Rubén Rojas Breu
CUANDO GOBIERNA EL
EMBRUTECIMIENTO
Desde hace mucho tiempo, décadas a esta altura,
vengo anunciando el avance del embrutecimiento en la Argentina.
Las bases de ese embrutecimiento fueron
sentadas por la dictadura genocida, encabezada justamente por ex generalotes
que parecían pugnar por quién obtenía el premio al más bruto.
Brutos por brutales y brutos por borricos,
borricos arrogantes que parecían orgullosos de su descomunal ignorancia de todo
y en todo.
Los gobiernos civiles nada hicieron para poner
fin al embrutecimiento; por el contrario, mucho hicieron para alimentarlo,
particularmente a partir de los 90 con el gobierno menemista y con Menem como
dechado de lo bruto y como impulsor de la banalidad, de la frivolidad, de la estupidez,
del oscurantismo, de la necedad.
Muchas figuras públicas no solamente de la
política sino también de la farándula, del deporte, del espectáculo, de la “intelectualidad”,
del periodismo, de los medios en general, lo acompañaron entusiastamente.
Ningún gobierno que lo haya sucedido al
menemismo hizo nada para revertir tal estado de cosas y, por el contrario,
estimularon o aprovecharon esa incultura que pasó a ser dominante.
Los esfuerzos de referentes y dirigentes
honestos, de científicos, de docentes, de trabajadores, de mujeres luchadoras,
de profesionales con vocación fueron insuficientes para detener una marea que
devino tsunami. Personalmente caí reiteradas veces en el sentimiento de
impotencia, en la sensación aplastante de que mis esfuerzos y de quienes me
acompañaban eran y son inútiles.
Me levanto una y otra vez, pero la correntada
en contra es fuerte. El alivio y la esperanza renacen con fuerza por obra de la
movilización popular, lo mejor que tenemos.
Milei y sus huestes llegan al gobierno gracias
a ese embrutecimiento que fagocitó a gran parte de la sociedad argentina.
Milei, un arribista sin formación científica ni
política y con escaso bagaje intelectual, junto con sus cofrades, fue adoptado
por la masa y, particularmente, por la horda para alzarse con la presidencia de
la nación.
No hay Milei ni libertarios sin caída
estrepitosa de la cultura política y de la cultura en general.
Hoy en el foro de Davos, un foro de las
corporaciones dominantes del planeta, Milei dio una acabada muestra de embrutecimiento.
Toda Europa hoy, así como gran parte del planeta,
se muestra azorada ante tanta demostración de embrutecimiento como la que el
caudillo libertario argentino exhibió.
Embrutecimiento acompañado de una enorme
petulancia.
El diario francés liberal y de derecha “Les
Echos” titula:
“En Davos, Milei fue a la carga contra el
socialismo creciente” y agrega: ”propuso un pensamiento libertario puro y duro,
con un razonamiento simplista”.
Francamente, para avergonzarnos a argentinas y
argentinos. Todo un papelón.
Por supuesto que Milei se presentó allí con la
finalidad de ofrecerse a todos los capitostes allí reunidos como su más fiel
servidor, para lo cual extremó un discurso que desbordó de fanatismo por “la
libre empresa”.
Al hacerlo, cargó contra el Estado, contra la
igualdad de género, contra la preservación del ambiente y contra la justicia
social y, en rigor, contra todos los derechos de los pueblos y contra la
justicia en todas las áreas de la vida humana.
Toda una regresión a lo más arcaico y
oscurantista.
Es tan inconsistente, como lo son muchos de su
palo, que desconoce que el Estado, construcción que data se supone desde hace más
de seis mil años, se debe, entre otras causas, a la producción de excedentes:
es decir, al mismo fenómeno que hace posible hoy la existencia del capital y
del capitalismo.
Dicho de otro modo, lo que da origen al Estado
es, con el paso de los siglos, lo que da origen al capitalismo tan venerado por
el libertario.
