Rubén
Rojas Breu
¿POR QUÉ
LOS ATAQUES EN HORDA A TRABAJADORES DE LA SALUD Y A INFECTADOS EN EL CURSO DE
LA PANDEMIA?
Aplicando
el Método Vincular
Sobre enfoques para el
conocimiento y la acción
Resumidamente, hay dos
enfoques básicos respecto de cómo conocer:
Uno
de ellos, es el que practican quienes aspiran a la erudición y se distraen o
distraen con la hermenéutica. Es decir, se abocan a la lectura e interpretación
de textos, a contrastar autores, a buscar placer en lo críptico inconducente,
para lo cual, por ejemplo, libros y seminarios del psiquiatra y teólogo francés
Lacan, de los posmodernos u otros equivalentes les viene como anillo al dedo.
Otro
enfoque es el que adopto: afrontar problemáticas buscando darles respuesta por
medio de la producción de conceptos que se articulen, finalmente, en una
teoría. Es el enfoque científico.
En
consecuencia, aplicaré mi creación el Método Vincular, articulándolo con
las producciones de otros científicos de lo Humano.
El
primero de los enfoques, academicista, gustoso de la erudición y enclaustrado
en el mero ejercicio intelectual, no brinda cursos para la acción ni, tampoco,
para la transformación.
El
enfoque científico, el que asumo, no sólo cumple con dar cuenta en profundidad
de una problemática, sino que provee también de material para la acción,
para el diseño de estrategias, para la elaboración y aplicación de políticas.
Sobre
técnicas y fuentes para este artículo
La
pandemia, que nos tiene a mal traer y que tanto altera la salud de las
personas, cobrándose vidas en todo el mundo, es, al mismo tiempo, una
oportunidad única para el enfoque científico ya que permite observar
comportamientos colectivos y personales que habitualmente pasan desapercibidos
o que no se manifiestan, al menos con la “virulencia” o el dramatismo que
emergen en tan fatídicas circunstancias.
Ya
escribí un primer artículo, publicado en mis blogs (rubenrojasbreu.blogspot.com
y en rubenrojasbreuelaula.blogspot.com) que tiene por título Comportamientos
colectivos que emergen con epidemias y pandemias…
Este
es, entonces, un segundo artículo que en cierto modo es continuación del citado
y profundización del mismo.
Como
científico social, mi principal herramienta es la investigación; más
precisamente, la investigación cualitativa.
La
cuarentena me obliga a prescindir de técnicas propias del curso normal de la
existencia y a reemplazarlas por otras o, mejor dicho, a apelar a abordajes ya
validados y empleados que sí son viables en estos momentos y a valerme de
fuentes varias entre las cuales destaco:
- Medios de comunicación masiva
- Medios de comunicación especializada
- Redes virtuales
- Conversaciones e intercambios variados con los más diversos interlocutores, tanto de nuestro país como de otros puntos del planeta
- Datos históricos sobre comportamientos en epidemias y pandemias, como por ejemplo la de la peste negra en Asia y Europa del siglo XIV
- Textos de autores, escuelas y elaboraciones de las Ciencias de lo Humano, textos epistemológicamente sustentables
- Producciones literarias y fílmicas.
Asumo
que la pandemia no viene sola y que el SARS-CoV-2 con sus efectos es un
detonante de conductas que, a la postre, generan o pueden generar más
perjuicios, estragos o malestar que la CoViD-19 si no se los previene o
controla.
Para
prevenir y controlar se requiere producir ciencia, ciencia aplicada, en este
caso, a comportamientos colectivos que por indeseables que sean requieren ser
conocidos en profundidad, objetiva y no prejuiciosamente, para ser evitados,
neutralizados o superados.
Primarización
y otros conceptos básicos
En
el diccionario de la Real Academia Española encontramos dos acepciones de
“horda”
- Comunidad de salvajes nómadas
- Grupo de gente que obra sin disciplina y con violencia
Más
allá de los prejuicios que encierra la primera de las acepciones y de la
imprecisión de la segunda, las tomo en cuenta para abordar la cuestión desde
una perspectiva propia, en gran medida apoyada en mi creación el Método
Vincular y en desarrollos teóricos de mi autoría sobre Sociología, Política y
Psicología.
