Rubén Rojas Breu
PARA UN PROYECTO Y PARA UNA CONDUCCIÓN POLÍTICA DE LA ARGENTINA Y DEL PUEBLO
A levar anclas
Índice temático
A manera de prólogo
Cuadro de situación
Una incursión en nuestra historia
Dos obstáculos: colonización y mediocridad
El pantano
Un aparte insoslayable
Algunas referencias históricas sobre conducción política
A contemplar
Contexto
Conflictos básicos
Definiendo conceptos de Política
Bases de un proyecto político para la Argentina
Para una conducción política de la Argentina
La conducción política
Estrategia
Los objetivos
Cómo
Epílogo
Reflexión de cierre
Bibliografía
A manera de prólogo
Reiteradamente y desde hace décadas, vengo señalando que la Argentina sobrelleva una doble carencia: carencia de un Proyecto y carencia de Conducción Política.
Esta doble carencia es notoria desde la muerte de Perón. Tal aserto no supone adhesión acrítica o “culto de la personalidad” sino el reconocimiento de que, independientemente de cualquier juicio, desde la muerte de Perón nadie, ni persona ni organización que gocen de conocimiento público, se han propuesto un Proyecto y una Conducción.
Quien esto escribe lo intentó y lo intenta, pero la vocación por la decadencia dominante me impide alcanzar la suficiente trascendencia pese a tanto esfuerzo.
No obstante, mis firmes e inclaudicables convicciones por la emancipación y realización de nación-pueblo-trabajadores me impulsa a persistir, quizá obstinada e inútilmente, en este empeño.
Por eso, este texto.
Ahora bien, no se puede ir de un puerto a otro con un barco anclado.
Las dirigencias de nuestro país que se ubican en el campo nacional y popular, en el “progresismo” o en la izquierda, que se manifiestan en favor de la causa y de los intereses de los trabajadores, parecen ancladas, inmovilizadas, pese al gravísimo cuadro de situación que la Argentina afronta.
Aclaro: ancladas en tanto y en cuanto no pueden hacer que nuestro país zarpe en busca, definitivamente, de un futuro promisorio, de prosperidad, de justicia, de soberanía, de derechos plenos para el pueblo y para los trabajadores.
Una demostración de ese quedantismo dirigencial es que incluso las movilizaciones frecuentes y en aumento se hacen con el objeto de presionar a los gobiernos para que modifiquen su rumbo político y económico: francamente, como mínimo, eso es pecar de ingenuidad.
¿Cambiar estos gobiernos sus políticas, aún bajo presión? Es como pedirle a un tigre que se alimente de ensaladas vegetales o a un rinoceronte que dé una clase magistral sobre la Teoría de la Relatividad. ¿Se puede pedir que se seque el patio mientras está diluviando?
Pasando de la retorización a los datos, lo que estamos transitando compagina atraso en todas las áreas, pobreza e indigencia crecientes, hambre, injusticia social-política-jurídica, inflación, caída de los salarios y jubilaciones, todo tipo de ataques a trabajadores pérdida de capacidad adquisitiva, desigualdad en forma de catarata, tarifas onerosas, desconocimiento de derechos, inclusive en el pasado reciente desapariciones forzadas y, además, hay presas/os políticos etc.
Etcétera.
En ese cuadro de situación tan repetitivo por décadas, así como devastador, las supuestas dirigencias se desviven por ganar espacios endebles en sus misérrimas internas o en peleas por gallináceas (expresión típica de Perón). Mediocridad, incultura política, falta de convocatoria, sumisión a intereses extranjeros y genuflexión con los concentradores locales de poder y de riqueza “brillan” en el firmamento bajo el que habitan jefas y jefes de las fuerzas políticas (o politiqueras).
Por eso el subtítulo retórico: una combinación de metáfora, metonimia y sarcasmo. A la vez es un dramático llamado para justamente levar anclas, para generar la conducción que haga de la Argentina un país que logre su plena realización. Esa plena realización conlleva la integración latinoamericana y la solidaridad activa con los pueblos postergados o sometidos del planeta. También es un grito, que puedo estar lanzando en el desierto, para contar con un Proyecto, un Proyecto, que sea efectivamente plasmado.
El subtítulo, entonces, es una convocatoria a asumir que se requiere, imperiosamente, un Proyecto y una conducción política.
Cuando digo la Argentina estoy aludiendo al conjunto conformado por la nación, el pueblo y las/los trabajadoras/es.
Si bien tal carencia de conducción se da desde hace décadas, hay circunstancias en las que se hizo o se hace más patente, como por ejemplo en el 2001 o en la situación que nos llevó a tener que soportar durante cuatro años el gobierno de la alianza Cambiemos, alianza que favorecida por la incapacidad del llamado campo nacional y popular, del progresismo y de la izquierda tiene pretensiones ciertas de retornar al gobierno, pese a que sus antecedentes son incalificables, incalificables por su acción depredadora y por portar los genes de las dictaduras, especialmente de la exterminadora de todo, la del período 76-83.
Cuadro de situación
En la Argentina y en América Latina, como en la totalidad de los países postergados del planeta, la derecha es, innatamente, no sólo antipopular sino también antinacional.
Es una derecha, por otra parte, tan anacrónica que se está sosteniendo ideológicamente ya no sobre credos, racionalizaciones o creencias, sino construcciones delirantes lo cual explica tantas declaraciones extravagantes, gestos abiertamente groseros, justificaciones bizarras, comentarios irrisorios por parte de gobernantes y su alianza, sus apoyos, integrantes, etc. Es una derecha que ya devino lo que era de esperar: ultraderecha o extrema derecha, certificado esto por el atentado contra la vicepresidente.
Lo de antinacional es una diferencia clave respecto de la derecha de los países centrales en los cuales responde a los intereses nacionales: por ejemplo, la derecha de Francia, de Alemania o de Japón antepone los intereses de su nación a cualquier otro fin.
Para desarrollar el Proyecto y cómo debiera ser una conducción política de la Argentina, se requiere que nos introduzcamos en algunos temas que son fundamentales para el tratamiento riguroso, en profundidad y didáctico de tal cuestión. También para que sea trasladable a la praxis.
Las dirigencias actuales de nuestro país no están a la altura de la conducción política. No muestran la aptitud ni la actitud ni la vocación para alcanzar esa altura.
Me refiero, tal como más arriba lo digo, a las dirigencias populares, nacionales y/o de trabajadoras/es. Son a las que les debería caber la aplicación de tal categoría: dirigencias (aunque les queda grande por donde se mire asignarles tal estatus).
A quienes se ubican abiertamente en la derecha o en la ultraderecha no los podemos considerar integrando dirigencias toda vez que encarnan o representan a camarillas locales oligárquicas y plutocráticas y/o son delegados de las potencias y corporaciones dominantes del planeta. Además, abiertamente, adhieren al despotismo, despotismo iletrado por otra parte y crecientemente expresan posiciones fascistoides cuando no claramente pro nazis.
Volviendo a las “dirigencias” observamos que tienden a encerrarse en los límites que fija la endogamia, en la agenda del día a día generalmente fijada por las camarillas, los factores ciertos de poder, los medios de comunicación masiva o las encuestas “de opinión de la gente” que se difunden, en los debates y problemáticas de escasa o mediana trascendencia, en la falta de articulación de los actores, sectores, factores y vectores claramente determinantes.
Además, estas dirigencias se comportan reactivamente: reaccionan sin iniciativa ante las circunstancias que no manejan, circunstancias sociales, políticas y económicas. Parece que no caen en la cuenta que un principio básico de la conducción es tener la iniciativa, porque si la iniciativa la tiene el oponente o el factor de poder, éste, aún dentro de su incapacidad, dirige.
Para más, la soberbia se apropió de tales dirigentes o de supuestos cuadros con protagonismo mediático, que no tienen la menor conciencia de que sus aspiraciones son desmesuradas. Actualmente comienzan a circular nombres de candidatos presidenciales, en medio del marasmo, que a todas luces serían incapaces de afrontar tamaña responsabilidad.
Estas dirigencias encaran acciones sin que se pongan de manifiesto ni un proyecto ni la estrategia para concretarlo. Se comportan como si las reglas de un institucionalismo vacuo o una república meramente formal establecieran las referencias y los marcos de su conducta política.
Se conducen con ligereza respecto a conceptos fundamentales de la política y para naciones, pueblos, trabajadores.
Hacen, de tales conceptos fundamentales, nociones vagas a las que se da por sobreentendidas: me refiero a “democracia”, “política”, “poder”, “república”, “patria”, “nación”, “pueblo”, “ciudadanía”, “opinión pública”, “electorado”, “clase media”, “instituciones”, etc.
No tienen en cuenta que, en el 2001, entre otras significaciones dignas de valoración, la rebelión popular cuestionó de raíz un régimen tan despótico como endeble, cuestionó en sus bases mismas la configuración ideada por Montesquieu, la de los “tres poderes”, configuración valiosa para todo lo que sucederá a partir del siglo XVIII, pero ya en estado de fosilización.
La tesis de los “tres poderes formales” es arcaica para el mundo, a la vista de lo que sucede en todas las latitudes.
Esa rebelión argentina hizo punta internacionalmente respecto de tal cuestión y mereció ser aprovechada, resaltada, interpretada en profundidad y convertida en la revolución esperada y, más aún, en modelo de revolución para el planeta.
Hoy está a la vista que los tres poderes formales hacen agua: se hace patente en la impotencia del Ejecutivo, en la incapacidad del Congreso y de las legislaturas y en el intervencionismo del Judicial encabezado por una Corte a contramano de la historia y, paradójicamente, de la justicia. En conjunto, estos poderes, están sosteniendo un régimen que ya ni siquiera es capaz de prometer y que es objeto de creciente caída de la credibilidad.
Es un régimen despótico, por períodos de un modo desembozado, por períodos de un modo enmascarado.
El despotismo radica en que impone, por los diversos medios, su voluntad, desconociendo la única autoridad legítima que es la del pueblo; radica también, que ante el espejo se ve como ideal, se ve como si contar con instituciones formalmente legítimas y aparentemente maduras hace que parezca que vivimos en una democracia.
A lo largo de la historia los pueblos se alzaron contra los despotismos.
Más allá de los conflictos de clase los pueblos, tarde o temprano, se declaran contra los sectores que los subyugan, contra los sectores que impiden el ejercicio de la democracia como debe ser entendida.
Si bien el prólogo y este cuadro de situación tienen cierto carácter de manifiesto, a la vez anticipan, enmarcando, el enfoque, los contenidos y los fines de este documento.
Aun cuando volveré sobre lo que voy a afirmar, vale introducirlo ahora para ubicarnos mejor en la lectura de este texto:
sólo la política, sólo la organización, la cultura, la conducción, la estrategia y la acción políticas pueden producir una transformación a fondo y plasmar la realización de una nación, su pueblo y sus trabajadores.
Una incursión en nuestra historia
Esta incursión es lo más breve posible ya que sólo tiene como fin encuadrar los desarrollos posteriores de este texto. Espero que, dentro de su brevedad, sea elocuente.
Desde los albores de la patria dos proyectos antagónicos emergen y se prolongan como tales hasta hoy.
