Rubén
Rojas Breu
LA
CUESTIÓN DEL ENEMIGO EN POLÍTICA
Índice
temático
Sobre
la enconada resistencia al concepto de enemigo
¿Por
qué hay quienes tienen derecho a usar la expresión “enemigo”?
Breve
historia del concepto “enemigo”
Concepto
de “enemigo”
Pueblo
versus despotismo
Acerca
del despotismo
Asumir
como enemigo al despotismo
El
enemigo como consecuencia de la aspiración del Pueblo a consumar su Proyecto
Si
no existen enemigos, ¿entonces…?
¿Oposición
o enemigo?
La
vía para luchar por el Proyecto y para neutralizar al enemigo del Pueblo
Así
que la disyuntiva de la hora es:...
Sobre
la enconada resistencia al concepto de enemigo
En
su discurso del 30 de abril de 2021, destinado a anunciar las nuevas
restricciones por el avance de la pandemia, el presidente incurrió en un grave
equívoco.
Señaló
que él no tiene ningún enemigo, aseveración con la que busca confirmarse como
un conciliador, un moderado, un “incansable” buscador de consenso.
Es
decir, el presidente personalizó. Su persona no tiene ningún enemigo afirma.
En
política el enemigo nunca es personal, nunca es otra persona u otras personas,
en tanto tales.
Actualmente, con la guerra entre la OTAN y Rusia, librada en territorio de Ucrania, se busca personalizar, demonizando, al presidente ruso y se propalan desvaríos que pretenden bucear qué pasa en la cabeza de éste. El afán de los concentradores de poder y de riqueza rusos por retomar la era gloriosa imperial va más allá de lo que suceda en la corteza gris de su jefe político y lo mismo sucede con la parte contraria, la OTAN, encabezada por el país yanqui, nacido con vocación anexionista y belicista.
En todo caso, determinadas condiciones sociopolíticas, históricamente determinadas, generan el caldo de cultivo para que asuman liderazgos personas con cierto perfil. Así sucedió con Hitler y con Mussolini, por tomar los casos más resonantes del siglo pasado. Ninguno de ambos fue producto de una probeta sino figuras tiránicas emergentes de un cuadro de situación propio de la Alemania e Italia de entonces en el cual no me voy a detener acá.
Como
se generalizó, en el marco del llamado “pensamiento político correcto”, la
aversión a la expresión “enemigo” en aras de alcanzar una suerte de Nirvana
terrenal en el que se sacralizan “amor y paz”, se torna oportuno,
inexorable y urgente conceptualizar tal expresión.
Esa
aversión a la palabra “enemigo” nos lleva a un mar de paradojas.
No
se usa la palabra enemigo, pero frecuentemente cuando se habla del opositor o
adversario como si se tratara simplemente de eso, un opositor o un adversario,
se apela a atributos, consideraciones, improperios, difamación o lenguaje
abiertamente belicoso, aplicables a quien se considera enemigo.
Así
que no se usa el vocablo “enemigo” pero se lo connota, como si evitando el uso
de dicho vocablo a manera del pensamiento mágico se pudiera denostar
cómodamente al enemigo, sin nombrarlo. Denostar en lugar de denotar.
No
se menciona el enemigo, pero quienes se encuentran enfrentados velan armas y,
cada tanto, exhiben alguna con el doble mensaje: amenaza y “estamos listos
para…” o se habla de “golpe en marcha”, de tipos de golpe distintos a los de
antes, ya que ahora serían “institucionales”; incluso, cada tanto, suena un
petardo acá o allá, o más elocuentemente, cruelmente, se asesina a un militante
popular como sucedió con Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, por citar
únicamente crímenes resonantes sucedidos hace poco.
Al
mismo tiempo, se aplica la palabra “enemigo”, tal como lo hizo el presidente, a
un patógeno cuando por su condición de no humano tal vocablo no es pertinente.
Eso
debe ser alentador para el presidente porque si el coronavirus SARS Cov 2 es erradicado
y la pandemia se acaba, no va tener enemigos. Por lo menos no los tendrá hasta
que se propague un nuevo patógeno. O, como se da ahora, la inflación descontrolada, contra la cual declaró "la guerra", incurriendo en trivialización de una palabra no apta para aprovechar retóricamente dado el flagelo, el crimen en gran escala, del que se trata.
