Rubén Rojas Breu
¿QUÉ SE JUEGA EN LA SERIE SURCOREANA “EL JUEGO DEL CALAMAR?”
Índice temático
Advertencia
Contextualizando
Sobre la serie El juego del calamar
Qué se juega en la serie El juego del calamar
Conclusión
Advertencia
La serie El juego del calamar es trivial.
Esta aseveración no tiene por finalidad impactar ni desconcertar y tampoco es una mera opinión ni un juicio de valor ni una afirmación prejuiciosa.
Es un aserto fundado en razones comprobables, verificables.
Es trivial si se consideran la temática de la que se ocupa y su narrativa: no hay innovación sino reiteración de lo ya leído o ya visto en cuentos, novelas, películas y series.
Sin embargo, es indiscutiblemente exitosa.
Barthes señaló hace décadas que los grandes relatos ya habían sido escritos, de modo que en el siglo XX o en nuestra contemporaneidad es prácticamente imposible encontrar tramas enteramente novedosas; en cambio, señala el semiólogo francés, cuentos y novelas de la actualidad se diferencian o renuevan a través de los indicios, a través de detalles particulares que pueden generar interés.
La serie surcoreana es trivial ya que, aplicando las acepciones del Diccionario de la Real Academia Española, recurre a lo “vulgarizado, común y sabido de todos”, a lo “que no sobresale de lo ordinario y común, que carece de toda importancia y novedad”.
Por eso esta advertencia: no escribo este artículo motivado por el deslumbramiento o la admiración ni por la disposición a recomendarla.
Este artículo obedece al impacto, al nivel de audiencia, la repercusión lograda. Es un artículo con el que me propongo dar cuenta del porqué una serie que califico de “trivial” pudo alcanzar tan resonante logro según sus niveles de audiencia, su celebridad y hasta el interés que despierta entre especialistas, intelectuales, referentes y medios.
Soy habitual espectador de películas y, sobre todo, de series surcoreanas, a muchas de las cuales considero excelentes e inigualables.
En favor de El juego del calamar destaco como muy valorable la producción, la estética -notoria en vestuario y escenografía-, la cámara y las magníficas actuaciones.
Es entonces una serie que exhibe muy logradamente lo ya sabido, lo ya relatado en innumerables novelas, filmes y series.
Desde luego que para quienes no han tomado contacto nunca o lo han hecho escasamente con relatos similares, la serie puede parecer novedosa, pero lo cierto es que ha atraído por igual a tales principiantes como a experimentados. Entre dichos principiantes hay que contar a niñas, niños y adolescentes que se dejaron atrapar por la serie y que, en casos que se difunden mediáticamente, la adoptaron al punto de incurrir en imitaciones que espantan a adultas y adultos; valdría considerar que esta serie no inaugura tales emulaciones ni mucho menos si se tienen en cuenta difundidos videojuegos. Casos notables son el de Pokémon go o filmes en los que se narra sobre asesinos múltiples adolescentes en establecimientos educacionales de los EEUU de Washington.
Resumiendo todo lo antedicho, las claves del éxito habría que buscarlas no en la originalidad de lo que se cuenta sino en el impacto que causa lo que se exhibe.
Contextualizando
La serie surcoreana El juego del calamar ya es todo un suceso y hasta hay pronósticos que la consideran la más resonante y de mayor alcance de todas las producciones de este género, incluyendo la muy exitosa La casa de papel y otras de similar repercusión.
Ya hace años la producción en cine y televisión de Corea del Sur comenzó a tornarse crecientemente destacable alcanzando la paridad no solamente con otras potencias en este terreno de Asia (Japón, China o la India) sino con Europa, con los países más prolíficos de América Latina, con Canadá y con Oceanía; al mismo tiempo, junto con todo lo que se genera en esas diversas latitudes, Corea del Sur participa del conjunto que empieza a pisarle los talones a los EEUU de Washington.
Series surcoreanas como Está bien no estar bien, Saimdang, memoir of colours, Mi vida incompleta o Mi señor se ubican entre las mejores producciones del planeta en décadas.
Así que la serie El juego del calamar no es un logro aislado, inédito o circunstancial de Corea del Sur sino una realización que forma parte de un plan de desarrollo que ese país se ha propuesto para llegar a lo más alto en esta industria y, sobre todo, en estas artes.