Uno de tales proyectos es el de una nación plenamente soberana a la vez que integrada a América Latina, con el pueblo como su actor protagónico y cuyo objetivo es la realización plena de argentinas y argentinos, promoviendo el desarrollo integral y la justicia en todas las áreas de la vida. Es un proyecto que impulsa los derechos de trabajadoras y trabajadores a la vez que aspira a un país que ocupe posiciones de vanguardia con un estado activamente involucrado en la producción, la educación y salud públicas, la ciencia, la innovación tecnológica, la infraestructura, que aliente al empresariado local respetuoso de nuestro país y con una política internacional que procure la integración latinoamericana y la amistad entre naciones y pueblos, incluyendo el respeto por los pueblos precolombinos, evitando todo alineamiento con las potencias y corporaciones dominantes del planeta. Desde luego, se deduce que se trata de un proyecto que se opone a todo tipo de despotismo local y a toda tutela o injerencia extranjera.
El otro proyecto es, lisa y llanamente, el de la reacción, el de la reacción oligárquica que aspira a la colonización cultural, social, política y económica de nuestro país. Es el proyecto de los privilegios, de los hacendados, de la banca y de la gran burguesía local, tan dependiente ella del extranjero. Es el proyecto de la subordinación y entrega al imperialismo, al colonialismo y/o al neocolonialismo.
En el balance, al cabo de más de dos siglos, cabe admitir con dolor que el segundo proyecto lleva la delantera. Tomando los últimos setenta años, el peronismo con la conducción del movimiento peronista y el liderazgo de Perón, materializó hasta cierto punto el primero de los proyectos.
Las versiones más atroces del proyecto reaccionario, comenzando por las dictaduras cívico-militares, especialmente la última, la del plan sistemático de exterminio, incluyen, particularmente, los 90 y la actualidad.
Conclusión 1: para el diseño de un Proyecto y para una conducción política argentina sólo vale el primero de los proyectos que se enfrentan desde los inicios de nuestra historia.
Dos obstáculos: colonización y mediocridad
Muchos son los obstáculos en el camino hacia la concreción del primer proyecto, el proyecto de nación soberana y plenamente realizada, de pueblo y trabajadores protagonistas.
Quizá los del título de este punto resuman a todos ellos; además, tal título busca expresar un nexo intrínseco entre colonización y mediocridad.
La colonización se expresa de diversas maneras y en los variados terrenos: el cultural, el social, el político, el psicológico, el económico, etc. La colonización hace de todo su territorio.
La mediocridad implica la cortedad de miras, la pobreza de las aspiraciones, el desdén por el conocimiento, los antagonismos irrelevantes, los internismos, las ambiciones desmedidas de los incapaces, el culto de figuras y producciones gestadas en las entrañas del imperialismo.
Colonización y mediocridad van de la mano, porque ¿qué más quiere el colonizador que los mediocres prosperen considerando que son vasallos incondicionales, frívolos y de bajas aspiraciones? A su vez, ¿qué más quieren los mediocres que verse cobijados por quienes concentran poder?
Cuando se dice, como acontece actualmente, que tenemos gobernantes ineptos que sirven a los intereses inconfesables de los concentradores de poder locales e internacionales se está incurriendo en una obviedad: la ineptitud es endógenamente solidaria con la sumisión, con el ejercicio del vicariato y con el despotismo.
A continuación, desgranamos en torno a cómo se expresan la colonización y la mediocridad.
Conclusión 2: en todos los terrenos para contar con un Proyecto que se materialice y con una conducción política de la Argentina hay que dar batalla contra la colonización y la mediocridad.
El pantano
Las dirigencias políticas – y las otras –no sólo parecen un barco anclado sino inmerso en un pantano.
Es notorio que abundan los diagnósticos sobre qué sucede con la Argentina o en ella. Hay diagnósticos, pronósticos y propuestas de los más variados gustos, pero, curiosamente, no llegan al nivel de profundidad que la complejidad de la cuestión exige. Hay como un regodeo con la queja y el denuncismo, en vez de afrontar abiertamente la batalla política y tomar la iniciativa.
También llama la atención que las dirigencias abreven en elaboraciones ideológicas, en disquisiciones de intelectuales y hasta en producciones literarias o fílmicas que se originan, en primera o en última instancia, en usinas que precisamente responden a intereses antagónicos con los de la Argentina, usinas radicadas en las potencias dominantes del planeta.
Esas usinas a través de las universidades, un ejército de intelectuales y un sinnúmero de propagandistas, a menudo disfrazados, desparraman a troche y moche dogmas que tienen por objeto justificar lo existente, justificar la postergación de nuestros países y sus pueblos, justificar el sometimiento y hasta la pobreza y la represión, aun cuando a menudo se tapizan con un “lenguaje progresista”.
Cada mañana nos desayunamos con algún nuevo personaje o con alguna renovada sofística que “nos iluminan” en torno a “cuál es el mundo en el que vivimos”: así, se pasean ante nuestros ojos credos tales como el posmodernismo, la posverdad, la biopolítica, la psicopolítica, la calidad total, la sociedad del conocimiento, la era de la comunicación, la inteligencia emocional, el populismo y el antipopulismo, el conductismo, el lacanismo, la autoayuda, “la construcción de la subjetividad”, etc.
“Pensadoras y pensadores” abruman con un torbellino de extravíos, de construcciones francamente delirantes a la par que viciadas, para lograr la adaptación, el disciplinamiento y para inhibir cualquier intento en serio de transformación del injusto estado de cosas. Francamente, a Molière le sobrarían fuentes de inspiración gracias a dirigentes y opinantes mediáticos y también gracias a sus “maestros”.
Eso sucede en un mundo que afronta una desigualdad inédita en el cual el 1% disfruta de fortunas que superan con creces el patrimonio de las dos terceras partes de la población del planeta. Eso sucede en un mundo en el cual el oscurantismo parece estar ganándole la batalla a las Ciencias de lo Humano y, quizá también, a las de la Naturaleza.
Esto sucede en un mundo en el cual se ha instalado una suerte de régimen neopatronal: un puñado de patrones multinacionales, con nombre y apellido, perfectamente identificables, manda sobre más de siete mil millones de habitantes del planeta.
Lo más grave de esas creencias o dogmas es que encierran a las dirigencias y poblaciones en los claustros de la endogamia. Parten de nociones obsoletas y clausurantes para explicar el curso de la historia y los comportamientos sociales.
Muchos guitarrean con que hay que “resolverle los problemas a la gente y que la gente quiere cosas concretas”: qué se puede decir de tamaña tontería que revela hasta dónde estos personajes ignoran, por ejemplo, qué significa “problema” – cuestión pilar de la ciencia – o qué significa “concreto”, expresión que Marx definiera magníficamente en la Introducción general a la crítica de la economía política como síntesis de múltiples determinaciones.
La mirada debe ser, justamente, muy distinta: debe afirmarse en la humanidad para ver desde allí el cuadro en su totalidad y, al mismo tiempo, partir de cada expresión de lo local, centrando en la interacción, en el intercambio, en ese ida y vuelta que permite comprender en su profundidad a los procesos. Ésta es la perspectiva exogámica que es, simultáneamente, la perspectiva científica y la perspectiva política.
No es ésta la mirada que las dirigencias, los intelectuales en que abrevan y los medios de comunicación de masas estimulan.
Estamos empantanados.
Conclusión 3: para un Proyecto y para una conducción política no sólo hay que evitar empantanarse sino, sobre todo, marchar, navegar, encaminarse, tomando la iniciativa, hacia la concreción del proyecto para la Argentina. Y debe hacerse según una mirada activa, penetrante, del horizonte en su totalidad.
Un aparte insoslayable
Un aparte insoslayable nos obliga a hacer un alto para referirnos al papel e influencia de los EEUU de Washington.
Adopto esa denominación para dicho país ya que carece de un nombre propio justificable. No puede aceptarse que se autodenomine EEUU de América, nombre de clara inspiración anexionista con el que se usurpa la denominación de todo nuestro continente. Como Washington, el esclavista, es considerado en ese país “padre fundador” (categoría pueril, por cierto) y es también el nombre de la ciudad capital, creo que es válido nominar así a ese país hasta que llegado el momento adopte algo que le venga bien, habrá que esperar.
No quiero extenderme sobre este punto más allá de lo imprescindible para ubicarnos, dada la dimensión que ha alcanzado la influencia de dicho país en el mundo, invadiendo, generando guerras desastrosas, colonizando.
En particular, dado que este texto se centra en la conducción política que requerimos y en el hacer de nuestras dirigencias, enfatizo en torno a la penetración cultural de tal país, penetración que acompaña o sostiene a sus prácticas intervencionistas en lo político, lo social y lo económico, valiéndose de amenazas, bloqueos, presiones de toda índole, ocupación territorial por vía de sus empresarios y de sus fuerzas armadas, etc.
Es muy preocupante que las dirigencias argentinas –también tantas y tantos intelectuales – tomen a tal país como máximo referente. En principio, circunscribiéndome a mis conocimientos científicos, especialidad profesional y experiencia política, realmente parece incomprensible que se valoren las producciones provenientes de dicho país atinentes a las Ciencias de lo Humano, el cine, la literatura, el arte en general. Se incurre todo el tiempo en sobrevalorar o hacer objeto de culto a artistas, cineastas, novelistas, dramaturgos, poetas, actrices y actores, pensadores washingtonianos (o sea, de los EEUUW), cuando sus obras y su desempeño no sobrepasan el nivel de la ramplonería. Hasta han adquirido, por no decir abiertamente comprado, injustificables Premios Nobel, esa impudicia del mundo actual, en áreas o disciplinas como la paz, medicina, economía, literatura, etc.
No alcanzan ni de lejos las producciones de otros países, especialmente de Europa, de Asia y de América Latina (soy consciente de que gran parte de las naciones europeas son colonialistas, pero cabe reconocer que su producción científica e intelectual ha marcado, en gran medida, la evolución de la humanidad).
Como el antiguo imperio romano, los EEUUW optan por la fuerza en lugar de la creatividad, por lo establecido en vez de lo innovador, por sostener regímenes despóticos en todo el planeta antes que por la voluntad de los pueblos. No por nada este “gran país del Norte” tiene por dechado a aquel antiguo imperio, cuya duración milenaria, poco le dejó a la humanidad, al menos en términos proporcionales (sinceramente, estimadas y estimados lectoras y lectores, lo de los acueductos y el “derecho romano” tiene sabor a muy poco). Es un converso brasileño, Fernando Henrique Cardozo, quien hace unos años sentenció: “debemos asumir que los EEUUW son la Roma actual”.
Así como Roma le copió a los helenos desde la filosofía, el conocimiento científico y las artes hasta las diosas y los dioses, EEUUW le plagió a Europa y, también a países como los nuestros, todo cuanto pudo y pueden (indáguese la biografía de Tesla, por ejemplo). Es Umberto Eco quien en su libro La estrategia de la ilusión ilustra, en detalle, cuanto en EEUUW hay de réplica de Europa y, encima, según Eco, el “gran país del norte” tiene la pretensión de que tales copias superan al original.
