jueves, 12 de julio de 2018

POSVERDAD: una superchería a la moda


Rubén Rojas Breu

POSVERDAD: una superchería de moda

Consideraciones previas

La repercusión que alcanzó un comentario que publiqué en las redes virtuales Facebook y Twitter acerca de la noción de “posverdad” es el estímulo que me lleva a escribir este artículo. Debo suponer que esa repercusión se debe a que somos muchas y muchos quienes estamos apabullados, nos sentimos violentados o nos vemos acribillados por una invasión continua y sistemática de producciones meramente propagandísticas y avaladas por un poder descomunal. 

Tengo cierta ambivalencia ya que, por un lado, es un tema tan indigno de atención que no merece derrochar tinta en él.
Pero, por otro lado, es una de esas nociones que se ponen de moda simbolizando algo que sí requiere dedicación: la proliferación de falacias y engañifas, de engendros encubridores pretensiosamente revestidos de un aura intelectual o académico, cuyo origen se encuentra en las factorías ideológicas de las potencias y estados dominantes, franca y abiertamente neocolonialistas, franca y abiertamente empeñadas y empeñados en lograr el éxito en su objetivo de penetración cultural.  

Según el diccionario de la Real Academia Española (RAE) el vocablo “superchería”, con el que califico en el título a la vaga noción objeto de esta nota, tiene dos acepciones:

1. Engaño, dolo, fraude.
2. f. desus. Injuria o violencia hecha con abuso manifiesto o alevoso de fuerza.

En el desarrollo de este artículo fundamentaré por qué considerar a la noción en danza según la primera acepción; con respecto a la segunda, ya en desuso, también la reivindico porque, aun cuando las formas sean amables, la penetración cultural entraña violencia y nos injuria al tomarnos por manipulables o intelectualmente carenciados. En términos más duros, ejercen una suerte de patoterismo intelectual. 

Las usinas ideológicas cuyo epicentro son las universidades de los EEUU de Washington y las de las grandes potencias europeas así como sus influyentes medios de comunicación de masas, constantemente, a la manera de la fabricación en serie, como una suerte de fordismo o taylorismo de las “ideas”, generan pajarotas, infundios o bulos con propósitos de distracción.
En particular, las universidades de los EEUU de Washington están lejos de calificar en el territorio de las Ciencias de lo Humano, toda vez que sus “contribuciones” al respecto se destacan por su pobreza intelectual o carencia de toda cientificidad.
  
Así, dichos centros internacionales dominantes, imponen nociones insustentables como la biopolítica, la psicopolítica, la inteligencia emocional, la calidad total, “el fin de la historia”, el posmodernismo, la modernidad líquida, el populismo, la construcción de subjetividad desligada de la objetividad y un sinnúmero de símiles entre las cuales se halla la que acá nos ocupa. A medida que cada una de estas nociones pierde vigencia, van acuñando nuevas pergeñando una propaganda finalmente jactanciosa y una engañosa certidumbre para quienes “estar a la moda” equivale a pertenecer, tal como reza el lema de una tristemente célebre marca de tarjeta de compra y crédito. 

Vale aclarar que honestas y honestos científicas y científicos, investigadoras e investigadores, docentes de centros académicos europeos pueden compartir con nosotros lo que aquí exponemos.
Razones de ello son: una, la de que mantienen lealtad a la producción de ciencia; otra, que quienes generan esa caterva de ideologismos se apropian de recursos que merecerían mejor destino en aras de los avances en el conocimiento sostenible y en la justicia que requiere un mundo hundido en la desigualdad, con naciones y pueblos sometidos, invadidos, devastados por la guerra y el hambre (dentro de este maltratado conjunto se encuentra nuestro país y su pueblo). 

Es inquietante que intelectuales, dirigentes, periodistas, formadores de opinión, militantes, que “dicen” pertenecer al campo nacional y popular, a la izquierda o al llamado progresismo, no sólo presten oídos a tamaños dislates sino que los valoren y difundan. Esto nos habla a las claras de que se torna un imperativo decidirnos a debatir, a formar, a ejercer docencia y a producir ciencia. 

Nos habla a las claras de que debemos encarar de modo sistemático, sin desmayo,  una batalla cultural, política e ideológica.

Noción de posverdad

Según el diccionario de la RAE,  posverdad significa: distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad.

Según otras fuentes “posverdad o mentira emotiva es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales.
La posverdad se ha definido como un contexto cultural e histórico en el que la contrastación empírica y la búsqueda de la objetividad son menos relevantes que la creencia en sí misma y las emociones que genera a la hora de crear corrientes de opinión pública”.


