Rubén Rojas
Breu
Significación,
acción y política
Aclaración
introductoria
Esta nota es un extracto de la publicada en el blog:
rubenrojasbreu.blogspot.com con el título “Significación
según el Método Vincular. Signo, significante y significado”. Contiene,
respecto de dicho original, algunas modificaciones consistentes en ampliaciones
por la especificidad del objeto de este artículo así como adaptaciones para
facilitar la ubicación del lector.
En la nota citada definimos a la significación
como “el conjunto de operaciones por medio de los cuales los humanos
otorgamos sentido a la totalidad de objetos con los que interactuamos,
totalidad que incluye la naturaleza, las organizaciones humanas y sus
producciones, los grupos y las personas, las creencias, religiones e
ideologías, los actores, sectores y factores, etc.”
Significación y
acción
Hay una tendencia, fácilmente identificable, a una suerte de
“totalitarismo de los signos”.
Que afirmemos que los humanos vivimos inmersos en una constelación de
signos, no implica que sólo existen éstos para nuestra especie o que son
inexorablemente el único modo a través del cual finalmente interactuamos.
La comprensión de la complejidad de lo humano requiere mantener la
autonomía entre órdenes diferenciables de dicha complejidad. Si no respetamos
tal autonomía incurrimos en un reduccionismo, semiológico en este caso, que nos
inhibe acceder al estudio de otros objetos del conocimiento.
Cada ciencia de lo humano tiene su propio objeto formal de conocimiento o
epistémico. De tal manera, cada ciencia de lo humano sistematiza los signos de
un modo peculiar, propio de la materia de la que se ocupa.
Acá nos centraremos en una
articulación / oposición entre dos modos de la complejidad de lo humano:
significación y acción.
Se articulan en la medida que significar, dotar de signos, le da sentido a la acción a la vez que en
distintas formas la estimula y la acción, por su parte, modifica, altera y
genera signos, lleva a significar.
Una de las expresiones más contundentes del papel de la acción son los
procesos revolucionarios, los cuales alteran de raíz constelaciones de signos,
modificando y ampliando los alcances de la significación. A su vez, son
constelaciones de signos, por ejemplo en la forma de teorías o de ideologías,
las que impulsan o instituyen procesos revolucionarios.
Ejemplificando en otro terreno, alejado del anterior, podemos considerar
la evolución desde la bipedestación del homínido hasta la rueda, inventada
–según se descubrió recientemente- hace unos siete milenios. La bipedestación,
la cual resume numerosas acciones con sus consiguientes modificaciones
corporales en todos los órdenes, inicia el proceso de autonomía de la especie
incluyendo la facilitación de la marcha, de la movilidad y, desde luego, de
otra perspectiva con la cual interactuar, tanto con la naturaleza como entre
humanos. Al mismo tiempo, esa novedosa marcha humanizante genera comunicación
obviamente conformada por signos; también cabe suponer que originales modos y
expectativas de comunicarse, de intercambiar signos, alentaron la
bipedestación.
Sumariamente, podemos decir que sigue el prehistórico trineo, el rodillo
y finalmente, resultante de combinar estas herramientas, la rueda y el carro
que se valdrá de las mismas, tanto para transportar cargas en épocas de paz
como para la guerra (sea como traslado de impedimenta, sea como arma). Es
decir, acciones que suponen la fórmula piagetiana de asimilación-acomodación,
van dando lugar a nuevas adquisiciones que incentivan enormemente la movilidad
(tengamos en cuenta que la rueda sigue siendo un artefacto imprescindible y en
plena evolución en la actualidad). Tales acciones motorizan la significación
que contribuye decisivamente a afrontar nuevos desafíos y a la vez, los
resultados de aquéllas, obligan a significar lo que se va generando: no sólo
las nuevas herramientas y en su evolución, sino la instalación de las mismas en
novedosas constelaciones de signos.
Además de articulación, se da la oposición, lo cual ya está reflejado en el
ejemplo antecedente: la acción llega a arrasar con constelaciones de signos y,
por su parte, constelaciones de signos pueden inhibir el paso a la acción.
Según Piaget, el bebé conoce a través de la acción de succionar,
empezando por discernir entre lo chupable (pezón, chupete, mordillo, etc.) y lo
no chupable (telas, artefactos o cosas en general que le producen rechazo). Es
decir, a través de esa acción se va introduciendo en el mundo de los signos,
los aprehende y, sobre todo, a su manera los construye o reconstruye, avanzando
en la inteligencia. Al mismo tiempo, la constelación de signos en la que se va
sumergiendo, particularmente a través de los otros, le va haciendo saber acerca
del sentido, acerca de significantes y significados que se hallan en intrínseca
relación. Piaget entiende a la inteligencia como síntesis de asimilación y
acomodación.