Es Habermas quien comenta que cuando el bon vivant y esclavista Jefferson visitó la Francia de fin del siglo XVIII se “enteró” que ellos habían hecho una revolución: este “padre fundador” no se había dado cuenta (como tampoco sus pares connacionales) y era interés de los franceses generar la impresión en todo el mundo de que su patria había dado lugar a procesos revolucionarios en todas partes. De paso digamos que el ¿“revolucionario”? Jefferson en París presionó a Napoleón para que repusiera la esclavitud en Haití.
Son Berger y Luckman quienes destacan un curioso fenómeno propio de la población de los EEUUW que prácticamente no se da en ningún otro lugar del planeta: la creencia de que sus instituciones son ajenas a la acción humana, como si hubieran estado allí desde siempre creadas por alguna divinidad.
Tampoco se hace alusión al papel que los cultos tienen en la vida cotidiana y en todos los ámbitos, incluso justamente en las instituciones empezando por los poderes formales con el judicial a la cabeza: la Biblia es libro de cabecera de gobernantes, magnates, legisladores, jueces, habitantes en general; saben de memoria cada versículo de esas milenarias escrituras a la par que se resisten a la teoría de la evolución de las especies. Hasta llegan a creer, masivamente, que sus “superhéroes” tienen existencia real o que los marcianitos verdes pueden invadirlos en cualquier momento.
Poco se habla de que se trata de un país abiertamente esclavista hasta no hace mucho, que rechaza o humilla al inmigrante, que posee altos niveles de pobreza e indigencia – notoria desigualdad mediante -, que mantiene la pena de muerte en muchos de sus estados, políticas inhumanas de disciplinamiento cuya manifestación más dramática son sus cárceles las cuales albergan casi únicamente a negros e hispanoamericanos, que abogan por la “supremacía blanca” y el racismo (ojo, muchas veces de un modo muy subliminal, tratando de hacer creer que Nueva York es ecuménica, abierta, plural), que cobija ese antro deleznable, Guantánamo, ocupando territorio cubano.
Es también inquietante que se considere a sus universidades, inspiradas en la comercialización, como generadoras de conocimiento valioso; acotándome a mi campo como científico, investigador y docente puedo sostener que en Ciencias de lo Humano no sólo son de una aterradora pobreza, sino que son factorías propagandísticas, así como justificadoras de la injusticia que agobia a la humanidad.
Es mi tesis que el encierro endogámico de las dirigencias argentinas ha llevado a esta situación, como si el mundo se redujera a las fronteras adentro y hasta cierto punto de nuestro país, y a los EEUUW como referencia externa; el resto del planeta sólo es objeto de interés esporádico, por ejemplo, si ocurre un atentado, un desastre natural o un episodio de extrema gravedad que afecta a la economía mundial.
Ciertamente se ha ido extendiendo la influencia de ese país como una mancha de aceite, se ha naturalizado a tal punto esa influencia que caló hondo en la masa con la consiguiente pérdida de la cultura política, el debilitamiento de las organizaciones políticas y, también, el empobrecimiento y el eclipse de nuestra riqueza cultural.
Gran parte de la masa idealiza a tal país, su “estilo de vida”, sus usos y costumbres, sus valores; consecuencia de ello es que termina otorgando poder a sus vicarios, como sucede hoy.
Es espeluznante, por ejemplo, la trascendencia que medios de comunicación masivos, referentes, periodistas, críticos y gran parte de la población da a sus bufonescos premios Oscar.
Las dirigencias argentinas tienen que dar el ejemplo dirigiendo su mirada y su valoración hacia las propias capacidades y producciones argentinas, latinoamericanas y de todas las latitudes.
Francamente, los EEUUW poco, por no decir nada, han aportado a la humanidad en términos constructivos, en términos de humanización. Que alguna o algún eventual “progresista” de ese país, cuya vocación anexionista de origen se manifiesta hasta en su bandera, exprese posiciones que puedan parecer simpáticas para los pueblos no debería ser considerado: no sólo porque una golondrina no hace verano, sino porque esas posiciones carecen de genuinidad. No son auténticas.
Por otro lado, no sólo nos invaden con sus superhéroes moldeados según los cánones fascistas, sino que se incurre en el ridículo, por parte de intelectuales y críticos, de pretender que los mismos son expresiones sublimes o actualizaciones excelsas de la antigua mitología helénica. Hasta se llega al absurdo de pretender que la serie “Los Simpson” es una manifestación contestataria, una producción que cuestiona el “estilo de vida de los EEUUW”: risible si no fuera tan patético. Basta con ver cómo los niños, con su candor, celebran a los personajes de esa serie, se identifican con ellos, para caer en la cuenta que son otro artículo de propaganda burdamente neocolonialista.
Se empieza rindiendo culto a algún cineasta de ese origen o sus tiras de dibujos animados o a sus supuestos pensadores brillantes y terminamos con bases en la triple frontera, Ushuaia, Neuquén, con la apropiación de nuestras tierras, minas y campos petrolíferos, con sus multinacionales decidiendo nuestra política interna e internacional, con nuestro Atlántico Sur ocupado.
Otorgué todo este espacio a caracterizar a los EEUUW porque su nefasta influencia y su intervencionismo violentan a nuestros pueblos, a la mayoría de los pueblos del mundo, desde su nacimiento mismo, allá por 1776. No podemos admitir que nos canten el arrorró mientras nos usurpan o masacran pueblos.
Si no corremos este velo, afrontamos un serio impedimento para la construcción de una conducción política.
Conclusión 4: la conducción política debe impulsar nuestra cultura, ideas y producciones advirtiendo al mismo tiempo que “el gran país del Norte” jamás nos va a considerar dignos de respeto.
Algunas referencias históricas sobre conducción política
En nuestro país la figura más destacada en política es la de Juan Domingo Perón, quien decía de sí mismo que no era político sino apenas un aficionado; seguidamente, aclaraba que sí sabía sobre conducción y estrategia.
Uso el tiempo presente, porque después de muerto hace 44 años, ningún dirigente alcanzó su magnitud: admito la polémica, hasta la polvareda, que esta aseveración puede producir; la admito y la valoro porque respeto la pluralidad.
Pero acá no estoy escribiendo para seducir o para embaucar; escribo para debatir, esclarecer, intercambiar, aportar, azuzar. Las cosas están demasiado mal como para apelar a argumentaciones complacientes y palabras endulzantes o como para movernos como si estuviéramos pisando huevos.
Perón no simplemente gobernó. Condujo.
También produjo teoría y pensamiento en torno a muchas temáticas y, centralmente, sobre la conducción política; un testimonio es, justamente, su libro Conducción política.
Y como Perón, mucho y muy bueno ha producido un vasto número de políticos y científicos sociales que tomaron partido por nuestro país, por la realización plena de nuestro pueblo, por el protagonismo de los trabajadores, tanto dentro de lo que se da en llamar el “campo nacional y popular” como en la izquierda genuina. Sin embargo, esas producciones parecen olvidadas o relegadas, al punto de que en lo que se conoce hoy como peronismo, en cualquiera de sus variantes, puedo afirmar que no se conoce a Perón y, mucho menos, se lo valora: en la acción, estas ficticias variantes del peronismo distan sideralmente del fundacional. Lo mismo acontece con tantas producciones locales y latinoamericanas que tan útiles son para comprender qué nos pasa.
Me temo que un fenómeno similar se da en la izquierda o, al menos, en gran parte de ella. No queda claro que hayan asimilado los modelos de conducción política que brindaron Marx, Lenin, Trotsky, Luxemburgo, Gramsci y tantas y tantos que merecen ser emulados, genuinamente emulados.
Citar puede ser, simplemente, un vicio o un modo de buscar refugio para evitar la asunción del desafío de conducir.
Ciertamente, tres interrogantes circulan con creciente vigor entre argentinas y argentinos:
¿Cómo puede ser que la Argentina con su tradición de cultura política, de luchas, de proyectos transformadores haya venido a parar a esta situación?
¿Se reeditará una rebelión como la del 2001?
¿No es hora de considerar caduco al actual régimen y proceder en consecuencia, respetando desde luego la Constitución Nacional, las leyes y la vía pacífica?
Es más que notoria la discordancia entre los tiempos de la población argentina y de sus dirigencias: mientras crece el clamor angustiante de argentinas y argentinos para poner fin a lo que estamos padeciendo, las dirigencias deshojan la margarita con miras a un supuesto proceso electoral esperanzador en el 2023.
Lenin sentenció que el auténtico dirigente oye crecer la hierba. Creo oportuno traer a colación esta afirmación del revolucionario ruso.
Mientras el hambre arrasa con la salud de niñas, niños y adolescentes, la inflación carcome el salario, el incremento persistente del desempleo abandona a su peor suerte a trabajadoras y trabajadores, la miseria acucia a jubiladas y jubilados, el patrimonio nacional es saqueado y entregado, nuestro Atlántico Sur está invadido, se persiste para las fuerzas armadas en la tesis de que deben estar destinadas a la seguridad interior o al alineamiento internacional mientras se omite a los verdaderos enemigos externos; mientras todo esto sucede, gran parte de dirigentes, intelectuales y periodistas, apelando a un institucionalismo obsoleto, se dedican a análisis y declamaciones que se reiteran una y otra vez hasta sobrepasar todo umbral de hastío.
Todo parece guionado.
Conclusión 5: una conducción política debe estar por delante de las expectativas y posibilidades del pueblo al cual dirigir.
A contemplar
Cabe destacar que para introducirse en la cuestión de la conducción política se requiere de la teoría, de la teoría que se encuadra en el marco de las Ciencias de lo Humano. También se precisa crear teoría en ese campo de lo cual nos ocuparemos acá en la medida que haga falta.
Gran parte de la teoría que se utiliza en los análisis que se difunde o en la que se basan estrategias y acciones ya ha quedado obsoleta; a ese déficit se suman las imprecisiones y la mezcla del lenguaje vulgar con el supuestamente científico.
Hace falta conceptualizar. Hace falta que nociones vagas a las que se apela al tuntún o que se tratan con ligereza sean traídas al campo epistémico, sean trasplantadas al conocimiento científico.
Por lo tanto, no sólo conceptualizaremos acerca de la conducción política, tema central de este artículo, sino también acerca de otros puntos concurrentes que hacen a la misma: conflictos básicos, la diferenciación pueblo / masa, electorado, opinión pública, despotismo y sus distintas expresiones, objetivo de posicionamiento, estrategia y algunos otros que el propio desarrollo de este texto hará emerger.
La conducción política de una nación, de su pueblo y sus trabajadores requiere y/o se articula con un proyecto, con la estrategia y la acción y se apoya en la teoría: o sea, en un complejo sistema de conceptos epistemológicamente sustentables e intrínsecamente relacionados.
La conducción política, valga la redundancia, adopta como premisa la primacía de la política.
Definimos a la política como la disciplina científica y la práctica que tienen por objetos interpretar las relaciones de poder y operar sobre las mismas.
La palabra “relaciones” es clave porque la ciencia se ocupa de relaciones. No hay ser ni sustancia ni esencia: el universo, y todo lo que contiene, incluyendo desde luego a lo humano, es relaciones, es conjunto o malla de relaciones al infinito.
Es sobre las relaciones de poder que hay que producir teoría y es sobre tales relaciones que hay que operar.
Además, esas relaciones son activas, por lo cual debemos considerarlas interacciones.