Todo
el repertorio de figuras retóricas tales como la metáfora, la metonimia, la
sinécdoque, el eufemismo, la elipsis y demás, son usadas aviesamente con el fin
de escamotear el uso de la expresión “enemigo”. Se recurre entonces a un burdo
nominalismo, muy por debajo del que sostuviera el filósofo inglés Stuart Mill,
burdo nominalismo por el cual “si no se nombra, no existe” complementando con
el eufemístico “si bien el enemigo existe, mejor no nombrarlo de esa manera”.
¿Por
qué hay quienes tienen derecho a usar la expresión “enemigo”?
Por
otra parte, se convalida, se refrenda y hasta se aplaude que las grandes
potencias, con el país yanqui a la cabeza, sí hablen abiertamente de sus
enemigos. Entre los EEUU de Washington y China se da una guerra sorda,
solapada, con continuos intercambios intimidatorios, ultimata (plural de
ultimátum), despliegue de fuerzas militares. Entre la OTAN y Rusia se desató una sanguinaria y abierta guerra propia de disputas entre imperios o versiones farsescas de los mismos.
Tengamos
en cuenta, además, que los EEUU de Washington junto con todas las potencias europeas (y
países europeos que no llegan al nivel de potencia) tienen por enemigos al
talibán, al pueblo iraquí, a Irán, a las organizaciones terroristas del
prejuiciosamente llamado “fundamentalismo islámico”; también se encuentran esas
potencias combatiendo en Siria, Israel tiene por enemigo a Palestina, el país
yanqui ocupa militarmente a Colombia, etc.
Particularmente,
los EEUU de Washington, por su propia vocación y sus infames intereses, suman
enemigos en todo el planeta, desde Venezuela, Cuba y los narcos hasta Corea del
Norte y China, pasando por Rusia, casi todo Medio Oriente, organizaciones
combatientes africanas, etc.
Es
como si hasta para reconocer la existencia del enemigo se diera la desigualdad
y el privilegio: las grandes potencias tienen derecho a tener enemigos,
pero la Argentina, los países y pueblos oprimidos no. Ni siquiera
tenemos derecho a señalar enemigos.
Dentro
de la ponzoña que la derecha inocula se incluye lo de que hablar de enemigos o
del enemigo es propio de organizaciones políticas, dirigencias y poblaciones
inmaduras, afectadas por el infantilismo; es típico, sostienen, de “setentistas”.
Lo afirma esa misma derecha que admira a aquellas grandes potencias belicistas, esa misma derecha que en todas las latitudes reprime sanguinariamente a luchadores populares, apelando inclusive al asesinato, la tortura o la desaparición forzada.
La
derecha, valiéndose de sus plumas, voces, mercenarios y adalides que cultivan
la frivolidad y la malicia, busca inhibirnos en todas las formas y, una de
ellas, es cosiéndonos los labios para que no hablemos del enemigo. Gran parte
de quienes dicen ser, dicen ser, peronistas, socialistas, progresistas o
de izquierda le dan la razón a la derecha en ese punto (también en otros,
aunque no parezca).
Breve
historia del concepto “enemigo”
Por
otra parte, hay algo más que le resta simpatía al vocablo “enemigo” y es que
haya sido tratado teóricamente por uno de los inspiradores y prominentes
miembros del nazismo: Carl Schmitt, quien trató al denostado término en su
libro “El concepto de lo político”.
Debería
tenerse en cuenta que este nazi fue tomado en cuenta por Hanna Arendt, Jacques
Derrida, Jürgen Habermas, entre otros intelectuales renombrados y valorados. Por
otra parte, curiosamente despierta admiración otro nazi, Heidegger, quien
reivindica una noción caduca, la de “ser” y quien hasta sus últimos días
valorizó el temperamento y la virilidad germánicos al punto de exaltar al
futbolista Beckenbauer como modelo de tales supuestas virtudes; el famoso
filósofo jamás se arrepintió auténtica y públicamente de su adhesión al vil
régimen encabezado por Hitler. Apuntemos que el futbolista es apodado el
Káiser y considerado representante acabado del carácter alemán.
Pero
es sabido que filosofar sobre la difunta noción de “ser”, sepultada por los
conceptos “relación” e “interacción”, goza de predicamento y prestigio.
En
cambio, ocuparse del poder, así como del dinero y del erotismo, causa repulsa
entre las élites y castas de todo tipo; también entre “progresistas”. Es decir,
se prefiere una noción insustentable a conceptos verificables, legítimos y
determinantes.
Norberto
Bobbio propuso una definición de la política: “la actividad de cohesionar y
defender a nuestros amigos y de dispersar y luchar contra nuestros enemigos”.
Bobbio, participante activo de la resistencia antifascista, le otorga valor al
concepto de enemigo.
