miércoles, 18 de noviembre de 2020

UNA FUENTE ORIGINARIA DEL LIBERALISMO: BERNARD MANDEVILLE

 

 

 

 

Rubén Rojas Breu

 

UNA FUENTE ORIGINARIA Y POCO CONOCIDA DE LA CONCEPCIÓN LIBERAL:

BERNARD MANDEVILLE

Hago saber que, a través de una de mis hijas, el reputado académico francés Jean Cartelier, emérito de la Universidad de París,  despertó en mí el interés por la obra de este pensador holando-inglés, Bernard Mandeville.

Si próximamente este pensador se pone de moda en nuestro país, espero que la lectora y lector de este artículo tengan en cuenta que soy quien lo puso en circulación.

                                                                                           RRB

Consideraciones preliminares

El pensamiento liberal o la concepción liberal o, simplemente, el liberalismo ha dado y da mucho que hablar.

Lo que actualmente se da en llamar “neoliberalismo” es considerado el origen de todos de los males, con justificada razón.

De todos modos,

  • el “neoliberalismo” no es una concepción uniforme u homogénea ya que alberga varios enfoques o posiciones.
  • para nuestro país, para América Latina y para los países y pueblos oprimidos del planeta en general, lo de “neoliberalismo” es un escamoteo eufemístico para no aludir a lo que sí nos lleva al pertinaz padecimiento: el imperialismo. Dicho de otro modo, para nosotros lo que se da en llamar “neoliberalismo” (aplicable en los países centrales y potencias) en nuestras latitudes debería denominarse franca y abiertamente “imperialismo” más colonialismo y neocolonialismo.

Estas versiones del absolutismo global imponen en todo el mundo, y con sobrado y ultrajante ímpetu en nuestros países, lo que bauticé como “despotismo liberal”.

Con este aparente oxímoron denomino al liberalismo a ultranza o fundamentalista lo cual concluye en la instauración de una forma de despotismo.

La cerrada defensa de la propiedad privada a toda costa, el desenfreno por apropiarse de lo público, la apelación a las libertades “individualísimas” que derivan en el abuso de concentradores de poder y de riqueza a costa de la sumisión y la pobreza de las mayorías, es el despotismo sustentado en argumentos “liberales”.

Se llega a poner en riesgo además, en plena pandemia, a la salud pública en nombre de esas engañosas libertades exigiéndose por parte de sus devotos que cada una y cada uno tiene el derecho a hacer lo que se le dé la gana, aplicar o no las normas de prevención, respetar o no la ciencia, aceptar o rechazar las vacunas, elegir contagiar y contagiarse sin que el Estado y los gobiernos intervengan, impulsar el consumo de productos letales como el dióxido de cloro, usar o no barbijo, desplazarse sin restricciones, abrazarse con el vecino, etc.

Pero más allá de la pandemia, el despotismo liberal quiere absoluta libertad de empresa, absoluta libertad de expresión, absoluta libertad de acción, absoluta libertad de lucro sin obligaciones impositivas, aunque el ejercicio extremo de tales libertades tenga como consecuencias el atraso, la injusticia, la extrema desigualdad, la miseria de mayorías, el hambre de niñas, niños y adolescentes, el abandono de ancianas y ancianos, el deterioro o destrucción de la educación y la salud públicas, la entrega del patrimonio y del territorio nacional y más y más y más de que lo que lleva a la ruina y la depredación.

El despotismo liberal es la libertad absoluta del algunos y la privación de casi todo para casi todos.

El despotismo liberal termina pisándose la cola, ya que las consecuencias que genera llevan a la aniquilación de las libertades.

Ejemplifiquemos: la libertad de expresión, por los niveles alcanzados, está llevando a su propia aniquilación. Dicho de otro modo, la libertad de expresión se está suicidando como consecuencia de tanta rienda suelta. La libertad de expresión en su versión fundamentalista, absolutista, promueve las falsas noticias, los rumores, los insultos y agravios de toda índole, la anarquía comunicacional. De tal manera la libertad de expresión así entendida, en su modo dictatorial, lleva a que nadie crea en nadie ni en nada o, por el contrario, a creer en lo que no hay que creer: ambas derivaciones anulan tal libertad ya que expresarse se torna o inútil o dañino.

Con la libertad de expresión desaforada se termina:

  • o en dogmatismo, creyéndose en lo que se quiere creer sin importar la veracidad ni la sustentabilidad,
  • o en escepticismo ilimitado, no creyéndose en nada, ni siquiera en lo que habría que creer o, al menos, prestar atención.

Quede claro que no me opongo a la libertad de expresión sino al absolutismo que hace de ésta y sus análogas herramientas al servicio de los concentradores de poder y de las manipulaciones.

Hubo una época, hace siglos ya, en que la concepción liberal era algo así como el bosón de Higgs o “partícula de Dios” a partir de la cual se habría originado el universo. Del mismo modo que esa partícula primordial tuvo su gran explosión desembocando en este universo en el que deambula nuestro planeta, aquella originaria concepción liberal estalló de tal manera y de modo tan vertiginoso que vinimos a parar a esta contemporaneidad plagada de “liberalismos”, de tantos “liberalismos” que pareciera que hay para todos los gustos, cada cual puede servirse el liberalismo que mejor le cuadre.

Hubo una época que se ubica hacia fines de la Baja Edad Media europea en la cual comienzan a prosperar las ideas liberales.

