Rubén Rojas Breu
LO QUE INFECTA ES EL VIRUS
Sobre el fracaso de la comunicación y las campañas de prevención
Un dramático llamado de atención
No es mi intención exagerar, dramatizar por gusto ni reprochar cayendo en lecturas maniqueas.
Lo cierto es que el que infecta, el virus SARS Cov 2, causante de la Covid 19, sigue avanzando descontroladamente en todas las latitudes del planeta.
Todavía estamos muy lejos del principio del fin de la pandemia. Más bien, estamos en pleno curso de la pandemia.
¡Estamos en pleno curso de la pandemia!
Las bienvenidas vacunas, empezando por la rusa Sputnik V, son todavía una lucecita apenas visible al final de un túnel extenso. Estamos muy lejos, acá y en todo el planeta, del momento en el cual la vacunación masiva haya alcanzado la magnitud que se requiere para el principio del fin y ni hablar acerca del tiempo que nos separa del término de la pandemia. En el camino, millones pueden ser afectadas y afectados por el patógeno y millones también quienes afronten cuadros sumamente graves o mueran.
Los gobiernos y quienes están a cargo de la salud pública aquí y en otras latitudes no tienen claro cómo encarar la vacunación y hasta se habla, en nuestro país de resignarse a aplicar una única dosis, en lugar de las dos que corresponde. Los laboratorios, los cuales prometieron irresponsablemente, no pueden producir en corto tiempo en la escala que hace falta.
Por eso, cabe un dramático llamado de atención, una muy enérgica advertencia: con lo único que contamos es con las medidas de prevención para evitar que el coronavirus SARS Cov 2 ingrese en nuestros cuerpos, en nuestros sistemas, en nuestros organismos, en nuestras vías respiratorias, en nuestros órganos, tejidos y células y, también, en nuestros grupos de pertenencia y entornos.
Insisto en la frase del título y en contenidos de lo antedicho: el que infecta es el coronavirus, el SARS Cov 2 y únicamente ese virus es el que infecta produciendo la Covid 19.
Desarrollaremos a lo largo de este artículo muy conceptual los fundamentos y los alcances de esa afirmación tan enfática de que es el virus el que infecta.
No infectan ni los animales ni los humanos. Animales y humanos son huéspedes a los que el virus infecta y parasita y son portadores cuando el patógeno se replica en sus organismos.
Puede parecer que haya comenzado este artículo machacando, reiterándome abusivamente, pero si es así eso se debe a que me veo impulsado a sacudir las conciencias, a abordar las cosas como corresponde, a confiar en la ciencia y, por lo tanto, en un abordaje epistemológicamente sustentable como el que va a definir y distinguir a este artículo (distinguir respecto de todo, todo, lo que se publica y difunde).
Como sostiene Bachelard en su texto La formación del espíritu científico “lo real no es jamás ´lo que podría creerse´ sino siempre lo que debiera haberse pensado”.
Gobiernos, dirigencias, expertos, intelectuales, medios de comunicación masiva y, por supuesto, las grandes corporaciones movidas sólo por sus intereses, estimularon y avalaron “lo que podría creerse” y, hasta ahora, no pensaron como debería haberse pensado.
Un ejemplo elocuente y penoso de lo antedicho es la campaña comunicacional “Cuidadanía” de la Presidencia de la Nación en nuestro país.
Lo que debería pensarse
Como señala de hecho Bachelard en su obra arriba citada, el enfoque científico, epistemológicamente sustentable, es endógeno.
Eso quiere decir, que la explicación científica debe partir de la interioridad de lo real bajo estudio, de lo intrínseco, de lo que le es propio y lo determina.
Lo real es territorio de la ciencia.
La ciencia se ocupa de lo real y cuando la misma está ausente, se imponen al mismo tiempo, intrínsecamente articulados, lo imaginario o ilusorio, las creencias, con lo exógeno, con la búsqueda obsesiva e infructuosa de las causas de lo que suceda en factores externos, en lo que se percibe sin cuestionarlo, sin ponerlo bajo la lupa rigurosa del conocimiento.