Las mejores realizaciones surcoreanas se destacan por la creatividad, la estética, la profundidad, la sutileza, libros y guiones, dirección, cámaras y actuaciones. Todo tiende a lo sobresaliente. No cabe idealizar ya que también, como suele acontecer, cuenta con producciones mediocres o poco originales, pero que, como en todas partes, constituyen la hojarasca sobre la que se eleva lo sublime.
Desde ya, El juego del calamar destaca por su dirección, su estética deslumbrante y actuaciones descollantes de un elenco con intérpretes ya consagrados, algunas y algunos, si no todas y todos, a la altura de las mejores y los mejores del planeta.
No voy a hacer ninguna sinopsis por dos razones:
- una, para no provocar en la eventual lectora o eventual lector de este artículo el disgusto por revelarle lo que quiere conocer de primera mano,
- dos, porque abundan ya en portales y sitios especializados resúmenes, descripciones y hasta revelaciones que atentan contra la intriga o el misterio que la serie contiene.
En este artículo voy a intentar desentrañar lo que está en juego, latentemente, en esta serie y, en lo posible, proponer algunas hipótesis que den cuenta del impacto que produjo, de la atracción en la numerosa audiencia.
Dando un rodeo que considero oportuno y pertinente, comienzo por algunas precisiones que sirvan para encuadrar:
- Corea del Sur es hoy la undécima potencia mundial, por lo cual buscar semejanzas y diferencias con la Argentina es un intento fallido cuando no una conducta tendenciosa, falaz, por la cual se incurre en comparaciones enojosas y engañosas, comparaciones por las cuales se pretende renegar (psicoanalíticamente hablando) de que mientras el país oriental está en la cúspide el nuestro se halla en plena decadencia, una decadencia que hasta asusta porque parece irreversible,
- En relación con lo antedicho, la pobreza en Corea del Sur, 14% (contra el 41% que se difunde sobre bases no confiables de la Argentina, un 41% que se queda corto) es, más allá de los respectivos porcentajes, una pobreza cualitativamente distinta (por empezar, no hay hambre ni villas ni favelas ni guasmos ni desprotección extrema de niñas y niños, etc.),
- En Corea del Sur el sentimiento de pertenencia nacional no sólo se da en la población sino también, acendradamente, en sus gobernantes, dirigencias, empresarios, sindicatos, movimiento estudiantil, mientras acá entre quienes ocupan posiciones líderes en todos los ámbitos prima no sólo el desprecio o desvalorización de lo popular sino de lo nacional, de la nación,
Si se reduce, como se acostumbra hacer, a la formación socioeconómica, efectivamente Corea del Sur es un país capitalista, pero esto es una simplificación dado que no hay ninguna nación equivalente o idéntica a otra, aunque se comparta dicha formación socioeconómica; este país asiático instrumenta el capitalismo, no se resigna a tal régimen ni se agota en él, tanto más cuanto pesan enormemente su historia, sus tradiciones, su particular enfoque de la libertad y los derechos, su cultura,
- Corea del Sur ha pasado por largos períodos de ocupación por parte de potencias extranjeras (Japón, China, Rusia, Francia, Gran Bretaña, EEUU de Washington, etc. e incluso soportó intromisiones militares simultáneas, una guerra calamitosa y sanguinaria en el marco de la flamante Guerra Fría por entonces y hoy vive bajo el “control” de los EEUU de Washington y las amenazas de China, Rusia y Japón, sin ir más lejos); de tanto intervencionismo extranjero se repuso con una dignidad admirable.
Quede claro que lo antedicho no es una puesta en palabras de una suerte de idealización de Corea del Sur, país en el que también hay desigualdad e injusticia, sino que se trata de un esfuerzo de objetivación con el fin de tener la mayor claridad posible acerca de la procedencia de la serie hoy tan resonante y también respecto de que hablamos de un país que se ubica a distancia sideral del nuestro, así como en una posición muy alejada de los hermanos países latinoamericanos y africanos.
Un argumento al que se apela para ejemplificar el estrago que estaría causando en Corea del Sur su régimen socioeconómico es el de la alta tasa de suicidios. El suicidio, como cualquier otro comportamiento o dato desolador, no se puede considerar aisladamente respecto de una cultura en su totalidad. En Corea del Sur la magnitud que alcanza en la inmensa mayoría de sus nativos el Superyó, particularmente en su función de “conciencia moral”, es determinante para que se dé esa tasa: el que se considera perdedor se percibe como alguien que se comportó cobarde o deshonrosamente en el combate. Justamente, el suicidio, el tipo de suicidio, de uno de los coprotagonistas hacia el final de la serie constata este aserto.
