Rubén
Rojas Breu
SOBRE
LA ESTUPIDEZ EN POLÍTICA
“Si el
sabio no aprueba, malo.
Si el necio
aplaude, peor.”
Tomás de Iriarte
TENER EN CUENTA QUE ESTE ENSAYO FUE ESCRITO EN MARZO 2019 Y ACTUALIZADO OCTUBRE 2024
El porqué de este ensayo
La Argentina vive una tragedia.
Hundida en la decadencia, con un presente de
hambre, injusticia, desolación y despotismo, con un futuro incierto arrinconado
entre presagios de más penuria, la cuestión de la estupidez en política
se ha vuelto un tema tan reiterado como urticante.
Para un sinnúmero de argentinas y argentinos,
políticamente comprometidos, a las condiciones calamitosas que vivimos, se les suma
la desgarradora percepción de que la estupidez parece que nos está cercando,
incrementando nuestro malestar.
La estupidez que circula a través de una gran
parte de la población y sobre todo, entre gobernantes, dirigencias, medios masivos de comunicación, redes virtuales, intelectuales mediáticos, famosos, faranduleros, grandes hacendados y acaudalados, factores de poder y referentes de toda índole, es una causal de la situación indeseable que padecemos.
No hay dudas de que cabe rendirse ante las
evidencias: gran parte de la sociedad argentina empezando por su cabezas parece poseída por la estupidez, es impulsada por la estupidez.
Razones de que la estupidez generalizada
despierte congoja en quienes nos
comprometemos, militamos, dirigimos, proponemos, pensamos, nos informamos y
sangramos por la política como única herramienta para lograr la transformación,
la realización de
nación-pueblo-trabajadores, la liberación de los pueblos sometidos del planeta,
es
que tal fatalidad – la estupidez –:
- contamina la opinión pública,
- determina resultados electorales,
- sostiene a gobiernos despóticos como el que estamos padeciendo, el de LLA acaudillado por Milei,
- prefiere las dictaduras,
- vocifera el nefasto “algo habrá hecho”,
- autoriza la injusticia y la pérdida de derechos,
- impulsa la resignación
- y justifica el sometimiento.
La estupidez depreda. Martiriza a los luchadores y ensoberbece a los
estólidos.
Uno se tienta en pensar que, así como las
vacas van en los camiones para terminar sus días en el matadero, estúpidas y
estúpidos votan y apoyan alegremente a sus matarifes.
Empero, debo hacer algunas precisiones
basadas en mis análisis e investigaciones:
una, lo que más debe precoupar es que emane y se propague a partir de quienes tienen las mayores responsabilidades
dos, la
estupidez se extiende por todo el planeta y, para más, es dueña y señora en la
llamada superpotencia, los EEUU de Washington, lugar en el cual encontrar algo
que esté fuera de su alcance es una tarea que roza lo imposible,
tres, la
estupidez ha existido en todas las épocas, sobre lo cual hay testimonios de
variada índole suministrados por historiadores, pensadores, científicos, artistas
y literatos,
cuatro, a
la estupidez se la encuentra en todos los estratos sociales ya que está
íntimamente asociada a la carencia de cultura política, lo cual afecta a todos
los niveles,
cinco,
quienes estamos a salvo de su influjo, tenemos nuestra posibilidad de maniobra,
influencia y poder como para contrarrestarla y generar inteligencia y acciones
que, a la postre, nos permitan plasmar un proyecto superador.
Dicho de otro modo, estamos capacitados como
para proponernos la derrota de todo tipo de despotismo, raíz y beneficiario de
la estupidez.
Este modesto ensayo es un aporte en tal
dirección.
A modo de súplica, apelo a la seriedad e
inteligencia de lectoras y lectores para que no incurran en la “estúpida”
aseveración que me produce especial hartazgo e indigestión, ésa habitualmente
formulada así: “ojo, que esta gente no es estúpida, saben bien lo que hacen” y
otras de similar tenor.
Se puede saber bien lo que se hace y estar
simultáneamente calado por la estupidez: que el ganso sepa dónde encontrar
comida no lo hace menos ganso (y me caen simpáticos los gansos, aclaro).
Algunas referencias
Según el diccionario de la Real Academia
Española, la estupidez es “la torpeza notable en comprender las cosas”.
Como también consigna que estupidez es lo que
se dice de un estúpido, consultada esta palabra, define: “necio, falto de
inteligencia”.
Borges sentenció que “las tiranías fomentan
la estupidez”, insinuando una intrínseca relación entre uno y otro término, entre
tiranía y estupidez.
Perón solía ser duro con la estupidez y
Einstein afirmó: “dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana; y
no estoy tan seguro sobre el universo”.
Flaubert manifestó: “para ser feliz se
requiere tener buena salud y ser imbécil”.
Podríamos seguir citando hasta la saturación,
incluyendo como fuentes prestigiosas a Jauretche, (nada menos, quien incluyó a
los zonzos en su célebre tipología), a Cervantes, a Molière, a Lope de Vega, a
Voltaire, a Oscar Wilde, a Juana Inés con su “hombres necios que acusáis…” y
tantas y tantos más.
La cita de Tomás de Iriarte, el epígrafe,
indica que la estupidez – o necedad – deja mal parado a quien recibe su
beneplácito: la estupidez no es confiable.
Quien llevado por la estupidez alaba o premia,
desacredita al alabado o premiado.
Un economista italiano, Carlo Cipolla, pensó
y publicó sobre la estupidez; lo hizo en un ensayo que tituló Allegro ma non troppo, de 1998.
Reproduzco sus cinco leyes fundamentales sobre la estupidez:
Primera ley: “siempre e
inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos
en circulación”.
Segunda ley: “la probabilidad de
que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier otra
característica propia de dicha persona”.
Tercera ley: “una persona es
estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella
ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso”.
Esta ley es la que más nos golpea en el plexo
solar, dado que es muy difícil aceptar que muchas y muchos que apoyan a la ultraderecha o a los ultraconservadores lo hagan contra sus propios intereses e,
incluso, poniendo en riesgo su supervivencia, como si buscaran inmolarse.