Este planteo da el modelo acerca de cómo acción y significación se
encuentran simultáneamente en articulación y oposición: al ingresar a la
constelación de signos a través de la acción, articulándolos, se da la
oposición ya que se sustituyen signos y simultáneamente éstos descalifican
acciones imponiendo otras. El “no”, signo estructurante, descalifica acciones
al mismo tiempo que convalida otras y la acción (chupar o succionar, según el
ejemplo), selecciona signos, lo cual implica el doble proceso de destruir y
construir, la significación hace su labor.
El “totalitarismo de los signos o semiologismo” conduce a inhibir la
acción y, con ello, la capacidad transformadora en todos los terrenos y,
particularmente, en lo cultural, lo social, lo político, lo psicológico y lo
económico. Si, por el contrario, nos circunscribimos a un “totalitarismo de la
acción” tendemos a desvalorizar la teoría, la ideología, el conocimiento en sus
distintas formas, el arte, etc.
Por lo tanto, la dialéctica significación-acción es, para el Método
Vincular, una premisa. Su interacción es el núcleo de lo humano.
El Método Vincular refleja e interpreta tal interacción,
inicialmente, como interacción (acéptese
la redundancia necesaria) entre lo que se ofrece y lo que se demanda.
En el marco de las Ciencias de lo Humano, y según el Método Vincular, lo
que se ofrece son signos respecto de los cuales la demanda se comporta: es
decir, acciona.
Concluyendo hasta acá: por medio de la acción, asimilando y acomodando,
significamos y, al mismo tiempo, al significar accionamos.
Significación,
acción y política
Ya nos referimos al papel de la relación como sustento del conocimiento
científico. Por eso, definimos a la política
como la disciplina científica y la práctica que tienen por objeto inteligir y
operar sobre las relaciones de poder.
La política conjuga permanentemente la significación y la acción: por
ella, significamos, otorgamos sentido a los procesos que operan manifiesta y
latentemente en las relaciones de poder. Al mismo tiempo, sobre la base de tal
sentido actuamos o “accionamos”. Simultáneamente, la acción nos impulsa a
generar nuevos sentidos, a significar lo que carecía de percepción o escapaba
al conocimiento y a la praxis.
Por ejemplo, al momento de la caída de los regímenes feudales y/o
monárquicos y/o coloniales, los pueblos, sus organizaciones y líderes comienzan
a significar lo que damos en llamar república, sus valores y sus instituciones,
ciudadanía; simultáneamente, se desacreditan los valores e instituciones que
habían sostenido el antiguo régimen. En nuestros países, la monarquía española
y sus vicariatos –virreinatos- quedan despojados de sentido y emergen con plena
significación, procesos revolucionarios mediante, nuevas formaciones
sociopolíticas. Es decir, se deduce cómo se imbrican a la vez que se
diferencian y concurren la significación y la acción alterando las relaciones
de poder en favor de los pueblos y debilitando, hasta su extinción,
tradicionales regímenes despóticos.
Sin la acción revolucionaria no habría habido nueva significación y sin
el apoyo en la capacidad de significar, posible por idearios, articulaciones de
signos resultantes de la significación, no habría habido acción revolucionaria.
Trasladándonos a la actualidad, cuando se trata de cómo transformar en
aras de construir sociedades justas y acabar con los nuevos despotismos, la
articulación acción-significación se torna un imperativo.
Sin la significación, sin explorar, construir, instalar nuevos sentidos
con sus correspondientes constelaciones de signos, lo cual se expresa a través
de la teoría política y las ideologías transformadoras, la acción carece de
rumbo y de confiabilidad. Sin la acción que impulse a la transformación,
quedándonos dentro de los márgenes impuestos por las constelaciones de signos
por sí mismas, incurrimos en diletantismo, en discursos inoperantes o vacíos,
en el culto de lo críptico y finalmente en la resignación: invariable e
imperceptiblemente volvemos a poner nuestro destino en manos de los dioses (de
ahí que a menudo, por mi parte, califique como “teólogos laicos” a quienes nos
encierran entre los confines de la lengua).
En conclusión:
significación, acción y política implican una articulación intrínseca y un
abordaje sistemáticamente endógeno.