Para ampliar y precisar, incluimos ahora nuestra definición de poder:
Poder es la capacidad para pasar de una situación dada A a una situación ideal o aspirada B en el seno de la interrelación entre distintos actores y sectores que demandan, procuran y/o ejercen dicha capacidad y el complejo contexto en el que tal interrelación se da.
Tal capacidad se pone en juego como una relación entre tres términos:
El que confiere el poder
El que asume el poder
El contexto en el cual ambos términos interactúan
Conclusión 6: una conducción política debe estimular a la vez que apoyarse en desarrollos de las Ciencias de lo Humano, en la gestación y enriquecimiento de teoría con finalidad de aplicación eficaz, teniendo como premisa la “primacía de la política”.
Conclusión 7: la conducción política debe operar sobre relaciones de poder, procurando que las mismas se tornen favorables a la nación, el pueblo y los trabajadores - teniendo en cuenta nuestra definición de poder -.
Contexto
Obviedad: la Argentina forma parte de América Latina, la cual debería tender a la plena integración y, por supuesto, forma parte del planeta; también se incluye entre los países dependientes y postergados; es, como todos ellos, víctima de un mundo profundamente injusto.
¿Por qué escribo esta obviedad? Porque el encierro endogámico de nuestras dirigencias requiere que comencemos por recordar lo que debería ser el dato primero de cualquier análisis, de cualquier diagnóstico de escenarios, de pronósticos y elaboración de proyectos o propuestas.
Por ejemplo, hay que mirar a la Argentina en el contexto regional e internacional y al mismo tiempo asumir que carece de política internacional autónoma y sistemática.
Es evidente que la gran mayoría de dirigentes, formadores de opinión, “expertos” y por supuesto de la población ignora cómo se vive en otros países. Ignora, sobre todo, el grado de desarrollo alcanzado por la mayoría de los países europeos, asiáticos, Oceanía y Canadá. No saben, y probablemente muchos dirigentes, periodistas, y “expertos” aunque sepan ocultan las condiciones laborales, el nivel alcanzado por la industria, la tecnología, la informática, la robótica, la educación y la salud pública, los transportes, el desarrollo espacial. Se ignora el nivel alcanzado en lo referente a los derechos humanos para sus propios ciudadanos.
Desconocen o hacen caso omiso del rol preponderante de los estados en esos países, los cuales muy habitualmente controlan, administran y poseen toda la gama de servicios públicos desde la salud y educación hasta el transporte y la energía.
Por ejemplo, Europa está cubierta de punta a punta por una red ferroviaria de última generación, con trenes veloces y hasta de alta velocidad, en pleno incremento; igualmente sucede con subterráneos y con las líneas aéreas (cualquier aeropuerto de una gran ciudad europea, asiática, canadiense o de Oceanía cuenta con un número de vuelos inmensamente superior a Ezeiza, la más importante de nuestras estaciones aéreas). También se omite o se ignora lo referente al desarrollo de las flotas marítimas y fluviales.
No se toma en cuenta la abismal diferencia de los PBI globales y per cápita respecto de los de nuestros países.
Se desconoce el alcance, equipamiento, entrenamiento y potencia de las fuerzas armadas y de seguridad.
Podría seguir abundando: sólo destaco que argentinas y argentinos estamos hundidos en el desconocimiento o en una neblina respecto de cuál es el mundo en el que vivimos, que estamos como atados a nuestro entorno estrecho y que, en todo caso, sólo se aprecia a los EEUUW a través de su gigantesca y arrolladora maquinaria propagandística.
Es grave, realmente grave; es limitante, realmente limitante.
Las dirigencias populares tienen el deber de hacer saber a la población argentina qué lejos estamos de los países desarrollados, no para generar parálisis o impotencia, sino por ayudar a tomar conciencia de cuánto mejor podríamos vivir y para neutralizar el encierro endogámico tan esterilizante.
Si las dirigencias populares prestaran más atención a lo antedicho dispondrían de un bagaje inmensurable de argumentos probados para demoler las falacias de tantos consultores y “versados” propagandistas del “libre mercado”, la libre competencia, el papel excluyente de la iniciativa privada para el desarrollo a la vez que desacreditan el rol del estado como impulsor del mismo y adjudican el retraso a los costos laborales, la seguridad social, las inversiones en salud y educación pública, etc. También desconocen u ocultan el desarrollo de los mercados, el impulso a la competencia y el aprovechamiento del capital que se da en esos otros países y, desde luego, lo que sí puede aportar efectivamente la iniciativa privada.
También, y en sentido inverso o recíproco, esa profundización en el conocimiento de los países avanzados de Europa y otras latitudes reforzaría la autoestima colectiva respecto de áreas en las cuales la Argentina y su pueblo se han destacado y destacan: la calidad de sus trabajadores –obreros, empleados, docentes, profesionales, científicos, artistas-, la evolución alcanzada en los derechos humanos en general y muy especialmente en los laborales, el comportamiento hospitalario desde siempre a inmigrantes provenientes de todo el mundo y, particularmente, de nuestro maltratado continente, los gestos de solidaridad que tantas veces se tuvo con países y pueblos avasallados, mientras las naciones avanzadas se demoraron o demoran en la conquista de derechos, invaden otros países, son hostiles al inmigrante, colonizan.
También hay que destacar que la Argentina ocupa el podio mundial en lo referente a tradición de luchas populares y participación política, junto con la Francia de la revolución que cambió el mundo a partir del siglo XVIII y de los levantamientos obreros de la comuna de París y junto con la Rusia que con su revolución transformó el planeta a partir de 1917.
El mundo aparece en los análisis de “expertos” y políticos cuando sacude con decisiones que nos afectan; circunscribamos, cuando las grandes potencias nos alteran el curso con sus decisiones o cuando en otros países se dan fenómenos que interrumpen abrupta e indeseablemente el camino adoptado por los concentradores de poder o los gobernantes locales, v.g., el llamado “efecto tequila” o la tan meneada “crisis del 2008” entre otros.
Ahora, concluyendo 2022 se dice que nos altera la revalorización del dólar, las tasas de los EEUU de Washington, los valores erráticos de los productos primarios, las consecuencias de la pandemia y la guerra entre Rusia y la OTAN que se libra en territorio ucraniano
.
Así la Argentina, respecto del mundo, se parece al perro de Pavlov: según el estímulo proveniente de otras latitudes la Argentina se conduce, siempre para mal.
En rigor, lo antedicho revela:
Que la Argentina es un país infradesarrollado extremadamente dependiente
Que las dirigencias argentinas (y, por supuesto, sus gobernantes) no tienen en cuenta sistemática y cotidianamente la marcha internacional
Que la Argentina carece de un proyecto para ubicarse con un rol destacable obviamente autónomo en el planeta.
De tal manera, el mundo siempre la sorprende; de tal manera, la Argentina se mueve como marioneta al compás de las prácticas despóticas de los estados y las corporaciones dominantes del planeta.
Las dirigencias argentinas parecen encontrar placer en enredarse en las disputas domésticas y, para peor, se obnubilan con temas de bajo alcance y tratados aisladamente.
En este mundo, se dice que por doquier reina el capitalismo. Muchos advierten que se trata de un capitalismo agónico, pero, salvando el poncho, a la vez aclaran que la agonía puede prolongarse por décadas si no por siglos. Menuda agonía.
Sin discutir que efectivamente la organización socioeconómica reinante es el capitalismo en su fase tardía, invito a la mirada política.
No es que el capitalista por serlo acumula poder: al contrario, porque aspira a la concentración de poder se vale del capitalismo. Esto, desde luego, sin olvidar que el capitalismo es un sistema intrínsecamente injusto. Pero al mismo tiempo es únicamente una formación socioeconómica que a través de la formulación de un Proyecto y de la conducción política se debe instrumentar en favor del desarrollo de una nación y la realización de su pueblo.
Conclusión 8: para el diseño de un Proyecto y para una conducción política se debe enfocar, primeramente, el mundo y nuestra región, promoviendo la proyección internacional autónoma de la Argentina integrada con América Latina y todos los pueblos del mundo que aspiran a su total independencia.
Hay que pensar a la Argentina desde su lugar y su rol potencial en el planeta.
Conflictos básicos
La Argentina afronta, entrelazados, dos conflictos básicos:
- Pueblo y nación vs. despotismo en todas sus variantes (concentración local de poder y de riqueza, imperialismo, colonialismo y neocolonialismo
- Trabajadores vs. capitalismo
La palabra “entrelazados” es clave porque el punto de vista que acá expongo está alejado de aquello de contradicción primaria y contradicción secundaria: una, porque estamos explorando lo real y no moviéndonos dentro de la Lógica como materia de estudio; dos, porque se da interacción y sinergia entre ambos conflictos.
El primero de los conflictos mencionados es ya ancestral y, en los últimos setenta años, fue el movimiento peronista fundacional, dirigido por Perón, el que lo afrontó abiertamente. Vale destacar que también la izquierda, aun desde distintas perspectivas, encaró este conflicto básico.
Respecto del segundo conflicto básico, comenzamos afirmando que el capitalismo, como modo de organización socioeconómica no puede por sí mismo ofrecer bienestar; además, el liberalismo clásico que sustentó al capitalismo ya cayó en la obsolescencia y es incapaz de proponer democracia y justicia.
Eso no significa que haya que arrasar con la totalidad de los capitalistas ni desterrar a los liberales de buena fe: los primeros, básicamente pequeños y medianos productores rurales e industriales son requeridos para aportar al desarrollo deseable. Los segundos, porque pueden aun alentar debates de importante proyección y propiciar argumentos para la conquista de derechos que se van tornando impostergables. Además, se requiere del concurso de grandes empresas: es partir de reconocer lo real sin incurrir en concepciones que más que utópicas son dogmáticas y llevan a más decadencia. No quiero acá abundar sobre esto, que puede ser objeto de alguna controversia, para no abusar de la paciencia, ya probablemente un tanto agotada, de la lectora o del lector.
Dejo en claro que el antagonismo entre trabajadores y capitalismo es inherente a esta formación socioeconómica, pero eso no significa que acabar con la misma sea un imperativo impostergable toda vez que no podemos esperar a que el mundo le ponga fin vaya a saber cuándo. Dada la situación actual, se trata de aprovechar lo que el capitalismo, de escaso o precario desarrollo en la Argentina, pueda ofrecer para avanzar hacia el objetivo de la realización de nación y pueblo.
Invito, de paso, a cuestionar tanta apelación a que estamos siendo gobernados o manipulados por el neoliberalismo: en nuestros países, lo que se da en llamar neoliberalismo – corriente aplicable a los países dominantes – es obscena concentración de poder y de riqueza en manos de monopolios locales y transnacionales. Hablemos claro, evitemos eufemismos y tapujos.
Conclusión 9: para un Proyecto y para contar con una conducción política se deben afrontar los conflictos básicos enunciados por la vía pacífica, apelando a la organización política y la movilización popular, convocando, tomando la iniciativa y sintetizando.
Definiendo conceptos de Política
Nación
Desde hace unas décadas, comenzó a instaurarse la peregrina idea de que el mundo ingresaba en la globalización y que, con ella, desaparecían las naciones; también se terminaría la historia e ingresaríamos en la era del “fin de las ideologías”.