Esas ideas liberales fueron el motor para la instauración de las democracias formales, el desarrollo de las ciencias y las nuevas artes, de la burguesía, la vida urbana y la gran industria, ya bajo la unificación de las naciones y estados modernos. Resumidamente, esas ideas liberales sirvieron de basamento a la Modernidad.

Ese ideario contribuía a dotar a los humanos de autonomía, liberándose de la sumisión a lo divino y al poder clerical, de la sujeción a los señores feudales y al absolutismo monárquico, del apego a la tierra como el principal medio de producción.

Es decir, esas ideas liberales fueron en su momento un dinamizador para el avance de la humanidad tal como la conocemos. En cambio, hoy, a través de sus variadas derivaciones, devienen obstáculos y anacronismos para el desarrollo humano.

En ese estadio germinal de la concepción liberal se ubica como una de sus fuentes, como uno de sus grandes inspiradores, alguien casi desconocido actualmente, sobre todo en nuestro país: Bernard Mandeville.

En este artículo me propongo comentar acerca de este pensador, famoso en su época en Europa, con la objetividad a la que obliga un enfoque epistemológicamente sostenible. Es decir, trataré de hacerlo ubicándonos en su época, evitando los prejuicios y tratando de explorar lo interesante de su pensamiento, sin que esto implique que lo comparta. Por otra parte, no se trata de si comparto o no sus posiciones, sino de ahondar en su pensamiento con el fin de que tal cometido sirva para entender mejor el presente a partir de alguien tan guardado en un baúl del pasado.

Comentaré sobre la producción de Mandeville tomándome licencias en la confianza o con la expectativa de que este texto sirva de acicate para que posibles lectoras y lectores se interesen en tomar contacto directo con su obra, tan interesante como polémica, provocadora e, incluso, hasta irritante.

 

Bernard Mandeville

Fue un filósofo, médico y economista político holandés (1670-1733) que vivió en Inglaterra hasta su muerte causada por la gripe. En Leiden, Holanda, había egresado de la universidad en las carreras de medicina y filosofía.

Es decir, nació poco antes de la muerte de Hobbes, con quien se emparenta hasta cierto punto en sus ideas, pero con quien a la vez tendrá diferencias de fondo, y fue contemporáneo de Locke y de Hume, más joven que el primero y mayor que el último mencionado. En su época reinó la casa de Estuardo en Inglaterra (Jacobo II y sus herederos), se dio la Revolución Gloriosa inglesa y también coincidió con los reinados de Luis XIV y Luis XV de Francia.

Fue efectivamente un liberal con todas las letras e ínfulas, antecedente originario de esta concepción en general, inspirador de Adam Smith (quien, no obstante, refuta sus ideas “morales”), Friedrich Hayek y Ayn Rand. Ésta última, nacida rusa y naturalizada en los EEUU de Washington fue una extremista liberal, de un fundamentalismo que puede aterrar a quienes creen en la solidaridad, la justicia social, el socialismo, etc.  

Por su parte, Smith se apoyará en Mandeville para desarrollar su teoría sustentada en el libre mercado y “la mano invisible” de éste, aunque, como ya señalé, reprocha la supuesta inmoralidad que se desprende de las obras del holandés-inglés.

Mandeville, en su obra principal, La fábula de las abejas, expone sus teorías, las cuales fueron objeto de ataques, sobre todo de las iglesias cristianas, particularmente protestantes, y de figuras tales como George Berkeley y William Law. Hasta fue sometido a juicio por inmoralidad a causa de sus ideas publicadas; hoy quizá sería “catedrático ilustre” de Harvard, Princeton, Yale, Stanford, patrocinado por las grandes corporaciones multinacionales y, seguramente, recibiría el Premio Nobel de Economía. Lo que puede el devenir de los tiempos.  Claro, que podría contar con todos esos honores sin que quienes se lo otorgasen lo entendiesen, como suele ocurrir.

En total escribió unos doce textos.

Escribió aquel libro, sobre todo, con el propósito de responder a los conservadores que cuestionaban por vileza a un noble a quien acusaban de emprender la guerra por conveniencia personal.

Tal noble era John Churchill, duque de Marlborough, el cual, como nota de color, inspiró la canción infantil “Mambrú se fue a la guerra” y como dato más relevante, es antecesor de Winston, de modo tal que el famoso primer ministro británico que lideró a su país en la Segunda Guerra Mundial tenía un destacadísimo linaje y de orígenes por cierto muy ancestrales.

Pese a ataques y cierta denigración, Mandeville fue reconocido como un médico y economista sumamente serio, al punto que fue tenido en cuenta por la Ilustración; particularmente, Rousseau comenta su obra en Discurso sobre la desigualdad entre los hombres.

Según ciertos comentaristas también inspiró, parcialmente, a Hegel y a Nietzsche y por mi parte agregaría, quizá temerariamente, que se anticipó en algunos aspectos a Freud, particularmente por El malestar en la cultura, el célebre texto del fundador del psicoanálisis.

 

El pensamiento de Mandeville

Según Mandeville el interés individual beneficia a la sociedad. Anticipó así la teoría económica del laissez-faire, que propugnaba el interés personal, la competencia y la menor interferencia posible de las autoridades en los quehaceres de la sociedad.