Sobre la serie El juego del calamar
Todo tiende a indicar que el atractivo espontáneo e inicial de la serie, “el gancho” o el anzuelo, se encuentra en la conjunción de su título con sus afiches o fotogramas en los cuales se destaca la estética, especialmente la del vestuario. Luego, las recomendaciones o el boca a boca aludiendo al relato, la trama y la tensión dramática contribuyeron determinantemente al éxito y alcance logrados, éxito y alcance todavía en curso.
Como es obvio el título es lúdico, pero esta obviedad deja de ser redundante si se considera cómo se articulan los vocablos clave “juego” y “calamar”.
No se trata de cualquier juego, sino del juego del calamar lo cual genera intriga: para los surcoreanos, según cuenta la serie, es conocido y muy practicado en la infancia, pero aun así despierta para ellos el interrogante acerca de qué se tratará en este caso, por qué una serie se ocupa de un entretenimiento popularizado; para quienes pertenecemos a otras latitudes se trata de responderse a la pregunta “¿de qué se tratará este juego?”.
Que un título contenga intriga o misterio genera impacto.
Ahora bien, dando un giro a la espiral, el título anticipa que a la serie hay que considerarla como un juego; nos está diciendo que verla es participar de una experiencia lúdica y, por lo tanto, no se trata de tomar en serio, con toda la carga dramática que supone, su contenido.
La combinación con la palabra “calamar” subraya lo antedicho ya que este molusco se asocia, por quienes lo conocen, con lo simpático, la inocencia y, además, con lo rico (muy especialmente, en su versión “rabas”).
De tal manera, es un título que conjuga lo lúdico, la intriga, la simpatía y lo goloso.
La
estética es otro pilar de la serie y se manifiesta
fundamentalmente en los escenarios intensamente cromáticos y los vestuarios
vistosos.
Más allá de lo dicho al principio acerca de que carece de originalidad en lo referente a la temática y lo narrativo, a la vez es cierto que cuenta con sobrada tensión dramática dada la índole de los juegos y lo que se pone en juego, la incertidumbre respecto de en qué consistirán y cuáles serán los desenlaces y las formidables actuaciones.
Tiene un ritmo ágil, contiene secuencias atractivas, incluye intriga y misterio, y si bien su final no desconcierta, tampoco es necesariamente previsible, es relativamente sorprendente y queda abierto, dejando el interrogante acerca de si está en carpeta una segunda temporada (el director, Hwang Dong-hyuk dejó entrever en entrevistas que es posible).
Gran parte de las problemáticas que actualmente cobran vigencia o pasan a ocupar lugares de la mayor consideración están presentes: la competencia desaforada y desleal, la lucha de los carenciados contra carenciados o de “perdedores” contra “perdedores”, la desigualdad extrema de poder y de riqueza, la violencia de género, el endeudamiento a nivel micro (de personas y de familias).
Pareciera que para los realizadores éste último fuese el tema que les interesa subrayar ya que hacia el final señalan que ese tipo de endeudamiento prácticamente empata con el PBI surcoreano.
Creo, sin embargo, que quedarse con las explicaciones que simplifican ciñéndose a los males intrínsecos al capitalismo, incluyendo tal índole de endeudamiento atroz, es conformarse con poco y caer en lo trillado.
Finalmente, el capitalismo, deviniendo hoy lacra y lastre, no inventó las competencias feroces en las cuales se trata de vivir o morir, de subsistir o matar. En las antiguas Olimpíadas las luchas cuerpo a cuerpo eran a muerte y ésta era causada de una manera salvaje; lo mismo vale para el circo romano y las peleas entre gladiadores, los torneos medievales o, incluso, en nuestro continente, las acciones devastadoras o inhumanas que llevaban a cabo contra poblaciones originarias enteras los grandes imperios, particularmente el azteca. En la antigüedad remota helena se creía en la esfinge de Tebas, la cual devoraba a los viajeros que no adivinaban las respuestas de sus acertijos (Edipo dio con ellas y salvó su vida, causando, según una de las tantas versiones, el suicidio del monstruo).