Bueno, no: la historia sigue tan viva como desde que la humanidad existe, las ideologías proliferan, a menudo de modo muy subliminal (por ejemplo, a través de la publicidad, de gran parte del cine, de la literatura, de las artes, de la filosofía en curso, de la seudociencia, del periodismo, etc.).
Y también siguen muy vivas las naciones: más aun, al mismo tiempo que el mundo se interconecta, crecientemente aumentan los reclamos y reivindicaciones locales, los separatismos, incluso los fundamentalismos. Además, los países centrales se afirman en primer lugar como naciones.
Tal circunstancia nos obliga a conceptualizar en torno a la nación.
Los humanos, desde el punto de vista sociopolítico, tenemos una doble pertenencia: a la humanidad y a las naciones.
Dicha doble pertenencia genera una constante tensión dramática que sólo se resuelve a través de la integración: en cierto modo, una población es tanto un adentro -en tanto pertenece a la comunidad- y un afuera -en tanto participa de toda la humanidad-.
A su vez, las Naciones tienen un doble papel vital:
- el de posibilitar la organización de la Humanidad. Es decir, la Humanidad para conducirse se organiza a través de las Naciones.
- el de preservar, en dinámica evolución, la identidad de las sociedades y su capacidad de contener y de proyectarse.
De esta manera, manteniendo fidelidad a lo ya señalado acerca de la doble mirada, a la Nación hay que considerarla como la síntesis de dos adscripciones concurrentes: la de cada sociedad y la de toda la humanidad.
Ya no cabría pensar la Nación con el viejo criterio atomista por el cual correspondería a una comunidad prima facie aislada y atada a tradiciones que se ordena bajo una constitución y un gobierno. Pero tampoco cabe pensar que las naciones son cosa del pasado, son configuraciones obsoletas.
Nuestro planteo afirma y justifica la doble concurrencia:
de los pueblos a sentirse pertenecientes a una comunidad sociopolítica y sujetos de proyectos colectivos,
del planeta al plantear la interacción entre las distintas comunidades como una interacción entre naciones.
La Nación es la resultante de la proyección colectivamente asumida por un pueblo en un espacio-tiempo y de la organización de la humanidad en el tránsito hacia su integración.
Conclusión 10: para un Proyecto y para la conducción política es decisivo proponer y plasmar el desarrollo de la Nación, incluyendo en tal accionar la integración latinoamericana y con los pueblos postergados del planeta.
Pueblo
El conocimiento científico y el rigor epistemológico que tal conocimiento supone, no admiten sinónimos. Digo esto, porque habitualmente se usan indistintamente palabras como pueblo, opinión pública, gente, ciudadanía, masas, etc. Se apela a una o a otra como si se tratara de la misma cosa.
Comienzo la conceptualización de pueblo, diferenciándolo y contrastándolo con la masa, que, desde ya dejo en claro, equivale a gente (ya que “gente” es la expresión eufemística y elegante de masa).
Una entrada para tal diferenciación es la de oponer lo orgánico a lo inorgánico, lo cual permite rápidamente establecer un primer contraste: el pueblo tiende a lo orgánico, la masa tiende a lo inorgánico. El pueblo tiende a extremar lo orgánico al punto de alcanzar el mayor nivel de institucionalización en cada etapa histórica, mientras la masa se circunscribe a la menor organicidad posible y a desestimar la institucionalización.
Precisamente ya Perón en varias de sus obras, particularmente en Conducción Política y en algunos de sus discursos, sentó las bases para tal diferenciación, acentuando la vinculación del peronismo con el pueblo.
Por mi parte, acuñé la siguiente definición: pueblo es la población políticamente culturalizada y organizada.
Esta definición es válida pero insuficiente: requiere ser ampliada y precisada según lo que sigue.
Se da una doble articulación intrínseca, ya que pueblo se determina por su vínculo con la nación, por un lado, y, con los trabajadores, en tanto fuerza potencialmente revolucionaria y sólo en tanto sea esa fuerza, por el otro.
En resumen: pueblo, nación y trabajadores constituyen una tríada indisoluble.
El pueblo tiene como Objetivos básicos y estratégicos su emancipación y su realización plena y en todos los órdenes: cultural, social, políticos y económico.
Pero, además, en la medida que sostengo el abordaje dialéctico, otro aval emerge para definir al pueblo en esa articulación y es el que surge de los conflictos básicos antes mencionados: pueblo/nación vs. despotismo y trabajadores vs. capitalismo.
En consecuencia, pueblo es la población políticamente culturalizada y organizada, que se articula intrínsecamente al mismo tiempo con la nación y con los trabajadores adoptando como sus objetivos trascendentes la emancipación y la realización en franca oposición con el despotismo.
Asimismo, tal oposición no está dada sólo porque el pueblo conciba al despotismo en todas sus variantes como enemigo, sino también porque tal despotismo considera en tal carácter al pueblo como concepto y a los pueblos como concretos.
Creo que de esta manera trato al pueblo como un concepto sustrayéndolo de la bruma nocional y de su lugar de comodín.
Al tratarlo así no hago más que aplicar un enfoque sistémico-relacional o, para quienes prefieran, aplico una aproximación del tipo “estructuralista”, en tanto y en cuanto pongo en juego en simultáneo las operaciones de articulación, de aspiración, de diferenciación y de contradicción:
- El pueblo se articula con la nación y con los trabajadores como fuerza potencialmente revolucionaria
- El pueblo aspira su emancipación y su realización plena
- El pueblo se diferencia de la masa (o de la gente) al punto de la antítesis
- El pueblo se encuentra en antagonismo fundante con el despotismo en todas sus variantes
Lo de población políticamente culturalizada y organizada incluye a la totalidad de quienes se forman, comprometen, militan, adquieren experiencia a través de la acción política (sea en el campo de la política propiamente dicha, sea en la actividad gremial, en el movimiento estudiantil y docente, en los movimientos sociales, en los organismos de DDHH, etc.).
Así, ejemplificando, un trabajador precarizado que integra un movimiento reivindicativo es políticamente culto y organizado y, contrariamente, el ejecutivo, “CEO”, hacendado o intelectual que se define como apolítico o hace antipolítica no integra al pueblo.
Por lo tanto, no se puede objetar, de ninguna manera, como elitista, la definición de pueblo por mí acuñada.
El pueblo, de acuerdo a tal definición, supone organización, movilización orientada a objetivos, conducción, estrategia y acción transformadora.
La masa es la expresión de la tendencia a lo inorgánico. La masa es un agregado tendencialmente amorfo.
Habiendo sido objeto de tratamiento por diversos sociólogos o filósofos, de una manera o de otra, es Freud quien, hasta donde sé, mejor la analiza y, podría asociarla a la noción sartreana de serie, en donde cada integrante es indistinto, indiferenciado, es sólo un miembro sin identidad que forma parte de un conjunto.
A su vez, tal concepto de serie es reformulado por Bleger quien desarrolla el de sociabilidad sincrética, una sociabilidad “sin identidades”, anónima, intangible que puede revelarse si se dan determinadas condiciones.
Por otro lado, el psicoanalista británico Winfred Bion, creador de la psicoterapia de grupos, a través de su concepto de “supuesto básico” aporta a la caracterización de la masa, de un modo cercano al de Bleger.
Ortega y Gasset se ocupa de la masa y del hombre-masa, pero de un modo que, mal o bien interpretado, puede conducir a una visión elitista e, incluso, cierta reivindicación de la “nobleza” apetitosa para el franquismo. Sin embargo, aplicando la epojé o extremando la abstracción (uso con renuencia ambas expresiones, que no avalo, con la única finalidad de ser claro), podríamos decir que Ortega y Gasset define la masa en términos bastante próximos a los autores antes mencionados (aunque sin ver el rol que juega la identificación a la manera que lo hace Freud). Podríamos agregar también a Le Bon o a Mac Dougall con su particular visión, limitada, de la masa, visión objetada justamente por Freud.
También se puede establecer una correlación entre la masa y el pueblo y los tipos ideales de autoridad o dominación de Weber: tradicional y carismático se corresponden principalmente con la masa y el racional-legal con el pueblo; hago la salvedad, de que estas correspondencias no implican equivalencias, sino sólo una aproximación con la finalidad de contribuir a hacer más claro lo que he expuesto.
Maquiavelo en El príncipe describe dos comportamientos antitéticos a los que en mi libro Método Vincular. El valor de la Estrategia, interpreto en términos de una ley: el que opone la concentración del poder en el príncipe (o caudillo) versus el que promueve la distribución de poder y la organización consiguiente. Masa el primero, pueblo el segundo.
En mi producción, el Método Vincular, establezco que la intersubjetividad tiende hacia uno de dos polos: el de la primarización, que es el que contribuye a perfilar la masa, y el de la secundarización, que se corresponde con el pueblo.
Ibsen, en Un enemigo del pueblo describe cómo la masa (a la que él con las limitaciones de su época llama pueblo) se opone al representante popular, el doctor Stockham (al que equivocadamente se lo interpreta como expresión del “individuo”); Golding, en El señor de las moscas, muestra los comportamientos antitéticos, el propio del pueblo liderado por Ralph y el de la masa que expresa el retorno de la horda primitiva, encabezado por Jack.
La razón de todas estas citas radica en que, por distintas vías, distintos autores piensan a la masa como algo muy diferenciado, diríamos antitético, respecto de lo que defino como pueblo. Aunque no hayan podido conceptualizar sobre este tema.
Para no incurrir, con tantos citados, en erudición estéril, me centro en que la masa supone un agregado que reconoce como lazo vinculante a la identificación (Freud): cada integrante de la masa, por sí, se identifica con algo o alguien por sólo un rasgo absolutizándolo y entregándosele. Desde ya, el nazismo es la expresión más resonante y trágica de tal proceso.
Los alemanes nazis, renunciando a su propia identidad, ubican en el lugar del ideal de cada uno a Hitler basándose en un rasgo de éste que se hace “totalizador y totalitario”: supongamos, la avidez por la potencia. Sobre tal base, cada nazi se reconoce a sí mismo y se hermana con sus camaradas por identificarse, en primer lugar, con Hitler: “somos nazis en tanto todos asumimos, en primer lugar, a Hitler como nuestro líder”. No es la organización ni un cuerpo de ideas el primer basamento, sino esa identificación, identificación con un líder que, por supuesto, tenía cierta caracterización y, que, sobre todo, prometía poder absoluto.
Hitler y sus cómplices, a su vez, sobre tal base, generan lo que Freud llamaría una masa artificial a la manera de un ejército: todos los nazis se comportan como integrantes de una cofradía fuertemente consolidada cuyos objetivos y garantía de trascendencia se afirman sobre la relación con el führer. Es decir, la masa puede darse cierta organicidad, y de hecho se la da, pero tal organicidad se afirma en la negación de lo propio y de la complejidad de cada integrante de la misma, se afirma en la sustitución de tal “propio” y de tal complejidad por el tributo al líder, se afirma en la verticalidad acrítica, en la obediencia “debida”.
La masa reconoce su origen ancestral en la horda primitiva (Darwin y Freud) la cual se configuraba casi como una manada que respondía a la autoridad despótica del macho jefe.