Tanto
la noción de “comunidad” como la de “gente” nos indica que cuando hablamos de
horda estamos basándonos en la idea de masa, la cual opongo a mi
concepto de Pueblo, tal como puede verse en distintos artículos en mis blogs
(rubenrojasbreu.blogspot.com y rubenrojasbreuelaula. blogspot.com).
La masa
es un agregado amorfo que tiende a lo inorgánico o, mejor precisado, que está
caracterizada por la mínima organización posible, generalmente consistente en
un vínculo líder primario-agrupamiento que se constituye sobre la base de la
identificación con el líder, hermanando, hasta la negación de la subjetividad,
a los miembros.
Esta
definición parte de lo que desarrolla Freud en su texto Psicología de las
masas y análisis del yo, en su capítulo VII.
En
términos del Método Vincular, la masa o la “gente” son nociones y
modos de agregación que se inscriben en la Primarización (ver blogs mencionados
y mi libro Método Vincular. El valor de la estrategia).
La
horda o los comportamientos en horda responden a la configuración como masa y
representan la versión más extrema de la Primarización, la cual supone ante
todo prevalencia de la endogamia, la negación de la diversidad, el
desconocimiento del otro como otro y el respaldo en la tradición, los hábitos,
las costumbres, lo “ya sabido”.
También
la Primarización afronta lo social sobre la base de definir enemigos y
antagonismos irresolubles. En vez de poner el acento en los proyectos, en los objetivos
y en la construcción, la Primarización se centra en la generación del enemigo,
soporte necesario para afirmarse.
Cada
integrante de la comunidad primarizada, de la “gente” o de la masa (y, por lo
tanto, de una horda), se constituye a sí mismo entonces articulando:
- Su vínculo tenaz con un líder, un líder real, un líder imaginario o un líder abstracto como puede ser una idea (o la conjugación de dos o tres de tales versiones), vínculo que se apoya en la identificación inconsciente con tal líder la cual sustituye al propio ideal, a la propia subjetividad asumida como tal y al reconocimiento de ser un yo al mismo tiempo que otro en el marco de las interacciones complejas propias de lo social,
- Su identificación derivada, o estrecha relación hasta el grado de fusión, con quienes comparte aquella primera identificación básica,
- Su inscripción en la Primarización, configuración intersujetiva[i] asentada en la configuración endogámica, por la cual también se produce el fenómeno por el cual la persona o el Yo son fagocitados o absorbidos por un “sujeto interno” (dicho de otro modo, la persona en toda su complejidad es sustituida por un aspecto de la misma, dejando de lado todos los sujetos internos o “componentes” que hacen a tal persona una persona o un Yo, la construcción síntesis).
Winfred
Bion opone dos tipos de configuraciones para dar cuenta de la dinámica de los
grupos, de las sociedades, de las comunidades: el grupo de trabajo, centrado en
el proyecto y logro de objetivos, y los grupos de supuestos básicos que
interfieren la marcha del primero.
Describe
tres tipos de supuestos básicos: dependencia, apareamiento y ataque-fuga,
señalando cómo la insuficiencia o fracaso de cada uno de ellos va dando lugar a
la emergencia de los restantes dos, generalmente en cierto orden a la manera en
que los enuncié.
Tales
supuestos básicos son, obviamente, ubicables dentro de la Primarización.
El
primer supuesto básico mencionado se caracteriza por la tendencia a depender
del líder, depositando en él las tomas de decisiones, el propio destino,
renunciando así a la propia voluntad a fin de asegurarse la provisión y un
imaginario bienestar.
Como
para el análisis que estoy acá encarando es ese primer supuesto básico de
interés y, sobre todo, el tercero, ataque-fuga, me ciño a ambos.
El
de ataque-fuga implica la determinación de un enemigo externo al grupo, a la
masa, a la gente de la que se forma parte, con el fin de estrechar lazos hacia
adentro y en este caso se recurre a quien en el seno de tales agregados pueda
manejarse mejor en un tipo de comportamiento paranoide.
