina y más

No obstante, durante largos períodos de su historia, aún con sus dictaduras militares, el Brasil resignó sus aspiraciones y se condujo reiteradamente “a la argentina”, sometiéndose a los EEUU de Washington fundamentalmente. Ello da cuenta del tristemente célebre y funesto Plan Cóndor, responsable del terrorismo de estado genocida de los 70, que determinó el secuestro y desaparición de decenas de miles de personas, entre ellas los 30.000 detenidos-desaparecidos argentinos.

El neonazismo a la brasilera, hoy gobernante, encarna, entonces, la aspiración imperial del Brasil: un detalle simbólico que subraya esta aspiración es que el flamante presidente se hizo escoltar por la guardia imperial, indudablemente un resabio anacrónico de las “viejas glorias”, tan anacrónico que parecía una escena que nos trasladaba, cuando menos, a dos siglos atrás.

El neonazismo promueve la santificación y la proyección imperialista de lo que entiende por nación, satisfaciendo las expectativas de la masa y, al mismo tiempo, antagonizando con el pueblo. El pueblo brasilero, como todo pueblo, es intrínsecamente antiimperialista ya que las clases o castas dominantes son inexorablemente antipopulares. 

Su acción antipopular se da, básicamente, en dos formas: una, la del sometimiento a condiciones de máxima explotación, de pérdidas de derechos, de retorno, incluso, de la esclavitud; la otra, por vía de impulsar guerras, cruzadas o acciones contra otras naciones y pueblos, tal como pasa con las potencias dominantes del planeta que llevan a sus poblaciones a incursionar bélicamente en otros países con los costos gravísimos que implica para ellas (para tales poblaciones las consecuencias son costos en vidas en los frentes de combate, costos en vidas por la retaliación que consuman grupos de los países invadidos y costos en todo tipo de recursos). 

Propaganda mediática, engaño de las masas, hastío de la política, corrupción y “síndrome de Estocolmo” son las condiciones externas que operan sobre las contradicciones internas: en el caso del Brasil, esa contradicción es entre el pueblo y los trabajadores que aspiran, por supuesto, a tener una nación soberana e integrada con otras versus las clases y castas dominantes que pretenden reeditar el imperio, ejercer el imperialismo y, al mismo tiempo, esclavizar a su población, destruyendo la organización y la acción política, la organización y acción gremial, etc. 

Por razones epistemológicas, digo al pasar, que prefiero al término “contradicción” – del territorio de la Lógica – el de antagonismo – propio de las Ciencias de lo Humano -, pero es, en este caso, sólo una aclaración a la que me impulsa mi neurosis. 

Aquellas condiciones externas, entonces, tienen su papel precisando que inciden pero no determinan.

En particular, hago referencia al “síndrome de Estocolmo” que tan de moda se puso. Insinuado por Freud padre, es Freud hija – Ana – quien acuña el mecanismo de defensa al que bautiza “identificación con el agresor”, señalándolo como antecedente para la construcción del superyó. Luego el francés Lagache y el austríaco Spitz, entre otros, reelaboran el concepto, introduciendo variaciones que no vienen al caso.
Ese mecanismo supone que el dominado o quien se halla bajo los alcances de una figura de autoridad, prototípicamente el niño bajo las figuras parentales, se identifica, inconscientemente, con rasgos de éstas asumiéndose a su vez como agresor. Interesante, guardando parentesco con tal mecanismo, es lo que Wilhelm Reich denominará la “mentalidad de sargento” consistente en el comportamiento por el cual el subordinado a algún superior se conduce despóticamente con el subalterno.
Es cierto que eso opera en quien vota y apoya al actual gobierno brasilero, de vocación imperial e imperialista, y al ocasional gobierno argentino, Cambiemos, que se subordina frívolamente al despotismo extranjero (potencias dominantes, capitalismo financiero, FMI y Tesoro de los EEUU de Washington, etc.). 
En primer lugar, esto acontece porque el votante masa y el miembro de la masa, amorfa y políticamente no comprometidos, sólo aspiran al poder por el poder mismo o, más bien, a la ilusión de poder. Entonces como el sargento de Reich, se identifica con el agresor y se torna contra los sometidos, contra sus hermanos de clase, contra su pueblo mismo. Votar y apoyar son actos políticos, por más que el miembro de la masa se autodefina como apolítico. De esta manera, recuperamos la pertinencia para aplicar un concepto como el de “identificación con el agresor” (Síndrome de Estocolmo según la moda) en el territorio de la política. 

Quien vota y apoya al ocasional gobierno argentino de Cambiemos, a diferencia del miembro de la masa brasilero, aspira a participar del poder “por contagio ilusorio” de las grandes potencias, sobre todo de los EEUU de Washington, haciendo de la alianza Cambiemos una correa de transmisión (más allá de que el actual presidente, su gabinete, quienes están a cargo de su membresía, sus aliados sean ellos mismos grandes capitalistas y hacendados nada angelicales). 
Eso hace que, para muchas y muchos, el actual gobierno argentino pareciera que se corresponde con las formas democráticas y que no es fascistoide: pero esto es así, porque manifiestamente del neonazismo se hacen cargo los poderes a los que se someten pero, al mismo tiempo, nuestros gobernantes y aliados trasuntan sus tendencias neonazis, sólo que algo más enmascaradamente que lo que sucede hoy con los gobernantes brasileros.


Conclusiones

El fenómeno neonazismo es una expresión política que conjuga el retorno a la deificación de la nación a la manera en que la entienden las clases y castas dominantes, la masa -acrítica, amorfa y políticamente no comprometida- y la aspiración compartida por las primeras y la segunda a reeditar “viejas glorias” imperiales y ejercer o incrementar el despotismo en sus distintas variantes (colonialismo, neocolonialimo, imperialismo y absolutismo vernáculo) o someterse activamente al mismo bajo “el imperio” de la ilusión.

Las potencias dominantes ejercen ya, y desde siglos, todas esas variantes del despotismo.

El neonazismo a la brasilera, hoy gobernante, aspira a reflotar el antiguo Brasil imperial y canalizar su vocación imperialista. 

El neonazismo de los países dependientes, como la Argentina, promueve la subordinación de castas y masas a las potencias dominantes extranjeras, con la ilusión de que en ellas radica el poder que de una u otra manera se derramará hacia tales países dependientes, dándoles la oportunidad (insisto, ilusoria) de gozar de sus mieles.

Dejo para otras publicaciones otras temáticas intrínsecamente asociadas al neonazismo, en particular la función que cumplen los nuevos cultos, impulsados sobre todo desde los EEUU de Washington, con gran influencia en el Brasil y con creciente presencia en nuestro país y otros de América Latina; también en la publicación que aborde esta temática, incluiré el rol que esos nuevos cultos le asignan a la Biblia.  
No olvido que también la “autoayuda”, la descomunal maquinaria propagandística de los EEUU de Washington (que incluye desde sus marcas hasta toda -¡toda!- su “producción artística” -cine, literatura, plástica, etc.), tienen su papel en la gestación, difusión, incremento de lo que se da en llamar neonazismo.

Rubén Rojas Breu, enero 4 de 2019



[i] Véase en rubenrojasbreu.blogspot.com la nota La Ley como fundante de la organización humana
[ii] Consultar la nota Concepto de pueblo y otros de teoría política

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