Se incurre así en la trampa que tienden los obstáculos epistemológicos, conjuntos de creencias y prejuicios que llevan a suponer como cierto lo que disfraza, enmascara, oculta, encubre, desfigura.
De tal manera, las apariencias impiden el acceso al conocimiento probado, fundamentado, al conocimiento sostenido en las teorías y conceptos científicos. Quizá el ejemplo más resonante es que durante milenios la Humanidad creyó que el Sol giraba alrededor de la Tierra, hasta la irrupción de Copérnico, Kepler y Galileo. Si nos dejamos llevar por la apariencia, podemos seguir creyendo tamaña cosa, ya que en cada amanecer vemos “salir el sol” y lo vemos ocultarse con el crepúsculo, como si la Tierra estuviera inmóvil, fija. Durante milenios la Humanidad entendió que lo real era su creencia geocéntrica cuando debería haber pensado que se trataba de que nuestro planeta orbita permanentemente alrededor del Sol, el cual a su vez se desplaza, atraído por otras grandes masas celestes en el seno de la Vía Láctea.
Todas mis producciones científicas y, particularmente la más difundida, el Método Vincular, se sustentan en el enfoque endógeno, el epistemológicamente sostenible, fundado, luminoso.
Lo que debería pensarse sobre la Covid 19
Las creencias, lo que tiende a creerse, las apariencias tozudas llevan a suponer, pertinazmente, que la propagación de la Covid 19 es consecuencia de que las personas, los grupos, las masas interactúan sin control.
Hoy están puestos bajo reproche y hasta sometidos a la persecución los jóvenes. Ya había pasado lo mismo con los trabajadores de la salud los cuales fueron meses atrás atacados por hordas acusados de la diseminación de la infectocontagiosa. También sucedió con quienes integran los mal llamados “grupos de riesgo”, particularmente los mayores de 65 años, al punto de que se dieron múltiples casos de agresiones en la vía pública, en supermercados, etc.
Aplicando el enfoque científico, endógeno, el causante de la Covid 19 es el coronavirus SARS Cov 2, es un virus.
Quienes se infectan con el mismo, asintomáticos o cursando la enfermedad, son huéspedes y portadores y, por lo tanto, pueden contagiar.
Parece una perogrullada, pero no hay contagio sin infección.
El que contagia está infectado y lo que infecta es ese coronavirus.
Gobernantes, expertos, referentes, intelectuales, medios de comunicación masiva, concentradores de poder, invirtieron los términos.
Tanto ponen el acento en el contagio y en quienes contagian que eliden, incurren en elipsis: es decir, omiten la palabra y el concepto determinante por excelencia, la palabra y el concepto que hacen referencia al coronavirus, al SARS Cov 2.
Al hacerlo, reemplazan al coronavirus que infecta por el portador que contagia.
Según el diccionario de la RAE, una infección es la acción de infectar la cual define como:
“Dicho de algunos microorganismos patógenos, como los virus o bacterias, invadir un ser vivo y multiplicarse en él”.
La RAE define al contagio como “la transmisión de una enfermedad, por lo general infecciosa, de un individuo a otro”.
De tal manera, todas las políticas, acciones y campañas de prevención, desacertadamente, ponen desmesuradamente el acento en el contagio y olvidan la infección.
Dicho de otro modo, sancionan al portador que contamina olvidando al patógeno que infecta.
¿Significa esto que el contagio no importa? ¿Significa lo que estoy señalando que la conducta desaprensiva que lleva a que portadores, irresponsablemente, a sabiendas o no, contagien es irrelevante?
No, terminantemente no.
Por supuesto que hay que insistir en las medidas de prevención y también en desalentar, con energía, los comportamientos que generan la diseminación del virus.
Claro que hay que hacerlo con la mayor justicia y sin estigmatizar ni inventar chivos expiatorios, como actualmente sucede con los jóvenes, tanto más cuanto estos sufren en su mayoría pobreza, indigencia, abandono, invisibilidad, persecución, represión y otras atrocidades. El chivo expiatorio es el modo primitivo de exculparse, proyectar en términos psicoanalíticos, sobre alguien, generalmente débil, para librarse de las propias responsabilidades y “lavarse las manos” o acomodarse el saco.