Apuntes para la innovación en teoría política
Un punto de interés es lo que tiene que ver con la suposición
generalizada en torno a las dimensiones que tienen la palabra y la imagen, la
propaganda y los medios de comunicación de masas, los discursos y los relatos.
Se habla de “posverdad”, de relatos engañosos, de propaganda embaucadora,
de “tapas de diarios” o programas televisivos que generan sobre la población
creencias que distorsionan lo real y que la paralizan, incluso al punto de
someterse a la pérdida de la dignidad y de los derechos, a resignarse a un
ajuste atroz y sus deletéreos efectos e, incluso, al hambre.
En las últimas décadas, particularmente desde los centros hegemónicos del
actual “orden global” y, entre ellos, los académicos, se propagan credos o
pretendidos saberes que intentan pasar por novedosos, entre los cuales se
destacan los que hacen hincapié en la sustitución de la veracidad por la
verosimilitud, en la sustitución del conocimiento de lo real por las falacias,
asegurándose que verosimilitud y falacias poseen mayor eficacia, para manipular
a las masas, que el conocimiento científico o el pensamiento fundado en fuentes
fidedignas y en la rigurosidad. Es importante subrayar que estas pretensiosas
elucubraciones que se lanzan al consumo como novedosas son casi tan pretéritas
como la historia humana. Y tanto las más antiguas teorizaciones sobre la
relación entre lo real, las imágenes, la alienación o el engaño en cualquiera
de sus formas como algunas más recientes –siglos XIX y mediados del XX- son
sobradamente más fundamentadas, más rigurosas, mejor elaboradas.
Así que como mucho de lo que se divulga carece de todo rigor
epistemológico y se asemeja más a los contenidos de los manuales de autoayuda
que a la reflexión original y sostenible, quizá valga hacer referencia a dos
textos cuyo valor está corroborado. Se trata de dos textos separados entre sí
por más de dos milenios.
Uno, La república de Platón,
publicado originalmente en el 380 AC en la antigua Atenas; el otro, La sociedad del espectáculo de Guy
Debord, editado inicialmente en 1967 en París.
En la obra mencionada, Platón
relata la célebre “alegoría de la caverna”: hombres encerrados de por vida en
un habitáculo de tal índole y sujetados,
inmovilizados, ven ante sí – merced a un artificio – desplegarse imágenes que
toman por reales. Si son liberados, al salir de tal espacio, luego de
enceguecerse por la luz solar (símbolo del conocimiento) apreciarán finalmente
lo real y descubrirán el engaño al que habían sido sometidos.
En su compleja producción,
Debord, basándose fundamentalmente en el marxismo, describe a nuestra era como
“espectacular” en la medida que los humanos interactuantes a través del
espectáculo, tomamos como real lo que el capitalismo, vía las vicisitudes de
las mercancías que genera, impone como tal: las apariencias sustituyen a lo que
deberíamos conocer. Según Debord “el espectáculo
no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas
mediatizada por imágenes”.
No escapa a esta caracterización lo que se considera alienación, según, al menos, las versiones modernas desde Hegel,
Feuerbach y Marx hasta Sartre o Lukacs.
Por mi parte, a diferencia de varios de estos autores, considero a la alienación como constitutiva
de lo humano y para ello remito a lo que en otras publicaciones
describo como el engaño primordial.
El humano está en permanente crisis resultante de la tensión de opuestos
tales como el despotismo que se sustenta en la alienación, por un lado, y, por
el otro, su liberación y realización, su humanización, que se apoyan en la
política y la ciencia.
En resumen: de un lado tenemos el despotismo y la alienación, del otro la
política (teoría y acción, o sea, praxis) y la ciencia. La historia supone la
continua sustitución de regímenes y modos despóticos y alienantes por pasos, de
mayor o menor alcance, hacia lo que
debería entenderse por democracia y hacia la realización humana como tal.
El conjunto constituido por las potencias y corporaciones dominantes del
planeta es el imperialismo, el colonialismo y el neocolonialismo, variantes
estas tres que requieren ser abordadas tanto en sus especificidades como en sus
nexos. Cabe precisar que “imperialismo, colonialismo y neocolonialismo” no son
anacronismos; tampoco son vocablos meramente propagandísticos y pueriles: son conceptos que requieren
constantemente ser profundizados así como incluidos en la teoría política que
alimente la acción. En otras publicaciones nos ocupamos o nos ocuparemos de
ellos.