La falta de sustentabilidad de la noción de posverdad

Una aclaración: según el enfoque epistemológico que adopto, y dicho sucintamente,  la ciencia implica hipótesis, leyes y teorías que articulan y/o generan conceptos. Un concepto es una síntesis que vincula, y aquí vale la redundancia, conceptos.
Una síntesis es una relación entre conceptos (Kant formula aquello de juicios analíticos y sintéticos; aquí nos planteamos la cuestión a la inversa, dando al concepto, al pilar científico, el carácter de síntesis).
Por ejemplo: la velocidad es igual a la relación entre espacio y tiempo, donde velocidad, espacio y tiempo son conceptos. Esta fórmula es una síntesis y, a tal punto, que puedo definir el espacio como una relación entre velocidad y tiempo o al tiempo como una relación entre la velocidad y el espacio. 

La noción, en cambio, es una vaguedad: es una mera descripción, a menudo caprichosa, que tiene por objeto instalar una creencia en donde debería prosperar un concepto. Aristóteles creía que las cosas se clasificaban en flotables y no flotables: la madera flota, el hierro se hunde. Desconocía el concepto de peso específico que implica la relación entre peso y volumen. Aristóteles en este campo del conocimiento, como en parte de su producción, era nocional; no conceptual, no científico. 

Por eso, hablo de “noción de posverdad” y con lo antedicho ya la estoy desacreditando sin ambages. 

No quiero abusar de la paciencia de la lectora o del lector que ponga su mayor voluntad en la toma de contacto con este artículo. Digo esto, porque habría mucho para fundamentar lo que estoy aseverando sobre la noción “posverdad”, así que me ceñiré a algunas cuestiones y fundamentos particularmente elocuentes.



Un primer argumento sobre la falta de sustentabilidad es la de incurrir en la clasificación emocional / racional. Nada más obsoleto.

Todo comportamiento humano implica articulación entre lo que se da en llamar lo emocional y lo racional. En otros términos, cada conducta se adecua a determinada racionalidad y se acompaña de emoción; y viceversa, cada manifestación emocional tiene su correlato racional. Es tema de evaluación determinar en cada comportamiento particular (de una persona, de un grupo, de una organización, de una nación, de un pueblo o de la humanidad) cómo concurren lo emocional y lo racional, qué es emocional y racional en cada caso, qué patrón emocional está en juego y de qué tipo de razón se trata. 

La manipulación apela no sólo a las emociones sino al mismo tiempo a la racionalidad particular del manipulado.

Un segundo argumento es que acerca del papel de las creencias, del enmascaramiento de lo real, de la oclusión de la objetividad, de la resistencia al conocimiento son problemáticas de las que, a lo largo de los siglos, se han ocupado filósofos, epistemólogos y científicos. Justamente, la epistemología se ocupa de garantizar el conocimiento científico;  vale traer a colación el concepto de “obstáculo epistemológico” acuñado por Bachelard. 

Es decir, lo que se da en llamar hoy posverdad con cantos de sirena y anuncios pomposos como si se tratara de un eureka tiene, al menos, la antigüedad de los primeros filósofos y científicos de todo el mundo, de Oriente y de Occidente. Desde ya, un sitial destacado ocupa Platón con gran parte de su obra y, muy específicamente, con su célebre alegoría de la caverna. 

En tiempos más recientes la cuestión de las creencias, considerar como cierto lo aparente, ha sido objeto de tratamiento sistemático desde el Renacimiento europeo a nuestros días: recordemos los esfuerzos de Galileo, Bruno, Copérnico, Kepler, Maquiavelo y otros, antecedidos además por Hypatia de Alejandría.
De más reciente data, debemos nombrar a Marx, Engels y una pléyade de marxistas así como también de científicos sociales y pensadores tercermundistas y peronistas, tales como Fanon, Eco, Mattelart, Jauretche o las “cátedras nacionales” de los 60 y 70 en la UBA. 
Por supuesto, humildemente digo, forma parte de mi especialidad como investigador social el tener a las creencias o a las falsas representaciones como objeto de estudio, al punto de ser un factor decisivo en mi creación, el Método Vincular, así como motivo de diversas publicaciones de mi autoría que fácilmente pueden consultarse.

Así que no vivimos ninguna era de la posverdad. Saliéndome de las restricciones académicas, afirmo que lo que estos sanateros o macaneadores llaman “era de la posverdad” existe desde que la humanidad surgió.

Un tercer argumento es, en rigor, asimilable al anterior, al segundo. Lo trato por separado por razones de claridad expositiva. Este tercer argumento se apoya en el psicoanálisis, particularmente en la producción de su creador, Sigmund Freud. Nos referimos a tres conceptos que guardan entre sí una marcada similitud pero que vale diferenciarlos relativamente y a la vez articularlos por la elocuencia argumentativa para demoler la noción de posverdad. 

Tales conceptos son: racionalización, renegación y desmentida.