Las grandes corporaciones, así como empresas privadas y organismos estatales, someten a sus trabajadoras y trabajadores a condiciones de insalubridad. Lo mismo sucede en hospitales públicos y clínicas privadas con los agentes de salud. Tampoco se cuida a demás sectores con trabajadores esenciales.
Bancos y grandes comercios no están respetando los protocolos, exponiendo a sus trabajadores, usuarios y clientes.
Gran parte de los gobernantes, intelectuales, referentes de todo tipo dan malos ejemplos o hacen campañas anticuarentena y antivacuna y sigue la lista de inconductas.
Así que, las barbas en remojo tienen que ser puestas por quienes desde sus posiciones de poder y lugares de decisión tienen comportamientos irresponsables.
A eso hay que sumar la confusión que se genera por mensajes contradictorios, en parte por el desconcierto que produce el modo de comportarse el coronavirus, en parte por las propias incapacidades y, para peor, la soberbia.
Hechas todas las aclaraciones y todas las salvedades, es incorrecto poner toda la carga en portadores, en quienes potencial o realmente contagian y olvidarse del coronavirus, olvidarse del primer y determinante factor, del causante.
Lo que debería hacerse
De acuerdo a lo antedicho, de acuerdo al enfoque científico, endógeno, hay que empezar por lo primero, por el principio y vaya obviedad.
Lo primero es el virus.
Debería extremarse la información sobre el coronavirus SARS Cov 2, habría ya que incrementarla notoriamente.
Todos los medios masivos de comunicación deberían informar sobre el virus y sus características. Debería ser tema de las clases presenciales o virtuales en todos los niveles educativos. Debería ser descrito con sobrada elocuencia en conferencias dadas hasta en los últimos rincones. Deberían aprovecharse las redes virtuales para mostrarlo y describirlo.
Tal como están las cosas, se conjugan dos desaciertos:
- Poner todo el peso en el contagio y olvidarse del virus, de lo que infecta, confundiendo entre infección y contagio
- Pretender que una pura abstracción, algo tan desconocido como un virus, pueda ser reconocido por las poblaciones, así como así. Los expertos (infectólogos, virólogos, biólogos, etc.) dan por hecho que las poblaciones saben qué es un virus y se dedican exclusivamente a hablar de prevención y contagio, sin hacer saber de qué hay que prevenirse.
Se incita a prevenirse del amigo, del compañero, del familiar, del vecino o del que caiga en la volteada sin mencionar al virus.
Las poblaciones necesitan ponerle carnadura al virus, verlo, observarlo, conocerlo. Requieren que se les haga visible eso que tanto se difundió, muy mal, como “enemigo invisible”, frase absurda si las hay.
El SARS Cov 2 es visible.
Claro, es visible con microscopía electrónica de última generación en condiciones de estándares sumamente elevados de bioseguridad y en estado de criogenicidad (extremo congelamiento).
Por lo tanto, las imágenes fotográficas del coronavirus deben difundirse a través de las redes virtuales, de las clases, de las conferencias, de los noticieros, etc.
Debe hacerse saber que mide unos 70 nanómetros: o sea setenta millonésimas de milímetro lo cual significa que este virus es alrededor de setecientas millones de veces más pequeño que un mosquito.
Que, por lo tanto, sale al ambiente con sólo respirar y también, todavía en mayor cantidad, al hablar, cantar, reír; ni hablar con un estornudo o un acceso de tos.
Que pueden transportarse en una minúscula gotita expelida por una persona infectada cientos o miles de millones y así, a través del aire, en corta distancia, pasar a otra persona.
Pero ese pasaje es consecuencia de que el virus primero infectó.
Así que hay que mostrar, en todas las formas, al virus.
Mostrar cómo es, cómo infecta, como ingresa a las células humanas, a las vías respiratorias y otros órganos, cómo se multiplica velozmente, cómo sale al ambiente, cómo se propaga de persona a persona.
Eso es más relevante que estar localizando, identificando, a quienes contagian, sin dejar de lado la contagiosidad.