Dos
siglos antes, la Revolución Francesa acuña la expresión “enemigo del pueblo”,
luego adoptada por Lenin, para referirse a quienes se oponían a la flamante
República.
Disraelí,
primer ministro de Inglaterra en el siglo XIX, es autor de la famosa frase
según la cual su nación “no tiene amigos ni enemigos permanentes, sino
intereses permanentes”. Es decir, el “democrático” gobernante inglés reconoce
la expresión “enemigos”.
El
diccionario de la RAE circunscribe a la guerra el empleo de la palabra
“enemigo”, pero según Clausewitz ésta es la “continuación de la política por
otros medios”, lo cual implica que el controvertido vocablo es propio,
justamente, de la política. La guerra pone en evidencia irrebatible lo que ya
está presente en la política, aunque en ésta existen las posibilidades de
encubrir.
Por
su parte, Marx y Engels, como es de extendido conocimiento, plantean el
antagonismo entre burguesía y proletariado, antagonismo que se resuelve con la
aniquilación de la primera por parte de este último, de modo tal que la idea de
“enemigo” es inherente al marxismo.
Perón
insistía en la importancia de identificar al enemigo, tanto el que operaba
dentro del Movimiento como el externo al mismo e incluso llegó a sentenciar
aquello de: “al amigo todo, al enemigo ni justicia”. En su discurso del 1º de
mayo ante la Asamblea Legislativa define al imperialismo, al neocolonialismo y
a los explotadores internos como enemigos.
Fidel
Castro proclamaba que “a todos los enemigos se los puede vencer”.
Doy
por sentado que con todas las referencias y citas que traigo a colación es
suficiente para darle a la expresión “enemigo” toda la relevancia que merece y,
también, para subrayar su vigencia, por más que les pese a los partidarios de
la moderación y de los consensos hueros.
Por
otra parte, es más que evidente que las grandes potencias dominantes, hoy con
el país yanqui a la cabeza, se conducen con la lógica “amigo-enemigo” y, por
cierto, poniendo mucho más hincapié en el segundo de ambos términos, con el
cual justifican sus invasiones bélicas concretadas a diario y las que tienen
previstas, particularmente a Venezuela, país respecto del cual hoy está retrocediendo obligado por los requerimientos que impone la guerra en el oriente europeo: es decir, varía su posición sobre el hermano país porque se está ocupando de un enemigo más poderoso en otro punto del globo
En
estos días, el imperialista Biden reivindicó como una gesta heroica el
asesinato ilegal de Osama Bin Laden, en vida “enemigo público nº 1” del país
yanqui.
En
resumen, si no se quiere reconocer la categoría “enemigo” se incurre en
renegación: o sea, en no asumir lo que está a la vista, tal como enseña
el psicoanálisis. Desmentir la existencia del enemigo es desconocer lo real.
Concepto
de “enemigo”
El
enemigo en política es una configuración históricamente determinada que se
opone radical y taxativamente a objetivos que se propone otra configuración
históricamente determinada.
Desde
el punto de vista de quienes asumimos una postura en favor de la conjunción
nación-pueblo-trabajadores, el enemigo es la conjunción de oligarquía
tradicional, gran burguesía local, colonialismo, neocolonialismo e
imperialismo. Todos los integrantes de esta última conjunción constituyen el
despotismo al cual se oponen los pueblos.
Por
lo tanto, si el presidente dice no tener ningún enemigo, tratándose de la
política, ¿está diciendo que esa conjunción despótica, y todos y cada uno de
sus componentes, no existen o está afirmando que aun cuando reconozca su
existencia no los considera “el enemigo”?
Como
sea, haber afirmado que el coronavirus era su único enemigo fue un modo
sobradamente eufemístico de ignorar la acción del enemigo real, verificable,
que es inexorablemente intrínseco a la dramática humana. Como se deduce de lo
descripto los enemigos se reconocen como tales recíprocamente, identificándose
mutuamente, lo cual es sólo aplicable a humanos; un coronavirus no identifica
un enemigo, simplemente se hospeda en un hábitat que le permite replicarse.
El
coronavirus SARS Cov 2 es un patógeno que pasa de inerte a activo hospedándose
en células con el fin de replicarse. Lo hace sin contar con voluntad, ni
conciencia, ni siquiera vida en la acepción plena de ésta. Un virus, cualquier
virus patogénico, no es un enemigo, es un agente infeccioso para el humano y
para especies animales y vegetales. Su acción patogénica y letal se evita, sea
por medio de las medidas de prevención, sea por medio de las vacunas en la
medida que se cuente con ellas, en la medida que muchos “enemigos” se avengan a
proveerlas a los países dependientes y a las poblaciones oprimidas.