Es importante tener en cuenta, que como ya señalé, es contemporáneo de la Revolución Gloriosa, la cual – en rigor un golpe de estado – acaba con el absolutismo, el catolicismo como religión oficial en Inglaterra, proclama la “Declaración de derechos”, crea las condiciones para la Revolución Industrial, impulsa firmemente a la burguesía, otorga poderes al Parlamento lo que devendrá en monarquía parlamentaria y, al mismo tiempo, impone una severa moral pública de base cristiana protestante, anglicana, castigándose los “vicios”, la prostitución y todo lo que se considere opuesto a las “sanas costumbres”. Va de suyo que eso se aparejará, inevitablemente, con la hipocresía y la “doble moral”, a lo cual se supone que reacciona Mandeville, deviniendo una suerte de oveja negra para esos nuevos tiempos de entonces.

Su obra principal fue La fábula de las abejas o cómo los vicios privados hacen la prosperidad pública, en la cual, en 1714, relata:

"Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una mala reina. Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento, estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte. En efecto, los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública; y, de rebote, la felicidad pública causaba el bienestar de los particulares. Pero se produjo un cambio en el espíritu de las abejas, que tuvieron la singular idea de no querer ya nada más que honradez y virtud. El amor exclusivo al bien se apoderó de los corazones, de donde se siguió muy pronto la ruina de toda la colmena. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y moderadas, no gastaron ya nada: no más lujos, no más arte, no más comercio. La desolación, en definitiva, fue general. La conclusión parece inequívoca: ´Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Fraude, lujo y orgullo deben vivir, si queremos gozar de sus dulces beneficios´".

Tomadas tales palabras al pie de la letra, los integrantes del gobierno de Cambiemos podrían considerarse reivindicados; si se enteran de este texto, seguramente lo difundirían con entusiasmo.

Pero, abordando a Mandeville con el rigor y la seriedad que requiere, veamos lo que expongo a continuación, comenzando por la cita siguiente.

 

Según Gongal Mayos:

 

“El punto de partida de Mandeville es el hombre hobbesiano actuando en un mundo sin un dios relojero y bondadoso que escoge el «mejor de los mundos posibles». Parte de una visión crítica descarnadamente satírica y cínica de los hombres. Éstos, armados de sus deseos e intereses particulares, son los que constituyen la sociedad y el mundo. Por supuesto, en este mundo la moralidad, el bien o la virtud no son sino apariencias que no tienen detrás de sí sino deseos, pasiones e intereses inconfesables. El punto de partida y los objetivos de Mandeville son, como vemos, muy diferentes a los de Leibniz. En algunos aspectos absolutamente contrarios, parece muchas veces que su discurso es una clara prefiguración de La genealogía de la moral nietzscheana. Pero, como apuntábamos al principio, al igual que Nietzsche se ve obligado a exponer el origen -la «genealogía»-del bien, de la virtud, de la moral y, en definitiva, de todo aquello que en principio no son ni pasiones inconfesables ni intereses privados. Mandeville y Nietzsche, pues, han de llevar a cabo el camino inverso de la teodicea de Leibniz.” 

 

Según María Cristina Ríos Espinosa:

“Su importancia radica entre otras cosas, en haber descubierto, en mi opinión, una ética de la honorabilidad que funda las relaciones cívicas y el surgimiento de la esfera pública, pero además en plantear la tesis acerca de un orden espontáneo en las sociedades, que sirve de antecedente al postulado acerca de la «espontaneidad de las instituciones» de Smith en su Riqueza de las naciones, de la «mano invisible» del mercado y también de la teoría evolucionista de las sociedades de Friedrick Hayek; se podría decir que este teórico contemporáneo del liberalismo económico es un mandevilliano moderno.´

`Me parece importante la recuperación del pensamiento de un autor que ha sido considerado secundario por la historia de las ideas, cuando en realidad posee una actualidad inusitada, pues al interpretar filosóficamente los principales argumentos de la «ética política» mandevilliana descubrimos los principios ideológicos de un discurso que busca la legitimación del capitalismo como un sistema de «libre mercado», con la apariencia de un orden político democrático cuando en realidad la libertad de la «sociedad de mercado» es sólo la de aquéllos que detentan el poder económico.” 

 

Según Manuel Salguero Salguero:

El molesto espejo de la Fábula de las abejas ha llamado la atención de importantes autores y Bernard Mandeville, conocido sobre todo como el autor de esa fábula, adquirió merecida fama en la cultura europea de la Ilustración. La actualidad de Mandeville parece indiscutible porque se aprecia en sus obras un discurso legitimador del libre mercado propio de una sociedad comercial abierta y próspera, en el que se produce la siguiente paradoja: el propio interés y los vicios privados proporcionan de forma espontánea el bienestar público. Defendía, como atributo de este modelo de sociedad burguesa, el lujo, la avaricia y el egoísmo en todas sus manifestaciones, pero lo hacía, adoptando como recurso satírico, un concepto ascético de la virtud. Con este recurso irónico pretendía desenmascarar la hipocresía de la moralidad de su tiempo porque ahondando en esa idea de virtud siempre aparece alguna forma de egoísmo. Mandeville estaba convencido de que el verdadero impulso para la acción proviene de las pasiones que anidan en la naturaleza humana”