Más allá del carácter conjetural de la horda primitiva, sirve para poner muy en negro sobre blanco, que una trama cuyas raíces se hunden en el inconsciente social está siempre al acecho buscando emerger. La barra brava o la patota son versiones actuales representativas de esa supuesta horda primitiva.
Manifestaciones más funestas han sido los gobiernos tiránicos cuyo máximum fue la última dictadura con sus grupos de tareas.
Sucede que, de acuerdo a lo expuesto, la que es objeto de manipulación es la masa; el pueblo jamás puede ser manipulado, justamente porque es la población políticamente culturalizada y organizada que se caracteriza por la cuádruple operación ut supra detallada.
No toda masa es un reflejo de la horda primitiva pero sí podemos suponer, fundadamente, que, tal figura, arroja luz sobre comportamientos que, aunque parezcan “muy civilizados”, expresan el retorno de un gregarismo patotero que provoca malestar, desazón, incluso pánico.
Lo que sí permite inferir esta apelación a una noción que se remonta a lo más pretérito es que la masa es sustancialmente atraída por el poder: aquello que o aquél que ocupe, real o imaginariamente, el lugar de mayor nivel de concentración de poder es el imán, es el hipnotizador, es la fuente de la identificación que propiciará la ligazón entre los miembros de la masa. El “aquello” o el “aquél” puede ser el imperialismo, puede ser el grupo hegemónico, puede ser la persona que maneja los hilos, puede ser el magnate, el famoso, etc.
En nuestro país, la masa idealiza al imperialismo y/o al colonialismo en todas sus expresiones, muy particularmente el de los EEUU de Washington: para la masa éste se alza como omnipotente y dotado de todas las virtudes.
Tenemos entonces que mientras para el pueblo se trata de construir poder como herramienta para la instauración de la sociedad más justa según la fase histórica, para la masa el poder, real o imaginario, el poder acumulado o fácilmente acumulable es el objetivo, es su punto de llegada. Apoyar a quien considera dueño del poder libera de la incertidumbre, del riesgo y de la angustia.
Señalo al pasar que Elías Canetti, en su valiosa obra Masa y poder, incurre en un equívoco, siempre y cuando lo haya leído y comprendido correctamente: el de hacer equivaler la masa a la multitud.
Masa y multitud son fenómenos distintos. La masa puede darse de modo difuso, sin la modalidad de multitud, como por ejemplo al votar o al expresarse, paradójicamente, según la maliciosa noción de “mayoría silenciosa”. Por su parte, una de las modalidades de manifestarse el pueblo es la de la multitud como, por ejemplo, cuando reclama públicamente, en el ágora, siempre organizadamente. Es decir, habrá que ver en cada caso cuándo la multitud representa a la masa y cuándo al pueblo.
Una demostración categórica de la diferencia entre masa y pueblo se puede observar respecto de la invasión nazi en los países que fueron ocupados: una parte de la población invadida, aplaudió al invasor; otra, emprendió la resistencia. Fácil se deduce que aquélla representó a la masa y que las resistencias de esos países (Francia, Grecia, Holanda, Europa oriental, incluso Alemania e Italia) expresaron a sus pueblos.
Podríamos seguir mostrando diferencias entre masa y pueblo, pero aceptemos que lo expuesto es suficiente, en aras de no abrumar ni extendernos al infinito.
Conclusión 11: el Proyecto y la conducción política son, ante todo, Proyecto y conducción política del pueblo y trabajadoras/es; a la masa se llega sólo a través del pueblo. Aclaramos que eso significa, en términos de la creación de este autor, el Método Vincular, adoptar la secundarización o concepción secundarizada de una dirección y más precisamente, el Posicionamiento Vincular Constructivo.
Opinión pública
Quizá, convencionalmente, es esperable por parte de la lectora y del lector una definición de la opinión pública diferente de la que expondremos acá. Pero adoptar una versión convencional implicaría una actitud complaciente alejada de lo que es la opinión pública de facto.
No caben dudas a esta altura de que la opinión pública es la que se difunde, la que se publica, la que se dirige a la masa y la que ésta convalida, activa o pasivamente.
De tal manera definimos así a la opinión pública:
Es el conjunto constituido por la “gente”, los medios de comunicación masiva, las redes virtuales y las conclusiones de los “focus groups y las encuestas divulgadas.
El entrecomillado de la palabra “gente” obedece a algo que ya hemos dicho: que tal vocablo es la expresión eufemística y de buen tono que se usa para referirse, en rigor, a la masa. Así que, puesto en negro sobre blanco, uno de los cuatro componentes que constituye a la opinión pública es la masa.
Conclusión 12: sin desestimarla, para la elaboración y puesta en marcha de un Proyecto y para la conducción política la opinión pública no debe ser primera prioridad; la opinión pública tiene que ser encarada como si fuera la masa por lo tanto hay que restar relevancia a las tendencias masivas, modas, encuestas y prédicas de los medios de comunicación dominantes, así como de las redes virtuales.
Electorado
Habitualmente se considera al electorado como el conjunto de los votantes o electores.
Es una versión naturalizada, convencional, extremadamente simplista ya que desconoce, por empezar, toda la compleja trama que supone cualquier proceso electoral.
Esa compleja trama supone la intervención de diversos factores y actores en un proceso electoral y en un determinado contexto nacional, regional e internacional. Entre los factores podemos mencionar a los que, de una u otra manera, inciden, tales como el Estado, las corporaciones, los medios de comunicación de masas, las tendencias, etc., entre los actores, las organizaciones políticas y candidatas/os y las/los votantes.
No toda la población vota, sea por decisión de los electores, sea por razones normativas; tampoco pueden ser elegidas o elegidos todas y todos quienes quisieran tener responsabilidad pública, sea por falta de recursos económicos y de otros órdenes, sea por poseer convicciones políticas, ideológicas y éticas que contravienen las reglas del juego imperantes.
De tal manera, un electorado es siempre contingente y restringido.
Entonces, con lo expuesto, estamos poniendo sobre el tapete que el electorado está formado no sólo por quienes eligen sino también por los elegibles o elegidos.
De tal manera, la definición de electorado es:
El conjunto de los electores más el conjunto de los elegibles y el vínculo entre unos y otros.
En el proceso electoral concurren, con igual derecho, tanto la población que constituye al pueblo según hemos conceptualizado como la población que pertenece a la masa. Esto revela una debilidad del régimen electoral y, a todas luces, una injusticia amparada en racionalizaciones respecto de una inadecuada y, generalmente deseada por quienes concentran poder, comprensión de lo que debe considerarse democracia.
Una conclusión de relevancia es que un resultado electoral, entonces, no equivale a voluntad popular: para ser más precisos, no equivale a decisión del pueblo. De hecho, ateniéndonos a nuestra conceptualización, en el 2015 y en el 2017, el pueblo fue, electoralmente, derrotado y da su batalla en las calles, en los lugares de trabajo y en los lugares de estudio. A partir del 2019, aunque se pudiera suponer inocentemente que el pueblo recuperaba su poder, en rigor fue desoído.
Conclusión 13: para pensar y aplicar un Proyecto y para la conducción política los procesos electorales constituyen sólo una herramienta. Al mismo tiempo tiene que proponerse una transformación de fondo de las normas y procedimientos que rigen tales procesos para asegurar siempre la victoria del pueblo por sobre los desvaríos de la masa y las maniobras de sus manipuladores. Incluso, en una reforma constitucional, obligada a esta altura, esta conclusión debe ser tenida en cuenta.
Democracia
De acuerdo a la acepción original, proveniente del griego, democracia es gobierno del pueblo: demos es pueblo y krátos es gobierno.
Por lo tanto, un gobierno antipopular por definición no es democrático. Ningún proceso electoral hace per se que un gobierno sea democrático. Ya hemos descrito suficientemente en torno al electorado y lo electoral.
Ya hemos dicho que el régimen clásico inspirado en Montesquieu, revolucionario en su momento, ha devenido conservador, antidemocrático.
El movimiento popular de 2001 puso en jaque y hasta cuestionó de raíz tal régimen clásico. Las asambleas populares emergieron como expresión genuina brindando una señal muy clara de qué debería entenderse por democracia. Lo que se da en llamar “kirchnerismo” sirvió para socavar ese movimiento popular revolucionario y mantener, con modificaciones cosméticas, al régimen imperante.
De hecho, desde entonces, a través de la ocupación de la calle, así como de la creciente acción en lugares de trabajo y de estudio, en localidades y barrios, argentinas y argentinos se encuentran en “estado asambleario”. Muchas decisiones de los gobiernos o muchos de sus pasos atrás, se debieron a tal movilización que reveló ser, de lejos, mucho más eficaz que la acción de dirigencias, del congreso y legislaturas, de jueces y distintas instituciones convencionales.
Si democracia es gobierno del pueblo, de acuerdo a lo que hemos desarrollado, significa que se basa en la población políticamente culturalizada y organizada, que se articula con la nación, que aspira a su emancipación y realización y que toma partido por los primeros términos de los conflictos básicos.
Esto pone a la democracia en posición antagónica respecto de la masa, de la manipulación, y, sobre todo, de los concentradores de poder y sus vicarios que responden a intereses contrarios a la nación, al pueblo y a trabajadoras/es.
El interrogante a afrontar y resolver es cómo se traduce lo antedicho institucionalmente, lo cual implica la inexorable reforma constitucional.
Conclusión 14: un Proyecto y la conducción política deben plasmar la democracia entendida como “gobierno del pueblo” acorde con lo definido en el presente documento.
Bases de un proyecto para la Argentina
Un Proyecto, en primer lugar, define Objetivos Básicos, inexorablemente estratégicos.
Tales Objetivos Básicos, según el Método Vincular, se inscriben a su vez en un
Objetivo de Posicionamiento Vincular: para la Argentina tal objetivo debe ser
el Posicionamiento Constructivo (ver mi libro Método Vincular. El
valor de la estrategia y diversas publicaciones en mis blogs.)
Sobre tal fundamento, los Objetivos Básicos son:
La emancipación y la realización de la nación, del pueblo y de los trabajadores.
Con sustento en lo antedicho, el Proyecto debe atender a los conflictos básicos, el Proyecto deberá contemplar cómo afrontar y superar exitosamente tales conflictos.
Queda claro que, respecto del primero de los conflictos básicos, afirmando a la nación y el pueblo, oponiéndose firmemente a toda forma de despotismo.
Con respecto del segundo, a la luz de la evolución histórica hasta donde podemos saber, se impone instaurar un modo de organización socialista como predominante; en rigor, una configuración justicialista en la medida que eleva a la Justicia como valor supremo, la justicia en todas las áreas de la vida.
De tal manera, no nos circunscribimos a la formación socioeconómica, sino a la totalidad de la vida en sociedad de nuestro país. Creo que debemos pensar en un modo de organización socialista acorde con la identidad de nuestra nación y con las expectativas de nuestro pueblo y trabajadores.
Ese modo de organización socialista es sobre las bases de la concepción justicialista, la más avanzada y más probada concepción, la que establece a la Justicia en todos los ámbitos de la vida en sociedad como el valor máximo. En ese marco, habrá de instrumentarse lo que el capitalismo como formación socioeconómica pueda aportar, tanto más cuanto nuestro país está lejos de haber alcanzado o de haber aprovechado a tal formación económica.