Más acá en el tiempo hay que sumar a los duelos y tantas versiones sanguinarias de enfrentamientos “competitivos” sin olvidar cómo se complacían o complacen en el culto de la muerte el nazismo, el fascismo, el franquismo, el estalinismo, el supremacismo blanco de los EEUU de Washington, las intervenciones todavía corrientes de las grandes potencias en países colonizados, los fundamentalismos, así como las dictaduras cívico militares genocidas de nuestra latitud.
Además, tantas y tantos migrantes desesperadas y desesperados por llegar a Europa o a los EEUU de Washington participan de su propio “juego del calamar”: ¿quiénes lograrán llegar a la meta luego de cruzar en forma precaria el Mediterráneo o quiénes podrán poner un pie en el país del Norte de América, luego de largas travesías, de vadear arriesgando su vida el río Bravo o sortear la sanguinaria represión de parapoliciales y policías al servicio del supremacismo blanco yanqui?
En otro plano, infinidad de videojuegos atrapan constantemente a niños, niñas, adolescentes y adultos con su trama en la que los personajes deben alcanzar sus metas jugándose la vida y, en el intento, “muchas vidas” se pierden. Esto último debería tenerse en cuenta cuando inquisidoras e inquisidores cuestionan el efecto deletéreo que la serie surcoreana produce en infantes, infantes que ya están entrenadas y entrenados a jugar, ficcionalmente, a la vida o la muerte con su “play station”.
Independientemente de las intenciones de autores y realizadores de la serie El juego del calamar, considero que la perspectiva con que hay que afrontarla va más allá de un concreto período histórico y de las brutales limitaciones de una formación socioeconómica basada en la explotación de pocos humanos sobre grandes masas.
Tampoco cabe el reduccionismo a los instintos o a lo pulsional. Según el semiólogo francés Christian Metz, Freud desarrolla su producción en dos registros o discursos: el económico, basado en lo pulsional, y el simbólico.
De ceñirme a ambos opto, como Metz, por el último. Pero me permito dar un paso más y avanzar en el camino abierto por Politzer, Bion, Pichon Rivière y Bleger: el de la dramática, la dramática humana obviamente.
El gran aporte de Freud, insuperable y descomunal aporte, se basa en haber formulado una relación constitutiva, la interacción entre lo inconsciente/ el inconsciente y la conciencia, según mi interpretación; esa interacción es el cimiento sobre el cual se edificó toda esa creación desbordante y riquísima que es el Psicoanálisis, ruptura epistemológica mediante, cardinal fundador de la Psicología como ciencia con ramificaciones que se propagan en todo el territorio de las Ciencias de lo Humano.
Al mismo tiempo sostengo que lo instintivo o lo pulsional es una apelación a lo exógeno, a la búsqueda de causas de los comportamientos humanos que parten de lo que está por fuera de lo humano. Casi todo el edificio del Psicoanálisis, versión de su creador, se basa en el enfoque endógeno por el cual las determinaciones se descubren o formulan en función de lo intrínsecamente humano, de lo inherentemente humano: dicho de otro modo, de acuerdo a lo que es propio y sólo propio de lo humano.
De tal manera, no abordo el análisis que acá me propongo de la serie surcoreana ni sobre la base de lo que genera una formación socioeconómica, el capitalismo, ni sobre la base de lo instintual o la lucha entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte o las lecturas simplistas del Eros y el Tánatos.
Manifiesto enfáticamente que no procuro dejar al capitalismo a salvo; lo que aplico es un enfoque que, ajustándose a los requisitos epistemológicos, dé cuenta de la serie surcoreana basándose en que lo que trata es propio de la dramática humana, más allá de una particular formación socioeconómica. En todo caso, el capitalismo aportará a los juegos “a vida o muerte” ingredientes de su cuño, pero insuficientes para responder en profundidad al interrogante en torno al porqué de tales juegos, de su repercusión y, en particular, de la resonancia lograda por la serie surcoreana.
Qué se juega en la serie El juego del calamar
Dos ángulos para dar respuesta a la pregunta de este subtítulo.
El primer ángulo se refiere a algo ya adelantado en este artículo: Corea del Sur apuesta a alcanzar posiciones de liderazgo a nivel del planeta en películas y series. Por cierto, lo está logrando y las plataformas de mayor penetración corroboran tal afirmación.