“Uno de los elementos dominantes de la obra de Mandeville es el presupuesto de que las exigencias que brotan de las pasiones y de las emociones son el verdadero motor de la conducta humana, por más que el intelecto esté siempre dispuesto a descubrir razones que justifiquen esas exigencias. Este presupuesto epistemológico y esta psicología de las pasiones estaban plenamente en vigor en la época de Mandeville, y reflejaban una desconfianza en la razón como instrumento para alcanzar la verdad. Pero el escepticismo que proclamaba Mandeville era más de carácter psicológico que lógico porque lo que quería reafirmar – como se desprende de su Investigación sobre el origen de la virtud moral - era que todos los seres humanos están regidos completamente por sus pasiones, aunque traten de ocultarlo o camuflarlo con bellas palabras, y que son las pasiones las que incitan a la acción. Lo novedoso de Mandeville no es la originalidad, sino la exposición brillante, incisiva e irónica de una psicología de las pasiones que era común en el pensamiento francés desde Montaigne, y era compartida por autores como Spinoza, La Rochefocauld, Pascal, Fontenelle, Bayle, Daniel Dyke.”

 

Hasta aquí las citas de los autores mencionados; continúo ahora con mi propia contribución para el abordaje del pensamiento del filósofo y economista holando-inglés.

El pensamiento de Mandeville, entonces, condensado en gran medida en La fábula de las abejas con el subtítulo elocuente que anticipa lo nuclear de su concepción -y de la concepción liberal genéricamente considerada- se centra en que los vicios privados generan beneficios públicos y, que, por lo contrario, las virtudes en el ámbito privado pueden socavar o anular el bienestar colectivo. Ejemplificará diciendo que un libertino con su derroche genera sostén económico a sastres, sirvientes, cocineros, perfumistas, prostitutas, quienes a su vez darán trabajo a panaderos y practicantes de distintos oficios y profesiones.

Así, los vicios de los particulares se tornan imprescindibles para el bienestar y grandeza de la sociedad, mientras que la virtud extendida llevaría a la destrucción, la muerte, la privación. De tal manera, moral y prosperidad no pueden coexistir mientras que la conducta viciosa, la que sólo atiende al propio interés egoísta, es la condición inexorable del progreso, de la riqueza, del bienestar de las sociedades. Señala que Inglaterra, corrompida, es, por lo mismo, próspera.

Si bien la obra de Mandeville es de cierta extensión, podemos basarnos en lo resumido en este punto para comentarla, ya que contamos así, en esta sumaria presentación de sus ideas, con bases suficientes para dar cuenta de lo que hoy es del mayor interés: el meollo, el corazón, el núcleo, de lo que se da en llamar liberalismo en todas sus vertientes, las clásicas y las contemporáneas.

 

Comentando a Mandeville

En principio, podría venir a colación una sentencia del antiguo filósofo griego Plutarco: “quien tiene muchos vicios, tiene muchos amos”. Desde luego, esta aseveración de Plutarco se opondría o, por lo menos, cuestionaría las tesis de Mandeville.

De las muchas acepciones que sobre la palabra “vicio” contiene el diccionario de la RAE, dos son las que encajan en lo que trata Mandeville (y, seguramente, Plutarco):

  • falta de rectitud o defecto moral en las acciones
  • hábito de obrar mal

Según Plutarco, los vicios así entendidos someten a quienes los practican, los esclaviza ya que seguramente diría el filósofo heleno, los expone a la extorsión y a la dependencia. Quien incurre en vicios, dadas las “sanas costumbres”, la opinión pública y las leyes, puede ser objeto de chantaje para callar o evitar la denuncia y, por otra parte, requiere, depende, inexorablemente de quienes le proporcionen la satisfacción impostergable.

De tal manera, si Mandeville afirma que los vicios proveen medio de subsistencia a la prostituta y al licorero beneficiando de tal manera a lo público, Plutarco quizá respondería que quien los practica dependería invariablemente de quienes comercian con la provisión de servicio sexual y bebidas alcohólicas y también de su silencio o el de quienes estén enterados para no caer en el descrédito o hacerse objeto de alguna punición: de tal manera, “mujer de la calle” y expendedor de aguardiente devendrían ama y amo.  

Pero Mandeville no considera lo formulado por Plutarco, lo supiera o no, porque sus desarrollos van a lo que entiende por medular y que se ubica en un ámbito en el cual no cabe ningún abordaje desde la moral, no valen los juicios de valor o los valores éticos que finalmente no respetan ni las castas y élites ni las ciudadanas y ciudadanos en general.

Tampoco Mandeville justifica o propicia una suerte de “todo vale”, de libertinaje desenfrenado, justamente porque no hace juicios de valor: se circunscribe a lo que, según su enfoque, sucede con independencia de las intenciones de los humanos, con independencia de las buenas y malas intenciones.

Finalmente, bueno y malo son categorías extremas y, por cierto, fundantes, construidas por los humanos.

Para Nietzsche en La genealogía de la moral, bueno y malo, originalmente, se correspondían con la simple taxonomía poderosos / débiles. Las conductas de los poderosos – faraones, miembros de las castas guerrera y clerical, reyes, señores, acaudalados, etc. – se asociaba con lo bueno y las acciones de la plebe con lo malo: por ejemplo, en el lenguaje contemporáneo se conservan como sinónimos nobleza y virtud, por un lado, villanía y maldad por otro. Bueno el noble, malo el villano. Buenas las “ilustres personas de bien”, malos “los villeros y forajidos (los de afuera)”.