Si se cuenta sobre el virus, si se cuenta y con imágenes, con fotografías electrónicas y con animación, dibujitos, infografías y otros recursos, el centro de la escena lo va a ocupar lo que la tiene que ocupar: el virus SARS Cov 2.
Eso provocará el efecto de que, al hablarse de él, se genere interés, se conozca más, se entienda mejor por qué hay que prevenirse y cómo hacerlo.
Sería pasar de una pura abstracción, de una idea pura idea, a algo con sustancia, con carnadura, tangible de alguna manera. Porque falta tangibilidad del virus, palparlo, simbólicamente hablando.
En resumen, dos pasos para campañas integrales de prevención:
- Primero, centrarse en la infección y, por lo tanto, en dotar de cuerpo al coronavirus causante de la Covid 19
- Segundo, apelar a la prevención del contagio.
Porque ése es el orden lógico: infección – contagio.
Y esto último hay que encararlo sin maniqueísmos y sin responsabilizar a sectores vulnerables de la población, sean jóvenes o sean de los estratos que sean.
El fracaso de la comunicación y de las campañas de prevención se deben, fundamentalmente, a que se centraron en el contagio, acusando, y se olvidaron de la infección y su causante, el coronavirus.
EXPLOTACIÓN, DESCONCIERTO, FRUSTRACIÓN Y RENEGACIÓN POR LA PANDEMIA
La pandemia se expande, enfermando y matando.
Su expansión en lugar de inducir a conductas de prevención parece que se asociara con descuido, abandono de acciones profilácticas y una temeridad que se expresa en ir al encuentro con el coronavirus, el SARS Cov 2.
Ese se da en el marco de un mundo en el cual gobernantes y dirigencias tanto políticas como sectoriales tienden a replegarse y a subordinarse a los dictados de los factores de poder y, en particular, a la sumisión al capitalismo en su vertiente más voraz. La voracidad se nota hasta en la guerra de las vacunas y el intento de grandes corporaciones farma para hacer sus negocios politiqueros y comerciales con tal producción destinada a generar la anhelada inmunidad.
De todas las conductas que están en su apogeo actualmente con la pandemia, seleccioné para este artículo tres que observo tienen su preeminencia:
Desconcierto
Frustración
Renegación
Entre las acepciones del diccionario de la RAE seleccioné éstas acerca de la palabra “desconcierto”.
- Estado de ánimo de desorientación y perplejidad
- Desorden, desavenencia, descomposición
- Falta de modo y medida en las acciones o palabras
- Falta de gobierno y economía
La primera acepción es notoria en gobiernos y dirigencias que intentan ejercer su rol con cierta responsabilidad. Al mismo tiempo, incurren en la última de las acepciones referida a la falta de gobierno y economía, a una incapacidad en el pensamiento, el discurso y, sobre todo, en las políticas y acciones que los lleva a una suerte de sin salida o a dilemas falaces como “vida o libertades”, “salud o economía”.
El desconcierto, que también se da en angustiados sectores de la población, lleva a mensajes contradictorios, pérdidas de rumbo, a poner exageradas expectativas en la vacuna olvidando que ésta todavía está en pañales, aún con todos los palpables y promisorios avances.
La ultraderecha, oligárquica y cipaya en un país como el nuestro, continuamente exhibe la tercera de las acepciones: “falta de modo y medida en las acciones y palabras”. Esa ultraderecha es notoria en concentradores de poder y riqueza, en los movimientos anticuarentena, en los fanáticos de cultos que empujan a aceptar la voluntad de su dios o de sus exóticas divinidades, etc.
El resultado nos lleva a la segunda de las acepciones: “desorden, desavenencia, descomposición”.
La frustración, según la RAE, supone la privación a alguien de lo que espera.
De acuerdo a mi creación, el Método Vincular, la frustración es la imposibilidad de consumar un deseo. Un deseo, cada deseo en particular, se inscribe en el concepto de Deseo al cual defino como la articulación de:
- La vivencia de plenitud o, lo que es lo mismo, de la perfección total = imagen ideal de sí.
