Rubén
Rojas Breu
POSVERDAD: una superchería de moda
Consideraciones
previas
La
repercusión que alcanzó un comentario que publiqué en las redes virtuales
Facebook y Twitter acerca de la noción de “posverdad” es el estímulo que me
lleva a escribir este artículo. Debo suponer que esa repercusión se debe a que
somos muchas y muchos quienes estamos apabullados, nos sentimos violentados o
nos vemos acribillados por una invasión continua y sistemática de producciones
meramente propagandísticas y avaladas por un poder descomunal.
Tengo cierta ambivalencia ya que, por un lado, es un
tema tan indigno de atención que no merece derrochar tinta en él.
Pero, por otro lado, es una de esas nociones que se
ponen de moda simbolizando algo que sí requiere dedicación: la proliferación de
falacias y engañifas, de engendros encubridores pretensiosamente revestidos de
un aura intelectual o académico, cuyo origen se encuentra en las factorías
ideológicas de las potencias y estados dominantes, franca y abiertamente
neocolonialistas, franca y abiertamente empeñadas y empeñados en lograr el éxito
en su objetivo de penetración cultural.
Según
el diccionario de la Real Academia Española (RAE) el vocablo “superchería”, con
el que califico en el título a la vaga noción objeto de esta nota, tiene dos
acepciones:
1. Engaño, dolo,
fraude.
2.
f. desus.
Injuria o
violencia hecha
con abuso manifiesto o
alevoso de
fuerza.
En
el desarrollo de este artículo fundamentaré por qué considerar a la noción en
danza según la primera acepción; con respecto a la segunda, ya en desuso,
también la reivindico porque, aun cuando las formas sean amables, la
penetración cultural entraña violencia y nos injuria al tomarnos por
manipulables o intelectualmente carenciados. En términos más duros, ejercen una
suerte de patoterismo intelectual.
Las
usinas ideológicas cuyo epicentro son las universidades de los EEUU de
Washington y las de las grandes potencias europeas así como sus influyentes
medios de comunicación de masas, constantemente, a la manera de la fabricación
en serie, como una suerte de fordismo o taylorismo de las “ideas”, generan pajarotas,
infundios o bulos con propósitos de distracción.
En
particular, las universidades de los EEUU de Washington están lejos de
calificar en el territorio de las Ciencias de lo Humano, toda vez que sus “contribuciones”
al respecto se destacan por su pobreza intelectual o carencia de toda
cientificidad.
Así,
dichos centros internacionales dominantes, imponen nociones insustentables como
la biopolítica, la psicopolítica, la inteligencia emocional, la calidad total, “el
fin de la historia”, el posmodernismo, la modernidad líquida, el populismo, la
construcción de subjetividad desligada de la objetividad y un sinnúmero de
símiles entre las cuales se halla la que acá nos ocupa. A medida que cada una
de estas nociones pierde vigencia, van acuñando nuevas pergeñando una propaganda
finalmente jactanciosa y una engañosa certidumbre para quienes “estar a la moda”
equivale a pertenecer, tal como reza el lema de una tristemente célebre marca
de tarjeta de compra y crédito.
Vale aclarar que honestas y honestos científicas y científicos,
investigadoras e investigadores, docentes de centros académicos europeos pueden
compartir con nosotros lo que aquí exponemos.
Razones de ello son: una, la de que mantienen
lealtad a la producción de ciencia; otra, que quienes generan esa caterva de
ideologismos se apropian de recursos que merecerían mejor destino en aras de
los avances en el conocimiento sostenible y en la justicia que requiere un
mundo hundido en la desigualdad, con naciones y pueblos sometidos, invadidos,
devastados por la guerra y el hambre (dentro de este maltratado conjunto se
encuentra nuestro país y su pueblo).
Es
inquietante que intelectuales, dirigentes, periodistas, formadores de opinión,
militantes, que “dicen”
pertenecer al campo nacional y popular, a la izquierda o al llamado
progresismo, no sólo presten oídos a tamaños dislates sino que los valoren y
difundan. Esto nos habla a las claras de que se torna un imperativo decidirnos
a debatir, a formar, a ejercer docencia y a producir ciencia.
Nos
habla a las claras de que debemos encarar de modo sistemático, sin desmayo, una batalla cultural, política e ideológica.
Según
el diccionario de la RAE, posverdad
significa: distorsión
deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de
influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los
demagogos son maestros de la posverdad.
Según
otras fuentes “posverdad o mentira emotiva es un neologismo que
describe la distorsión
deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes
sociales, en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las
creencias personales.
La
posverdad se ha definido como un contexto cultural e histórico en el que la
contrastación empírica y la búsqueda de la objetividad son menos relevantes que
la creencia en sí misma y las emociones que genera a la hora de crear
corrientes de opinión pública”.
La
falta de sustentabilidad de la noción de posverdad
Una aclaración: según el enfoque
epistemológico que adopto, y dicho sucintamente, la ciencia implica hipótesis, leyes y teorías
que articulan y/o generan conceptos. Un concepto es una síntesis que vincula, y
aquí vale la redundancia, conceptos.