El despotismo internacional, que cuenta con la sociedad de las altas
burguesías concentradoras locales (terrateniente, industrial y financiera) de
los países dependientes, impone modelos y se vale no sólo de la dominación
geopolítica y económica sino también de la penetración cultural.
Desde luego, para el despotismo, en cualquiera de sus variantes,
incentivar la alienación en todas sus versiones es un imperativo. Pero a la vez
debo señalar que tanto la tendencia al despotismo como la alienación son
intrínsecas a lo humano y, en cada etapa histórica, en cada nación o cultura,
la política y la ciencia deben hacer su labor para superar al uno y a la otra.
Insisto en la expresión “superar” ya que la pretensión de su destierro
definitivo es sólo ucrónica y utópica. Es un interrogante aun sin acabada
respuesta el del arribo a la sociedad sin clases; al mismo tiempo, aun en una
supuesta sociedad de tal índole es impensable que el despotismo y la alienación
sean erradicados.
Lo humano se sustenta en el deseo
tal como lo definimos según el Método Vincular: uno de los dos sustentáculos
fundantes y fundamentales del deseo es el poder.
Desde el inicio de la vida humana el poder atraviesa toda su evolución.
El poder está más acá y más allá de las sociedades de clases; su dinámica se
impone sobre los conflictos de clases y atraviesa a toda formación social de
innumerables modos y por múltiples vías. No se puede sustentar la vida humana
sin el poder, sin la búsqueda de poder, sin la lucha por el poder, sin la
pretensión de concentrar poder, sin la tendencia a someterse a la acumulación
de poder: todo esto confluye.
Caracterizar nuestra época como era capitalista es al mismo tiempo:
- un reduccionismo, ya que rebaja la complejidad de lo humano a un tipo de formación socioeconómica, desvalorizando de hecho a la cultura misma en todas sus acepciones y a la política
- un servicio que se le presta justamente al capitalismo el cual “economiza” a la vida humana, la somete o la reduce a la economía, o sea que incurre en "economicismo" y debilita la capacidad para lograr, por vía de la articulación ciencia y política, la transformación que conduzca a sociedades crecientemente justas, al combate, que aunque perenne no por ello ganancioso en la evolución, contra toda forma de despotismo y de alienación.
Hemos definido reiteradamente a la
política como la disciplina científica y la práctica que tienen por objeto
inteligir y operar sobre las relaciones de poder.
Hasta donde podamos vislumbrar el curso de la humanidad, hasta el
horizonte más alejado que podamos llegar, las relaciones de poder se mantendrán
y por ello la política tendrá siempre su rol protagónico.
Lo mismo cabe para la alienación: enajenarse sea por vía del trabajo, sea
por sustituir el intento de acceder a lo real por la imagen, sea como
resultante de la captura por otro que funcione en espejo o por cualquier otra
versión, es inexorable. También por este motivo la política es vital, la teoría
y la acción política, esa articulación que llamamos praxis política, se torna
imperiosa.
La ciencia brinda a la política las herramientas epistémicas tanto para
ejercerla como para superar la alienación. Digamos al pasar que las artes
también hacen su significativa contribución, pero el rol de éstas merece un
abordaje aparte, un abordaje que en el marco de este artículo podría abrumar.
Según Hegel “el pueblo es esa parte del Estado que no sabe lo que
quiere”.
Reformulemos esta aseveración: la parte del Estado o de una nación que no
sabe lo que quiere es la masa. Justamente, saber qué se quiere o no saber lo
que se quiere es uno de los mojones insalvables que determinan una diferencia
concluyente entre pueblo y masa.
La masa, siguiendo con Hegel ahora con respecto a la dialéctica
amo-esclavo, opta por la esclavitud y dentro de ella por la posición del
dominado. El reconocimiento del amo y la descalificación de sí (descalificación
de sí y no negación de sí que aludiría a la libertad) exime a la masa de la
angustia de afrontar la libertad y con ella la responsabilidad.
En los procesos electorales que se dieron en nuestro país llevando al
actual estado de cosas así como en otros países latinoamericanos – entre ellos,
apenas recién, en Brasil – las masas optaron por las grandes corporaciones y
por candidatos que expresan el despotismo,
viable por el imperio de la alienación.
Optaron, en primera y última instancia, por el imperialismo,
particularmente el de los EEUU de Washington, país considerado superpotencia y
sobrevalorado, por las masas, en todas sus áreas; más que sobrevalorado,
diríamos idealizado.