Sobre
los comportamientos en horda
Entonces,
para resumir y aclarar tanto desarrollo relativamente críptico, formulo lo
siguiente:
Los
comportamientos en horda suponen una modalidad
endogámica de fuerte rechazo por lo diverso y por el otro, la definición de un
enemigo que permita estrechar filas, bajo un liderazgo real o virtual, todo lo
cual imaginariamente, ficticiamente, preserva al grupo de la incertidumbre, de
la angustia, del dolor, del padecimiento y del riesgo.
Esto
está en la médula de los comportamientos en horda – o en manada si se prefiere
– de quienes atacan a trabajadoras y trabajadores de la salud de todas las
profesiones, especialidades y oficio que hacen a la sanidad y de quienes atacan
a infectados, exinfectados o posibles enfermos de CoVid-19, a integrantes de
los mal llamados “grupos de riesgo” y a madres y padres
que salen, tomando los recaudos, con sus niñas y niños para caminar un par de
cuadras o ir de compras.
Niñas,
niños y adolescentes están padeciendo la cuarentena y están, al mismo tiempo,
mostrando una madurez precoz digna de ser encomiada. El encierro indefinido es
agobiante y necesitan respiro, lo cual debe tomarse en cuenta. En muchos países,
con riguroso aislamiento, se les permite, acompañadas y acompañados por
mayores, hacer recorridas de extensión limitada.
El
nuevo coronavirus, el SARS-C0V-2, causante de la patología citada, es enteramente
desconocido.
Irrumpe
de la noche a la mañana inicialmente en China y rápidamente, se propaga por
todo el planeta hasta alcanzar el grado de pandemia. No sólo enferma, sino que
también, en baja proporción por ahora, mata, más allá de que el número de
fallecidos impacte y cause un más que justificado dolor asociado a miedo.
Desconocimiento,
sorpresa y susto es la combinación que desemboca en el pánico,
tal como de algún modo también reveló Freud.
En
última instancia el pánico, esa combinación de desconocimiento-sorpresa-susto,
es resultante del descabezamiento: es decir, las poblaciones
adoptan rápidamente el comportamiento en masa hasta el extremo de la horda,
cuando sienten que quien los lideraba sucumbe.
El
nuevo coronavirus hace sucumbir, al menos por ahora, al mundo tal como estaba
configurado y hasta cierto punto estabilizado: aún inestable, se trataba de una
inestabilidad conocida.
Es
decir, destrona de facto a lo que lideraba con líderes incluidos.
Destrona
o descoloca a gobiernos, referentes, intelectuales y, más grave todavía, a la
comunidad científica, particularmente médicos, enfermeros, biólogos,
biotecnólogos y distintas especialidades profesionales que hacen a la salud,
así como al conocimiento de lo viviente.
Así
que, reitero, el nuevo coronavirus descabeza, despoja de un momento a otro de
líderes y liderazgos, sustrae para más ese sólido basamento que en el seno de
la humanidad se hace cargo de garantizar la vida y la salud: científicos de lo
viviente, profesionales y expertos en salud, trabajadoras y trabajadores de la
sanidad en general.
De
repente parece que nadie en todo el planeta puede atinar a respuestas fiables,
a cierto conocimiento sustentable, a intentos de hallar soluciones, a vacunas y
curas. Todo lo conocido se desmorona.
Todo
esto último expresa un cuadro de descabezamiento, de pérdida de
conducción y de sustentabilidad.
Subyacía
para gran parte de la humanidad en general, así como de cada sociedad y
población en particular, la Primarización como configuración endogámica por la
cual no se requería del otro, de un otro, de lo Otro.
Subyacía
también en el terreno de la salud el predominio del vínculo primario
líder-masas que otorgaba a éstas el beneficio de un supuesto bienestar, la
salvaguarda del ajeno desconocido, la obturación de la angustia que la
incertidumbre causa.
Subyacía,
asimismo, la dependencia, implícita en lo anterior: se dependía de quienes
aseguraban lo volcado en el párrafo anterior y emerge el interrogante crucial,
extremadamente ansiógeno que conduce al pánico, y que puede abreviarse en la
pregunta “¿a qué o a quiénes recurrir ahora?”.
Esta
pregunta oculta una implícita aseveración insanable e inadmisible: la de que
quienes se ocupan de la salud se revelaron impotentes.