En
este terreno, enemigo es quien nos niega el acceso a las vacunas, acaparando,
apropiándose y comercializando abusivamente. No el virus.
Tampoco la inflación como tal es el "enemigo al cual se le declara la guerra con fecha anunciada": la inflación es el penoso síntoma de lo que puede la injusticia, lo que puede la concentración de poder y de riqueza.
Ahora
bien, como veremos, Conflicto y Política son inherentes y propios de lo humano.
Entonces,
si bien no corresponde aplicar a un virus la categoría “enemigo”, su intrusión
en el ámbito humano necesariamente politiza y, al hacerlo, funciona como un
catalizador que hace emerger los conflictos e, inexorablemente, deja al desnudo
a los enemigos.
Entonces
tendremos, crecientemente, como enemigos:
quienes
reconocen la existencia de la Covid 19 e impulsan la prevención en todas sus
modalidades
versus
quienes
niegan la existencia misma del virus, incurriendo en patético oscurantismo, y/o
quienes se oponen a la prevención incluyendo desde las cuarentenas hasta las
vacunas.
Esta misma caracterización se aplica al irrefrenable proceso inflacionario.
El
pensador alemán Carl Schmitt es el creador de la disyuntiva amigo-enemigo
como eje central del juego político. Schmitt puso su calidad intelectual al
servicio del nazismo y en parte de su vasta y variada obra pretendió dar
fundamento teórico a este régimen totalitario y genocida.
En
su producción se destaca el texto El concepto de lo político, en el cual
desarrolla su noción del enemigo en la Política.
Afirma
que la noción amigo-enemigo constituye la esencia de lo político, y que,
además, “hoy día el enemigo constituye el concepto primario [en lo político]
por referencia a la guerra” (Alianza Editorial, 2da Edición, tr. Rafael
Agapito, 2014, p.139).
El
conflicto es inherente a lo humano y, por lo tanto, los antagonismos son
insoslayables.
El
conflicto presenta diversos grados y se da en todos los ámbitos de la vida
humana, desde el familiar hasta el internacional, pasando por la totalidad de
las áreas y organizaciones que hay entre uno y otro ámbito.
Para los pueblos y sus genuinas conducciones políticas el enemigo no es el concepto primario como asevera Schmitt. Los pueblos tienen, ante todo, un objetivo: su liberación y realización y tal objetivo es lo primario. El enemigo es un derivado, es el que emerge para impedir tal objetivo de los pueblos con el fin de imponer su voluntad de dominación.
No hay enemigo si no hay voluntad de dominio o sometimiento y como, tal como palmariamente se demuestra a diario, dicha voluntad persiste o se acrecienta en determinados actores y sectores éstos devienen enemigos de naciones, de pueblos y de trabajadores.
Pueblo
versus despotismo
En
Política es donde el conflicto alcanza el nivel o la magnitud que habilita a
plantear la cuestión del enemigo.
Defino
a la Política como la disciplina científica y la práctica
que tiene por objeto interpretar y operar sobre las relaciones de poder.
A su vez, puesto
que poder es el concepto clave de la política, seguidamente expongo la
definición de mi autoría sobre dicho concepto.
Poder es la capacidad para pasar de una situación
actual o dada A a una situación ideal o aspirada B, en el seno de la
interrelación entre distintos actores y sectores que demandan, procuran y/o
ejercen dicha capacidad y el complejo contexto en el que tal interrelación se
da.
Esa
capacidad y ese paso, de situación actual a situación aspirada, tiene
obstáculos y los mismos, ante todo, se resumen en la expresión “enemigo”.
Según
mis investigaciones sobre lo social y según mis desarrollos teóricos, el
conflicto por excelencia, el conflicto genérico que atraviesa, diacrónicamente,
a toda la historia de la humanidad, y sincrónicamente, a todo el planeta en un
espacio-tiempo determinado, es el siguiente:
los
pueblos versus los despotismos.
Acerca
del despotismo
El
despotismo se propone como objetivo la expansión de su dominio, en todas las
áreas del desenvolvimiento humano: territorial, cultural, social, geopolítico,
político, psicológico y económico.
Dominar
es lo propio del despotismo y dominar es, obviamente, acumular, concentrar y
ejercer poder, para lo cual requiere negarle a los oprimidos, a los explotados,
a los esclavos, a los siervos, no sólo el poder sino la capacidad misma para
pasar de la situación que soportan a la situación a la que aspiran.