La elaboración de un proyecto para la Argentina supone una producción resultante de una amplia convocatoria y un trabajo de notoria extensión. Por lo tanto, aquí nos circunscribiremos a proponer bases que resultan no sólo de la propia concepción sino también de los comportamientos populares y la suma de opiniones recabadas entre los sectores populares, trabajadoras, trabajadores y quienes legítima y genuinamente los representan.
Cabe pensar en términos de trascendencia y de grandeza: la Argentina debe alcanzar el estatus de potencia, de potencia pacífica, constructiva e integradora. Eso significa que debe desarrollarse en ciencia, tecnología, investigación, educación, carrera espacial, mercado interno, comercio internacional, infraestructura, energía, ferrocarriles, flotas fluvial, marítima y área con el fin de llegar al último rincón de nuestro territorio y del planeta, ocupación de nuestro Atlántico Sur con las islas del mismo incluidas así como de la Antártida, salud, vivienda, derechos laborales e ingresos, justicia en todos los planos, igualdad de género y de transgénero, bienestar en el nivel óptimo para niñas, niños y adolescentes y economía próspera sustentable y, en subrayado, medio ambiente.
La Argentina debe liderar la causa ecológica o de preservación ambiental.
Por otro lado, al mismo tiempo, se impone la meta de triplicar o cuadruplicar el PBI asegurando que su principal componente pase a ser la producción tecnológica e industrial junto con el impulso al comercio interior y exterior. También cabe repensar de fondo las políticas impositivas.
A continuación, entonces, lo que damos en llamar las bases para un proyecto para la Argentina:
Determinar el lugar de la Argentina en el mundo, supone salir del encierro endogámico y proponerse mirada exogámica. “En el mundo” implica su lugar respecto de todo el planeta afirmándose en la integración latinoamericana y la solidaridad con las naciones postergadas y los pueblos sometido del mundo.
Esto supone la concepción secundarizada según el Método Vincular que es la consistente con nuestro concepto de conducción política.
Determinar ese lugar, de acuerdo al MV, implica fijar el Objetivo de Posicionamiento Vincular: Constructivo.
De acuerdo a lo antedicho, la Argentina deberá asumir, nos repetimos, una política internacional de integración latinoamericana y de solidaridad con las naciones y pueblos. No es aceptable ningún tipo de alineamiento con las potencias dominantes del planeta, sean del signo que sean.
La Argentina habrá de respetar, en todo lo que contribuya a lo antedicho, a las Naciones Unidas y los órganos regionales tales como el Mercosur, Unasur, etc.
Los principios que sustenten tal política internacional deberán estar contemplados en una nueva constitución y deberán sostenerse en el tiempo. Por lo tanto, se exige la mirada de largo plazo y se suprimen vacilaciones o comportamientos erráticos.
También, acorde con lo antedicho, la Argentina deberá considerar en su Proyecto qué es lo que en las diversas áreas la torna más eficaz, integrada, trascendente y potente en el contexto internacional.
En consonancia, el proyecto contempla el adentro: desarrollo integral.
El conjunto de políticas hacia el adentro debe servir al mismo tiempo para el logro del lugar de la Argentina en el mundo como para la plena realización de la nación, el pueblo y los trabajadores
Como desarrollo integral designamos al que hay que poner en marcha activamente en todos los órdenes: cultural, social, político, científico, educacional, sanitario, tecnológico, industrial y económico.
También implica qué rol para el Estado, que no puede ser otro que el de un status protagónico para impulsar ese desarrollo integral, para afrontar inversiones, para concluir con el dominio de las grandes corporaciones, para asegurar la educación y la salud públicas, la justicia en todos los planos.
Surge como un imperativo llevar a cabo una profunda reforma constitucional que sustituya definitivamente la original y la actual, sobre todo por su inspiración liberal burguesa, inspiración que ha devenido arcaica, injusta, insostenible. Más allá de sus aspectos controversiales, merece ser considerada como antecedente la de 1949.
Tal reforma constitucional debe asegurar la plena soberanía nacional y la realización del pueblo argentino y trabajadoras/es, jubiladas/os, otorgándoles el lugar protagónico (tener en cuenta nuestro concepto de pueblo). No va más, por lo tanto, eso de que “el pueblo no delibera ni gobierna sino…”.
Para tal realización deberá considerarse la democracia como aquí la hemos definido y garantizar la democratización de la totalidad de las organizaciones de todo el espectro: políticas, sociales, gremiales, educacionales, sanitarias, etc.
Respecto de las FFAA habrá que definir su rol encuadrado de acuerdo, sobre todo, según el primero de los conflictos básicos enunciados en el punto correspondiente de este documento: eso implica que deben enfocarse en la prevención y preparación teniendo en cuenta a las potencias que desconocen o amenazan nuestra soberanía y compartir con las FFAA de América Latina que respeten similar principio, así como de otras naciones y pueblos del mundo su entrenamiento, su equipamiento y accionar. En particular, hay que tener en cuenta que nuestro Atlántico Sur está bajo dominio colonial.
Todo lo atinente a la seguridad interior y todas las formas de la delincuencia deberán ser objeto de políticas innovadoras que garanticen los derechos a la vez que sancionen y, sobre todo, prevengan los comportamientos ilícitos. Es fundamental, por aquello de que el pescado comienza pudriéndose por la cabeza, aplicar las leyes jurídicas con quienes son los grandes depredadores. Es un tema que requiere análisis en profundidad y, sin duda, hay quienes están en mejores condiciones de hacerlo que este autor. Simplemente dejo sentado que hay que rever desde la raíz esta cuestión.
Desde ya, encarar una innovadora transformación de raíz del Poder Judicial o el aparato jurídico es un imperativo.
No hay dudas de que la preservación y, aún más, la ampliación de los derechos humanos debe contar con la mayor prioridad. Los derechos humanos lo son en tanto son derechos de la humanidad como tal y no, únicamente, derechos de las personas u organizaciones. Los derechos humanos son derechos de un todo constituido por la humanidad y quienes la integran, organizaciones, grupos, familias y personas.
Derechos humanos fundamentales de la democracia son el de la participación política, el de la acción gremial y el de toda actividad que tenga por objeto el bienestar del pueblo y los trabajadores; también de sectores que contribuyan al desarrollo de la nación, la integración latinoamericana y la prosperidad.
Tiene que poner en marcha un nuevo sistema político institucional que dé por concluida el régimen de los tres poderes formales para reemplazarlo por aquél que garantice el referido protagonismo del pueblo.
Lo dicho implica modificar de fondo el rol y perfil de lo que actualmente se denomina Poder Ejecutivo, la representación (hoy supuestamente cubierta por congreso nacional y legislaturas) y el poder judicial (ya agotado y corporativista en su misma raíz).
Por consiguiente, también hay que modificar el régimen electoral acorde con la diferenciación pueblo / masa. El derecho a votar tiene que ser acabadamente un ejercicio popular, lo cual implica fortalecer al pueblo y, al mismo tiempo, encarar políticas que impulsen a la masa a incorporarse a aquél.
En la democracia, la indiferencia, la falta de compromiso, la no involucración activa en la res pública, son disfuncionales, son caldo de cultivo de las más variadas formas de despotismo, son el estímulo para la decadencia social y política, son los rieles en los que se desplazan los intereses antinacionales, antipopulares y opuestos a los de los trabajadores.
También deberá encararse la definitiva y total separación del Estado y la Iglesia: nuestro Estado tiene que ser absolutamente laico.
Cuando hablamos de la plena soberanía nacional estamos contemplando todos los órdenes: cultural, social, político, educacional, científico, tecnológico, económico, etc. También dando al Estado el suficiente poder como para impulsar activamente todo lo que está incluido en tales órdenes hasta ubicar a la Argentina a la altura de los países más avanzados. La iniciativa privada, sobre todo a través de pequeños y medianos industriales y productores rurales, deberá contar con los correspondientes incentivos a la vez que contribuir a la realización del pueblo y trabajadoras/es. Esa iniciativa privada también corresponde a grandes empresas, pero bajo el contralor que asegure su cometido en favor de los intereses nacionales y de la mejora de las condiciones de vida de la población.
Aunque está implícito en lo ya descrito, vale precisar que la soberanía es en tierra, mar, aire y el espacio sideral (la Argentina debe intervenir activa y sostenidamente en la llamada carrera espacial).
El empleo digno en todos los alcances de la expresión habrá de tener carácter de rector y, por supuesto, deberá estar garantizado para la totalidad de argentinas, argentinos y habitantes, provengan de donde provengan, de nuestro país.
Al mismo tiempo, habrá de reconocerse la diversidad cultural y el derecho de pueblos originarios y diversas comunidades a concretar sus aspiraciones.
Todo lo antedicho supone el fin del predominio de las grandes corporaciones de la banca, de la exportación, de la industria y de la tierra, así como el término de cualquier tipo de sujeción a los organismos mundiales que hacen de la injerencia y la usura sus comportamientos típicos.
También supone, como ya señalé más arriba, una reforma impositiva estructural que se base en el principio de mayor contribución acorde con la mayor rentabilidad o ganancias.
Por supuesto, hay que repensar, rediseñar y fortalecer en cuanto corresponda al Estado. Desde luego, hablamos de un Estado consonante con todo lo que hemos expuesto para este proyecto. Hablamos de un Estado que se ubique del lado de la nación, del pueblo y de los trabajadores.
El fundamento que guíe a la Argentina para su constitución, todas y cada una de sus leyes, todas y cada una de sus políticas es el de que la humanidad se realiza en la justicia.
Por lo tanto, con el riesgo de pecar por redundancia, pero con el objeto de dejar bien en claro lo que estamos aseverando, las naciones, los pueblos y los trabajadores se realizan en la justicia.
Hay once acepciones del vocablo “justicia” para la Real Academia Española y sólo una de ellas la refiere al convencional Poder Judicial.
Los significados que seleccionamos para lo que debemos entender por justicia a los fines del proyecto son:
1. f. Principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece.
2. f. Derecho, razón, equidad.
3. f. Conjunto de todas las virtudes, por el que es bueno quien las tiene.
4. f. Aquello que debe hacerse según derecho o razón. Pido justicia.
Aun cuando estas acepciones distan de lo que entendemos por justicia, tienen valor orientativo.
Conclusión 15: se debe contar con un Proyecto de realización para la nación, el pueblo y los trabajadores, un Proyecto integral y debidamente explicitado.
Para una conducción política de la Argentina
Ya hemos afirmado, y demostrado, que la conducción política debe disponer, ante todo, de un proyecto y diseñar la estrategia que permita plasmarlo.
Todos los puntos anteriores son la base para pensar y construir una conducción política de nuestro país.
Las conclusiones al cabo de cada punto tratado ilustran los aspectos fundamentales, constitutivos, de lo que debe ser una conducción política.
Así que ahora, iremos al grano respecto de lo antedicho: la construcción de una conducción política.
La conducción política
La conducción política es la herramienta para que nación, pueblo y trabajadores plasmen el proyecto conducente a su plena realización.