Por
lo tanto, en el contacto con enfermos no sólo no serían eficaces, sino que se
tornan agentes de transmisión, afirmación más inadmisible todavía.
Es
decir, no sólo no previenen ni curan, sino que temerariamente se contaminan, suposición
inconsciente prejuiciosa que da pie, entre otras causales, al ataque en horda
contra quienes se desempeñan en los centros de atención en salud.
Comportamiento
que es claramente autodestructivo, porque aún cuando el desafío es mayúsculo,
solamente científicos, médicos, enfermeros y trabajadoras-trabajadores de la
salud son quienes pueden prevenir, curar y, fundamentalmente, hallar el
procedimiento que neutralice o acabe con la pandemia.
Se
requiere para eso de paciencia, de capacidad para tolerar el dolor y la frustración,
de disposición para aceptar la demora, conductas todas éstas propias de
la Secundarización, contraparte de la Primarización.
Génesis
y desarrollo del comportamiento en horda
En
general, la reacción inicial de gobiernos, líderes, concentradores de poder y
poblaciones ante el surgimiento de la epidemia es la de renegar o
desmentir según la acepción empleada por Freud.
Es decir,
se reacciona como si lo que está dándose, presentándose a la vista, a la
percepción, pudiera ser negado, ocultado o rechazado.
Como
si las conciencias respondieran con un uniforme “esto no está sucediendo”, “esto
no va a seguir pasando”, “esto es algo que se dio en un lugar de China”, “lo
que dicen médicos, expertos, científicos y quienes se ocupan de la salud es una
exageración, vaya a saber qué los mueve a asustarnos”, etc.
La
cápsula de la renegación o la desmentida contiene la ocultación que se
manifiesta en variadas formas, destacándose el “a mí no me va a tocar” o el “voy
a callar que me siento mal” o el “no voy a decir a nadie que estoy asustado”.
Esta
renegación coyuntural se monta o combina con la crónica: la que se relaciona
con el sistema de salud, en decadencia desde hace décadas, sobre todo desde que
fue socavado por la dictadura. La irrupción de la pandemia deja al desnudo las
falencias, carencias y descuido que afectan tanto a las instituciones de la
salud pública como a los efectores privados.
El
nuevo coronavirus hace caer el velo, no sólo sobre el cuadro de situación en el
sistema de salud sino también respecto de diversas áreas que están lejos de
satisfacer los requerimientos de la sociedad argentina.
Cuando
esas barreras iniciales son superadas, sobre todo porque quienes venían
encabezando, conduciendo o gobernando, asumen que la cosa viene en serio y es
grave, se pasa a la fase de asimilación a lo conocido, mecanismo
propio también de la Primarización según el Método Vincular.
Es
decir, en vez de reconocer que nos encontramos ante algo nuevo, desconocido,
ignoto, inconscientemente se busca imperativa y velozmente encontrarle el mayor
parecido posible con algo ya vivido, con algo que se conoce.
En
un primer momento eso se expresa en la búsqueda de semejanzas con las epidemias
o pandemias previas, de las cuales la más reciente de similar índole fue la de
la gripe A en el 2009 cuyo patógeno fue el virus H1N1, que obligó, si no a una
cuarentena, a medidas de prevención y control extremas, con aislamientos localizados,
específicos, circunscriptos pero severos.
Fue
la epidemia que “inauguró” el uso extendido del alcohol en gel.
Este
inicial intento de asimilación a lo conocido caduca a poco de andar ya que el
nuevo coronavirus tiene un despliegue y un desarrollo novedosos, inéditos, que siembra
incógnitas a su paso. El SARS-CoV-2 se mueve en una trayectoria errática,
irregular e imprevisible.
Todo
pronóstico se derrumba antes de alzarse, todo recurso para detenerlo o
neutralizarlo perece a poco de nacer.
Así
las cosas, la insistencia en asimilar esta pandemia a lo conocido termina
llevando a asociarla con la guerra, asimilación que prontamente
se revelará como perniciosa, contraproducente e inconveniente además de absurda
y aberrante desde el punto de vista científico.
Es
una asimilación ética y científicamente inadmisible, o debería serlo.