El
despotismo deviene plenamente exitoso cuando los dominados interiorizan a aquél
como si fuese “natural” o divino, como si fuese congénito de lo humano o
asignado por Dios o por los dioses. En tal circunstancia, el dominado,
consciente e inconscientemente, asume que revelar el despotismo y oponérsele
equivale a desafiar un supuesto “orden natural” o un mandato de la divinidad o
un supuesto contrato social.
El
despotismo reniega, psicoanalíticamente hablando, de las relaciones de poder, lo
cual significa que reniega de lo real en política.
Se
obstina en lo absoluto y en la esencia. Reconocer las relaciones
de poder implicaría aceptar y convalidar que otros disputan y tienen derecho a
disputar poder.
De
las acepciones del diccionario de la Real Academia Española sobre lo absoluto,
vienen al caso:
- Independiente, ilimitado, que excluye cualquier relación.
- Dicho de un rey o de un gobernante: Que ejerce el poder
sin ninguna limitación.
- Que existe por sí mismo, incondicionado.
El
despotismo viene a ser, entonces, un modo de concentración y ejercicio del
poder ilimitado, que excluye cualquier relación, que existe por sí
mismo, incondicionado, como si fuera autónomo de las condiciones históricas. El
rey que ejerce el poder sin limitaciones es absolutista, tal como sucedió con l´
ancien regime, derrocado por la Revolución Francesa. Lo más destacable es
que el despotismo excluye cualquier relación, ergo no reconoce ni acepta las
relaciones de poder.
Sobre
la esencia de la misma fuente optamos por la acepción:
- Aquello
que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas.
El
despotismo se considera propio de la naturaleza de las cosas, de la naturaleza de
lo real en política, lo permanente e invariable en el orden social.El despotismo se considera así a sí mismo y es considerado así por quienes se le someten.
De
tal manera, articulando despotismo con lo absoluto y la esencia
tenemos que tal tipo de régimen desconoce las relaciones de poder, y por lo
tanto desconoce el derecho a disputar poder por parte de los sometidos que adquieren conciencia de que otro destino es posible y justo. Simultáneamente el despotismo se considera “natural”, permanente, invariable. El despotismo
tiene como basamento y como horizonte el poder perpetuo. Se vale de una disyuntiva falaz: despotismo o caos.
Asumir
como enemigo al despotismo
Precisamente,
para aspirar a su liberación y a su realización, el dominado – oprimido,
explotado, esclavizado o sometido a servidumbre – debe descubrir y asumir que
el despotismo es su enemigo, lo cual lleva a que el despotismo, a su vez y
simultáneamente, afronte que aquél, el dominado, es ahora su activo enemigo.
Sin
reconocer:
- en
primer lugar, que tiene derecho a la liberación y a la realización,
- en
segundo lugar, que el despotismo es el enemigo que obstinada e implacablemente
se opone a ese derecho,
el
dominado no tiene salida.
¿Cómo
el dominado o los dominados devienen en aspirantes a su liberación y a su
realización? Constituyéndose como Pueblo.
Al
constituirse como Pueblo, éste y el despotismo emergen como enemigos.
De
ahí entonces mi formulación acerca de que el antagonismo determinante de lo
humano y génesis de la Política es:
Pueblo
versus despotismo.
A lo
largo de la Historia y a lo ancho del planeta, en cada espacio-tiempo
particular, pueblo y despotismo tienen sus específicas configuraciones.
Por empezar, el despotismo es un régimen:
es decir, una organización de lo social en la cual se impone una autoridad
absolutista que, a menudo, se enmascara apelando a disfraces o fachadas
legalistas e institucionalistas o lo que se da en llamar “la democracia
burguesa”, por cierto, más burguesa que democracia.
En este momento, por ejemplo, la organización
sociopolítica según los tres poderes formales – Ejecutivo, Legislativo y
Judicial – está obsoleta y deviene en sostén de régimen despótico, en nuestro país
y en todo el planeta.
El régimen despótico:
- Absolutiza una concepción de
la política según la cual lo existente es “natural” o resultante de un
supuesto contrato social o de un orden creado por la divinidad,
- Se presume insustituible,
- Se autopercibe
optimizable por vía de reglas que el propio régimen establece,
- Define al pueblo
como el enemigo intrínseco y primordial.
El despotismo, en nuestro país, en los países latinoamericanos y del Tercer Mundo en
general, se expresa a través de estas cuatro variantes, normalmente
concurrentes:
- La hegemonía de concentradores
de poder y riqueza locales, “la oligarquía vernácula” que oficia, además,
de puerta de entrada y de socio de las otras tres variantes, seguidamente enunciadas,
En el despotismo la dominación logra su nivel más
extremo al absolutizarse el régimen propio del mismo naturalizándose y al
concentrarse en manos del opresor la capacidad de decisión.