Éste es el ángulo que corresponde a lo exterior a la serie, a su alcance masivo, su penetración y su éxito. Es como si en este éxito la serie hubiera concretado la salida airosa de su propio “juego del calamar”, ése en el cual miles de producciones a diario en el planeta procuran llegar a la meta salvando infinidad de obstáculos, máxime cuando no se cuenta con la descomunal maquinaria de propaganda de la que disponen los yanquis.
El otro ángulo corresponde a la interioridad de esta realización y bucea en búsqueda de las claves de esta realización y de su impacto en vastas audiencias.
Esas claves no se encuentran meramente en considerar a la formación socioeconómica capitalista, hoy tan agónica como devastadora, ni tampoco en la pulsión de muerte, en el Tánatos o en la entropía derrotando a la pulsión de vida, al Eros o al equilibrio termodinámico. Éstas serían fuentes exógenas que carecen del requisito de la especificidad o de la singularidad endógena, requisito según el cual la explicación de un fenómeno debe ser aplicable a tal fenómeno y sólo a tal fenómeno. Esas fuentes exógenas pueden aplicarse a infinidad de eventos, homogeneizándolos y, descuidando, por lo tanto, la heterogeneidad y la singularidad.
Si lo que centralmente se juega en El juego del calamar es relativamente atemporal o trasciende los límites de un período histórico determinado y de una formación socioeconómica concreta, tenemos que buscar qué es propio y hasta constitutivo de lo humano.
Por supuesto, qué es propio y hasta constitutivo de lo humano reflejado en la serie, ya que en nuestra especie se da mucho más, también propio y constitutivo, que lo que la serie exhibe.
Al respecto, vale señalar que la serie no incluye de manera protagónica, no tiene por qué hacerlo, lo que existe fuera de ella, un “fuera de ella” en la cual se da la solidaridad, la lucha política, la producción de conocimiento y de arte, etc. No obstante, hay alusiones a ese “fuera de ella”, algunas elocuentes, en las que se percibe que gran parte de la sociedad coreana, la gran parte, ama, trabaja, convive, construye futuro o, también, padece, lucha, todo de una manera que no es idéntica a lo que la serie enfoca. Esto último vale para Corea como para cualquier latitud.
En la frase “no es idéntica” estoy dejando entrever que allí se encuentran los intersticios y los espacios, que debidamente interpretados, pueden ser aprovechados para generar las condiciones sociopolíticas, las alteraciones en la “correlación de fuerzas” o en las relaciones de poder, para dar con la génesis de la transformación deseable.
Una de las calamidades que afrontamos es la del despliegue de sofistas que abruman a diario, siempre combinando arrogancia con superficialidad, acerca de las tendencias imperantes hasta absolutizarse acerca de la etapa histórica que nos toca vivir: así tenemos lo que hablan de que vivimos la era de la posmodernidad, o de la modernidad líquida, o de la encerrona en las garras de los medios masivos de comunicación o las redes virtuales, o del fin de la historia y de las ideologías o del imperio de lo efímero o, por supuesto, de la omnipotencia del capitalismo.
Tales corrientes sofistas y sus voceros, entre los cuales se incluye precisamente un surcoreano, Han, desconocen la complejidad de lo humano, la vastedad de lo que abarca, la heterogeneidad de comportamientos sociopolíticos y de culturas, y, también, lo cual es muy grave, que la inmensa mayoría de la población del planeta sufre hambre, miseria, guerras desastrosas, intervencionismo e intromisión, injusticia en todos los órdenes de la vida y que, por lo tanto, está muy lejos de ser alcanzada por la artificiosa y falaz “posmodernidad”. Quienes así predican sirven, objetivamente, a los intereses de las potencias y corporaciones dominantes, poniendo su mirada sobre los concentradores de poder e ignorando a los pueblos; más allá de sus intenciones conscientes, se comportan como mercenarios del imperialismo.
En su célebre tesis XI sobre Feuerbach, Marx afirma: “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Todos esos predicadores a los que me refiero siguen las huellas de los filósofos de los que habla Marx y, por lo tanto, solamente interpretan (y para más, mal) en lugar de proponerse y proponer la lucha política que conduzca a la transformación.
Entonces veamos: ¿qué es lo que atraviesa la historia de la humanidad más allá de las eras, de los períodos o de las formaciones socioeconómicas y que, de una particular manera, la serie surcoreana pone en escena?