- La sensación de dominio total sobre los otros y sobre lo demás = el poder
La prevención, tal como se la encara, se asocia con la frustración y, por lo tanto, con el obstáculo o incapacidad para concretar cada deseo y, por lo tanto, para canalizar lo que sostiene a cada deseo, el Deseo tal como lo acabo de definir.
La prevención debe centrarse en que el agente que frustra cada deseo e inhibe el Deseo, inhibe la posibilidad misma de desear, es el coronavirus y no las acciones profilácticas, el distanciamiento interpersonal, los protocolos, el barbijo.
El Deseo es únicamente humano. Un virus no desea, simplemente se replica cuando se instala en un medio facilitador.
Hay que interpretar el Deseo (y cada deseo): en consecuencia, hay que poner el énfasis en el derecho a desear y en que la materialización de tal derecho es cuando se dan las condiciones de posibilidad. El coronavirus resta condiciones, no para desear, sino para concretar ciertos tipos de deseos.
Hay que conocer al coronavirus y, sobre tal base, tornar al distanciamiento, el barbijo, los protocolos, la higiene, objetos de deseo.
La actual campaña gubernamental “Cuidadanía” va en contra de lo antedicho, ya que señala como deseable el comportamiento desaprensivo y al barbijo y la conducta de prevención del protagonista vituperado por la supuesta “gilada” como un represor, como alguien colocado por fuera del Deseo y de los deseos.
Es como si se quisiera asemejar
- Deseo a inmolación, lectura religiosa oscurantista y a libertinaje,
- y prevención a represión, a inhibición.
El protagonista tendría que ser mostrado como deseante: deseante de vida, de amor, de amistad, de futuro prometedor.
Que, por ser tal tipo de deseante, previene y se previene. Es decir, la prevención tiene que subordinarse al deseo.
Quiere vivir, tal es su mayor deseo, y por tal motivo se cuida y cuida.
Que enfermarse, ser hospitalizado o morir (la muerte es la negación del Deseo) significa frustración, significa la pérdida de la condición de deseante.
La renegación según Freud es una modalidad de defensa psíquica por la cual la persona se rehúsa a reconocer una percepción traumática.
Aquí ese mecanismo se aplica al intento de evitar darse por enterado de la existencia del virus, de conducirse como si el virus fuese una invención o una fantasía.
Por lo tanto, con más razón lo ya tan explicitado en el punto anterior: hay que hacer conocer al coronavirus porque es el SARS Cov 2 al que se está desmintiendo inconscientemente, al que se está renegando.
Es muy difícil que para alguien su familiar, su amiga o amigo, su compañera o compañero, su pareja, su vecina o vecino sean causales de enfermedad. Las tendencias endogámicas, dominantes, inhiben aceptar esa percepción traumática y a eso se suma, como determinante, el deseo de estar con ellas y con ellos.
No cabe ir contra ese deseo.
Lo que corresponde es revelar al coronavirus, ponerlo de manifiesto, mostrar cómo ingresa a un cuerpo para enfermarlo e, incluso, matarlo.
De tal manera, el desconcierto, la frustración y la renegación se conjugan en una sinergia devastadora.
Para superar tal cuadro calamitoso, incierto, incontrolable y de mal augurio, la conducción política, la estrategia y las políticas, las campañas de prevención debidamente enfocadas y elaboradas son una herramienta imprescindible.
Para eso, primero hay que centrarse en la infección y su agente y, seguidamente, en la prevención como su único freno por ahora.
Una observación final
Tanto una política como una campaña de prevención requieren, en primer lugar, del conocimiento en profundidad de una sociedad, de sus distintos sectores, de su población.
En particular, una campaña de prevención exige imperiosamente saber sobre las ideas, creencias, costumbres y probables decodificaciones de aquéllas y aquéllos a quienes se dirige.
Está claro que hay total ignorancia al respecto y que, por lo tanto, se está procediendo inadecuadamente, llevando a lo inútil o a lo contraproducente.
Conocer en profundidad a quiénes dirigirse obliga a implementar la investigación cualitativa de alta complejidad, tal como la caracterizo a través del Método Vincular.
Rubén Rojas Breu
Enero 22 de 2021