Cuarta ley: “las personas
no-estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida;
constantemente olvidan que, en cualquier momento, en cualquier lugar y en
cualquier circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye
invariablemente un error costoso”.
Quinta ley: “una persona estúpida
es el tipo de persona más peligrosa que puede existir.”
Como se ve, él se refiere a las personas
estúpidas; mi abordaje de la cuestión va a ser otro: no me centraré en
estúpidas y estúpidos de tiempo completo, sino en la estupidez en política.
Breve
reseña histórica
La estupidez estuvo presente y activa a lo
largo de la historia humana, con períodos de auge y períodos de retroceso.
El
auge de la estupidez coincide con los despotismos y su retroceso con los procesos
revolucionarios o de algún tipo de significativa transformación.
En el mundo, distintas vertientes coinciden
en que la estupidez tuvo menor incidencia desde la última posguerra hasta la
caída del muro de Berlín.
Hoy, que despunta la multipolaridad, probablemente
se den condiciones para que la estupidez pueda perder peso. Ojalá.
Al mismo tiempo, cabe señalar, con algo de
desaliento, que muy pocas y pocos nos preocupamos desde las Ciencias de lo
Humano y la investigación social por elevar la puntería. No lo digo con pedantería, sino con dolor y sentimiento de frustración.
La
chatura del pensamiento sobre los comportamientos sociales y políticos, con el
encuestismo, autoayuda, los "focus groups", las redes virtuales, las publicaciones panfletarias, cine y series “globales”
(EEUU de Washington como principal “artífice”) como agravantes, es hoy
sumamente preocupante, todo un fuerte obstáculo para propiciar la lucidez y frenar
la estupidez.
En nuestro país, cuando Juan Domingo Perón
retorna definitivamente, señala que, si bien el nivel de politización era alto,
la cultura política estaba por debajo de lo deseable. Entre otros aspectos
dignos de considerar, tenía en cuenta que el modo de resolución de los
conflictos, dentro de la democracia y con un gobierno indiscutiblemente
popular, tendía a ser inadecuado y contrario a los intereses de nación y
pueblo.
Con su
muerte, nuestro país pierde al más grande estadista del siglo XX, un estadista
con gran proyección internacional, de inclaudicable posición en favor de los
intereses nacionales y populares, así como de clara postura anticolonial y antiimperialista;
tengamos en cuenta el temor, hostilidad y odio que su figura generaba en los
centros del poder dominante global.
La dictadura
genocida arrasa con la política, desencadenando el plan de exterminio patentizado
en las/los 30.000 desaparecidas/os más el conjunto de acciones no sólo
represivas sino también sociales, políticas propiamente dichas, culturales y
económicas, produce casi la defunción de la política.
El retorno
de la civilidad al gobierno genera la expectativa de que la política, las
organizaciones políticas, la cultura política recobren su vigor, pero tal
expectativa es sepultada en la Pascua de 1987, en la cual el levantamiento
carapintada y la reacción del gobierno civil, desalienta a la población
políticamente culturalizada y organizada, a la cual yo defino propiamente como
pueblo.
La década
de los 90 se destaca, entre otras aberraciones, por el debilitamiento casi
terminal de la política, de la cultura y de las organizaciones políticas. El
gobierno de entonces y sus aliados locales y extranjeros, con la complicidad de
los medios de comunicación dominantes, hacen incursionar en la política a los “apolíticos”
famosos, generalmente portadores de supina estupidez y, desde luego, de posiciones
francamente reaccionarias; muchos de ellos habían participado de la dictadura
genocida.
La
frivolidad, la imbecilidad, el cinismo se incorporan activamente a la vida
política, desplazando a organizaciones políticas y militancia genuina. Los
medios de comunicación de masas reemplazan en buena medida a las organizaciones
políticas. Y para peor, lo lumpen asociado al narco y la criminalidad, se incrementa hasta llegar a un grado incontrolable.
Las luchas
populares, las movilizaciones, los piquetes, se tornan la reserva de la
política, el lugar de impulso para la misma, lo cual va a ser fundamental en el
2001, derivando en movilizaciones, asambleas populares y, sobre todo, la crisis
del régimen político institucional como un todo: por ejemplo, la
institucionalidad propuesta por Montesquieu, los tres poderes formales, reinante
en Occidente y otras latitudes desde la Revolución Francesa, es puesta en
cuestión de raíz por primera vez -y quizá única vez por ahora – en el planeta.
Allí la
estupidez se replegó, no tenía casi cabida, se marginó, perdió vigor.
No quiero
seguir con tiempos más recientes en este ensayo porque la finalidad del mismo
es centrarme en la estupidez en política y no sumergirme en controversias
estériles cuando todo mi ánimo es de lo más constructivo, de propuesta, de
esclarecimiento, de aliento a quienes dignamente luchan por una nación justa,
soberana, libre, por un pueblo realizado, por la dignidad y derechos plenos de
trabajadoras/es, jubiladas/os, de carenciadas/os y por el desarrollo integral. Sólo dejo en claro que quienes encabezan la Argentina desde aquel 2001 a la fecha, no sólo mantuvieron la estupidez sino que la fomentaron. Es negocio.
Mi
enfoque de la cuestión
Como adelanté, no voy a ocuparme de personas,
ya que alguien puede ser estúpida o estúpido en política e inteligente en otras
áreas.
De hecho, personas que revelan insanable estupidez
cuando abordan la política, tanto en sus opiniones como en sus actos, son muy
capaces en su quehacer, oficio o profesión o en diversas prácticas vinculadas
con la vida de relación o con el ocio.
Nos pueden deslumbrar cantando a la altura de
Pavarotti o de Mercedes Sosa, arreglar un artefacto a la perfección o ser
maestros internacionales de ajedrez y dejarnos estupefactos cuando opinan sobre
asuntos internacionales o sobre los derechos de los trabajadores.
Más aún, pueden ser considerados brillantes
intelectuales y, al incursionar en la política, desgranar estupideces al por
mayor. De hecho, todo el tiempo leemos, escuchamos o vemos a través de los
medios y en muy diversos ámbitos a intelectuales, referentes y dirigentes tirarnos
con estupideces disfrazadas de pensamientos profundos o de refinada erudición.