El despotismo, tan camaleónico como para adoptar distintos ropajes y apariencias en distintas circunstancias históricas, es la configuración que tiende a perpetuarse y aquí encontramos la clave por excelencia a partir de la cual descifrar qué se juega en la serie surcoreana.
Pero para no incurrir en lo mismo que arriba descalifico, advierto que el despotismo -y los despotismos- tiene en el pueblo -y en los pueblos- a su enemigo.
Parafraseando a Marx y, simultáneamente diferenciándome de él, postulo que la Historia es la historia de la lucha de los pueblos contra los despotismos.
La serie surcoreana muestra una de las versiones, en este caso alegórica y obviamente ficcional, del despotismo.
En la serie, sus realizadores, nos muestran como al pasar, en una breve secuencia casi resumida en un fotograma, la portada de un texto del psiquiatra y teólogo laico francés Jacques Lacan, otro que integra el ejército de predicadores sofistas.
La referencia clave de esa secuencia alude al “deseo” informándonos, quizá, que la serie reflejaría la concepción lacaniana de tal noción (noción cuando se trata de Lacan, noción vaga y filosófica; concepto cuando la fuente es Freud y concepto cuando a través de mi creación, el Método Vincular, se busca hacer del “Deseo” una premisa teórica epistemológicamente fundada, una formulación científica).
Lacan, basándose en Hegel (o copiando de éste) sentencia aquello de que “el deseo es el deseo del Otro”.
De acuerdo a mi conceptualización del Deseo, según el Método Vincular, el mismo es interaccional: el Deseo resulta de la articulación entre el deseante y lo deseable, así como, a la par, de lo deseable y el deseante. No hay deseo sin deseante y deseable o deseable y deseante articulándose, planteado de modo tal que ambos términos son siempre intercambiables y siempre se superponen o concurren.
En el despotismo se procura que uno de los actores, interactuantes, niegue al otro la condición de deseante y deseable.
Asimismo, planteada tal premisa, defino al Deseo como la articulación entre:
- La vivencia de plenitud o, lo que es lo mismo, la imagen ideal de sí.
- La percepción de dominio sobre los otros y sobre lo otro, el poder.
Resumiendo, el Deseo conjuga imagen ideal de sí con poder.
En el despotismo la interacción se da de tal manera que un término, el déspota, aspira a concretar, de modo excluyente, la imagen ideal de sí con la posición de concentración absolutista de poder. Al mismo tiempo, niega al otro, a los otros y a lo Otro toda posibilidad, ni siquiera de aspirar, a tal concreción.
La condición inexorable y determinante para que el despotismo, a través del agente despótico (o del grupo despótico o del déspota a secas), aspire a concretar su deseo es el encierro endogámico.
En el despotismo la regla constitutiva es que todo se debe dar dentro de un cerco determinado y que queda vedada toda vinculación con lo exterior, con lo exogámico, con la posibilidad de desarrollar lazos de alguna índole que estén por fuera de tal marco. Si por alguna razón se torna inevitable el contacto con el exterior, el despotismo filtrará de manera que en tal contacto sólo se perciba lo compatible con él.
De tal manera, el despotismo es la versión extrema de lo que, como uno de los cimientos del edificio teórico del Método Vincular, denomino Primarización (para lo cual remito a mi libro Método Vincular. El Valor de la Estrategia, Eds. Cooperativas de Bs. As., 2002 y a artículos publicados en medios especializados y en rubenrojasbreu.blogspot.com).
Toda la serie, salvo algunos atisbos que hay que detectar con una mirada minuciosa, ambiciosa del detalle o de lo sutil, transcurre dentro de los límites de la Primarización y contiene los cuatro Posicionamientos Vinculares que se ubican en la misma: el Dominancial y el Hedonista, distribuido entre los agentes despóticos o déspota, y el Mágico y el Doméstico, repartidos entre los participantes, sometidos, y también sus entornos de origen hasta donde éstos son incluidos.
El Dominancial y el Hedonista privilegian la dimensión Significante o instituyente: fundan, imponen, observándose la primacía del primero desde el principio al final de la serie y aludiéndose al segundo, particularmente en la lascivia y el intento de consumación erótica por parte de uno de los espectadores, el magnate atraído por el joven policía infiltrado.