Reiterando, los dominados -esclavos y siervos,
súbditos y “ciudadanos” institucionalmente sujetos (sujetados) –convalidan el
régimen, es decir lo conciben como plenamente legítimo, inexorable,
insustituible y fundado ya sea en el orden “natural”, ya sea en la voluntad
divina, ya sea en un “contrato social” sustentado en alguna clase de sabiduría,
en leyes indiscutidas y en alguna índole de predestinación por la cual quienes
detentan poder y capacidad de decisión ocupan tal lugar por méritos y honores
de los que los “comunes” carecen.
El despotismo es la versión extrema, culminante,
terminal, de las configuraciones endogámicas.
Desde el punto de vista de mi creación, el
Método Vincular, tal configuración endogámica corresponde a la
Primarización, concepto que puede consultarse en mi libro Método Vincular.
El valor de la estrategia, publicaciones académicas editadas por distintas
instituciones y en artículos en rubenrojasbreu.blogspot.com y en
rubenrojasbreuelaula.blogspot.com
El
enemigo como consecuencia de la aspiración del Pueblo a consumar su Proyecto
A
diferencia, una decisiva diferencia, respecto de lo que sostiene Carl Schmitt, postulo
que el enemigo deriva de la definición de objetivos, del Proyecto que el Pueblo
se propone alcanzar.
El
Pueblo tiene por objetivos:
- su
liberación de todo dominador, local y extranjero,
- su
realización, lo cual implica el desarrollo integral, la materialización de
todos los derechos, la justicia en todos los ámbitos de la vida y, por ende,
todo lo implicado en lo antedicho (cultura, ciencia, educación, salud, medio
ambiente, tecnología, ingresos, vivienda, espacio exterior, etc.).
Ya
hablamos del objetivo del despotismo, el cual se resume en el afán por el
dominio, afán que lleva al absoluto.
De
tal manera, mientras el Pueblo -y los pueblos- toma partido por el derecho en
su más vasto alcance, el despotismo se afirma en el privilegio.
Pueblo es la población
políticamente culturalizada y organizada, que se articula intrínsecamente al mismo tiempo con la nación y con los
trabajadores, se diferencia de
la masa y se define en franca oposición con
el despotismo, cuyas variantes, concurrentes, son las oligarquías locales, el
imperialismo, el colonialismo y el neocolonialismo.
Al tratarlo así no hago más que aplicar un enfoque sistémico-relacional
o, para quienes prefieran, aplico una aproximación “estructuralista”, en tanto
y en cuanto pongo en juego en simultáneo las operaciones de articulación, de
diferenciación y de oposición:
- El pueblo se articula con la nación y con los trabajadores
como fuerza potencialmente revolucionaria
- El pueblo se diferencia de la masa (o de la gente) al
punto de la antítesis
- El pueblo se
encuentra en antagonismo fundante con
el despotismo en todas sus variantes
En
consecuencia, el enemigo en Política es un dado, es ineludible manifestación de
lo real, toda vez que el Pueblo a la búsqueda de alcanzar sus objetivos se le
alza como un obstáculo implacable.
El
Pueblo busca concretar su proyecto y alcanzar su situación ideal: el enemigo,
fatal e inexorablemente, se alistará, se armará, se blindará para oponerse.
Lo
antedicho, es una ley propia de la Política.
Eso
significa que la conducción y la organización que esté al frente del pueblo,
que esté representándolo y encauzándolo, debe asumir con toda claridad:
- En
primer lugar, el Proyecto de liberación y realización
- En
segundo lugar, como derivación inevitable, la identificación del enemigo.
El
pueblo argentino en su intrínseca vinculación con la nación y los trabajadores,
al proponerse consumar tal Proyecto enfrenta, inevitablemente, al enemigo:
La
conjunción concentradores de poder y de riqueza locales más el
colonialismo más el neocolonialismo más el imperialismo.
La
vía para luchar por el Proyecto y para neutralizar al enemigo del Pueblo
Desde
siempre, pero con particular fuerza durante los 60 y los 70, se dio el debate
acerca de cuál vía es la más eficaz para concretar el Proyecto de liberación y
realización y para derrotar el enemigo:
La
experiencia, dolorosa y frustrante, que incluyó la devastación causada por la
dictadura terrorista de estado y entreguista 76-83, así como las circunstancias
actuales en nuestro país, la región y casi todas las latitudes, nos lleva a
desestimar categóricamente la lucha armada.