La ministra de Educación de la CABA diría: “buenos quienes tenemos éxito y recursos de élite y malos los pobres y fracasados como los docentes”.

Véase que Nietzsche incluye a los guerreros entre las castas que encarnan al bien en la etapa del origen de la Historia y, precisamente, en latín la virtus es el valor, la valentía, propia de los combatientes.

Nietzsche dirá entonces que la concepción judeocristiana, muy notorio a partir justamente de Cristo, aquella antigua doctrina (hasta cierto punto vigente) es sustituida por la fórmula que la invierte: los débiles, los pobres, los vulnerables pasan a encarnar el bien y los amos, las castas, los ricos, el mal (= “antes pasará un camello por el ojo de una aguja que entrará un rico al reino de los cielos”, “bienaventurados los pobres de espíritu porque suyo es el reino de los cielos” – adviértase que se trata de que sean “pobres de espíritu”, o sea valorizadores de la pobreza, de la humildad y reacios a la fortuna o los privilegios, lo cual incluye, indudablemente, a los ricos que, espiritualmente, se sientan y conduzcan como pobres).

Entonces Nietzsche habla de dos etapas.

Recurriendo a Hegel, una primera afirma que el bien se asocia a la concentración de poder y una segunda la niega asociando lo bueno con la debilidad.

Mandeville, y la concepción liberal, supondría una tercera etapa, una suerte de negación de la negación, ya que no se trata del bien y del mal sino de cómo efectivamente se genera, se reproduce y circula el poder, el cual lo hace a través, fundamentalmente, del vicio.

Es decir, Mandeville aparentemente hace retornar la primera etapa, pero de manera distinta o innovadora: más allá de pertenencias de casta o de élite, radica en el egoísmo, en las pasiones, en las tendencias inexorables al vicio la raíz de la prosperidad de las sociedades.

Entonces diríase que proclama: “reconózcase que los vicios son la fuente no sólo del placer de quienes lo practican sino del bienestar colectivo”.

Es decir, Mandeville niega, anticipada o de antemano,  tanto la moral activa de los poderosos como la reactiva de los débiles (nociones de Nietzsche).

De tal manera funda una axiomática del liberalismo en todas sus formas: el egoísmo, el cual se manifiesta en conductas viciosas, es el dinamizador por excelencia, es la causal de todo desarrollo y bienestar social.

El libre mercado es la expresión más acabada de ese punto de partida: dejemos hacer, permitamos que todo sea posible de ser fabricado y comercializado según el gusto del egoísta y las sociedades enriquecerán y avanzarán.

El Estado y las leyes imponen necesariamente restricciones que obstaculizan ese motor basado en el nexo entre los vicios privados y las virtudes públicas, entre el laissez faire y el bienestar colectivo, entre el egoísmo y la prosperidad.

Ahora bien, esas tesis mandevillianas se sustentan en la creencia en el “individuo” y así lo sigue haciendo todo tipo de liberalismo, incluyendo el tan meneado “neoliberalismo”, que, como se ve, poco y nada tiene de “neo” (salvo que se opte por la acepción médica según la cual “neo” equivale a cáncer, como abreviatura o metaplasmo de “neoplasia”).

“Individuo”, hoy, es una acepción obsoleta, reemplazada por el Yo y por “persona”.

Concurrentemente con tales planteos, al otorgar protagonismo a los impulsos egoístas y las pasiones, no sólo descarta a la moral y a la ética como fuentes de bienestar, sino que desacredita a la Razón. Justamente Mandeville se opone a Descartes y, desde luego, a su célebre cogito. Extremando, Mandeville diría “me aguijonean las pasiones y el egoísmo, por tanto, existo”.

También se adelanta en cierto modo al concepto de racionalización del psicoanálisis, al considerar que el intelecto tiene por finalidad justificar las acciones que la moral sancionaría: intelectualización en lugar de razones verificables.

 

De acuerdo a mi creación, el Método Vincular, una persona es una pluralidad de sujetos, lo cual supone que cada una y cada uno alberga un indeterminado número de “individuos” si mantuviéramos la vigencia de esta expresión.

El Yo, instancia de la segunda tópica freudiana (según la más difundida de las interpretaciones sobre las tópicas de Freud) es la síntesis posible y lograda hasta cierto punto de los plurales sujetos que la Persona contiene. Al mismo tiempo, el Yo es privativo, propio de cada uno, sentido únicamente por quien lo porta y asume, mientras que la Persona es lo que tal Yo es para los otros. Yo soy “yo” para mí y en mí y Persona para los otros: al referirme a uso el pronombre “yo” y los demás me mencionan por mi nombre o apellido, el que consta en el documento “personal”.

Siguiendo a Freud con la misma tópica, la cual en todo caso sistematiza lo que ya estaba en la primera, cada persona contiene tres instancias que viven en conflicto, aún cuando puedan darse transitorias alianzas: el Yo, el Ello y el Superyó, las cuales se entrecruzan con las de la primera tópica, inconsciente y conciencia, finalmente estructuradas tal como las formula en la Metapsicología como sistemas Inc. y Prec-Cc reguladas respectivamente por los procesos Primario y Secundario.

De tal manera que, sea desde el punto de vista de mi creación, el MV o sea desde el punto de vista del Psicoanálisis no hay tal unidad a la que se da en llamar “individuo” (= lo que no se divide, lo indivisible): por el contrario, estamos inexorablemente “divididos”.