Las masas optaron por el amo y, al hacerlo, pusieron de manifiesto su
propensión casi excluyente: a la devoción por el poder como tal. Aclaremos, la
masa no busca el poder para sí ni para transformar: se fascina por el poder del
amo porque le permite la eximición a la que nos referimos más arriba.
El pueblo, orgánico, políticamente organizado y culturalizado, promueve
la negación del vínculo amo-esclavo asumiendo que el poder es sólo
instrumental: sirve para concluir con el despotismo, despojarse de la
alienación y encarar la transformación que conduzca a la libertad y la
realización.
Porque rebasando los límites de la dialéctica del amo y el esclavo, introducimos
la oposición entre los vínculos despotismo-masa, por un lado, y conducción
política- pueblo y nación por el otro. La democracia es función de este último
vínculo.
Tanto Hegel como Marx definen con determinadas fórmulas la Historia de la
humanidad: en nuestra opinión la Historia es la de lucha entre los despotismos
y los pueblos. Muy particularmente en nuestros países esa lucha es entre el
imperialismo y sus socios locales que, actualmente, se sostienen en el
capitalismo a ultranza y las naciones-pueblos-trabajadores.
Todo lo desarrollado hasta acá en esta nota –y en otras de similar tenor
que dan cuenta de este tipo de problemáticas – tiene por finalidad contribuir a
la construcción de la conducción política, de las organizaciones políticas y de
la acción política que nuestros países requieren imperiosamente, tanto más
cuanto del otro lado la concentración de poder ha devenido descomunal –
descomunal, no invencible, no nos impide actuar exitosamente
-.
Sin una continua revitalización y un permanente aggiornamiento de la teoría no hay conducción política, no hay
estrategia, no hay acción eficaz.
Por supuesto, tal revitalización y tal aggiornamiento tienen que respetar
la rigurosidad epistemológica. No pueden convalidarse sin mirada crítica a los
medios de comunicación masivos que no son más que herramientas de propaganda ni
instrumentos como las encuestas de difusión pública ni tanta cháchara alejada
de toda pertinencia como, por ejemplo: “posverdad”, la afirmación de que el
odio (categoría no pertinente) da cuenta del avance de los sectores
reaccionarios, ni la “modernidad líquida”, ni el “imperio de lo efímero”, ni el
posmodernismo, etc.
Aporte para la
comprensión de la actual situación política de la Argentina
Desde ya, que lo que expongamos en este punto se circunscribe a los
alcances de la nota; por eso decimos “aporte”. No se trata de un análisis que
dé cuenta de la totalidad de lo que está sucediendo en nuestro país sino de un
apunte, a la manera de una apostilla, vinculando lo expuesto ut supra con lo que estamos viviendo (o
padeciendo).
La Argentina afronta un régimen despótico en la medida que lleva décadas
en las cuales está sometida y/o condicionada por los concentradores de poder
internacionales, potencias y corporaciones dominantes del planeta, que tienen
por socios a grandes factores de poder locales. El actual gobierno expresa la
culminación de ese sometimiento y/o condicionamiento a extremos del máximo
nivel de destrucción, nivel (en ese nivel) que tiene por antecedente siniestro
a la última dictadura cívico-militar.
Efectivamente afrontamos un régimen despótico y la alienación se
enseñorea de gran parte de las dirigencias y de la población.
Es un régimen despótico porque estamos sometidos a la conjunción
imperialismo-colonialismo-neocolonialismo, conjunción que cuenta con la
sociedad de la alta burguesía local devenida en oligarquía. Tal régimen
despótico no está únicamente dado por lo que se da en llamar “el ajuste” y por
el saqueo que llevan a cabo tanto concentradores locales y extranjeros, el
capitalismo financiero, etc., que ponen
a la población en estado de máxima precariedad; está dado también por la penetración cultural que crece a ritmo
galopante, por el sostenimiento de configuraciones políticas arcaicas, por la
vigencia de instituciones obsoletas, por la imposición de una creencia
sobradamente falaz como la que asevera que “vivimos en democracia”.
La alienación, que se hace más patente entre las dirigencias que por
acción u omisión acompañan o patrocinan a este régimen despótico y en la parte
de la población que por vía de la opinión o de lo electoral contribuye, más
pasiva que activamente, a sostener dicho régimen, transcurre de diversos modos.
Más claramente: la alienación está presente y en variadas formas de
manifestarse.
No hay duda de que prédicas engañosas, medios de comunicación de masas
dominantes, “intelectuales” embaucadores y encuestas de difusión pública
desempeñan un papel relevante en favor del régimen despótico y alimentando la
alienación.