Como
se apela a la imagen quimérica de la guerra, imagen que se liga a la pandemia,
metonímicamente, por el vínculo entre gérmenes y armas (gérmenes usados como
armas, lo cual ya viene de la Antigüedad, por ejemplo, los espartanos
contaminando las aguas que consumían los atenienses en la guerra del
Peloponeso) y, metafóricamente, por la supuesta semejanza entre la invasión
viral y un enfrentamiento bélico.
Para
sostener esa construcción retórica, se aplica al coronavirus el mote de “enemigo
invisible”.
Tratándose
entonces de un enemigo, para más invisible, se puede pasar de la profilaxis y
del abordaje sanitario a la acción guerrera.
Se genera
la antropomorfización del coronavirus, se le empieza a dar
carnadura humana, ya que la guerra es un modo de resolución extrema y violenta
de conflicto agudo entre humanos y sólo entre humanos.
No
hay guerra entre los humanos y otras especies, no hay declaraciones de guerra
ni batallas como tampoco treguas ni armisticios.
Esa
antropomorfización (o “humanización”) del virus circula en dos direcciones
simultáneamente:
Por
un lado, al dotarlo de un perfil supuestamente humano, como al considerarlo un “enemigo
invisible, cobarde y que no da la cara”, lo cual es literalmente así enunciado
por el espeluznante aviso con remembranzas de la dictadura que YPF propala por
la televisión,
Por
otro lado, al darse el desplazamiento de ese “enemigo invisible” encarnándolo
en quienes devienen “sospechosos” de estar infectados o quienes pueden ser supuestamente
portadores como los profesionales, auxiliares y todo el conjunto de quienes asisten
en la atención de la salud.
De
tal manera, la horda encuentra la racionalización, la falsa y malévola razón,
para volver objeto de sus ataques a quienes se desempeñan, abnegadamente, en el
cuidado y asistencia a enfermos.
Es
un montaje perverso, ya que se desvía patológicamente la
presunción de fuente de contagio asignándola a quien cumple la función de proveedor
de la salud o la suposición de patógenos a quienes curan o a quienes padecen el
mal como si fuesen sus generadores, como si fuesen el coronavirus mismo.
En
este montaje perverso concurren:
- El pensamiento mágico por el cual inconscientemente se cae en la creencia de que los afectados, reales o imaginarios, están poseídos por espíritus malignos o demonios,
- Una proyección masiva de los propios aspectos también inconscientemente tenidos por malvados, haciendo del microorganismo un agente intencional de la malignidad,
- El divorcio de la enfermedad de los procesos vitales, el rechazo a reconocer que un virus forma naturalmente parte de la vida, el rehusarse a admitir que perder la salud y la vida es propio de la existencia.
Por
lo tanto, se da una regresión narcisista en la cual se conjuga aferrarse
a un desaforado amor por sí mismo con la fantasía omnipotente de que uno es un
espécimen único, autosuficiente, que merece ser amado en exclusividad y
preservado a costa de todo otro. Se cae así en un estado de obnubilación.
Ahora,
paradójicamente, ese narcisismo se sostiene sobre la base de la dependencia de
otro, es francamente regresión a ese estado en el cual coexiste la centración
en el sí mismo con la ligazón simbiótica: remite entonces al estadio más
temprano de la vida, el estadio de “eso que llamamos bebé” (Winicott) e,
incluso, a la vida intrauterina.
Por
eso al mismo tiempo se da la vivencia de único y la dependencia extrema, porque
corresponde al momento en que alguien siendo alguien que depende absolutamente
de otro no distingue de manera alguna a tal otro ni al sí mismo y ni siquiera
cuenta con un embrionario Yo.
Ahí
está una de las claves del comportamiento en horda:
salvarse
a sí mismo como sea valiéndose de los otros sin reconocer como tales a los
otros ni al sí mismo como sí mismo.
En
la horda todo es fusión de manera que no hay uno y otro, sino un Uno indiviso que
se contiene en los otros fusionados y subsumidos que a su vez están contenidos
en ese Uno.
Dicho
más claramente: en la horda cada quien depende por entero de una sociabilidad
primaria, sincrética, que por serlo libera a todos y cada uno de los miembros
de reconocerse diferenciados.
En
lugar de interacción hay argamasa y confusión.