Esa “división” es superada, al menos parcialmente, por el Yo, en tanto sintetiza o integra, dentro de las posibilidades de cada persona: de ahí que se hable de “capacidad yoica”. Se supone que a mayor capacidad yoica, mayor capacidad de síntesis, más cabida se da a más sujetos integrándolos, conteniéndolos en tal síntesis.  

Tanto el Yo como la Persona -no hay el uno sin la otra ni la otra sin el primero- son construcciones humanas, es decir, intrínsecamente sociales. El humano no se hace humano por nacer en estado de indefensión, de casi total carencia, sino que, por el contrario, por ser humanos venimos al mundo en estado de indefensión.

La ilusión liberal, la que promueven Mandeville y sus seguidores, desconoce este otro axioma, científicamente comprobable. Desconoce que desde el vamos estamos ligados a otros y que esa ligazón se encarna como organización.

Cada cual es miembro de múltiples organizaciones, de manera tal que su yo y su persona sintetizan, como puede, todas esas pertenencias: se personaliza y, por ende, construye su yo al mismo tiempo que se socializa, al mismo tiempo que se integra a través de las organizaciones a la humanidad y a su sociedad.

Viene a propósito la frase del comediógrafo cartaginés-romano Publio Terencio Africano: “soy un hombre. Nada humano me es ajeno”. Eso puede interpretarse como que todo lo humano está contenido en mí y, al mismo tiempo, estoy contenido en todo lo humano, todos los humanos en mí y yo en todos los humanos a la vez que el modo particular de cada cual en la construcción de su yo y su persona lo diferencian del resto de los humanos, incluso del gemelo. En resumen y más fácil: “contengo a todos los humanos y, a la vez, me diferencio, hasta cierto punto, de todos ellos”.

De tal manera, al privilegiar el egoísmo, Mandeville está desconociendo esa inexorable pertenencia, ese conjunto de interacciones que nos construye desde que somos concebidos y a la cual, simultáneamente, aportamos activamente, aún cuando se carece de conciencia y de voluntad.

El egoísmo se hace comprensible a partir – al menos – del narcisismo según Freud o del egocentrismo según Piaget (en ambos casos, hay que tener en cuenta que se trata de un narcisismo sin Narciso -como precisara justamente Piaget- y de un egocentrismo sin ego, en las etapas iniciales, infancia temprana).

Por el egoísmo en la persona se da una fagocitosis de la pluralidad de sujetos a la que ya me referí por parte de alguno de tales sujetos. Dicho de otra manera, en el egoísmo un aspecto propio, de los múltiples que contiene, tiraniza al resto, excluyéndolos, escindiéndolos, con lo cual paradójicamente se esclaviza ya que pierde la riqueza, sociológica y psicológicamente entendida, de la interacción intrapsíquica, intrapersonal, “intra-yo” y la apertura a la interpsíquica, interpersonal, yo-otros.

Justamente Mandeville señala que el amo se torna, paradójicamente, esclavo porque el dominus termina pendiente de lo que hacen sus sometidos, el señor feudal de lo que hacen sus siervos, al mismo tiempo que tiene que subordinarse al noble de mayor rango y éste al de quien lo supera en jerarquía y éste al rey y finalmente, éste, al Papa, el enlace con Dios o directamente a Dios. Recuérdese la frase que se atribuye a Enrique de Navarra quien, siendo hugonote o protestante, se convierte al catolicismo para ser coronado rey de Francia por el Papa: “París bien vale una misa”.

Hay allí una notable inconsistencia en el pensamiento mandevilliano y, por supuesto, en toda concepción liberal: proponen satisfacer al egoísmo “individual” en tanto motor de todo progreso y, a la vez, reconocen que el “individuo” es un eslabón en un sistema de jerarquías.

Los liberales de hoy, los pretensiosamente “neoliberales”, abogan por todas las libertades para sí, por la abolición del estado y de toda ley que les imponga restricciones, impulsan la plena libertad de mercado y también, sin solución de continuidad, exigen la inserción en el mundo y la subordinación a los intereses de las grandes potencias y de las grandes corporaciones. O sea, que el tan autoproclamado liberal es, sobre todo en países como los nuestros, un mandadero de grandes concentradores de poder. Ningún liberal acérrimo es libre.

Por otra parte, si Mandeville vincula el egoísmo con las pasiones, alude a que éstas son pulsiones despóticas que impulsan al “individuo”, de modo tal que cabe preguntarse ¿dónde está la declamada libertad?

Entonces cuál es el trasfondo, la raíz última del pensamiento de Mandeville y, por extensión, de los liberales. No es el anhelo del “individuo” sino una abstracción: el egoísmo impulsado por las pasiones.

Mandeville no convoca entonces a las libertades “individuales” ni personalísimas: invita a que el egoísmo ahijado de las pasiones y desconectado, aislado, sea alentado para que las sociedades, supuestamente, prosperen.

No es la felicidad del libertino, el laissez faire de los pudientes, lo que inspira a Mandeville, aunque él crea en tales postulados: es lo que impele al libertino sin que éste tenga conciencia ni maneje su voluntad y lo que lo impele son las pasiones.