Justamente, fueron intelectuales con
notoriedad quienes, cuando comenzó en las canchas, hace cinco años a escucharse cánticos de
enojo contra el ocasional presidente Macri, señalaban que los mismos no guardaban
ninguna relación con la acción de gobierno, que se ceñían a lo que pasaba en los
estadios dada la vinculación del susodicho con el club de la ribera porteña. Las elecciones presidenciales los desmintieron a tales intelectuales.
Son encuestadores reputados los que abruman
con elucubraciones rayanas en la zoncera en torno a lo que “piensa la gente” o
“lo que espera la gente” y hacen pronósticos torpes sobre la marcha de la
política. Recuerdo que, avanzado el año 2001, voceros de empresas encuestadoras
diagnosticaban que la imagen de De la Rúa era muy buena e imbatible.Veamos cuántos fracasos se verifican a diario de pronósticos de empresas encuestadoras.
Por lo tanto, a diferencia de Cipolla y
superando toda tentación, no voy a personalizar: me voy a abocar a la estupidez en política, a la estupidez
como tal, más allá de cómo sean las personas. Voy a basarme en opiniones y
comportamientos políticos que trasuntan estupidez.
Como ejemplo de opiniones y comportamientos
políticos que funcionaron como detonantes para este ensayo puedo citar a lo que
publiqué en FB con el título “Anécdotas de lo oscuro”, en las cuales incluí:
un brevísimo diálogo con un remisero sobre el
clima, el cual comentó sobre las lluvias últimamente tan frecuentes y copiosas
en esta pampa húmeda; el personaje comparó, para sentirse aliviado, con los
tornados en los EEUU de Washington, mostrando desinterés y desinformación
acerca de tantas alteraciones meteorológicas que afectan gravemente a otras
partes de la Tierra, como si sólo existieran su territorio admirado, el de los
yanquis, y el nuestro. Ejemplo de
endogamia y tontera, por cierto.
el comentario elogioso de los “chalecos
amarillos”, que escuché de un cuentapropista, ya que según éste “hacen todo
eso, sin cortar calles y sin jorobar a nadie” (tuve que aclararle que nada más
lejos de la verdad, que sí cortan calles y rutas, enfrentan a la policía, arman
barricadas y todo lo que sabemos los que estamos informados).
Dos parejas treintañeras, en un colectivo,
ensalzando las producciones musicales y fílmicas yanquis, particularmente la
saga de la muy imperialista e imbécil “Capitán América”.
La columna de un joven periodista
especializado, en C5N, abundante en desmesuradas alabanzas sobre series yanquis
próximas a estrenar, incluyendo una manifestación encomiástica sobre la
productora HBO.
Posteos
que publiqué sobre la estupidez
En la red FB publiqué recientemente posteos
sobre la estupidez, de los cuales reproduzco algunos:
“No temamos la inteligencia artificial. Es
más peligrosa la estupidez humana”.
“Estupidez es creer que tenemos que estar muy
mal para que algún día el país esté muy bien”.
“Estupidez es creer que teníamos demasiados
derechos”.
“Estupidez es creer que los yanquis invaden
países para terminar con dictaduras”.
“Estupidez es creer que los yanquis son
demócratas”.
“Estupidez es creer que vivimos en democracia
cuando estamos viviendo en un despotismo"
Agrego, "estupidez es tener esperanzas en los próximos comicios y creer que antes de que avance la ultraderecha mejor es votar otras opciones por malas que sean" . También es estupidez pensar y difundir que todo lo que produce tergiversación o que opera contra los intereses nacionales y populares es culpa de los medios de comunicación dominantes: es cierto que éstos se sienten cómodos impulsando la estupidez pero eso es posible en un caldo de cultivo en el que la estupidez le gana a la conducción, la cultura y la organización políticas.
Supongo que estos posteos y reflexiones dan una idea de por
dónde habré de rumbear.
La
estupidez en política: una primera aproximación
En una primera aproximación, decimos que la
estupidez en política es la sustitución ilusoria de lo real por lo que se
quiere creer: implica una suspensión, abandono o carencia del criterio
de realidad.
Aclaro que se puede decir que lo antedicho es
propio de la psicosis o locura: en ésta, la sustitución es por el delirio del afectado,
delirio particular, mientras que en la estupidez estoy refiriéndome a un
colectivo que comparte un conjunto de credos y opiniones azarosas que
reemplazan lo real por lo ilusorio.
Qué entender por lo real es una cuestión muy
discutida y trajinada. Milenios de filosofía y ciencias de todo el espectro han
transcurrido buscando establecer qué es la realidad o lo real. No voy a ocuparme de eso
acá porque sería tedioso y nos alejaría de lo que me propuse desarrollar y que,
presumo, es lo que interesa a la lectora o el lector: qué es la estupidez en
política.
Por lo tanto, señalaré que prefiero hablar de
“lo real”, más que de la realidad como si ésta pudiera existir al margen de la
intervención humana; con más razón vale lo que acabo de decir considerando que
la política es una actividad humana y que su devenir depende de lo que hagamos
los humanos.
En política, lo real son las relaciones de poder sobre las cuales opera la acción política: al hacer política modificamos lo real.
Quien está activamente implicado en la
política y en total sintonía con la misma interactúa con lo real; en el polo
opuesto, quien hace caso omiso de la política o la desprecia o prefiere el
“apoliticismo”, está fuera de lo real.
Ejemplificando con otra área: la bióloga o el
biólogo que toma contacto con la célula o la bacteria para estudiarlas en
profundidad está familiarizado con ese real que es la vida misma, a través de
dicha célula o dicha bacteria. Quienes no nos dedicamos a la biología,
conocemos poco y nada de “ese real” del cual se ocupa dicha ciencia.
Por lo tanto, quien no activa políticamente,
quien nunca se moviliza, quien no milita en el lugar o rol del que se trate, en
partidos políticos, gremios, movimientos sociales o centros de estudiantes está fuera de lo real en política:
habita el limbo, en el mejor de los casos. Es sabido que gran parte de quienes
integran la horda libertaria jamás han participado de la política, así que
puede decirse que son oriundos de Babia.