Es
definitivamente mejor, entonces, la movilización popular.
Ahora
bien, la movilización popular implica definir con toda claridad al mismo tiempo:
- el
Proyecto con la estrategia consiguiente
- la
identificación del enemigo.
Así
que “enemigo” no es una mala palabra ni una expresión necesariamente belicosa
ni, mucho menos, una noción caduca propia de nostálgicos de los 50, los 60 y
los 70. Es una categoría de lo real en Política y en Política lo real son las
relaciones de poder.
Los
pueblos vuelcan las relaciones de poder a su favor movilizándose.
Si
no se convoca a movilizar, a la movilización perdurable y sistemática, sobre la
base de conducción, cultura, organización y estrategia políticas, cabe deducir
que no hay Proyecto ni identificación del enemigo; mejor dicho, cabe deducir que quienes deberían conducir, con tal de evitar o escaparle al enemigo, resignan el Proyecto. Inútil escapatoria porque los concentradores de poder y de riqueza son insaciables.
Como
vivíamos hasta hace poco tiempo una época de pandemia, se decía que movilizarse es insalubre. Cabe aclarar
que movilizarse no solamente es ocupar las calles masivamente, aunque esta
modalidad es la más contundente y vale aplicarla respetando medidas de
prevención. Hay infinidad de modos de implementar la movilización popular,
siempre y cuando se cuente con conducción y organización políticas capaces, creativas,
innovadoras y, sobre todo, dispuestas a producir una transformación de raíz.
De todos modos, ahora no estamos afrontando la pandemia como tal, al menos por ahora: sin embargo, tampoco hay por parte del oficialista FdT ninguna convocatoria a movilizarse.
De
modo tal que si quienes dirigen no formulan un Proyecto con todo lo que le es
inherente y no identifican al enemigo, es porque abierta o solapadamente sirven
al despotismo, sirven a quienes se proponen dominarnos eternamente, sirven a
los intereses de éstos y, por lo tanto, quiérase o no, están, objetivamente y más allá de sus intenciones, del lado del
enemigo.
¿Oposición
o enemigo?
Cuando
en la Argentina actual, desde la perspectiva del oficialismo, se habla de oposición
se incurre en eufemismo: no hay tal oposición.
Hay
enemigo.
Ese
enemigo es la conjunción ut supra descripta, conformada por las cuatro
variantes operantes en simultáneo del despotismo. Con el enemigo no hay disenso:
hay antagonismo.
El
disenso puede darse entre organizaciones que tienen el mismo Proyecto y similares
objetivos o, inclusive, en el seno de una organización. El enemigo, en cambio,
tiene proyecto y objetivos antagónicos con los de naciones, pueblos y
trabajadores.
La
expresión más notoria de aquella conjunción, la expresión más notoria del
despotismo y, por ende, del enemigo, es la membrecía PRO que viene a ser
una fuerza civil de ocupación al servicio de tal conjunción que se
resume en el despotismo.
Jugar
a que el PRO es oposición es eludir que el pueblo, la nación, América Latina y
los trabajadores tienen enemigos.
Oposición es
un término que le cabe a la democracia formal y liberal burguesa, que busca
prolongar indefinidamente el régimen tripartito y un estado que sirva a los
intereses del dominador, del despotismo, se lo enmascare como se lo enmascare.
Oposición es un término que calza en las potencias dominantes y en los países
desarrollados en general, en los cuales existen las vertientes socialdemócratas
o progresistas y las de derecha, países, por otra parte, en los cuales sus
derechas son defensoras acérrimas de sus intereses nacionales; en nuestros
países, la derecha sirve siempre a los intereses que sojuzgan y entregan a la
nación y, por supuesto, arrasan con pueblo y trabajadores.
Se
habla del Pro y sus alianzas como si se tratara de una agrupación con la cual
hay meros disensos y con la cual, por lo tanto, se puede consensuar. ¡Qué
mirada ingenua o mal intencionada o utilitaria apta para mantener lo que hay,
para imponer el gatopardismo! Además, como sucede ahora con el pacto con el FMI si el oficialismo logra consensuar con esa membresía y sus aliados es porque está cayendo en sus garras. Eso sucede al punto que la tan trillada grieta ficticia fue sustituida por una fractura del oficialismo.
Así
que el enemigo existe y lo de oposición es una ilusión, diríase una
alucinación.