En su discurso barrió con toda la evolución que
la humanidad se fue dando a lo largo de milenios, evolución a costa de mucho
derramamiento de sangre, de guerras terribles, de luchas sin treguas de los
pueblos, de costos altísimos en vidas, pérdidas de libertades y tantos auténticos
sacrificios.
Al escucharlo se hubieron espantado no
solamente Perón, Evita, el Che, Rosa Luxemburgo, Tupac Amaru o el papa Juan
XXIII.
Se hubieran horrorizado también, de estar en el
auditorio, Alejandro Magno, el rey Enrique de Navarra, Catalina de Rusia y
hasta María Antonieta. Créanme.
Abundan y se difunden hasta abrumar análisis de
intelectuales de todo el planeta acerca del avance de la derecha y de la
ultraderecha.
Por supuesto, en la Argentina, con el
advenimiento de Milei, esos análisis están a la orden del día.
Están descaminados al enfocar como un suceso cultural,
político e ideológico al que califican como “derecha” o “ultraderecha”.
Están descaminados porque lo de “derecha” o “ultraderecha”
es más disfraz que verdad: lo verdadero, lo lamentablemente verdadero, es el
embrutecimiento.
El embrutecimiento
es toda una corriente en la cual hicieron punta los yanquis, cuándo no.
Tal embrutecimiento generalizado nace en la
década del 30, sobre todo en los EEUU de Washington al impulsar en el cine y la
literatura producciones que hacían de la simplificación intencionalmente
excesiva su meta, con la finalidad de llegar fácilmente a las masas y
manipularlas.
No casualmente es la era del nazismo y el
fascismo en alza. Es la década en la que nacen los “superhéroes”,
simplificaciones exageradas de raigambre claramente nazi o fascista.
Hoy ese embrutecimiento es reproducido e
intensificado no solamente en el cine y la literatura sino también en las
series televisivas, los “reality shows”, los videojuegos, las redes virtuales
y, también, en la educación, sobre todo la privada.
De tal manera, el embrutecimiento es una política,
es la manifestación de un plan destinado a manipular a las masas y a preservar
el orden mundial injusto.
Ese embrutecimiento está encarnado con la mayor
virulencia por Milei y sus libertarios, pero está activo en gran parte de la
población, sobre todo sus votantes, y también en la casi totalidad de las dirigencias.
También, desde luego, y me consta por
experiencia personal, ese embrutecimiento es palpable en los grandes
empresarios y hacendados, así como en directores y gerentes de las corporaciones
hegemónicas, incluyendo a los medios dominantes de comunicación.
Así que la batalla es cultural.
No se trata únicamente de ir contra una “derecha”
que en la práctica se diluye, es inconsistente, se fragmenta, es insostenible.
De lo que se trata es de afrontar el
embrutecimiento, mucho más peligroso y mucho más engañoso que la “derecha” como
tal.
Es más engañoso porque se oculta bajo la máscara
de “la gente”, porque impulsa eso de “para que lo entienda la gente”, porque
justifica una aberración electoral con el argumento de que “lo votó la gente” o
encubre el macaneo de las encuestas con lo de “es lo que opina la gente”.
El embrutecimiento va de la mano,
intrínsecamente, con la cerrazón endogámica. A más endogamia, más
embrutecimiento y, a más embrutecimiento, más endogamia.
Milei con su hermana médium y sus “hijitos”
caninos refleja y simboliza la endogamia llevada a su nivel más escalofriante.
Ni siquiera tiene noción de cómo puede caer tal
configuración en los otros, ni es capaz de percibir cómo se puede visualizar
eso en Davos, su meca.
Por consiguiente, el propósito de la batalla
cultural es concientizar y elevar la cultura política y la cultura en general, resistiendo
el embrutecimiento, buscando doblegarlo o desterrarlo, al mismo tiempo que
estimulando las interacciones exogámicas, las interacciones con las otras y los
otros que encarnan las diferencias, la diversidad, el pluralismo.
Hacerlo impulsando la construcción de la
conducción política hoy ausente, elevando la cultura política y apoyándose
firmemente en un Proyecto.
Rubén
Rojas Breu
Buenos Aires, enero 17 de 2024
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