Sobre
los efectos no deseados de la cuarentena
No
hay dudas de que, ante una pandemia de esta índole, de estas dimensiones y
alcances, la cuarentena, el distanciamiento entre personas y con áreas
probablemente patogénicas y todo tipo de separación prudencial entre los
cuerpos, se tornan imperiosas e inevitables.
Así
que bienvenidas la cuarentena, aislamientos, distanciamientos y todas las
normas para la prevención.
Pero
al mismo tiempo, la cuarentena y todo tipo de distanciamiento produce efectos indeseados
que cabe considerar y neutralizar.
Por
una parte, tiende a producir el malentendido de que inexorablemente todo
desconocido es un enfermo o un portador, de que los culpables se encuentran
entre quienes no se conoce.
Por
otro lado, nos retrotrae a las épocas en las que en todas las culturas
dominaban las creencias mágicas y, muy particularmente, al oscurantismo que,
parcialmente, imperaba en el medioevo europeo y sus equivalentes en Oriente e
incluso en las demás latitudes del planeta.
Hay
regresión y retorno.
Regresión a
un pasado remoto que late en lo recóndito del inconsciente y retorno de
los contenidos que, sepultados justamente en el inconsciente, afloran ante un
presente desconcertante y devastador.
Sobre
este par regresión-retorno del oscurantismo volveremos para dar
cuenta de la clave, de la causa última y más reprimida, secreta o soterrada de
los comportamientos en horda como los que estamos acá analizando.
Lo
que da lugar a lo primero, al malentendido, se refuerza porque tal medida de
prevención se acompaña de un tipo de estrés desconocido que remite, en última
instancia, a la vivencia oceánica a la que se refería Bleger en la cual el Yo
tiende a desvanecerse y una angustia también desconocida invade a la persona
generando la sensación de que no se hace pie, de que se navega en una suerte de
limbo sin límites ni soportes, sin tener de dónde agarrarse.
Ya
en este punto se pueden dar vivencias, fantasías, temores y hasta
construcciones delirantes que, rehuyendo del criterio de realidad, acerquen a
lo psicótico en sus diversas variantes, muy particularmente las paranoides.
Los
comportamientos paranoides permiten fijar en algo, en alguien, en algunas o
algunos, en grupos ficticios a los que se les da existencia, por ejemplo, bajo
la nefasta denominación de “grupos de riesgo”, la responsabilidad del mal
temido.
La
Primarización alcanza entonces su punto culminante: el refugio endogámico, a la
manera de un sótano inexpugnable, se constituye en la salvaguarda ilusoria a la
cual no sólo no se permite el acceso del desconocido, sino que se lo excluye
abiertamente, se lo expulsa, se lo hostiga o se lo violenta para neutralizarlo.
Durante
la peste negra en la Europa medieval del siglo XIV se supuso que los judíos
eran los causantes de la epidemia y es así que se desató una feroz caza de
brujas contra los mismos.
El
punto en el que todo se termina jugando se puede finalmente resumir así:
“No
sé qué es este virus ni cómo se conduce ni cómo prevenirlo por lo tanto me
ensaño con el que sí se me asemeja, el otro humano, poseído por ese ignoto e
invisible demonio, por ese súcubo o íncubo que viene a succionarme la energía
dispuesto a transformarme en alimento para los gusanos. ´Mí´
encuentra en el lazo recalcitrante con otros míes idénticos el Uno salvador”.
Tanto
nuevo culto que prospera por ahí contribuye de modo directo, a través de sus
feligreses, o indirecto, por medio de su expansión subliminal, a esas
construcciones delirantes.
Ahora
bien, ese lazo recalcitrante es posible, volviendo a Freud, sobre la base de
una identificación primigenia con el líder o con lo que lidera.
Así
surge el riesgo del autoritarismo, el deslizamiento hacia una dictadura subliminal, una
suerte de dictadura endógena ya que no está impuesta desde fuera por un
usurpador identificable como tal, sino que emerge desde la interioridad de la
masa o de la “gente” y, de tal manera, es naturalizada, legitimada, hasta
devenir sintónica, confortable, placenteramente asumida y con capacidad para
imponer voluntad, censura y restricciones hacia quienes intenten separarse del
rebaño.