Como la política está en todo y como, además,
al menos, cada dos años hay que votar, todas y todos tienen que “meterse” en
política, aunque sea cada tanto.
Quien milita o se interesa habitualmente en
la política va a contar con criterio de realidad, va saber cómo es ese real al
que llamamos política; quien no lo hace y, peor aún, descree de la política,
sólo va dejarse llevar por lo que le parece, por lo que cree, por “lo que me
dijeron”: sobre todo, va a ser fácilmente manipulable.
De tal manera, va a incurrir,
inexorablemente, en la estupidez: a la vez que estará impulsado por ésta la va
a desparramar. Va a opinar y cometer estupideces y va a propagar la estupidez.
Quien no se compromete con la política es
arrastrado por las creencias carentes de todo sentido, por los rumores, por las
argumentaciones falaces, por las opiniones de famosos que tampoco entienden de
política, por quienes manipulan, por lo que propagan aviesamente los medios de
comunicación dominantes, por las falsedades que circulan en internet y las
redes, por la pinta o la labia de referentes inescrupulosos, infradotados o
frívolos en televisión, por quirománticos y por astrólogas, etc.
Todo este conjunto desemboca en una amalgama
de ilusiones, espejismos, construcciones delirantes, prejuicios e imaginería
que desplaza y reemplaza a lo real en política.
Quien se compromete genuinamente con la
política queda impotente ante el avance arrollador de la estupidez. Quien se
deja llevar por la estupidez y quien se aprovecha de ella emerge victorioso.
Pero a no desanimarse.
Se trata de comprender qué hace posible que
la estupidez prospere, porque entendiendo tal cuestión es como se le puede dar
batalla y hallar la vía para superarla, para lograr que la acción política, la
cultura política, la organización política sean las que ocupen el podio.
Así que, seguidamente, profundizaremos.
La
estupidez en política: profundización
La estupidez
y la endogamia
Una perogrullada: el humano es
intrínsecamente social. Hay quienes dicen por ahí que somos sociales porque
nacemos en estado de indefensión, porque al nacer no podemos abastecernos por
nosotros mismos. Ni que proviniéramos de larvas.
Por el contrario, porque somos humanos
nacemos en estado de indefensión. Desde el momento en que sólo somos una
promesa, un “estamos buscando” de nuestros futuros progenitores, ya somos
sociales.
Platón formuló aquella tesis de que los
humanos somos “animales políticos”, “bípedos implumes” que vivimos en la polis, que nos realizamos en comunidad con otras y
otros. El filósofo Diógenes de Sínope, para desacreditarlo, se desplazó por las calles atenienses con un gallo desplumado gritando: "esto es un hombe para Platón".
Curiosamente, Platón, un genio que trasciende los siglos y sigue enseñando, se ocupó de una manera sistemática de la estupidea.
En la actualidad y entre nosotros un veterinario mediático, de manera insistente, afirma que el humano es "un mono sin pelos"; no estaría bien imitar a Diógenes de Sínope aunque podría probarse injertando un profuso y duro pelaje a algún humano.
Por lo tanto, lo real para los humanos es lo
social y, por ende, la política. Cuanto más socialicemos, más humanos somos.
Nos humanizamos crecientemente en la medida que intercambiemos más con otras y
otros.
Nos humanizamos por vía de la exogamia,
saliendo de los estrechos muros de lo familiar, de lo archiconocido, del
refugio, de la cueva.
El
encierro endogámico, el dejarse estar en lo ya conocido y transitar por el
mismo camino cada día, es la fuente primigenia de la estupidez.
Encerrarse en casa, ir al lugar de trabajo o
estudio o al lugar habitual, volver a encerrarse en casa, comunicarse por
celular con las mismas personas una y otra vez sumados todos estos
comportamientos a dejarse atrapar por la televisión y por las redes virtuales
para encontrarse con lo ya conocido, es endogamia y, por lo tanto, caldo de
cultivo de la estupidez.
Aunque resulte difícil así pensarlo, eso es
vivir bajo un régimen despótico: el despotismo no es simplemente el modo de
comportarse un gobierno, una clase social privilegiada, un grupo concentrador
de poder.
El despotismo, cuya concentración de poder
por cierto es un dato crucial, atraviesa toda la vida de organizaciones, grupos
y personas, incluyendo, claro, las familias. Por ejemplo, el machista en su
hogar reproduce y actúa el despotismo imperante.
En la reclusión endogámica nada se mueve,
nada se altera, todo parece estar bajo control y todo lo que rodea a alguien en
esas condiciones es siempre más de lo mismo, sea disfrutable o sea frustrante
(a los efectos, no importa, lo que importa es que sea lo muy conocido, lo de
siempre, con los de siempre).
En la clausura endogámica todo se naturaliza,
se pierde la noción de lo social, se pierde la noción de que lo que vivimos es
obra de la cultura y no de la naturaleza.
La televisión abierta y gran parte de la
programación de cable se acomodan a esa endogamia: funcionan como una extensión
de la familia, familiarizan, generan la ilusión de que programas, figuras,
actrices y actores, periodistas y animadores son como de la familia (lo que se
da en llamar “popularidad”).
La estupidez se asienta en la endogamia y, al
mismo tiempo, la estimula, la impulsa, la fortalece. La estupidez amuralla
contra lo externo real y la muralla protege a la estupidez.
La
estupidez y sus mecanismos
Me valgo del vocablo “mecanismos” no sólo por
su remisión literal, no sólo por lo que denota: “conjunto de piezas o elementos
que cumplen una función”. Lo uso también por lo que connota, la idea de lo
mecánico justamente, de lo que se mueve o funciona sin tener vida, tal como
sucede con un automóvil o un lavarropas.
La estupidez es lo mecánico sustituyendo
a la vida y a la cultura, desplazando a la
inteligencia y la creatividad, así como también al amor y los sentimientos en
toda su variedad.
Justamente un efecto que nos produce la estupidez es el de la sensación de que
tropezamos con algo seriado, algo que se fabrica en serie: una propiedad de
la estupidez es la de que las zonceras se repiten una y otra vez por distintas
personas que, para colmo, muchas veces, presumen de opinar con originalidad.