El libertino, el libre empresario y el emprendedor son meros instrumentos de esas divinidades llamadas pasiones, antiguas divinidades por otra parte ya que todas las religiones remotas en el tiempo, bien de antaño, habían endiosado a dichas pasiones (la mitología griega, como la de cualquier otro origen, fue prolífica en diosas y dioses que representaban a las pasiones, como Afrodita, Dionisio, Eros, Ares, aunque podría decirse que casi no había divinidad que no las simbolizara).

No es entonces la libertad. Es lo que inconscientemente determina a las organizaciones, grupos y personas el generador de la prosperidad; en sus términos, se trata de las pasiones que desembocan en el egoísmo o en una categoría que debería llevar otro nombre: el lucro, la obtención de lucro, con independencia de beneficiarios humanos, identificables.

Así, concluimos entonces en la razonabilidad de las tesis marxistas de la plusvalía y la acumulación.

 

Según el Método Vincular

Veamos desde la perspectiva de mi creación ya mencionada:

El concepto de Deseo es el fundamento del Método Vincular.

El Deseo, según el Método Vincular, difiere de todas las acepciones habituales, tanto de las diversas disciplinas como de las vulgares, difundidas o comunes. Es decir, definimos “Deseo” en el marco referencial que genera y en el que se apoya el Método Vincular.

Desde ya, el Deseo como genérico y cada deseo particular no se ubica en el terreno de la conciencia ni es sinónimo de la voluntad.

El Deseo para el MV es un concepto y, por lo tanto, pensable, es una construcción para dar cuenta de las conductas humanas, de los vínculos intersujetivos (inter-sujetos) y de las interacciones sociales en general.

Para el MV el Deseo es inherente al vínculo entre organizaciones, grupos y personas, entre organizaciones políticas, sociales, mediáticas, gremiales y sus públicos, entre oferentes y demandas, entre clientes, usuarios y consumidores y productos y servicios. Propuestas, publicaciones, productos y servicios encarnan o canalizan deseos.  

Según el MV no existe el deseante sin lo deseado o lo deseable; y, viceversa, no existe lo deseado o lo deseable sin el deseante.

El deseo es la articulación intrínseca de dos aspiraciones inconscientes que se dan al mismo tiempo por quienes se vinculan:

  • A la vivencia de plenitud o, lo que es lo mismo, de la perfección total = imagen ideal de sí, el espejo de la madrastra de Blancanieves hasta que ésta la sustituye.

 

  • A la sensación de dominio sobre los otros y sobre lo demás = el poder.

 

Resumidamente: el Deseo es resultante de la interacción entre la imagen ideal de sí y el poder.

Ahora bien, el Deseo se encuentra intrínsecamente articulado con la Ley y sus derivaciones, las leyes.

No hay Deseo sin Ley (y leyes) ni Ley (y leyes) sin Deseo.

En este planteo al mismo tiempo me emparento en cierto punto con la producción de Mandeville y me diferencio drásticamente en una perspectiva de mayor alcance y profundidad.

La sutil semejanza se encuentra en que tanto Mandeville como mi producción dejan a la moral fuera del conocimiento científico, en tanto la moral es fuente de prejuicios y tan versátil como posiciones políticas, ideológicas, configuraciones sociales y pertenencias existen.

Valido y subrayo la significación de la ética en la práctica profesional, laboral, política, etc. Pero tales prácticas son aplicaciones del conocimiento. 

Para conocer científicamente se requiere poner todo en cuestión, en suspenso, en el plano de la interrogación y, por lo tanto, los prejuicios obstaculizan; por otro lado, para la práctica en cualquier ámbito la ética sí es insoslayable.  

Me diferencio tajantemente del pensamiento de Mandeville porque parto de redes de vínculos y, por tanto, de complejas tramas entre humanos, desterrando así toda presunción no científica basada en la creencia en el “individuo aislado” que llevado por las pasiones contribuye al bienestar público.

A diferencia de Freud, afirmo que no es básicamente la prohibición del incesto lo que funda a la Cultura sino lo que entendemos como la Ley por excelencia, a la cual bautizamos Ley de la institución exogámica, Ley que se inspira más en Lévi Strauss.

Obviamente, consistentemente con tal título, dicha Ley implica la prohibición de los lazos incestuosos, pero en su formulación ponemos el acento acerca de que la humanidad surge instaurando la relación con el otro o con la otra, con el ajeno o con la ajena, con lo no primariamente conocido, con lo otro.

La Ley, que con la mayúscula inicial remarcamos que es la de la “institución exogámica”, es la fuente primigenia de la totalidad de las leyes:

  • de lo que habitualmente se denominan “leyes”, las jurídicas,
  • de las leyes científicas.

De tal manera, la articulación Ley – Deseo implica:

  • a la Ley de la institución exogámica como génesis,
  • a las leyes jurídicas,
  • a las leyes científicas, tanto de las Ciencias de lo Natural como de las Ciencias de lo Humano.

Eso significa que todo comportamiento humano y que toda organización, grupo o persona interactúa simultáneamente con esas tres categorías de lo legal.

Dejando en claro la falacia tradicional ya caduca de la tipología racional / emocional, digamos que pasiones, emociones, sentimientos, sensaciones, así como razón, lógica, experiencia se inscriben en el marco de las complejas interacciones Ley-Deseo arriba descrita.