Una síntesis es una relación entre
conceptos (Kant formula aquello de juicios analíticos y sintéticos; aquí nos
planteamos la cuestión a la inversa, dando al concepto, al pilar científico, el
carácter de síntesis).
Por ejemplo: la velocidad es igual a
la relación entre espacio y tiempo, donde velocidad, espacio y tiempo son
conceptos. Esta fórmula es una síntesis y, a tal punto, que puedo definir el
espacio como una relación entre velocidad y tiempo o al tiempo como una
relación entre la velocidad y el espacio.
La noción, en cambio, es una vaguedad:
es una mera descripción, a menudo caprichosa, que tiene por objeto instalar una
creencia en donde debería prosperar un concepto. Aristóteles creía que las
cosas se clasificaban en flotables y no flotables: la madera flota, el hierro
se hunde. Desconocía el concepto de peso específico que implica la relación
entre peso y volumen. Aristóteles en este campo del conocimiento, como en parte
de su producción, era nocional; no conceptual, no científico.
Por eso, hablo de “noción de posverdad”
y con lo antedicho ya la estoy desacreditando sin ambages.
No quiero abusar de la paciencia de la
lectora o del lector que ponga su mayor voluntad en la toma de contacto con
este artículo. Digo esto, porque habría mucho para fundamentar lo que estoy
aseverando sobre la noción “posverdad”, así que me ceñiré a algunas cuestiones
y fundamentos particularmente elocuentes.
Un primer argumento sobre la falta de sustentabilidad es
la de incurrir en la clasificación emocional / racional. Nada más obsoleto.
Todo comportamiento humano implica
articulación entre lo que se da en llamar lo emocional y lo racional. En otros
términos, cada conducta se adecua a determinada racionalidad y se acompaña de
emoción; y viceversa, cada manifestación emocional tiene su correlato racional.
Es tema de evaluación determinar en cada comportamiento particular (de una
persona, de un grupo, de una organización, de una nación, de un pueblo o de la
humanidad) cómo concurren lo emocional y lo racional, qué es emocional y
racional en cada caso, qué patrón emocional está en juego y de qué tipo de
razón se trata.
La manipulación apela no sólo a las
emociones sino al mismo tiempo a la racionalidad particular del manipulado.
Un segundo argumento es que acerca del papel de las
creencias, del enmascaramiento de lo real, de la oclusión de la objetividad, de
la resistencia al conocimiento son problemáticas de las que, a lo largo de los
siglos, se han ocupado filósofos, epistemólogos y científicos. Justamente, la
epistemología se ocupa de garantizar el conocimiento científico; vale traer a colación el concepto de “obstáculo epistemológico” acuñado por
Bachelard.
Es decir, lo que se da en llamar hoy
posverdad con cantos de sirena y anuncios pomposos como si se tratara de un eureka tiene, al menos, la antigüedad de
los primeros filósofos y científicos de todo el mundo, de Oriente y de
Occidente. Desde ya, un sitial destacado ocupa Platón con gran parte de su obra
y, muy específicamente, con su célebre alegoría de la caverna.
En tiempos más recientes la cuestión
de las creencias, considerar como cierto lo aparente, ha sido objeto de
tratamiento sistemático desde el Renacimiento europeo a nuestros días:
recordemos los esfuerzos de Galileo, Bruno, Copérnico, Kepler, Maquiavelo y otros,
antecedidos además por Hypatia de Alejandría.
De más reciente data, debemos
nombrar a Marx, Engels y una pléyade de marxistas así como también de
científicos sociales y pensadores tercermundistas y peronistas, tales como
Fanon, Eco, Mattelart, Jauretche o las “cátedras nacionales” de los 60 y 70 en
la UBA.
Por supuesto, humildemente digo, forma parte de mi especialidad como
investigador social el tener a las creencias o a las falsas representaciones como
objeto de estudio, al punto de ser un factor decisivo en mi creación, el Método
Vincular, así como motivo de diversas publicaciones de mi autoría que
fácilmente pueden consultarse.
Así que no vivimos ninguna era de la
posverdad. Saliéndome de las restricciones académicas, afirmo que lo que estos
sanateros o macaneadores llaman “era de la posverdad” existe desde que la
humanidad surgió.
Un tercer argumento es, en rigor, asimilable al anterior,
al segundo. Lo trato por separado por razones de claridad expositiva. Este
tercer argumento se apoya en el psicoanálisis, particularmente en la producción
de su creador, Sigmund Freud. Nos referimos a tres conceptos que guardan entre
sí una marcada similitud pero que vale diferenciarlos relativamente y a la vez
articularlos por la elocuencia argumentativa para demoler la noción de
posverdad.
Tales conceptos son: racionalización, renegación y desmentida.