Así, podemos escuchar mil y un millón de
veces de infinitas bocas de modo presencial y a través de la amplia gama de
medios de comunicación: “¿viste que Fulano es nomás un corrupto? Le encontraron
en la casa miles de dólares en una caja guardada en un placard”. Repetirlo hace
que se torne verosímil, ya que no importa la veracidad, sino que parezca
cierto.
Esa repetición al infinito, del mismo
comentario por infinitas voces a través de infinitos medios, dota a quienes lo
profieren de seguridad y certeza.
Ésta es una razón fundamental que
explica la desazón que la estupidez provoca; incluso, intimida,
hasta parece poner en estado de angustia y contra las cuerdas a los
políticamente conscientes y comprometidos. Por eso hago la siguiente asociación.
El nazismo fue la expresión más horrenda de
la estupidez en acto y lo caracterizaba lo mecánico: formaciones rígidas, como
las SS y las juventudes hitlerianas, que en el marco de la vida civil se
conducían como masas de autómatas, amedrentando, atropellando, reprimiendo,
asolando, secuestrando y asesinando, cometiendo genocidio. Lo mismo puede
decirse del fascismo italiano y del falangismo español.
Por lo tanto, seguidamente vamos a desglosar
los mecanismos que hacen a la estupidez.
Estupidez
y certeza
Certeza, seguridad, ausencia de toda duda,
rechazo a interrogar e interrogarse son manifestaciones propias de la
estupidez.
La estupidez no admite el debate ni la
pregunta, no admite la vacilación ni la incertidumbre.
Que millones repitan la misma afirmación es
la única garantía que la estupidez requiere para que tal afirmación sea
legitimada, aceptada, tomada por cierta.
Interrogar e interrogarse, dudar y debatir
son conductas que ponen en riesgo el cómodo encierro endogámico, que obligan a
tomar contacto con lo desconocido, que hacen perder la estabilidad, que generan
inseguridad.
¡Vade
retro! Nada de cuestionar porque sería “meterse en política; y ya sabemos,
los políticos son todos iguales”.
Se deduce de lo antedicho que la estupidez es
causal de incapacidad argumentativa: si impulsa la certeza oponiéndose a la duda
y el debate, no enseña a argumentar. Con la estupidez se afirma taxativamente.
¿para qué argumentar? Además, argumentar “cansa”, “aburre”.
En consecuencia, la estupidez impele a
encerrarse en lo conocido de límites estrechos y a basarse en supuestas verdades
que no son más que prejuicios. Encerrarse así otorga seguridad, certidumbre,
sensación de que todo está bajo control, ergo,
la tozudez impera.
Recordemos que Descartes instaura lo de la "duda metódica" que, en simple, significa poner todo en cuestión, poner todo justamente en duda para desde ahí comenzar a conocer. La estupidez va en contra de la producción de Descartes, la sepulta y, contrariamente, la duda metódica es el mayor reaseguro para prevenirse de la estupidez.
Estupidez
y tozudez
Efectivamente, estupidez y tozudez van de la
mano encaminándose al reino del equilibrio absoluto, a ese edén en el cual
todos los días se parecen, en el cual no habrá cortes de calles ni huelgas
motorizadas por “vagas y vagos”, en el cual se puede ver la tele sin
incomodarse con noticias sobre la política y poder saciarse a gusto con los
Oscar de Hollywood y sus rojas alfombras, los programas cómicos que no importa
que transpiren misoginia, los chismes de la farándula, la entradera en “esa
casa de Adrogué” que una vez más nos recuerda que a los delincuentes “hay que
matarlos, aunque sean chicos”, etc.
La tozudez sirve a la estupidez (perdón por
la cacofonía) porque pone un foso insalvable entre la certidumbre absoluta y
las ideas subversivas, revolucionarias o contestarias.
El apego a las apariencias, la tozudez, la
vocación por los prejuicios, la búsqueda de certeza y seguridad absolutas, la
carencia de cultura política y de compromiso social de todo tipo y, por
supuesto, el encierro endogámico, conducen a la soberbia.
Estupidez
y soberbia
No hay soberbia sin estupidez ni
estupidez sin soberbia.
Si no se duda, si alguien se cree propietario
indiscutible de la verdad, si al mismo tiempo se siente dueño y señor de su
minúsculo mundo, se puede ser soberbio, se puede uno sentir aspirante a alguna
clase de superioridad.
Esto se da tanto entre la población penetrada
por la estupidez como en gobernantes y referentes que hoy nos apabullan: por
ejemplo, el caudillo libertario Milei se muestra a sí mismo como una especie de
ungido, se simboliza a sí mismo como un león, habla con perros que vivirían en el más allá, se percibe merecedor del Nobel y el gobernante más importan te del planeta. Aconsejado por quienes interactúan con él a diario, empezando pos su hermana, representa
inopinadamente algún personaje berreta en la creencia, zonza por cierto, de que
habrá de impactar, lo cual probablemente sea así en donde la imbecilidad prospere. Buscar el impacto por el impacto misma, declarando o afirmando lo rimbombante o lo grosero que dé lugar a un título en los medios, es propio de la estupidez.
Tanto pobladores carcomidos por la estupidez
como gobernantes, referentes y líderes
- viven en su mundillo como si éste fuera el todo, como si
fuera el mundo; no parecen tener idea de lo inmenso y complejo que es el
planeta y ni qué hablar el sistema solar y para qué mencionar el universo.
Es como si Juana de Arco, Galileo, Newton,
Einstein, Marx, Freud, Clara Campoamor, Rosa Luxemburgo, Perón, Evita, las
grandes revoluciones, la historia misma no hubieran existido (sólo por dar
algunos ejemplos).
Y como si la geografía se circunscribiera al
pago chico y, por supuesto, los EEUU de Washington porque, “¿para qué más?”.
El actual régimen electoral alimenta la
soberbia, estimula la arrogancia.
La estupidez impide saber y admitir que el
voto es un derecho que resulta de la lucha de los pueblos: es una conquista
popular que supuso mucho esfuerzo y dolor conseguir.
Impide también caer en la cuenta de lo más obvio: que sufragar es un acto político. La masa disocia la política de lo electoral.