La imagen sustituyendo el acercamiento a lo real, lo que se cree
inhibiendo lo que debería pensarse, lo que se actúa en lugar de lo que habría
que producir, tienen su autonomía relativa: esto es, se constituyen, crecen o
decrecen, con cierta independencia respecto de las homilías o adoctrinamientos,
de los panegíricos de los medios masivos de comunicación, de las peroratas
intelectuales y de las falacias en que incurren las encuestas difundidas.
Esa independencia se debe, por una parte, a que nacemos en la alienación
y en ella nos desenvolvemos: no es irregular alienarse sino todo un esfuerzo
superar la alienación. Pareciera que quienes suponen que la humanidad puede
evolucionar –o revolucionar – poniendo fin a la alienación sólo consideran al
adulto con plena conciencia social y política: ni siquiera este prototipo está
libre de la alienación. Cada vez que superamos lo que nos aliena, una nueva forma
de enajenación nos está esperando.
Un punto clave que articula la cuestión del poder con la alienación es el
de que las dirigencias complacientes o conformistas y la población acrítica e
inorgánica, la masa, es el de que aquél, el poder, la concentración de poder,
ejerce una atracción per se, una
atracción irresistible.
Es por la promesa latente de poder que nos gobiernan quienes nos
gobiernan: ofrecieron poder en
el 2015 y, ahora, cuando quedaba claro que entran en el colapso y que tal
ofrecimiento era meramente ilusorio, buscan amparo en la llamada
“superpotencia” y sus aliados, en el país dominante, EEUU de Washington que
para gran parte de las dirigencias y masas del planeta es el concentrador de
poder avasallante. Ahí está la raíz de la alienación actual de la masa y de las
dirigencias concesivas, siempre ávidas del poder por el poder mismo. No importa
ni siquiera el provecho (o perjuicio) propio: seguir a quien encarna la mayor
concentración de poder es el beneficio primario (a la manera que lo define
Freud).
Entonces, el gobierno actual basa “toda su estrategia” (supuesta
estrategia) en prometer poder, siempre limitadamente por sí cuando le es
posible (cada vez menos), siempre ilimitadamente por delegación, ejerciendo el
vicariato en nombre de las potencias dominantes, especialmente de los EEUU de
Washington. A esto se pliega la masa.El elector masa ejerce el acto político de votar, que es un acto de ejercicio de poder, plegándose a quienes supone que son la fuente inagotable o imperecedera de éste - del poder-, sin importarle consecuencias.
El campo popular, los trabajadores, la población que se resiste a masificarse,
aún no pueden consolidarse como pueblo por variadas razones:
- la ausencia de conducción política
- la falta de organización
- la carencia de una ideología sólida, desafiante, en continua evolución que se oponga a la alienación sistemáticamente y proponga un Proyecto de nación soberana camino a la integración latinoamericana y la plena realización popular.
Por ahora, estamos inmersos en múltiples luchas todas justificadas pero
sin dirección unificada, en la parálisis de las dirigencias que no aciertan con
el rumbo y más embarcadas en la especulación electoralista a la espera de un
2019 que, así las cosas, va a ser inexorablemente frustrante; al mismo tiempo,
la reedición de un 2001 de características similares o disímiles parece estar a
un paso.
Esto último es tanto más
factible no sólo por el estado de desesperación en el que se debate gran parte
de la población sino por la implosión que está cursando la alianza gobernante,
considerando las crecientes y virulentas disidencias en su seno.
Así que los grandes interrogantes son:
- ¿Podremos construir aceleradamente la conducción política que se requiere?
- ¿Podremos generar la convocatoria amplia en torno a objetivos que impliquen la transformación requerida y que básicamente suponen recuperar la soberanía nacional, garantizar el protagonismo del pueblo con el liderazgo de los trabajadores, restablecer en plenitud los derechos y diseñar el Proyecto y la estrategia impostergables?
- ¿Podremos estar en condiciones de que si se reedita un 2001 pueda ser aprovechado y encauzado para la transformación deseable o, aún más, para concretar la revolución postergada?
Reiterando: poner las expectativas en un regular proceso electoral, aguardando el 2019 a la manera de Vladimir y
Estragón esperando a Godot (Esperando a Godot, de Samuel Beckett),
se parece cada vez más una puesta del Teatro
del absurdo que nos acerca a la tragedia.
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Rubén
Rojas Breu, octubre 9 de 2018