La conducción política no se reduce a un conductor o al ejercicio del liderazgo; por empezar, la conducción política es la herramienta arriba establecida, mientras que el liderazgo tiende, espontáneamente, a asociarse con la masa, en particular el culto de la figura excluyente del líder. De todos modos, liderazgo, líder y líderes tienen su rol y su función, pero subordinándose a la conducción política. Dejamos para otras publicaciones la profundización de este punto.
La conductora o el conductor es función de la conducción: es la variable dependiente “x” de la variable independiente “y” que simboliza a la conducción.
La conducción supone la organización política, subordinada al proyecto, y, en particular, a quienes tienen la responsabilidad de ejercerla.
La conducción es la conjugación de la toma de iniciativa con la síntesis, en este orden y en el inverso a la manera de una serie al infinito: toma de iniciativa – síntesis – toma de iniciativa – síntesis…
No hace falta definir la toma de iniciativa.
Por síntesis entendemos la tarea por la cual la conducción, tanto en el largo plazo como en el mediano y corto, tanto en el diseño e implementación de la estrategia como en cualquier movimiento táctico, articula la totalidad de las expectativas y propuestas de la diversidad de posiciones que integran el campo de lo nacional, lo popular y la causa de los trabajadores.
De aquí se deduce que la conducción política debe tener la mayor predisposición a la pluralidad y la mayor vocación por convocar.
Los que determinan el curso y eficacia de la conducción son el Proyecto y los Objetivos Estratégicos que emanan del mismo: nunca la doctrina ni el pensamiento monocolor ni las posiciones cerradas y, mucho menos, dogmáticas o fundamentalistas.
Doctrina, pensamiento, ideas e ideología, etc. se subordinan al Proyecto y dichos Objetivos.
Si consideramos todo lo desarrollado en este documento y, particularmente, lo expuesto en el Proyecto y en este punto, Conducción Política, no asoma en el horizonte, hoy, lo que pueda asumir este rol.
Es decir, no sólo afrontamos la carencia de Conducción Política, sino que tampoco se observa en las dirigencias, hasta el momento, la aptitud y la vocación para ocupar tal vacancia.
Las dirigentes y los dirigentes, las organizaciones políticas, están lejos de contar con un Proyecto auténticamente integral y transformador de fondo, están lejos de la toma de iniciativa, están lejos de sintetizar.
Mientras gran parte de la población afronta una situación desesperante y por debajo de la supervivencia, mientras el pueblo da signos claros de que hay que encarar ya una transformación mostrándose tan dispuesto como impaciente, las dirigencias parecen entretenerse en los temas coyunturales, en reivindicaciones totalmente legítimas pero de alcance parcial alejadas de la síntesis y, lo que es más que preocupante, en el juego de lo electoral con vistas a un imaginario 2023: todo un tiempo por delante más que suficiente como para que los depredadores consumen su plan, dejándonos librados a la peor de las intemperies.
Activa y comprometidamente deposito mis esperanzas en los cuadros y militantes que genuina y honestamente pertenecen al campo nacional y popular, a la izquierda y a lo que subsiste del peronismo fundacional.
Se remite a la publicación La dirección estratégica según el Método Vincular para una ampliación sobre qué entender por conducción política (ver “Fuentes bibliográficas y… “ al final de este documento).
Reiteramos que, ante todo, la conducción política se propone objetivos hacia el planeta, afirmándose en América Latina y en lo que aún tiene de vigencia, en la correcta acepción de la expresión, el Tercer Mundo. Sobre tal base, que hace a la determinación de los Objetivos Estratégicos, se elabora el Proyecto y las consiguientes políticas hacia nuestro propio país.
Conclusión 16: la conducción política articula toma de iniciativa con síntesis. La conducción política guía y se guía por el Proyecto y los Objetivos Estratégicos, convoca, se afirma en el pueblo al tiempo que estimula a la masa formar parte de aquél.
También supera las limitaciones que imponen la agenda del día a día, la opinión pública genéricamente considerada, los medios de comunicación de masas dominantes y las encuestas.
Estrategia
Estrategia es el trazado que una conducción se propone para el logro de objetivos.
Ateniéndonos a esta definición, hacemos las siguientes observaciones:
- La Estrategia supone un proyecto, una conducción, la fijación de objetivos y la articulación entre todos estos términos. Dicho por la negativa, no hablamos de estrategia si se carece de proyecto, de conducción y de objetivos a alcanzar.
- Al adoptar la palabra, "trazado" estamos estableciendo una diferencia de fondo con planificación, con programación o con conjunto de reglas y procedimientos o con cualquier tipo de estructuración rígida de conductas destinadas a la obtención de resultados.
La estrategia implica la integración del rumbo, la dirección, el conocimiento y la creatividad.
Sólo sobre estas bases se pueden pensar y aplicar la programación, la planificación, las reglas y los protocolos. La estrategia se pone en juego en cada acción, en cada decisión, en cada instante. No corresponde asociar la estrategia con el largo plazo: la estrategia se define y aplica en el corto, en el mediano y en el largo plazo.
El estratega expresa, simultáneamente, a la parte que dirige y la comprensión del todo. El estratega, a la vez que conduce, a la vez que toma partido, se ubica por encima de todos los actores involucrados para tener la mayor claridad y la mayor posibilidad de objetivación sobre la totalidad del campo que es de interés de la conducción y la organización política.
Consistentemente con lo que establecimos acerca de la toma de iniciativa como una de las premisas de la conducción, la estrategia implica tal premisa. Por lo tanto, no hay estrategia cuando se adoptan tácticas o acciones reactivas; esto es, no hay estrategia cuando sólo se responde a comportamientos del competidor u oponente. En tal caso, la iniciativa es justamente de estos últimos, de ellos también es la estrategia.
Conclusión 17: la conducción política cuenta con una estrategia. Sin estrategia no hay conducción política: la conducción política desea la estrategia.
Los objetivos
De acuerdo a lo que hemos expuesto como conducción política y la correspondiente organización, los objetivos se determinan en función de su afuera.
Los denominamos Objetivos Estratégicos.
Los que complementariamente la conducción se dé hacia nuestro propio país son los intranacionales o internos, son los que cabe fijar para que se plasmen los objetivos estratégicos.
Tales objetivos, también incluidos en el Proyecto, implican que el país logre el grado de desarrollo y justicia óptimo para que nación, pueblo y trabajadores se encuentren en condiciones de alcanzar los objetivos estratégicos.
Si usamos una metáfora para ser más claros, diremos que un buque tiene como objetivo llegar a determinado puerto, ése es su objetivo estratégico. Su tripulación y toda su estructura, incluso sala de máquinas y tecnología, son los recursos y herramientas para que los pasajeros y la carga lleguen a puerto.
Los objetivos estratégicos son los de posicionamiento: al basarnos en el Método Vincular, los objetivos de posicionamiento son los Objetivos de Posicionamiento Vincular.
El Objetivo de Posicionamiento Vincular recomendable para la Argentina es el Constructivo, para cuyo conocimiento en profundidad remitimos al libro de mi autoría Método Vincular. El valor de la estrategia; también a otros textos complementarios (ver “Fuentes bibliográficas y…” al final de este documento).
Tal objetivo le daría a nuestro país su identidad y el rumbo garantizando, reiteramos, la realización nación-pueblo-trabajadores, retomando la definición de estrategia como el trazado que la conducción política se propone para que la Argentina ocupe determinado Objetivo de Posicionamiento Vincular.
Conclusión 18: la conducción política debe determinar un Objetivo de Posicionamiento Vincular para nuestro país. Recomendamos el Posicionamiento Constructivo.
Cómo
Cómo concretar el Proyecto es, desde luego, el interrogante por excelencia.
Este documento es político, se enmarca en la Política y, por lo tanto, la respuesta al ¿cómo? es política. Todo se subordina a la política y, particularmente, la economía.
Por supuesto que la materialización del Proyecto requiere de la labor conjunta, francamente interdisciplinaria, de dirigentes políticos, dirigentes sectoriales, dirigentes de las organizaciones de la sociedad civil, especialistas idóneos y comprometidos de las Ciencias de lo Humano en todo su espectro, incluyendo decisivamente a la Economía y de las Ciencias de lo Natural. También hará falta la tarea insustituible de la militancia.
El cómo consiste en la articulación de:
Conducción Política
Estrategia
Organización
Comunicación
Convocatoria amplia, sistemática y con visión estratégica de los actores y sectores más variados unidos en torno al Proyecto de hacer de la Argentina una potencia
Movilización popular continua.
Respecto de este último punto vale aclarar y precisar: la movilización popular no se agota en las manifestaciones de apoyo o de protesta callejeras. Ésa es una visión reduccionista y simplista de movilización popular.
Desde ya que tal tipo de movilización incluye tal índole de manifestaciones, pero imbricadas con una acción colectiva organizada que suponga estado asambleario en las más diversas organizaciones, aprovechamiento de las redes virtuales, propaganda y difusión en cada barrio, en cada lugar de encuentro tendiendo a la capilaridad óptima, impulso de los debates en los más diversos ámbitos, neutralización de la penetración ideológica y cultural desarrollando conceptualizaciones o teoría de máximo nivel tendiente a incrementar la cultura política, utilización de medios en toda su gama, particularmente los audiovisuales (televisión en todas sus variantes, cine y otros).
Se trata de apelar tanto a la épica como a la mística, imprescindibles para encarar una auténtica epopeya como la de llevar a cabo la revolución pacífica que se impone para el logro de una transformación de raíz conducente a la plena emancipación y a la plena realización.
La organización política, así como el Estado a través de sus distintos efectores deben auscultar continuamente las opiniones, percepciones y expectativas de toda la población y de sus distintos actores.
Cada inquietud y cada aspiración deben ser atendidas y escuchadas, conocidas a tiempo y constituirse en fuentes de inspiración o en estímulo para quienes gobiernan y deciden. Se debe hacer priorizando la Política y desde una perspectiva científica que superen al encuestismo y la aberración conocida como “focus groups”.
La concepción estratégica debe imponerse sobre el recurrente tacticismo en el que la Argentina se encuentra actualmente asfixiada.
Epílogo
La Argentina requiere imperiosamente y ya el diseño de un Proyecto que se concrete aceleradamente y la construcción de una Conducción Política, en los términos que acá hemos definido.
Tal construcción presupone la articulación Proyecto – Conducción – Organización política – Estrategia.
Políticas, tácticas y acciones se incluyen y/o desprenden del Proyecto.
La factibilidad para concretar tal conducción política depende, actualmente, de cuadros y militantes honesta y genuinamente comprometidos con la nación, con el pueblo y con los trabajadores, cuadros y militantes, inquietos y disconformes, que se incluyan en el peronismo fundacional, en el campo nacional y popular, en lo que se da en llamar “progresismo”, en la izquierda.
Reflexión de cierre
Este documento es inacabado y abierto.
Inacabado porque es mucho lo que quedó deambulando por mi materia gris o que he desarrollado en otras publicaciones y que aquí no incluyo. Pero me propuse un texto que atienda a la cuestión central: el Proyecto y la Conducción Política.
Abierto porque más que lectura ilustrativa o académica lo pienso como estímulo de debate, polémicas, aportes y, también, para la acción. Nada de lo aquí expuesto lo doy por concluido.
Fuentes bibliográficas y/o textos complementarios
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Rojas Breu, Rubén (2018): El tiempo y la sangre, novela. Amazon Kindle.