La estupidez imposibilita entender que el
voto debe ejercerse con responsabilidad.
La estupidez, entonces, promueve, incentiva
la soberbia: el votante masa, envuelto en la estupidez, cree que ese derecho le
corresponde por decisión divina o por el orden natural y que él es un decisor,
cuando sólo es un engreído con todas las ínfulas. Casi se cree Castelli o
Dorrego cuando no es más que algún personaje surgido de la ingeniosa pluma de
Wimpi.
La estupidez cree en el “individuo”, noción
obsoleta, y descree de lo colectivo, de la comunidad, de lo social en toda su
dimensión. Así incurre en egocentrismo, al punto que al mismo tiempo que el
habitante masa, que el votante de la masa, se vanagloria, trastornado por su
soberbia, desprecia a la nación: a la vez que jactancioso, descalifica a la
Argentina y a lo argentino; también a lo latinoamericano o al Tercer Mundo.
Esto no se contradice con lo que luego diré
sobre estupidez y masa: justamente la masa tiene la ilusión de lo “individual”
ya que entroniza a algún “individuo” o conjunto de “individuos” a los cuales
sigue ciegamente y a los que quiere parecerse, aspiración que jamás concretará.
En vez de satisfacer tales ambiciones, se encontrará padeciendo en alguno de
los círculos del infierno del Dante.
Estupidez,
renegación y racionalización
Un mecanismo predominante en la
estupidez, llevado al extremo, es la renegación o desmentida,
mecanismo descrito por Freud y profusamente tratado en psicoanálisis.
Por medio del mismo, algo que es objeto de la
percepción o que es perceptible, es negado, es considerado como si no
existiera.
La racionalización,
también formulada por el psicoanálisis, se caracteriza por apelar a falsas
razones para justificar creencias y conductas: por ejemplo, según la célebre
fábula de Esopo, la zorra luego de varios intentos frustrados para alcanzar un
racimo de uvas, racionaliza “no importa, están verdes”.
Una de las racionalizaciones a las que más se
aferra la estupidez es la que reza: “no van a robar porque ya tienen fortuna”.
La estupidez inhibe captar lo determinante:
que justamente quien amasó viciosamente su fortuna ya adoptó un patrón de
conducta; así como el pez no puede vivir sin el agua, más allá de si río, lago
o mar, quien consiguió con malas artes su peculio colosal persistirá en las
mismas seguramente de por vida. Precisamente, quien más tiene va por más.
Llevando ese razonamiento hasta el absurdo, nadie como gobernante sería menos corrupto que un narcotraficante poderoso.
Creo que todo lo expuesto hasta acá ayuda
a entender por qué la estupidez impulsa a parte de la población a decidir en
contra de sus propios intereses: aferrarse a lo conocido, encerrarse en
su celda endogámica, afirmarse en su obcecación a la manera en que un creyente
fanático puede peregrinar por el desierto arriesgando morir deshidratado, es
una tendencia que la estupidez alimenta.
Dejamos ahora los mecanismos, conscientes de
que no hemos agotado el repertorio, para pasar a otros temas de relevancia
acerca de la estupidez.
Estupidez
y masa
Con relación a este punto remito a
publicaciones en rubenrojasbreuelaula.blogspot.com.
La estupidez tiene plena sintonía con la
masa, es propia de la masa, un agregado amorfo, el resultado de una
aglutinación que busca acomodarse a la dirección del viento.
En variadas publicaciones fundamento y
desarrollo un antagonismo primordial: masa versus
pueblo.
Mientras la masa se constituye en torno a un
liderazgo precario y reedita o actualiza la configuración propia de la horda
primitiva, el pueblo es la población políticamente culturalizada y organizada.
El pueblo es activamente político y asume la
política para lograr su plena realización en justicia, articulándose con la
nación, los trabajadores e integrando a los diversos sectores para los cuales
el desarrollo independiente e integral es una aspiración.
Por lo mismo, el pueblo se opone
enérgicamente a todo tipo de despotismo:
el oligárquico y gran burgués autóctono, el colonialismo, el neocolonialismo y
el imperialismo.
Nada de eso, propio del pueblo, es asumido
por la masa, la cual sólo busca pertenecer acríticamente a lo que sea que
suponga concentración de poder o promesa del mismo. Donde está el poder o cree
que está, allá va la masa, sin interés ninguno por la trascendencia o por
objetivos de gran alcance ni, mucho menos, por expectativas de transformación o
revolucionarias.
Por lo tanto, la masa tiende a someterse a
los concentradores de poder locales y, sobre todo, al despotismo global: en los
tiempos que corren, tiende a la fascinación por el imperialismo de los EEUU de
Washington, precisamente un imperialismo depredador, insaciable y bobo.
Llevada, la masa, por esa fascinación, se
arrodilla y acentúa su inmersión en la estupidez.
Por el contrario, el pueblo aspira a la
construcción, a la inteligencia, a la creatividad, a la solidaridad y a la
totalidad de los instrumentos con los cuales pueda lograr su liberación y
realización, lo cual implica necesariamente, máxime en las condiciones
actuales, la revolución, revolución necesariamente pacífica cuyo perfil y características requieren conocimiento
así como la vocación por la convocatoria más amplia, la pluralidad, la
estrategia y, sobre todo, un Proyecto.
En resumen, la estupidez es propia de la masa
y la masa se expresa a través de la estupidez.
Aclaro: si pongo el énfasis
en los EEUU de Washington como país imperialista no lo hago porque sea el único
que tiene ese status. De hecho, Gran Bretaña coloniza nuestro Atlántico Sur y
con pretensiones de más y, también, interviene en nuestro territorio con sus
grandes corporaciones. Rusia, China, las grandes potencias europeas
continentales y Japón son también imperialistas, así como colonizan y
neocolonizan; también tienen presencia en nuestro país por medio de la banca y
multinacionales. Además, todas las potencias mencionadas, de una u otra manera
inciden políticamente en la Argentina y en toda América Latina, así como en
otras naciones de todo el planeta.
Si hago hincapié en los EEUU de Washington es
porque en nuestro país, encierro endogámico mediante y en el marco de la
estupidez, es la única gran potencia que se tiene en cuenta efectivamente; de
las demás, la masa y la estupidización se ocupan mucho menos y muy
esporádicamente.