De tal modo, el egoísmo no es una posición “natural” de algo inexistente, el “individuo”, sino una modalidad de conducta que emerge en el marco de las interacciones humanas en todo su espectro: dicho de otro modo, no existe el egoísta, ni el egoísmo, sin la trama de tales interacciones. Tampoco las pasiones que alientan al egoísta se dan como pulsiones independientes, sino que emergen en el marco de las interacciones referidas.

Los desarrollos de Mandeville llevan en última instancia a la Primarización, siempre según el MV, y en particular a dar sustento o al Posicionamiento Vincular Dominancial o al Hedonista, los cuales subrayan como valor a la Potencia y por derivación la competitividad extrema, sin límites, y como antitética respecto de la solidaridad en cualquiera de sus acepciones y manifestaciones, en el Dominancial, o la hiperbolización de los sentidos en el segundo, en el Hedonista.

La Primarización tiende a la negación de la articulación Ley-Deseo, justamente lo que está negado desde sus bases en el pensamiento de Mandeville.

 

Contextualizando a Mandeville

Como ya señalara, Mandeville elabora y publica su concepción en circunstancias históricas en las cuales se requería del liberalismo para brindar la plataforma ideológica de la democracia burguesa, la formación socioeconómica capitalista y el desarrollo industrial, entre otras adquisiciones de aquella época.

Para tal cometido, Mandeville sostiene tesis que fundamentan lo que se da en llamar libertad de mercado y por supuesto de aliento a la empresa privada.

Al mismo tiempo, su gran aporte es el de rechazar las trabas que la moral – o la moralina con su hipocresía congénita – ponían para ese despegue.

Como Maquiavelo, Mandeville (salvando las distancias entre uno y otro), establece que las relaciones entre los humanos, las relaciones sociales, políticas y económicas, son intrínsecas -acéptese la redundancia – a lo humano y, por lo tanto, no tienen su fundamento en la divinidad, en lo extraterrenal y atemporal, ahistórico.

Maquiavelo sustrae la Política del territorio de los dioses y sus vicariatos para afirmar que es propia de lo humano y sólo de las interacciones entre humanos. Lo mismo hace Mandeville en su campo, ubicado sobre todo en lo socioeconómico.

Por eso, ambos encontraron resistencias en su época (Maquiavelo sigue teniendo mala prensa y Mandeville casi pasó al olvido), sobre todo por los concentradores de poder de entonces y, particularmente, las iglesias que se aferraban al poder divino y condenaban por sacrílegos a quienes rechazaban la intervención de Dios en la marcha de la sociedad.

De tal manera, si bien Mandeville es fuente originaria del liberalismo en toda su gama, lo suyo no es equivalente a lo que pregona el liberalismo contemporáneo, llamado “neoliberalismo”.

Mientras aquél contribuyó al desarrollo, a la evolución hacia la libertad posible para su época, el liberalismo actual deviene obstáculo para que la humanidad alcance un estadio superador que acabe con la opresión, la explotación, la injusticia, la desigualdad en todos los órdenes, la involución y, en lo que nos toca particularmente, la división del planeta entre potencias y corporaciones dominantes por un lado y naciones y pueblos oprimidos por el otro. 

Esta división se hace patente hoy con los efectos de la pandemia y, muy notoriamente, con la producción y distribución de las vacunas para la inmunización contra el SARS COV 2.

 

Creo que vale explorar a Mandeville con la mayor vocación por conocer y sin prejuicios, sin incurrir tampoco en descalificarlo a la ligera lo como si fuera contemporáneo y patrocinador del llamado “neoliberalismo”, o como si fuera uno más de los que desde las usinas ideológicas del planeta como las universidades de los EEUU de Washington y de otras potencias predica en favor de una ya decrépita, ficticia y agotada “libertad de mercado” o como si fuera uno de los artífices del proceso de Bolonia o como si fuera inspirador del Grupo Sophia de nuestro país creado por Rodríguez Larreta y al que pertenece o perteneció la ministra Soledad Acuña.

 

Bibliografía

Freud, Sigmund (1976): Obras completas, particularmente Tótem y tabú y El malestar en la cultura, Amorrortu, Buenos Aires

Lévi Strauss (1981): Las estructuras elementales del parentesco, Paidós, Buenos Aires.

Mayos, Gongal (1994): La fábula de las abejas, deconstruyendo Mandeville en Roles sexuales, la mujer en la historia y la cultura, M.J. Rodríguez, E. Hidalgo y C.G. Wagner (eds), Madrid, Ediciones clásicas, pp. 191-210

Ríos Espinosa, María Cristina (2007): Bernard Mandeville: la ética del mercado y la desigualdad social como base del progreso moderno, En claves del pensamiento, vol. 1, Nº 1, México.

Salguero Salguero, Manuel (2017): Bernard Mandeville y las paradojas de un fabulador satírico”, Quaestio iuris, Río de Janeiro

 

Rojas Breu, Rubén (2002): Método Vincular. El valor de la estrategia, Eds. Cooperativas de Buenos Aires

 

Rojas Breu, Rubén (2018): La Ley como fundante de la organización humana, rubenrojasbreu.blogspot.com

 

Rojas Breu, Rubén (2018): Deseo según el Método Vincular y su relación con el Poder, rubenrojasbreu.blogspot.com

 

Rojas Breu, Rubén (2018): Concepto de organización, rubenrojasbreu.blogspot.com

 

 

Rubén Rojas Breu

Buenos Aires, noviembre 18 de 2020

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