Ese
tipo de dictadura resulta de la depositación a la que la pandemia induce porque,
ante el temor a lo desconocido, las poblaciones en sus distintos estamentos
buscan aglutinarse renunciando a sus libertades y derechos, lo cual con
carácter de excepcionalidad puede justificarse, pero innegablemente supone
también una resignación de la propia capacidad de decidir para transferir todo
el poder a quien o quienes dispongan de la posibilidad de concentrarlo para
operar contra el mal, contra el díscolo, contra la amenaza imponderable.
¿Qué
es lo que se teme al punto de que se delega toda capacidad de decisión propia?
¿Al virus? ¿A una infectocontagiosa?
Todo
indica que el microorganismo o la enfermedad son meros trampolines o anzuelos,
simbólicamente hablando.
Veamos.
La
ciencia avanza objetivando: hace devenir objeto de su estudio lo que formaba
parte de la imaginería.
Maquiavelo
crea la Política como ciencia al establecer que la misma era intrínseca a las
relaciones entre humanos y no un acontecer determinado por la voluntad divina.
Copérnico,
Kepler y Galilei confirman la teoría heliocéntrica desterrando la cerrada
creencia religiosa según la cual la Tierra era el centro del universo.
La
biología, y por lo tanto la medicina, avanzó demostrando que en donde
inicialmente se veía la acción de los dioses o de los demonios, aquellos
castigando o éstos poseyendo, se trataba de los microbios.
Las
Ciencias de lo Humano objetivaron mostrando cómo se trataba de determinaciones
inherentes a las interacciones en el seno de nuestra especie lo que previamente
se atribuía a lo sobrenatural.
Pero
esos avances de la ciencia no desterraron tales creencias en el poder de la
divinidad o de Lucifer.
El
conocimiento científico coexiste en una tensión que puede alcanzar las
proporciones de una devastadora erupción volcánica con las creencias en las
quimeras, en lo fabuloso, en los milagros, en lo celestial o en el Averno.
El
marxismo objetivó las relaciones socioeconómicas como determinaciones autónomas
de cualquier intervención exógena y el Psicoanálisis objetivó el inconsciente
para dar cuenta de motivaciones eficaces que sobrepasan los alcances de la
voluntad y la conciencia.
Un
virus es objeto de la Biología, de la Biotecnología, de la Química y hasta de
la Física según la lente que se aplique y, por supuesto, del abordaje
interdisciplinario que hace concurrir a tales ciencias.
No
es objeto del saber común, que, en última instancia, rigurosamente dicho, no
tiene objeto, sino que es un piélago de certezas infundadas que tienden a un
credo.
Lo
que se teme es la emergencia abrupta de contenidos inconscientes fuertemente
reprimidos. El nuevo coronavirus es una representación de tales contenidos.
Acá
conecto con lo que dejé en suspenso ut supra cuando me referí a la clave
última, al contenido inconsciente por excelencia reprimido, soterrado, oculto,
secreto y que hinca en lo que sobrevive latente pero activo del oscurantismo
medieval.
Esa
clave es la creencia en la posesión.
Para
la horda el infectado o el agente de salud en tanto presunto portador es un
poseso, alguien poseído por un demonio o espíritu maligno.
El
coronavirus, a medias antropomorfizado, ya no es un simple microorganismo que se
vale de su huésped para replicarse, sino un belcebú que se introdujo en cuerpos
con el fin de poseerlos y gobernarlos a su entera voluntad.
La
fantasía de la posesión gana entonces la batalla al conocimiento científico.
El
sustento material de esa fantasía es que, precisamente, el
virus ingresa al cuerpo de un modo similar, en apariencia, al que caracteriza a
los demonios. Al fin de cuentas el virus es invisible, intangible, incorpóreo,
tanto como los demonios o los espíritus del mal.
El “vayamos
contra los poseídos porque ellos ahora son encarnaciones de Satanás” deviene en
consigna para la horda.
La
horda cifra sus esperanzas en creencias que mezclan la magia negra con la
religión, una mezcla que es mescolanza al servicio de satisfacer su subordinación
al Tánatos con su anhelo de expulsar al demonio y su búsqueda de la sanación.