Justamente esa reducción del planeta a
nuestro propio país y la mencionada superpotencia es un rasgo de la estupidez;
dicho de otro modo, la estupidez ignora por completo la geopolítica.
Estupidez
y psicopatía
Una precisión antes de entrar en este tema:
ya en publicaciones anteriores demostré que la psicopatía puede considerarse,
fundadamente, como un capítulo de la política. Cumplo con la pertinencia,
requisito epistemológico cuando se trata de producir ciencia. Ahora sí, paso a
tratar la cuestión.
Estupidez y psicopatía son dos caras de
la misma moneda, se maridan, constituyen una simbiosis.
La psicopatía implica toda una gama de
comportamientos que van desde la seducción y la simpatía (jamás la empatía)
hasta la intimidación y la violencia, desde la actitud flemática hasta el
desenfreno, desde la mentira y el fingimiento – siempre presentes – hasta el
escamoteo y la proyección que pone en los otros los vicios y males propios.
La psicopatía es como un mazo de barajas en
manos de fulleros: según sea la situación o el caso, se puede jugar con la que
mejor venga.
De tal manera, la estupidez es terreno fértil
para su desarrollo: la da todo servido a la psicopatía. La estupidez nunca es
permeable al conocimiento fundamentado, al razonamiento, a la ética, a la
moderación, a la cultura política, etc.
La estupidez ve buena fe donde hay
intimidación, cree en las apariencias, es atraída por la seducción y la
simpatía fáciles, congenia con la simulación y, sobre todo, se fascina con el
poder y el abuso de autoridad.
Para subrayar: la habilidad psicopática para actuar el personaje que el otro espera
es decisiva en la sintonía entre estupidez y psicopatía.
La estupidez aspira a que el dominante se
muestre de determinada manera, gusta que juegue de un modo que le resulte
atractivo: la psicopatía “sabe” cómo responder a esas expectativas, fingiendo,
simulando, mintiendo, embaucando, ejerciendo violencia.
Estupidez
y despotismo
Ya me referí a la ligazón entre estupidez y despotismo:
la estupidez es campo fértil para la instauración del despotismo y el
despotismo impulsa la estupidez, promueve la imbecilidad.
Con más razón sucede cuando, según el
psiquiatra polaco Lobaczewski, vivimos una “época de tiranías en manos de psicópatas”.
El despotismo aborrece la pluralidad y el
disenso, reprime la resistencia a su acción y políticas, impone su voluntad en
términos absolutistas.
Por lo tanto, como es obvio, obstaculiza el
conocimiento en todas sus áreas, la toma de conciencia de lo real, el debate,
el intercambio, la cultura política.
Así que el despotismo sólo propicia la estupidez y todo lo
que ésta conlleva, ya bastante desarrollado en este artículo.
La conclusión es que donde la estupidez
germina y crece, inexorablemente, hay despotismo. La estupidez es la
manifestación más desgastante del autoritarismo.
La dialéctica hegeliana amo-esclavo tiene, así, en el
par despotismo-estupidez su anclaje.
Estupidez
y sus contradictorios
Siguiendo la lógica, el contrario de la
estupidez es la no estupidez,
paso que, aunque parezca una obviedad, cabe dar para abrirse al amplio espectro de los contradictorios de la
estupidez, a saber:
- la ciencia
- el arte
- la acción política
- la cultura política
- la organización política
- la acción y organización que se articulan con la política, como la gremial y social propiamente dicha.
Si se salta de la estupidez a uno de sus
contradictorios, sin pasar por la “no estupidez” se clausura lo que debe
desplegarse. Con tal clausura nos perdemos el abanico de opciones con las
cuales combatir exitosamente a la estupidez.
Con el inicio de la ciencia moderna, la
ciencia política con Maquiavelo y la física y astronomía con Copérnico, Kepler
y Galileo, la estupidez, en el Renacimiento, sufre un duro golpe.
Dejo en claro que durante la mal llamada Edad Media europea (y de otros continentes) hubo más inteligencia y producción de conocimiento de lo que se supone, pero no hay duda que también esa era tuvo mucho del oscurantismo que cobijaba a la estupidez.
Pasar de la creencia en el geocentrismo a reconocer que el sol es el centro del sistema
solar, jaquea, con jaque mate, a toda esa configuración que permitía imponer el
encierro endogámico de esa época, con los consiguientes privilegios y
concentración de poder para reyes, señores, papas, obispos y, también, pastores
de otras confesiones tradicionales, e incluso del incipiente protestantismo
(Lutero y Calvino también eran déspotas, no olvidar).
También las artes contribuyen, y desde el
Renacimiento de modo notorio, a modificar la concepción de la política, a poner
en cuestión lo que se entendía por autoridad: la plástica, la literatura, el
teatro, artes florecientes entonces, objetan lo instituido en sus raíces
mismas.
Y, sobre todo, la cultura política, el inicio
de los modos primigenios de organización política, la acción política, desde
entonces libran una batalla contra la estupidez, exitosa en ocasiones y no
tanto en otras.
La Ilustración, la cual conjuga todos los
contradictorios de la estupidez arriba mencionados, crea las condiciones para las revoluciones,
particularmente la francesa, la cual, a su vez, influye en gran parte del
planeta, incluyéndonos.
Justamente, las revoluciones sociales y
políticas, así como las científicas y artísticas, constituyen golpes
demoledores contra la estupidez. Mientras tales revoluciones están en auge, la
estupidez no hace pie, es arrasada, arrinconada, derrotada.
Por supuesto que no es definitivamente
acabada, pero no cabe duda que las situaciones revolucionarias la inhiben y
hasta la sepultan, por más o por menos tiempo, pero la inhiben y la sepultan.
La
estupidez según el Método Vincular
Basándome en mi creación, el Método Vincular,
la estupidez es la versión más desmedida y grotesca de la Primarización, cuya
característica determinante es la tendencia a las configuraciones endogámicas.