Ahora
bien, no son épocas de belicismo ni de lucha armada, al menos para nuestros
pueblos los cuales terminan, en esas versiones del enfrentamiento con el
enemigo, entregando su sangre.
Por
eso, reitero, es la movilización popular la vía.
Lo
que quiero señalar ahora, para completar el cuadro, es que, con enemigos tan
poderosos, a fin de evitar la violencia descontrolada o el derramamiento de
sangre, cabe, cuando se torna imperioso, la tregua o el armisticio
Con
el enemigo no hay acuerdos ni consensos: hay tregua o armisticio.
Es
decir, se suspenden las hostilidades cuando resulta conveniente y con el fin
último de recomponerse para continuar la lucha y/o se celebran pactos
destinados a alcanzar condiciones para una paz relativa.
La
tregua y el armisticio son instrumentos para que los pueblos y su conducción y
organización políticas mejoren las condiciones para continuar con la lucha que
les permita alcanzar los objetivos estratégicos y plasmar el Proyecto.
Nuevamente,
a fuer de abrumar sin intención, el enemigo es una resultante, inexorable pero
resultante al fin, de algo que lo precede y lo trasciende: el Proyecto. Es
porque los pueblos buscan materializar su Proyecto que el enemigo emerge; éste
no surge porque los pueblos salgan a la caza de enemigos caprichosamente. El
capricho es privativo del despotismo, mientras que los derechos son lo propio
de los pueblos.
Si
no existen enemigos, ¿entonces…?
Si
ignoramos o queremos ingenuamente suponer que los enemigos no existen, entonces
¿cómo debemos considerar a Gran Bretaña colonizando no sólo Malvinas sino
nuestro Atlántico Sur con la complicidad de otras grandes potencias, como avanzada de la OTAN?
¿Cómo
debemos caracterizar al imperialismo yanqui con sus intromisiones en nuestro
país y casi todo el orbe, hoy desmadradamente en Colombia, y desplazándose con
su IV flota por el Caribe y el Atlántico Sur?
¿Cómo
debemos tratar a los grandes concentradores de poder y de riqueza locales, los
grandes hacendados y la gran burguesía que explotan a nuestros trabajadores,
depredan la Naturaleza, aumentan los precios vilmente condenando al hambre,
etc.? Y que, además, ante cualquier tímida medida del gobierno para poner un
minúsculo límite a su voracidad se alzan belicosamente.
¿Qué
son el FMI, la OEA, el Banco Mundial?
Gobernantes
y dirigencias que dicen ser, dicen ser, peronistas, progresistas o de
izquierda, parece que los trataran como amigos y aliados que ocasionalmente se
equivocan, a los que con suaves apretones de manos, genuflexiones varias e
intercambio de gentilezas se pueda tarde o temprano sacar del error.
El
PRO no sólo está manejado por los expoliadores locales, sino que sirve
aviesamente a esas grandes potencias y sus corporaciones.
Por
lo tanto, es una fuerza civil de ocupación.
¿Y debemos
considerar esa membrecía como un “partido democrático opositor”? El pueblo
colombiano ¿debe considerar a la banda comandada por Uribe y Duque una fuerza
institucionalmente legitimada y amigable?
El
pueblo brasileño ¿debe reconocer al bolsonarismo como una concepción simplemente
equivocada pero honesta y bienintencionada?
¿Hasta
dónde están cultural y políticamente colonizados nuestros gobernantes y
dirigentes, de acá y del resto de América Latina, salvo excepciones, que ven
amigos, aliados o afables opositores en grandes potencias, monopolios
transnacionales y agrupamientos que nos sojuzgan, nos hunden en el atraso y la
miseria, nos despojan de soberanía, generan hambre en niñas, niños y
adolescentes y tantas calamidades que ya uno se fatiga de enumerar?
De
tal manera, la movilización popular es nuestra herramienta por
excelencia, es la que puede acabar con el despotismo en todas sus
formas y plasmar la liberación y la realización.
El
oficialismo actual, el del FdT, desmoviliza, se manifiesta en contra de la
movilización popular, sea por acción o por omisión.
Sin
esa movilización popular, no hay Proyecto viable y sólo avanza el enemigo, el
cual por cierto cuenta con los concentradores de poder, como, por ejemplo: las
grandes corporaciones locales y globales, las embajadas, los medios de
comunicación dominantes y toda una caterva de factores de poder “institucionalmente
legitimados”.
Así
que la disyuntiva de la hora es:
Despotismo
según todo lo descrito
O
Movilización
popular.
Rubén
Rojas Breu
Buenos Aires, mayo
11 de 2021, actualizado en marzo 17 de 2022