El Mágico y el Doméstico, los cuales privilegian la dimensión Significado, se manifiestan, sobre todo, entre los participantes sometidos: la vinculación con lo supuestamente lúdico que resolvería milagrosamente sus carencias el primero y en la búsqueda de protección, los intentos de huida para preservar el valor de la Vida el Doméstico, notorio también, al menos, en la inclusión del hogar o los hogares del protagonista.
Ahora bien, aun cuando todo lo antedicho tiene sustento y habré de mantenerlo, debo hacer una revisión o, mejor expresado, un cambio de enfoque.
En todos los relatos, el final es estructurante: es desde el remate de una pieza (novela, cuento, filme o serie) que le encontramos el sentido más pleno a la obra en cuestión.
El final de El juego del calamar tiene dos tiempos:
- el primer tiempo, consiste en cómo el protagonista se desentiende, rechaza, el premio consistente en más de cuarenta millones de dólares. Es decir, el dinero por el cual él, y todos los participantes, parece que fueran atraídos es desechado en una primera y trascendental instancia.
Tal dato confirma lo que defino como Deseo: la articulación entre imagen ideal de sí y poder. Llegar al éxito significa para el protagonista haber alcanzado su imagen ideal y sentirse dominante, incluso sobre quienes diseñaron y patrocinaron el juego (todo representado en la prolongada secuencia entre el organizador de la competencia y el protagonista).
- el segundo tiempo, el remate como tal, supone que finalmente el protagonista se hace del dinero, se propone salir de viaje hasta que se entera de un modo pretendidamente casual que el juego se reeditará y, volviendo sobre sus pasos se dirige con destino desconocido, aunque se podría presumir que lo anima impedir la probable competencia que él ya había experimentado.
En el rechazo al dinero puede suponerse que pesó su conciencia moral, afectada notoriamente, porque el premio fue a costa de la muerte de sus competidores y, muy particularmente, de su antiguo compañero o amigo. Sin desconocer esta motivación, no obstante, el logro del Deseo consiste en lo ya dicho: conjugación de imagen ideal y poder.
De tal manera, lo que se juega en la serie surcoreana es:
- por una parte, cómo se configura y cómo opera el despotismo, dejándose en claro que finalmente es impersonal, más allá de que se expresa a través de grupos, castas, élites o personas que hacen las veces de agentes despóticos,
- por otra parte, cómo se lo afronta por parte de los tiranizados.
La serie surcoreana respecto de esta última cuestión transcurre mostrando cómo los sometidos, a través de variados comportamientos, aceptan el régimen despótico.
Lo que no pone “en juego” la serie es que, al despotismo en todas sus variantes, a los regímenes despóticos, se lo enfrenta con la Política: con la conducción, la organización, la estrategia y la acción políticas.
Hasta deja suponer de acuerdo al final que quizá, si hay una nueva temporada, el protagonista salga a enfrentar a los organizadores de la competencia con una suerte de cruzada personal, a la manera del héroe, desconociendo aquella sentencia de Oesterheld por la cual el héroe es el grupo, el héroe es un colectivo políticamente organizado (y no esos cachivaches concebidos como superhéroes por la maquinaria de propaganda estrambótica yanqui).
Cabe la hipótesis de que la atracción generada por la serie se basa, fundamentalmente, en cómo describe en clave dramática el despotismo, hoy imperante en todo el planeta en las más variadas versiones, cubriendo un amplísimo espectro y, a menudo, camuflándose con ropajes que hacen suponer que en distintos países se vive en democracia.
Espectadoras y espectadores perciben que sus propias vivencias de lo despótico, incluyendo la desesperanza, el sentimiento de la “sin salida”, están dramáticamente descritas en la serie.
Conclusión
La serie surcoreana no pretende, ni tiene por qué hacerlo, ir más allá de la descripción, una descripción que, como tal, inexorablemente confirma al despotismo ya que:
- incurre en fatalismo,
- desconoce la Política.
Esto último no implica que juzgue yo a la serie por su proclividad al fatalismo y por omitir a la Política: es una serie y, como cualquier tipo de narración, no tiene por qué cumplir con un mandato.
Pero sí quiero señalar que para espectadoras y espectadores se abren dos opciones:
- una, aceptar mansamente que el despotismo es invencible, con lo cual obviamente se lo fortalece,
- otra, la de asumir la conducción, organización y acción política, tomando a la serie como un interesante disparador.
Rubén Rojas Breu
Octubre 22 de 2021
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