Para facilitar la comprensión y la accesibilidad tomamos como fuente al Diccionario de Psicoanálisis  de Laplanche y Pontalis acerca de los conceptos mencionados en primer lugar. Citamos:

“Racionalización es el procedimiento mediante el cual el sujeto intenta dar una explicación coherente, desde el punto de vista lógico, o aceptable desde el punto de vista moral, a una actitud, un acto, una idea, un sentimiento, etc., cuyos motivos verdaderos no percibe;… La racionalización interviene también en el delirio, abocando a una sistematización más o menos acusada”.
Adviértase de paso cómo este concepto tira por la borda la dicotomía emocional / racional, toda vez que incluso en el delirio, supuestamente de base emocional, existe alguna racionalidad. 

Renegación es un término utilizado por Freud en un sentido específico: modo de defensa consistente en que el sujeto rehúsa reconocer la realidad de una percepción traumatizante…”.

La definición de desmentida adoptada por la Facultad de Psicología de la UBA es: “un mecanismo de defensa ante la angustia de la amenaza de castración y apunta a la percepción de la realidad externa. Dicho proceso defensivo no implica en este caso una anulación de la percepción (cosa que resulta del rechazo psicótico), sino más bien una acción sumamente enérgica para mantener renegada una percepción traumatizante para el yo”.

Como puede verse, de facto, desmentida y renegación pueden considerarse sinónimos.

Así que el psicoanálisis nos revela, y según su fundador, que la percepción equívoca, la creencia errónea es constitutiva de lo humano; se encuentra en el núcleo mismo del sistema psíquico o en la trama propia del mundo interno.  

Un cuarto argumento, es lo que podríamos denominar el engaño primordial, que no es más que una variante de lo que citamos ut supra. Los humanos nos constituimos en el engaño: basta observar por un instante a una niña o un niño, muy especialmente de corta edad, para ver hasta qué límites vive en un mundo en gran medida irreal desde el punto de vista adulto. Las fronteras entre lo real y lo fantástico, entre lo cierto y la mentira, entre lo sustentable y lo imaginado, son borrosas cuando no inexistentes. Esas fronteras, de una manera o de otra, nos acompañan a lo largo de la vida. 

Cuando las organizaciones y sus conducciones, los gobiernos, las alianzas y bloques internacionales, el FMI, el Banco Mundial, los centros académicos,  los medios de comunicación de masas “engañan” lo hacen sobre la base de que estamos predispuestos, justamente porque nos constituimos en el engaño.

La ciencia y la acción política son las herramientas que tienen por objeto el desengaño, el ponernos en contacto con lo real, el caer en la cuenta de lo “que deberíamos haber pensado” al decir de Bachelard. 

Así que suponer que la posverdad instaura la mentira o el engaño es una falacia pueril, insostenible: digámoslo con todas las letras, abominable. 

De tal manera, el desengaño es un logro, es un ejercicio de humanización porque lo que portamos innatamente es la propensión al engaño, la compulsión a la mentira y, también la tendencia a la repetición.  


Conclusión

Aun cuando queda mucho en el tintero, creo que lo expuesto alcanza para argumentar demoledoramente contra la falacia de que vivimos “la era de la posverdad”.

Vivimos, en el plano de la vinculación con la verdad y con lo real así como con la mentira y las falsas creencias, como ha vivido la humanidad desde sus comienzos. 

Falacias como “la era de la posverdad”, la modernidad líquida, el “imperio de lo efímero”, la supuesta desaparición de los lindes entre lo público y lo privado, la centración en la “construcción de la subjetividad” desvinculada de la objetividad, la calidad total, el posmodernismo, la biopolítica, la psicopolítica, etc. son elucubraciones al tuntún destinadas a distraernos de la tarea de producir ciencia y comprometernos con la política, son seudópodos de la penetración cultural que el neocolonialismo fabrica seriadamente en sus factorías.

El fraude no está tanto en la pomposa noción aquí discutida sino en pretender por parte de los fraudulentos que lo que llaman “posverdad” es algo flamante, reciente, que se da recién en nuestros tiempos. Vaya arrogancia, vaya aprovechamiento de la ingenuidad. 

La ciencia y la acción política transformadora, revolucionaria, las batallas ideológicas, todo cuanto concurre a lograr el triunfo de los pueblos sobre los despotismos, son las herramientas que nos sustraen del engaño, de las creencias, de la mentira, de la ilusión, abriéndonos paso al conocimiento y a la justicia.

Bibliografía

Publicaciones en los blogs “rubenrojasbreu.blogspot.com” y “rubenrojasbreuelaula.blogspot.com”

Bachelard, Gastón (1979): La formación del espíritu científico. Siglo XXI. México

Laplanche y Pontalis (1977): Diccionario de psicoanálisis. Labor. Barcelona

Rojas Breu, Rubén (2002): Método Vincular. El Valor de la Estrategia. Eds. Cooperativas de Buenos Aires


Rubén Rojas Breu, julio 2018


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