No voy a extenderme en este punto sobre el
cual la lectora o el lector puede abrevar en mi libro Método Vincular. El valor de la estrategia y en otras
publicaciones, muchas de las cuales se hallan en rubenrojasbreu.blogspot.com
“Sintomatología”
de la estupidez en política
Aquí voy a enunciar abreviadamente los
“síntomas” que más identifican a la estupidez en política, síntomas que ya
traté a lo largo de este ensayo:
- Sustitución ilusoria de lo real en política por lo que se quiere creer
- Encierro endogámico
- Desplazamiento de lo vivo y la cultura por lo mecánico
- “Apoliticismo” y/o “antipolítica”
- Apego a las certezas y rechazo por la duda, por el debate y por el interrogarse
- Tozudez
- Soberbia
- Renegación
- Racionalizaciones (o falacias o “falsas razones”)
- Pertenencia de masa (versus pueblo)
- Vínculo intrínseco con la psicopatía
- Nexo constitutivo con el despotismo
Estupidez
y mediocridad
De la lectura de todo el texto se deduce que
la estupidez tiene lazos indisolubles con la mediocridad: ambas se retroalimentan
y sostienen, como dos borrachos a los tumbos que caminan apoyándose el uno en
el otro.
Haré acá un comentario sucinto, ya bastante
extenso me salió este ensayo.
Llamo la atención sobre la mediocridad dirigencial
e intelectual, Por supuesto que dirigentes e intelectuales reaccionarios, a los
que se ubica en la llamada derecha o ultraderecha no pueden ser más que
mediocres en un país como el nuestro, sometido a grandes poderes locales y a
los imperialismos.
Así, mi llamado de atención tiene como
destino dirigentes e intelectuales que se ubican, o dicen ubicarse, del lado de
la nación, pueblo y trabajadoras/es.
Sus comportamientos, sus producciones, su
pensamiento, atrasa además de incurrir habitualmente en la superficialidad, en
la falta de originalidad, en la negación de la creatividad, en la
insustentabilidad desde el punto de vista científico o epistemológico.
Hay mediocridad si todo se reduce a polarizaciones
de bajo alcance, personalismos, citas continuas de parlanchines de distintos
puntos del planeta cuyas plumas y voces están al servicio de mantener lo
establecido, aunque a veces declamen como supuestos revolucionarios o
contestatarios.
Hay mediocridad cuando todo se circunscribe a
qué hacer con determinadas y reiteradas problemáticas también de bajo alcance.
Mediocridad significa proponerse
objetivos de corto alcance bajo la influencia del encierro endogámico.
Está en juego el destino de la patria, de la
patria nuestra patria y de la Patria Grande, de Argentina y de América Latina,
de nuestros pueblos y de todos los pueblos postergados del planeta.
Entonces requerimos imperiosamente de
vocación exogámica, de Proyecto de transformación de raíz que tenga por
objetivo una nación justa, soberana, independiente, un pueblo realizado
plenamente, la dignidad y plenos derechos de trabajadoras y trabajadores, una
nación y pueblo en integración con América Latina, como mínimo.
Es una meta de enorme significación, una meta
que está por encima de las estrecheces, de las “gallináceas” (Perón dixit) a
las que la reacción, la oligarquía y los centros locales
e internacionales de poder nos quieren ceñir.
Cómo
enfrentar a la estupidez
Ya cerrando y teniendo en cuenta que a esta
altura lectora y lector deben estar abrumada y abrumado, trataré sumariamente
este punto. Con más razón cuanto pueden consultarse variadas publicaciones de
mi autoría, sobre todo en este mismo blog, rubenrojasbreuelaula. blogspot.com
Proyecto, conducción política, concepción
estratégica, apelación a las teorías probadas y confiables de las Ciencias de
lo Humano, son los recursos básicos con los cuales se puede contrarrestar y
hasta derrotar a la estupidez.
Por proyecto me refiero al que tenga por
objeto la realización plena de la nación, el pueblo y trabajadoras/es, un
proyecto que supone justicia integral, liberación y, también, la oposición a
todo tipo de despotismo (local, colonialista, neocolonialista e imperialista). Proyecto es algo que ancla en lo exogámico y que supone un punto de partida geopolítico.
La conducción política es la articulación de
síntesis e iniciativa con el fin de plasmar el proyecto. Supone convocatoria
amplia, máxime en las condiciones en las cuales tenemos que dar batalla.
El debate, el impulsar a interrogar, el poner
en duda, el interpelar, como instrumentos para avanzar en la acción, la
organización y la cultura política, requieren de conceptos y teorías de alta
complejidad acerca de los comportamientos sociales y políticos. Aquí hay mucho
que revisar, mucho que desestimar por parte de las dirigencias populares.
Por supuesto un punto clave es el de abrirse
a la exogamia, ampliar el horizonte, traer el mundo a la acción y el debate
político, superar los límites del encierro endogámico en todos los órdenes, en
todos los ámbitos, en todas las instancias.
Puntualmente poner en ridículo, valerse del
sarcasmo y de la ironía, apelar a la comicidad, son recursos más eficaces que
la argumentación y la lógica cuando se trata de enfrentar a la estupidez. También
los datos elocuentes, contundentes, fácilmente asimilables tienen utilidad, más
que los discursos elaborados.
La estupidez no escucha: sólo puede trastabillar
con cachetazos bien dados, simbólicamente hablando desde luego.
No hay que paralizarse ante la estupidez, lo
cual es lo deseado por el despotismo.
La confianza en el pueblo y en los pueblos,
evitando las trampas que la masa y sus líderes precarios tienden, es la clave.
Bibliografía
Bergson, Henri (1991): La risa, ensayo sobre el significado de lo cómico, Losada, Buenos
Aires.
Cipolla, Carlo (1998): Las leyes fundamentales de la estupidez humana, Dialnet.
Rojas Breu, Rubén (2002): Método Vincular. El valor de la estrategia,
Eds. Cooperativas de Bs. As.
Rojas Breu, Rubén: artículos en rubenrojasbreu.blogspot.com
sobre el Método Vincular
Rojas Breu, Rubén: artículos sobre política
en general, conducción política, comportamientos políticos y sociales, etc. en
rubenrojasbreuelaula.blogspot.com
Rubén
Rojas Breu
Marzo
22 de 2019 actualizado octubre 10 de 2024