Esas
esperanzas dan lugar simultáneamente entonces a:
- La canalización de su hostilidad hacia lo figuradamente demoníaco
- Las expectativas mesiánicas
Sobre
lo enunciado en primer lugar me explayé suficientemente.
Las
expectativas mesiánicas se orientan a encontrar la salvación
por vía de refugiarse en su altar a medida o por vía de una cura necesariamente
mágica.
La
cura, la prevención o la erradicación de la CoViD-19 desde el punto de vista
científico llegará con las vacunas y/o con terapias antivirales específicas, lo
cual requiere de investigación rigurosa, de protocolos exigentes, de tiempo, de
paciencia, de persistencia.
Para
la horda la vacuna o la terapia devienen mesiánicas porque las vivencia como
salvadoras en el sentido mágico-religioso del término y no como profilácticas o
curativas.
La
horda quiere la vacuna y la terapia ya.
Mientras
ese “ya” se demore, atacar al desconocido presuntamente poseído es el único
remedio al que sabe recurrir.
Pautas
para la prevención y neutralización de los comportamientos en horda
Estas
pautas son a los fines de una estrategia comunicacional, de políticas a encarar
y acciones a plasmar desde el punto de vista de la investigación social y sobre
la base de aplicar mi producción, el MV.
Son
pautas que deberían ser consideradas por quienes tienen la responsabilidad de
gobernar, de dirigir o de comunicar a la población o poblaciones.
Éstas
son las pautas que recomiendo:
- Difundir conocimiento científico: qué es un virus y, en particular, qué es el SARS-CoV-2 hasta donde se sabe, asumir lo que se desconoce, enseñar conductas de prevención, informar sobre la elaboración de vacunas y posibles terapias, etc.
- Organizar e impulsar la interdisciplina de manera que también se aprovechen los aportes de antropólogos, sociólogos, psicólogos, psicoanalistas y de las diversas Ciencias de lo Humano.
- Difundir estadísticas confiables debidamente interpretadas, evitando lanzar datos al tuntún desvinculados de la totalidad de la información.
- Suprimir la expresión “grupos de riesgo” ya que discrimina negativamente y da lugar a malentendidos y ambivalencia, ambivalencia cuya derivación es la de que el integrante del llamado grupo de riesgo termina siendo considerado causante de riesgo o de contagio, de modo que el vulnerable pasa a ser victimario; reemplazar por expresiones como “personas más sensibles al contagio” o “personas más proclives a contraer la CoViD-19”, etc.
- Descartar lisa, llana y terminantemente toda alusión a “guerra” porque induce a “volver las armas” contra infectados o presuntos portadores y, entre ellos, a los que se desempeñan en servicios de salud de toda índole y de todas las especialidades y actividades.
- Valorar y encomiar con suma elocuencia el trabajo de profesionales y auxiliares de la salud por su labor como tal, sin apelar a manifestaciones rimbombantes como la de “héroes”, “los que están en el frente de batalla”, etc. Por supuesto, jamás reprenderlos o culpabilizarlos.
Lo
mismo es recomendable hacer con todos los que se desempeñan en los llamados
servicios esenciales ya que, de hecho, contribuyen también al cuidado de la
salud (alimentando, preservando, higienizando espacios públicos, etc.)
Impulsar
la aceptación madura de la enfermedad como propia de la vida y de la
incertidumbre, inculcando la convivencia con ambas.
- Poner de manifiesto las consecuencias indeseables y la injusticia que entrañan hostigar a trabajadoras y trabajadores de la salud de todos los niveles, a infectados, exinfectados, presuntos infectados y madres y padres que salen, con los recaudos debidos, con sus niñas y niños.
- Divulgar la historia de las epidemias y las pandemias con el fin de aprovechar la experiencia de la humanidad
En
términos del Método Vincular:
Adoptar
el Posicionamiento Constructivo, lo cual implica optar por la Secundarización
y, desde luego, por la ciencia, la profesionalidad, la salud integralmente
considerada.
Rubén
Rojas Breu
Abril
22 de 2020
[i]
Uso “intersujetiva” en lugar de intersubjetiva porque se trata de agregación de
sujetos, no de subjetividades. Al mismo tiempo destaco que me baso en la
definición de sujeto según el Método Vincular