Para facilitar la comprensión y la
accesibilidad tomamos como fuente al Diccionario
de Psicoanálisis de Laplanche y
Pontalis acerca de los conceptos mencionados en primer lugar. Citamos:
“Racionalización es el procedimiento mediante el cual
el sujeto intenta dar una explicación coherente, desde el punto de vista
lógico, o aceptable desde el punto de vista moral, a una actitud, un acto, una
idea, un sentimiento, etc., cuyos motivos verdaderos no percibe;… La
racionalización interviene también en el delirio, abocando a una
sistematización más o menos acusada”.
Adviértase de paso cómo este concepto
tira por la borda la dicotomía emocional / racional, toda vez que incluso en el
delirio, supuestamente de base emocional, existe alguna racionalidad.
“Renegación
es un término utilizado por Freud en un sentido específico: modo de defensa
consistente en que el sujeto rehúsa reconocer la realidad de una percepción
traumatizante…”.
La definición de desmentida adoptada por la Facultad de Psicología de la UBA es: “un mecanismo de defensa
ante la angustia de la amenaza de castración y apunta a la percepción de la
realidad externa. Dicho proceso defensivo no implica en este caso una anulación
de la percepción (cosa que resulta del rechazo psicótico), sino más bien una
acción sumamente enérgica para mantener renegada una percepción traumatizante para
el yo”.
Como puede verse, de facto, desmentida y renegación pueden
considerarse sinónimos.
Así que el psicoanálisis
nos revela, y según su fundador, que la percepción equívoca, la creencia
errónea es constitutiva de lo humano; se encuentra en el núcleo mismo del
sistema psíquico o en la trama propia del mundo interno.
Un cuarto argumento, es lo que podríamos denominar el
engaño primordial, que no es más que una variante de lo que citamos ut supra. Los humanos nos constituimos
en el engaño: basta observar por un instante a una niña o un niño, muy
especialmente de corta edad, para ver hasta qué límites vive en un mundo en
gran medida irreal desde el punto de vista adulto. Las fronteras entre lo real
y lo fantástico, entre lo cierto y la mentira, entre lo sustentable y lo
imaginado, son borrosas cuando no inexistentes. Esas fronteras, de una manera o
de otra, nos acompañan a lo largo de la vida.
Cuando las organizaciones y sus
conducciones, los gobiernos, las alianzas y bloques internacionales, el FMI, el
Banco Mundial, los centros académicos, los medios de comunicación de masas “engañan”
lo hacen sobre la base de que estamos predispuestos, justamente porque nos
constituimos en el engaño.
La ciencia y la acción política son
las herramientas que tienen por objeto el desengaño, el ponernos en contacto
con lo real, el caer en la cuenta de lo “que deberíamos haber pensado” al decir
de Bachelard.
Así que suponer que la posverdad
instaura la mentira o el engaño es una falacia pueril, insostenible: digámoslo
con todas las letras, abominable.
De tal manera, el desengaño es un logro, es
un ejercicio de humanización porque lo que portamos innatamente es la propensión
al engaño, la compulsión a la mentira y, también la tendencia a la repetición.
Conclusión
Aun cuando queda mucho en el tintero,
creo que lo expuesto alcanza para argumentar demoledoramente contra la falacia
de que vivimos “la era de la posverdad”.
Vivimos, en el plano de la vinculación
con la verdad y con lo real así como con la mentira y las falsas creencias,
como ha vivido la humanidad desde sus comienzos.
Falacias como “la era de la posverdad”,
la modernidad líquida, el “imperio de lo efímero”, la supuesta desaparición de
los lindes entre lo público y lo privado, la centración en la “construcción de
la subjetividad” desvinculada de la objetividad, la calidad total, el
posmodernismo, la biopolítica, la psicopolítica, etc. son elucubraciones al
tuntún destinadas a distraernos de la tarea de producir ciencia y
comprometernos con la política, son seudópodos de la penetración cultural que
el neocolonialismo fabrica seriadamente en sus factorías.
El fraude no está tanto en la pomposa
noción aquí discutida sino en pretender por parte de los fraudulentos que lo
que llaman “posverdad” es algo flamante, reciente, que se da recién en nuestros
tiempos. Vaya arrogancia, vaya aprovechamiento de la ingenuidad.
La ciencia y la acción política
transformadora, revolucionaria, las batallas ideológicas, todo cuanto concurre
a lograr el triunfo de los pueblos sobre los despotismos, son las herramientas
que nos sustraen del engaño, de las creencias, de la mentira, de la ilusión,
abriéndonos paso al conocimiento y a la justicia.
Bibliografía
Publicaciones en los blogs “rubenrojasbreu.blogspot.com”
y “rubenrojasbreuelaula.blogspot.com”
Bachelard, Gastón (1979): La
formación del
espíritu científico. Siglo XXI. México
Laplanche
y Pontalis (1977): Diccionario de
psicoanálisis. Labor. Barcelona
Rojas
Breu, Rubén (2002): Método Vincular. El
Valor de la Estrategia. Eds. Cooperativas de Buenos Aires
Rubén Rojas Breu, julio 2018